jueves, 12 de diciembre de 2013

El Milagro de Navidad

El Milagro de Navidad
la humanización de lo divino y humano

Erase una vez muchas veces que el mundo estuvo caótico, la naturaleza harta de maldad, la esperanza en oscuridad, la vida con “una pata” en el borde abismal de la muerte, el corazón humano gangrenado por el pecado, provocando que, lo llamado por Dios bueno en gran manera al principio, girara 180º al desastre existencial; y aparentemente para esa realidad no había remedio.

De repente, irrumpe desde el cielo la magnificencia de una promesa divina en la que devolvería a la creación universal su propósito, su encanto y sentido de ser. Esa promesa divina (Is. 9.2, 6-7) se tradujo a cumplimiento aquella inolvidable noche de navidad. Noche para nosotros muy mágica, fantasiosa, de película; pero ella fue fría, solitaria, ignorada, desapercibida por los terrestres. Tan cierto como que brilla el sol: en todo Belén no hubo lugar para ella, sus protagonistas se vieron obligados ir a un pesebre y allí una joven, que acaba de superar su acné de adolescente, da a luz la Luz (Lc. 2.7). Y así comienza la etapa más importante de la historia de salvación.

La realidad caótica de una humanidad des-humanizada por el pecado comienza a experimentar su fin. Aquel bebé, aunque nadie lo creyera, y aunque muchos persisten en esa duda; pondría cada aspecto del ser humano en su lugar, a fin de devolvernos lo que fuimos al principio: imagen y semejanza de Dios. Y vaya osadía: Dios se hizo semejante a nosotros para salir a nuestro encuentro. En Belén se halla el punto de partida cuando Dios humanizado empieza a gritar  nuestros nombres por los escombros de esta existencia, trepa en descenso hasta nuestra bajeza para llevarnos de vuelta a sí mismo. Cometió las ocurrencias más impredecibles: nació como cualquier bebé. Usó pañales, y realmente los necesitó. Se atrevió a vivir en Nazaret con una familia pobre. Y este fue apenas el principio de una bendita “demencia divina” (1 Cor. 1.18). A decir verdad, esa ocurrencia del pesebre no es para congelar ahí la historia. Jesús no se quedó “divino niño”. Su meta es clara: ir a la cruz.

La teología de la navidad es esta: El verbo que estaba en Dios, y era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria (K. Rahner.2002, p.42). ¿Qué gloria? “Que él nos acoge en la existencia de Jesucristo: en su libertad, no quiere estar en contra del ser humano, sino a su favor -de hecho, quiere ser interlocutor compasivo y salvador todopoderoso del ser humano-.” (K. Barth. 2001, p.34).

Dios se hizo bebé y fue a la cruz por una divina razón: no consciente un segundo en la eternidad futura sin ti. Esto delata el profundo e inmenso amor de Dios por los humanos. Y no pierda de vista esto: Estos días de navidad han de volverse para nosotros los mejores pretextos para celebrar que Dios se hizo humano y así de nuevo humanizarnos.


¡Feliz navidad! Ah no, ¡feliz humanización!


©2013 Ed. Ramírez Suaza





miércoles, 4 de diciembre de 2013

Diciembre Huele Mal

Diciembre Huele Mal
cuando gastamos el dinero en lo que no es pan

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes gastando su dinero en lo que no alimenta y su sueldo en lo que no sacia (Isaías 55.2). Lo más lamentable: en su mayoría de escasos recursos.

El libro del profeta Isaías se organiza en tres secciones principales: 1). 1-39, donde el profeta marca la exigencia de justicia y lealtad al Señor, “el santo de Israel”. 2). 40-55, La teología del profeta es más profunda  y relata los oráculos con más recursos poéticos. Concibe su obra como un segundo éxodo, como una experiencia divina de liberación. Y 3). 56-66, es un pasaje donde irrumpen paradojas proféticas: la preocupación del presente y la esperanza futura. La denuncia de pecado y las profecías de aliento. El desencanto presente y la expectación escatológica. La apertura a los extranjeros y la condena sin matices.[1] Es un libro fascinante.

Isaías 55.2 se ubica al final de la segunda sección, donde la justicia brillaba por su ausencia dentro del pueblo de Dios, las lealtades a él se evaporan en la realidad. Israel empieza a experimentar, luego de un exilio doloroso en Babilonia, un retorno a casa, a su tierra, a su fe, a sus costumbres, al hogar. Pero persisten algunas incoherencias, entre ellas, la de gastar el dinero en lo que no es pan y el salario en lo que no sacia. Peor aún, son personas que no tienen, y cuando tienen carecen de inteligencia financiera. Así dice Isaías 55.1: «¡Vengan a comprar y a comer  los que no tengan dinero!» La invitación a comprar gratis es para quienes no tienen ni un centavo, y a ellos mismos les reclama en el verso 2 «¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no satisface?»

Esa pregunta profética tiene resonancia hoy: ¿Por qué derrochan sus finanzas? Los colombianos somos testigos de los dinerales que se despilfarran en nuestros pueblos en la rumba, licor, drogas, festejos extravagantes e inmorales por encima de las necesidades básicas de la vida humana: alimento, salud, vestido, vivienda, recreación, en fin.

La pregunta de Isaías nos sacude fuerte cuando las gentes se desembocan en compras compulsivas, donde el adquirir satisface el ego vacío de una identidad ficticia o simplemente consigue “bienes-pantalla”, meras fachadas que lo descalifican para relacionarse humanamente.[2] La insensatez brilla cuando a esto ajustamos que es a crédito: llévelo hoy, pague mañana. Al terminar de pagar, el producto ya es obsoleto, y el descontento en el corazón se hace más profundo.

Otra cara de la misma realidad la tienen muchos que sobreviven con el injusto salario mínimo o quizá con menos, al darle prioridad en sus finanzas a “rumbiarse” hasta la caída de un traste, ¡lo cual es más injusto! ¿Y qué de la vida?

No pretendo trasquilar felicidad de la existencia, ¡de ninguna manera!  La Biblia dice: «no hay nada mejor que comer y beber y gozar, cada día de nuestra vida, del fruto del trabajo con que nos agobiamos bajo el sol. Ésa es la herencia que de Dios hemos recibido» (Eclesiastés 5.18). Disfrutar la vida con el fruto honesto de nuestro trabajo es un regalo divino (Ecl. 5.19b), manteniendo presente la abismal diferencia que hay entre disfrutar y malgastar. No es lo mismo.

La necedad se delata en el derroche, en darle prioridad a la banalidad y vanidad; la sabiduría en el disfrute de la vida como regalo divino.

Que estas fiestas de fin de año se nos vuelvan el pretexto perfecto para salir al encuentro de Dios hecho humano (Isaías 55.6); y no en la perversa justificación para el derroche y festejos vacíos de Dios y mundanales.

¡Felices fiestas!

©2013 Ed. Ramírez Suaza





[1] Luis Alonso Shökel. Biblia del Peregrino. Tomo II.
[2] Massimo Desiato Rugai. Más Allá del Consumismo. 2001, p.153

viernes, 22 de noviembre de 2013

El Personaje del Año II

El Personaje Del Año II
un siervo de Dios y de los hombres

¡Como es de bueno cuando me llaman por mi nombre! Cuando niño, recuerdo que no logré salvarme de los apodos que mis compañeritos me daban (no los voy a mencionar para no hacerlos pecar después). Últimamente recibo otros “apodos”: pastor, profesor, señor, ¡hasta me han dicho doctor! Y otros más que no vale la pena mencionar. La verdad prefiero mi nombre criollo: ¡Edison!
¡Pastor! Así me apodan más actualmente.

Cuando Ud. escucha ese título, ¿qué se le viene a la mente? Porque algunos cuando escuchan la palabra “pastor” imaginan una persona muy digna, de una consagración sincera y de un ministerio ejercido con legitimidad; para otros la imagen no es tan favorable: autoritarios, intocables, avaros, embaucadores, entre otros. Otro colectivo los entiende como alguien super-espiritual con la unción de Elías, la chequera de Bill Gates, la pinta de Jorge Varón, la limosina de Obama,  la escolta de Santos, la inteligencia de Nicolás Maduro, la voz de William Vinasco Ch y la tarima de Michael Jackson.

Si las apreciaciones de un colectivo sobre  algo son diversas, la alternativa es arrojar sobre el tapete definiciones claras que permitan dialogar comprensivamente. Hagámoslo: en las Sagradas Escrituras, el pastor es una persona que encuentra el origen de su vocación en una derrota personal por un llamado al santo ministerio que intuye en lo más profundo de su ser y de su sinceridad por una intervención divina. Su papel en el mundo es cuidar una comunidad, rebaño si se quiere, que pertenece a Dios y por él tendrá que dar cuentas.

El pastor es puesto por Dios mismo en la Iglesia a fin de que pueda, junto a los demás ministros (apóstoles: misioneros, enviados; profetas, evangelistas, maestros), llevar la Iglesia a un nivel de perfección para el servicio, donde en la entrega, en el estar a disposición del otro, del tú, se construya cuerpo de Cristo. Está el pastor en la Iglesia para darnos a conocer de Jesús resucitado, y en esa comprensión de Dios seamos unidos en la fe, maduros en la verdad amorosa, crecientes en Jesús (Ef. 4.11-16).

Si desempacamos a grosso modo este “para qué” los pastores en la Iglesia y el mundo, podemos decir en primer lugar que, el pastor es uno que en su comprensión de Dios por la Escritura, fe, esperanza, verdad, amor, vida tiene autoridad espiritual y moral para poner orden en la comunidad de los creyentes, es decir, “remendar”, instruir, perfeccionar para el desempeño plural del servicio. En segundo lugar, canalizar el servicio eclesial en construcción del cuerpo de Cristo. Por un lado, esa construcción de cuerpo se da en la medida que los creyentes van creciendo en el conocimiento de Dios y en la práctica cristiana en conjunto con la familia espiritual. Por otro lado, se construye cuerpo con evangelismo. En tercer lugar, el pastor es un hombre que conoce a Dios y lo da a conocer con el fin de fundamentar al creyente en la verdad sin que le afecten las doctrinas engañosas, quizá también atractivas, que constantemente antagonizan el evangelio de Jesucristo. Y finalmente, el pastor es una persona que abre los espacios, crea las oportunidades, prepara el ambiente de un crecimiento integral de los creyentes como individuos y como Iglesia.

Frente al pastor, regularmente se ha creído que su responsabilidad es muy grande, ¡y lo es!, como también lo es de la Iglesia. En Efesios 4.11 la Biblia dice, …y él mismo constituyó… esa palabra (constituyó) en griego es édoken, que traduce: dio, confió, entregó, permitió. Si lo comprendemos mejor podríamos decir, él mismo confió, entregó, dio… pastores… Si los pastores son dádiva de Dios, confianza de él a la Iglesia, no está de menos reconocer que ella tiene una responsabilidad con ellos delante de Aquel quien les entregó semejante paquete ministerial.

¡Piénsalo!

©2013 Ed. Ramírez Suaza


martes, 29 de octubre de 2013

El Personaje del Año

El Personaje del Año
un siervo de Dios y de los hombres

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, alcancé ver un personaje que despierta todo tipo de reacciones sociales en su entorno, partiendo de los odios hasta llegar al amor; sin haber logrado escapar de todas las reacciones habidas en el intermedio de estos dos puntos referenciados. Él mismo se ha hecho entender en su entorno de manera plural, por lo tanto no es encasillable, y por ende interesante. Pocos comprenden del origen de su vocación, su papel en el mundo y el propósito de su llamado. Ese personaje es el Pastor.

El Pastor es una figura pública que cada vez va siendo más relevante en las comunidades latinoamericanas, y sus desempeños muy observados por quienes le rodean. Reconozco el tropiezo provocado por algunos de ellos: desaciertos morales, vergonzosos desconocimientos, notables avaricias y la desfachatez lujuriosa de otros cuántos, entre otros señalamientos. Pero la desgracia causada por éstos no debería empañar la bondad, la sincera y genuina vocación de los muchos otros.

La vocación pastoral es provista por Dios mismo, junto a otras con fines extraordinarios, siendo jamás iniciativa humana (Efesios 4.11). Parecido a los profetas del Antiguo Testamento, quien recibe la vocación a ser “cuidador” de la Iglesia, en algún momento lucha en su interior con aceptar ese llamado que arde profundamente en amor a Dios y a la comunidad, temblando ante la santidad que requiere caminar en el ministerio y delante de quien le ha llamado. Dios llama personas para consagrarlas al santo ministerio, no en el marco de un misticismo posmoderno donde la relatividad y subjetividad irresponsables se ponen de ruana el evangelio; sino desde una virtud cristiana que cabe en la cotidianidad, en el existir de un día a la vez, en el peregrinaje de este don de vivir, depurado de toda espiritualidad barata para imitar genuina y auténticamente a Jesús. Y estoy convencido que es la misma Iglesia el instrumento de Cristo para confirmar esa vocación, abriendo los espacios necesarios para su realización.

Cuando Cristo establece un pastor en una congregación, sencillamente lo hace para apacentar una grey que le es ajena. Es decir, esa comunidad no le pertenece; pertenece a quien dio la vida por ellos en la cruz del Calvario.
El papel del pastor es cuidar una congregación que pertenece a Dios (1 Pedro 5.2-4). No se trata de remontarse a una figura paternalista donde el pastor provee y soluciona todo. Mas bien, partiendo de su experiencia de Dios y la manera en que la refleja en su día a día, sabe orientar el rebaño al abrevadero de la verdad, del amor, la esperanza, la fe, la dependencia de Dios, la oración, entre otras, con voluntariedad sincera, ejemplo, servicio incondicional, amor genuino por la persona, consciente de su dependencia de Dios para ser provisto a todas sus necesidades más allá de su comprensión y de su petición.

Quizá parezca simple, si lo miramos de las gradas de la vida, cumplir con este ministerio. La verdad sea dicha: cumplir con esta simple vocación exige preparación, integridad, sacrificio, entrega, renuncia, desvelos, sufrimientos, disciplina, trabajo, oración y más oración. Y la más grande necesidad de todo pastor: ser oveja.

Continuará…


©2013 Ed. Ramírez Suaza



lunes, 14 de octubre de 2013

Un Cafesito Con Dios III



Un Cafesito Con Dios III
la práctica

Juan Valdéz o no, Dios siempre está interesado en tomarse un cafesito con el ser humano a quien ha dotado de existencia y a quien le brinda sentido de vida. Pero no todos valoran este deseo divino, prefiriendo el peligro del ser vacío. Parecieran incontables las gentes con vida vacía de Dios, lo más lamentable es que en muchos de estos casos es un vacío adrede. Más lamentable aún es el vacío de muchos otros que se rotulan de piadosos con un sin número de tintes denominacionales, cuyas vidas están desposeídas de la virtud que implica su fe. Como han manifestado varios analistas de esta realidad: “en América Latina el cristianismo tiene un kilómetro de ancho pero un centímetro de profundidad”. Y otra observación la hizo en una clase teológica el Dr. Fernando Mosquera: “la Iglesia en los últimos veinte años ha venido perdiendo poco a poco la piedad”. 

Fundamental en la oración la virtud, si entendemos nuestras oraciones como respuestas al Dios que ha hablado, haciéndolo asistidos por el Espíritu Santo coherentemente a Dios con vida y palabras a lo que Él es, dice y hace en favor de la humanidad.

Por esas cosas religiosas que hacemos en el devenir de la experiencia de fe, mutilamos nuestra comprensión de oración desposeyéndola de su riqueza y quedándonos con el monólogo. Y así nuestras oraciones quedaron empobrecidas, o en su defecto presumidas por esos movimientos emergentes de esta segunda modernidad, donde orar no es ni siquiera hablar con Dios, sino manipularle, ordenarle, reclamarle, decretarle, exigirle; donde los valores se invierten: nosotros quedamos como dioses y Dios como el sujeto obediente.

Cuando de orar se trata, el orante reconoce su papel en esta gracia de poder contactar el cielo personalmente. Él es humano necesitado de responder al amor de Dios, no sólo desde la humildad verbalizada, también desde la santidad cotidiana y presente. Nuestra mejor oración debería ser lo que vivimos día a día. De nada nos sirve “pelarnos las rodillas” sino nos “pelamos los pies” en el camino de santidad. Absolutamente inútil es hablar a Dios sin vivir para él. No podemos andar diciendo –Señor, Señor…– si nuestro corazón está lejano de él. Bien decía A. A. Hodge: -Cualquiera que cree ser cristiano y haber aceptado a Cristo para su justificación sin, al mismo tiempo, haberle también aceptado para su santificación, ha sido vilmente engañado en su experiencia-.[1]

Los orantes sinceros no disfrutan una moralidad hipócrita emergente de un corazón vaciado de integridad cristiana, mas bien comprenden la magnitud de la cruz de Cristo en sus vidas, y experimentan una cristianización día a día, porque “el Espíritu Santo nos capacita para apropiarnos de Cristo de un modo cada vez más completo y consciente”,[2] así vamos siendo más libres del pecado y más semejantes a él.

Sin dicha semejanza en proceso, orar es imposible.
Las más grandes oraciones cristianas tienen menos palabrerías y más congruencia con una experiencia de fe genuina.

Oremos.
¡La oración del justo puede mucho!




[1] Hodge en Dallas Willard. Renueva Tu Corazón. CLIE. 2004, p.287
[2] Strong en Ibid

jueves, 3 de octubre de 2013

Un Cafesito Con Dios II

Un Cafesito Con Dios II
la comprensión

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes queriendo tomarse un cafesito con Dios. Lo digo porque nada más grato que poder dialogar con alguien entre aromas de café, obviamente colombiano. ¡Ese es el preferido de Dios! Orar entre sorbos de café es una maravilla. A pesar de que mucha gente quiere el cafesito con Dios, no todos lo logran.

En el peregrinaje de la vida, los seres humanos experimentamos la necesidad de acudir a una persona para ser escuchados, ayudados, consolados, en fin. Pero albergamos la esperanza de que esa persona no sea humana; idealizamos a alguien supremo, supra-real, divino, eterno, infinito, inmutable; mejor dicho, Dios. En una mirada de “re-ojo” a las huellas históricas del hombre, es evidente que, si no conocen a Dios se inventan uno, o en su defecto le atribuyen divinidad a algo o a alguien. Somos conscientes, para muchos de manera inexplicable, de una realidad divina creadora de la nuestra, quien además de señorearla la sustenta y la direcciona a su propósito perfecto.

No resulta vanamente ilusorio que los seres racionales de este mundo necesiten relacionarse con su creador, porque es realmente posible por medio de la oración. Muchos son quienes pretendan o presuman de orar, mas no todos oran.

El punto de partida para ese cafesito con Dios es la escucha. Para que una oración sea realmente posible, el potencialmente orante necesita escuchar acerca del Dios verdadero que se dio a conocer en la maravillosa persona de Jesús Nazareno. Sí, necesita que se le presente a Jesucristo en el poder del Espíritu Santo, de manera que llegue a poner su confianza en Dios por medio de él, a aceptarle como su Salvador y a servirle como a su Rey en la comunión de la Iglesia.[1]  Esa persona necesita escuchar la historia de salvación y cómo puede ser beneficiado de ella por la gracia que ofrece Dios en su Hijo Cristo. Todos los pecadores necesitamos escuchar esa historia para creer, y creyendo ser salvos del poder, las consecuencias y la presencia del pecado en nuestras vidas.

Escuchar esa historia para permitir que desde el centro de la existencia personal germine la fe en Jesucristo, se convierte en el primer acercamiento de oración, para luego responder a Dios, asistido por el Espíritu Santo, coherentemente con vida y palabras a lo que Él es, dice y hace en favor personal y de la humanidad.

Sin este punto de partida, orar no es orar. Puede ser una verborrea harta, rezos vacíos, palabras huecas, ruido religioso; pero jamás oración. Sin la cruz de Cristo pendiendo entre Dios y tú, orar será el eufemismo para referirnos a la hipocresía, la vana repetición, la incongruencia devocional, la espiritualidad barata y falsa. Mencionando la cruz de Cristo no hago referencia a un trozo de madera con un travesaño; sino a un evento histórico en la persona de Jesús quien a través de su muerte y resurrección nos abrió las puertas del cielo de par en par a fin de hacer posible el acercarnos ante el trono de la gracia confiadamente. Digo hasta el trono celestial, porque la oración realiza una intercesión entre el cielo y la tierra, los conecta, los acerca.

Siendo el punto de partida a la oración la escucha, el siguiente es creer.
¿Cómo despierta Ud.? Pocos tienen el gusto de despertar en plácida calma. El despertar se les da gradualmente, sin afanes ni agendas que cumplir. Simplemente la dicha de despertar. Pero muchos otros despiertan cada mañana asustados, sobresaltados por el ruido de la alarma, con sus ojos aún agotados, soñolientos; con un “costalao” de responsabilidades a cuestas, no tan alegres ni agradecidos con el nuevo amanecer.

Despertar es una de las descripciones usadas por la Biblia para describir el suceso de la intervención de Dios en la vida de alguien.[2] “El despertar es, de hecho, una de las imágenes regulares de los primeros cristianos para expresar lo que pasa cuando el evangelio de Jesús afecta la conciencia de alguien”.[3] Con la resurrección de Cristo, la humanidad entera está invitada a despertar, y con ese despertar las puertas abiertas a la fe, a creer. No se trata de una fe sin fundamento sólido, por el contrario, se basa en la resurrección de Jesús, creyendo que fue Dios quien lo levantó de entre los muertos, quiso hacer algo así y lo hizo; creer es una confianza en ese Dios con amor y gratitud.[4]

Sin el ingrediente de la fe, orar es imposible.


Continuará…







[1] Temple en Green, Michael. La Iglesia Local, Agente de Evangelización. Buenos Aires: Nueva Creación. 1996, p.21
[2] N.T. Wright. 2012. Simplemente Cristiano. Miami: Vida, p.232
[3] Ibid
[4] Ibid, p.234

lunes, 23 de septiembre de 2013

Un Cafesito Con Dios

Un Cafesito Con Dios
la definición

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes haciendo extensas cadenas de monólogos, muchos de ellos algo aburridos (aquí entre nos), algunos vacíos, otros tan mecánicos que la superficialidad se los “ponía de ruana”. La mayoría de ellos, sin duda alguna, son sinceros, bien intencionados, irrumpen de corazones transparentes, en fin. Estas pobres observaciones no agotan la realidad, sencillamente nos invitan a re-considerar el seudónimo que damos a estos monólogos: oración. No afirmo que hayamos perdido siglos pretendiendo hacer oraciones sin lograrlo, sencillamente subrayo que entre teoría y práctica hace falta, en muchos casos, coherencia. Me explico. Si orar, según la sabiduría popular, es hablar con Dios, ¿por qué en nuestras oraciones Dios no habla? Pareciera que en la oración él está sentenciado a silenciarse, a escuchar; nosotros a hablar “hasta por los codos”, y entre más extensas nuestras palabras, se considera mejor oración. En este caso, Dios sólo tiene derecho a dar oídos y la obligación de actuar según lo que pedimos. ¿Es esto orar?

Abrámonos paso en la comprensión de lo que no es oración, para luego entendernos en lo que sí es y así disfrutarla extraordinariamente. En primer lugar, la oración no es un monólogo. Es decir, demasiada palabrería en la oración con ausencias de silencio y escucha.  No falta, desde siglos atrás, quienes “…imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios” (Mt 6.7). «¿Qué tipo de Dios es aquel que se impresiona principalmente por la mecánica y la estadística de la oración, y cuya respuesta está determinada por el volumen de las palabras que usamos y el número de horas que pasamos en oración?»[1] O peor aún, la recitación mecánica de vanas oraciones. El problema con estas oraciones no es la repetición, sino lo vano. La palabra griega usada por Jesús cuando dijo “vanas palabras” (Mt. 6.7), es battalogéo, que significa: parlotear, hablar sin mesura, verborrea.[2] Mejor dicho, Dios no atiende rezos sin sentido ni oraciones “carretudas”. Mire, «Cuando se recita, la oración se caracteriza por la velocidad. Oyendo a los componentes de ciertas asambleas que «dicen las oraciones», da la impresión de oír piedras que se precipitan ruidosamente, con movimiento acelerado, cuesta abajo por la pendiente de una montaña. Voces que se persiguen afanosamente, se atropellan, se adelantan, hasta la zambullida final y suspirada del «amén».»[3]

En segundo lugar, orar no es darle órdenes a Dios. He venido escuchando a personas orar en un tono imponente usando palabras como: “ahora mismo”, “exijo”, “decreto”,  “reclamo”, “ordeno”, “mando”; contrastando abismalmente con las palabras de Jesús: «Pidan, y se les dará;  busquen,  y encontrarán;  llamen,  y se les abrirá (Mt. 7.7).»

En tercer lugar, la oración no es la ventanilla por donde pagamos "un precio". Una “muletilla” dentro de cierta parte significativa del evangelicalismo latinoamericano es esta: -¡hay que pagar el precio!-. ¿Pagar el precio? ¿Hay algo que Dios esté vendiendo? Me sorprendo al intuir que con esa “muletilla” se refieren a la oración. No puedo negar que orando suceden cosas extraordinarias, pero ni siquiera la oración alcanza a pagarle a Dios su gracia, sus dones, su misericordia y su providencia en cada ser humano. La oración no paga: ¡pide y agradece! ¡Dios no vende ni está a la venta! ¡Él da y se da!

En cuarto lugar, la oración no es una tarea para hacer en casa por las noches, o en su defecto por las mañanas, o en la congregación. No es ajeno a nuestra experiencia cotidiana el ser testigos de algunos, quizá nosotros mismos, que sólo oramos en los cultos, en los devocionales también. Se ora en esos momentos creyendo haber cumplido. Uno no habla con un amigo por cumplir, se hace simplemente por lo que él es. No hablamos con Dios por cumplir, lo hacemos porque él es nuestro Padre, además amigo.

Faltando todo por decir respecto a lo que no es oración, digamos lo que sí es: La oración cristiana en una persona irrumpe cuando el evangelio de Cristo penetra hasta su corazón, transformando convicciones, voluntad, conductas, a fin de hacerle un creyente que agradece y disfruta la salvación por gracia, además responde asistido por el Espíritu Santo coherentemente a Dios con vida y palabras a lo que Él es, dice y hace en favor de la humanidad. En esa respuesta haya espacios para alabar, adorar, exaltar, agradecer, pedir, llamar, buscar, interceder a favor propio y de otros, de acuerdo a lo que está escrito en la Biblia, sujetándose a la voluntad divina, en el nombre de Jesucristo, para la gloria de Dios y bendición personal, como por quienes se ora.

Continuará…

©2013 Ed. Ramírez Suaza





[1] J. Stott. 1998. El Sermón del Monte. Certeza, p.166
[2] H. Balz & G. Schneider (Eds). 1998. Diccionario Exegético del NT. Tomo I. Salamanca, p.627
[3] A. Pronzato. 1995. Orar. Sígueme, p.18

sábado, 14 de septiembre de 2013

Una Vida Afortunada

Una Vida Afortunada

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi pasar por mis recuerdos un hermoso desfile de quienes han sido y son mis amigos. Me di el privilegio de ver aquellos que me brindaron amistad en las diferentes etapas de la vida. No logro olvidar a ninguno de ellos en la infancia, en especial a uno con dificultades serias para el habla. Su limitación nunca fue obstáculo para nuestra amistad, por el contrario, la superamos: nos inventamos nuestro propio lenguaje de señas, uno que solamente él y yo comprendimos abriéndonos las puertas del lenguaje, de la comunicación y de la comunión (“infortunadamente” aprendió lenguaje profesional de señas y ahora no le entiendo ni jota). Jamás olvidaré mis amigos en la adolescencia. Ah, esos que me hicieron “cuarto” con las niñas bonitas del barrio, esas que ni les saludaban (mucho menos a mí) y luego me hacían creer lo bien correspondido que eran mis sentimientos de parte de ellas. Ni hablar de los amigos de juventud. Ángeles en la tierra con toda la capacidad universal para perdonarme una y otra vez torpezas. Torpezas que ni menciono para evadirme vergüenzas. Y qué decir de mis amigos hoy, trocitos de Dios alrededor mío capaces de sonreírme sinceramente a pesar de mí mismo. 

Se me ocurrió darme el placer de verlos desde mis recuerdos y realidades, sintiéndome tentado a delatarles con nombres y apellidos, pero prefiero en esta oportunidad sentenciarlos al anonimato, sabrán ellos perdonarme de nuevo.

Ellos, mis amigos, fueron y son tesoros, belleza, arte viva, canción encarnada, verdad atrevida, sinceridad arriesgada, transparencia aventurada por el transitar de la vida. De las fortunas concedidas por el cielo a mi favor, la amistad es una de las que más valoro, agradezco y disfruto a plenitud. Aunque no puedo negarle la eterna deuda por sus lealtades, incondicionalidades, afectos, expresiones de amor. Ojalá pudiera pagarles sus perdones, sonrisas, compañía, oraciones, silencios, palabras… ¡Ojalá!

Dios me bendice con amigos de todos los colores, tamaños y demencias. Seguirle la corriente a cada uno es mi placer, aunque a veces no tenga ni la más remota idea de sus comprensiones, ideales, intelectualidades. Por ejemplo, cuando me hablan de política, fútbol, economía,  amores, novelas y cierto tipo de canciones. Pero hipnotizados con el aroma del café, ese que se bebe despacito pa’ que rinda el tiempo, no importa si nos comprendemos o no los desvaríos; importa que somos amigos. Así le hacemos cosquillas a la felicidad a ver si se ríe con nosotros otro ratito.

Y sí que se ríe, a estridentes carcajadas, no sólo con nosotros, también con Dios. Porque saben que de todos mis amigos, el más grande y a quien más amo es a él. Nunca lo busqué, él me halló. En la vida lo amé, él me amó. Jamás lo llamé, él me llamó. Nunca le pedí, el me dio. El amor más grande de un amigo Dios lo expresó en la maravillosa persona de Jesús. Él, el Hijo de Dios, dijo e hizo esto: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos (Jn. 15.13).» Y mucho antes de responderle a su invitación de amistad, ya me había tratado como amigo: me amó y se entregó por mí.

Ud. también puede ser amig@ de Dios, es cuestión de girar el corazón 1800 hasta estar cara a cara con él por la fe, recibir la gracia ofrecida en Cristo y comenzar a vivir en coherencia con esa amistad. Unos amigos de Job qué día le dijeron: -Vuelve ahora en amistad con Dios, y tendrás paz; Y por ello te vendrá bien- (Job 22.21). Este bonito consejo no aplica a la vida de Job, pero sí a la suya y a la mía.

©2013 Ed. Ramírez Suaza

miércoles, 21 de agosto de 2013

Ahí Estamos Pintaos

Ahí Estamos Pintaos
la historia en la que a Jesús le faltó poner mi nombre

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi un viejo granjero, con la mirada ya algo marchita porque los años hicieron de las suyas. La sonrisa intacta, sólo que las arrugas encontraron su protagonismo en esa cara tan saludada por el sol en cada alborada, la misma que  la luna besa al son del destemplado canto de los grillos cada noche. El viejo no sólo es buen granjero, es además un extraordinario padre de dos hijos, no tan extraordinarios como él, pero hijos al fin y al cabo.

Qué día, uno de esos cuando los arrebatos bailan reggaeton con la estupidez, el hijo menor viene a su padre reclamando lo que aún no le pertenece: la herencia. Eso es peor que un madrazo, es una cachetada cruel y la desfachatez más obscena de un hijo en vida a su padre. Aquel anciano pasa por alto la ofensa de su muchacho, saca su chorriada chequera de sopas y hace un uno seguido de unos cuántos ceros a la derecha. Los suficientes como para darse una vida de lujo por un buen tiempo. Con más dolor en su alma que en su mano, la extiende al vaivén que el maldito parkinson le hace temblar, preciso al encuentro de la mano descorazonada de su ingrato hijo, quien le arrebata el cheque con el descaro más repugnante hallado en una familia normal.

Sin un decente adiós se marcha el chico con “el mundo en sus manos”, por lo menos él así lo cree, a un país lejano. Uno lejos de su padre. Uno donde nadie le friegue la vida. Pero él mismo se la friega derrochando todo el dinero, como dijeran mis abuelos: “lo que nada nos cuesta, volvámoslo fiesta”. Y al día siguiente, después de gastar el último centavo, la vida le pasa la factura con creces incluidos. Los amigos se espuman milagrosamente, las novias desaparecen sin aparente explicación. Lo único que le queda es un par de mal olorientos pies y un sendero opcional para cuando desee regresar a casa. Por suerte, alcanza a trabajar en un criadero de cerdos con quienes ansiaba compartir la mesa; no la suya sino la de ellos. De repente logra hacer de tripas corazón y dice para sí mismo: -“¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.-

Con sus harapos de sobra sobre el hombro, emprende su camino de regreso a casa. Paso a paso se fue acercando hasta que la distancia fue mínima. A esa distancia, el padre ve una silueta harapienta quien a duras penas sostenía el ritmo de sus pasos. Él corre al encuentro de su andrajoso hijo, y sin dudarlo se arroja sobre sus hombros para besarle con frenesí. Entre sollozos sinceros su hijo logra decir, -Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo.- Pero este joven desconocía el perdón de su padre aún desde antes de regresar y ser aceptado con tanto amor. Como si fuese poco, el padre manda vestirle bien, le regala un anillo, le pone calzado y sorprendentemente improvisa una fiesta con la mejor comida, buena música y gratas compañías.

A pleno ocaso del día, el otro hijo del granjero regresa después de una larga jornada a casa. Escucha los ruidos de fiesta que irrumpen de su casa y no comprende. Alguien le explica y la noticia le cae como patada en el estómago: -tu hermano ha regresado, ¡y tu papá le hizo fiesta!- El hombre se indigna, le reclama al viejo, se hace rogar para entrar a la fiesta. Refriega en la cara de su padre los pecados de su hermano tratándolo además de alcahuete:  -malgasta tu dinero ¿y tú le celebras?-

El viejo alegre por el regreso de su hijo, se da cuenta que también había perdido su hijo mayor: ¡tiene mentalidad de jornalero! Es decir, tiene dos hijos pródigos. Uno harapiento por su estupidez, el otro mugriento por jornalero, pero ambos, hijos de un padre extraordinario.

Antes de continuar, ¿dónde va tu nombre en esta historia?



martes, 6 de agosto de 2013

La Prepago III

La Prepago III
toda una héroe de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una mujer de grata apariencia, de elegante paso y de cautivante fragancia. En su rostro aún quedaba pequeños rastros de sus ayeres, esos cuando comerciaba con besos, caricias y sexo. Pero no la vi en un burdel; vi su retrato en la sublime galería de los héroes de la fe (Hebreos 11). Sí, allí aparece al lado de titanes como Abraham, Moisés, David, Elías, Noé, entre otros. Creo yo que es la primera prepago que fue canonizada en la historia de la fe, mas no la última.

La Biblia es sorprendente, a veces chocante, y el Dios de la Biblia igual. Bien decía Brueggemann: “El Dios de la Biblia es lo más extraño que hay en la Biblia.”[1] Porque, ¿cómo es posible que una mujer de esa calaña esté en la memoria de la historia de salvación al lado de hombres y mujeres piadosos? ¿Cuáles son los requisitos para dar con ese privilegio divino? Porque, «La Iglesia Católica canoniza o beatifica solo a aquellos cuyas vidas estuvieron marcadas por el ejercicio de las virtudes heroicas y solo después de que esto ha sido probado por reputación conocida de santidad y por argumentos conclusivos […] la Iglesia no ve en los santos más que amigos y siervos de Dios cuyas vidas santas les hicieron merecedores en especial forma de Su amor».[2]

Estoy seguro que el catolicismo actual no canonizaría una prepago, pero la Biblia sí lo hizo. Recuerda que Rahab, aquella mujer de dudosa reputación en Jericó (Josué 2), no tenía en su hoja de vida un registro detallado de virtudes heroicas ni era conocida por su santidad, de hecho de santa no tenía nada, mucho menos era merecedora especial del amor de Dios. A una mujer así el vaticano la hubiese mandado a cremar en vida. Y no sólo el vaticano, el judaísmo la hubiese apedreado y el protestantismo sentenciado a pena de muerte; pero Dios la canonizó. Dios conocía de primera mano su profesión: ramera. Que de santa no tenía ni un pelo, tampoco méritos de Su amor, pero un día cualquiera ella creyó y le fue contado por justicia.

Como humanos siempre intentamos salvarnos a nosotros mismos por nuestros propios esfuerzos; intentando ser buenos para con Dios y así ganarnos el cielo. Desde nuestra perspectiva afectada por el pecado, los méritos desempeñan un papel importante entre nosotros y Dios. Pero desde el punto de vista del cielo, los méritos humanos no califican a favor de los hombres. Es por esto que Rahab no califica para nosotros como una digna de ser canonizada, sin embargo, en las Escrituras se le recuerda como una héroe de la fe. «La “fe” en cuestión es fe en “el Dios que levantó a Jesús de los muertos”.»[3] Esta irrumpe cuando se escucha el anuncio de la Palabra de Dios, el evangelio, que actúa poderosamente en los corazones de los oyentes,  “llamándolos” para creer a “obedecer” al evangelio.[4] Al creer en Jesús, Dios le perdona todo su pecado y lo hace miembro de su familia al declararlo justo.[5]

Esta fue la experiencia de Dios que sorprendió a Rahab y continúa sorprendiendo a muchos pecadores como ella, entre ellos yo. El Juez universal me declaró justo cuando al pie de la cruz de Cristo arrojé mi corazón ante él para ser perdonado, y aunque ya no apareceré en la galería de personas de fe en Hebreos 11, sí figuro en esa familia de creyentes y disfruto de todos los derechos, y sólo a través de la fe. Privilegio que Ud. puede abrazar si tan sólo se permite creer en el mensaje del evangelio, la proclamación del Dios verdadero definido en y por Jesucristo.[6]

fin






[1] Brueggemann, Walter. (2003). La Biblia, Fuente de Sentido. Barcelona: Claret. p.51
[2] http://ec.aciprensa.com/wiki/Beatificaci%C3%B3n_y_Canonizaci%C3%B3n#.Uf0YOdLrxfY
[3] N.T. Wright. El Estado de la Justificación
http://www.thepaulpage.com/Justificacion.pdf
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] N.T.Wright. El Verdadero Pensamiento de Pablo, p.141

jueves, 4 de julio de 2013

La Prepago II

La Prepago II
toda una héroe de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi en medio de una noche iluminada por luna llena a una prepago que hizo de su “consultorio” un refugio para dos espías israelíes extraordinariamente inexpertos cuando pretendían husmear en las tierras de Jericó. Su primera estación fue en un hostal en donde se ofrecían, entre otras cosas, servicios sexuales. La prepago al verlos correr peligro porque el rey de aquella ciudad ya sabía del espionaje aquel, entonces los esconde mientras engaña el FBI de su tierra. Luego, ya que su casa limitaba con el muro principal de la ciudad, pues con una cuerda los descolgó por la ventana para que estos tipos pudiesen escapar. Eso sí, sin olvidar el compromiso: -cuando vengan a poseer la tierra, tengan piedad de mí y de mi casa-. Y así fue (Josué 2). Luego las Sagradas Escrituras canonizan  a esta mujer en Hebreos 11.31 como una héroe de la fe. ¡Ni la madre Laura por dios!

Digamos atrevidamente que años en la prostitución y por ayudar un par de tontos espías se ganó el cielo. En una lectura superficial al libro de Josué 2, es posible llegar a una conclusión así de absurda; pero no fue ese acto heroico de salvarle la vida a un par de inexpertos lo que Dios recompensa en esta mujer; lo que la Biblia celebra de Rahab a pesar de ella misma, es su fe. No sé cómo ella se entera de las proezas del Dios de Israel para liberar de la opresión egipcia a su pueblo, como de las victorias milagrosas frente a otros pueblos más poderosos que los hebreos. Ella logra comprender la magnitud de estas experiencias divinas en Israel e inmediatamente su corazón se llena de admiración y confianza en el Dios de los israelitas y lo confiesa como el verdadero Dios y Señor en todo lo creado (Josué 2.9-11). Palabras más, palabras menos, esta prepago se llenó de fe.

¿Qué es fe?
Seamos francos. En América latina se nos enseñó a creer en la estampita, en el santo fulano de tal, en la virgen de la montaña aquella, en la aparición del cristo del pueblo ese, en el difunto canonizado por el vaticano, entre otros. Las gentes depositan su confianza en estas cosas, pero eso no es fe: es idolatría. ¿Qué es fe entonces? Me abro paso para mostrarle primero lo que la fe no es. La fe no es credulidad. “Ser crédulo es ser simple, carecer por completo de espíritu crítico, incapaz de discernir y aun irrazonable en lo que uno cree.”[1] La fe no es optimismo, mucho menos la actitud positiva que descansa sobre uno mismo. No es la fe “una preocupación religiosa general. Tampoco es la capacidad para creer varias afirmaciones improbables. Desde luego, no es una especie de candidez que pudiera separarnos del contacto con cualquier genuina realidad.”[2] Fe es estar seguro de lo que se espera; es estar convencido de lo que no se ve (Heb. 11.1), es confianza en Dios y solamente en Dios (Lutero), es un conocimiento firme y cierto del amor de Dios (Calvino).[3] Es la fe que oye la historia de Dios, incluido el anuncio de que Jesucristo es el verdadero Señor del mundo, y responde de corazón con una oleada de amor agradecido que dice: -Sí, Jesús es el Señor. Él murió por mis pecados. Dios le levantó de los muertos-.[4] Además, la fe da clara evidencia de que una nueva vida ha empezado. Es imposible después de creer ser igual. Y por una fe de esta naturaleza, Dios purifica el alma más sucia de pecado como la de Rahab, la tuya y la mía.


continuará...



[1] J. Stott. Creer Es También Pensar. (1977). p. 40
[2] N.T. Wright. Simplemente Cristiano. (2012). p.237
[3] Justo González. Diccionario Manual Teológico. (2010). p. 124
[4] Wright.

sábado, 22 de junio de 2013

La Prepago


La Prepago
toda una héroe de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una mujer que por esas cosas de la vida, a veces incomprensibles, descubrió que con su cuerpo a disposición inescrupulosa a los apetitos sexuales de hombres compradores de besos y noches apasionadas podría obtener, quizá, mejores beneficios económicos. Y sí, es una prepago. Ella no ama, finge amar. Ella siente asco hacia cada hombre que la acaricia, pero simula placer. Siente náuseas con cada beso pervertido, pero le hace creer al tipo disfrute. En la ducha toma la estopa frotando su cuerpo con fuerza, pretendiendo borrar inclusive las huellas dolorosas que quedan en el alma. Al finalizar cada noche recoge en su cartera el dinero, fruto de su trabajo, y se engaña así misma tratando de persuadirse que por esos billetes vale la pena volver la noche siguiente.

La historia de esta prepago se encuentra en la Biblia: Josué 2. Le hago partícipe de la historia en una versión sencilla, resumida y fiel: En una noche cualquiera llegaron dos tipos israelitas  a un bar en Jericó, tontos espías internacionales en busca de información valiosa. Digo tontos, porque apenas llegaron a aquel país ya el rey sabía de su presencia en el bar de la prepago. Ni siquiera eran sospechas, estaba ya seguro. ¡Qué espías estos! Digo bar, aunque es más probable que fuese un hostal, un albergue para pasar la noche. ¡Un hostal con prostituta incluida![1] Estos dos hombres no mostraron el más mínimo interés en los servicios sexuales de la prepago, aunque ya es mejor que empecemos a llamarla por su nombre: Rahab. El rey de aquella ciudad inmediatamente enterado de la presencia de los espías israelitas en el hostal de Rahab manda órdenes: -Echa fuera a los hombres que han entrado en tu casa, pues vinieron a espiar nuestro país.- Ella responde de manera sorprendente, -Es verdad que unos hombres vinieron a mi casa, pero no me enteré de dónde eran. Como ya era de noche, esos hombres salieron cuando ya se iba a cerrar la puerta de la ciudad, y no sé a dónde se fueron. Si van tras ellos, tal vez los alcancen-.

Los mensajeros del rey emprendieron su búsqueda de esos enigmáticos espías, la orden era capturarlos inmediatamente. Pero los espías estaban escondidos en la azotea de aquel sensual hostal. ¡Qué belleza de espías! Mira, se supone al llegar a un país como espías nadie de enterarse de su presencia. Al instante el rey se entera de su llegada y el lugar específico donde se hospedan. Son muy ocurrentes, se alojan donde se compran servicios sexuales. El menos indicado para unos espías profesionales. Al llegar los hombres del rey los espías no saben cómo proceder, tiene que ser la prostituta quien solucione el problema. Como si fuera poco, ella los esconde en la azotea de su hostal, y estos tipos se estaban durmiendo. ¡Ni que fueran colombianos!

De repente, ella interrumpe sus bostezos y hace una confesión extraordinaria: -Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra. Todos los habitantes del país les tienen miedo. Sabemos que, cuando ustedes salieron de Egipto, el Señor hizo que el Mar Rojo se secara al paso de ustedes… Por eso les ruego que me juren por el Señor, que así como yo he tenido misericordia de ustedes, también ustedes la tengan con la casa de mi padre…-

Esta mujer no está interesada en venderle sus besos, y hasta más, a estos dos inexpertos espías; sólo quiere ser correspondida en su demostración de misericordia. Todo lo que ella hizo para salvarles la vida a estos dos es la gran demostración de su conocimiento, aunque de oídas, del Dios de Israel como también de misericordia para con estos dos tontos. Ella sabe que Dios dará esas tierras de Jericó a Israel, por lo tanto pide que cuando eso suceda sea tratada con la misma bondad que les ha brindado y se les garantice protección a ella y a toda su casa. Esta prepago no sólo resultó astuta; es una extraordinaria creyente en Dios, el único verdadero Señor en los cielos y en la tierra.

Continuará…
  





[1] Milton Acosta. El Humor en el AT. 2009, p.115-116

domingo, 9 de junio de 2013

Sexo Con Ángeles III

Sexo Con Ángeles III
y vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas

Faltándolo todo por decir respecto a los ángeles en este escrito, ofrezco dos apreciaciones canónicas a este asunto. La primera es jesuana. En el evangelio de Mateo, Jesús revela que los ángeles no contraen nupcias en el cielo (22.30), pero no niega que sean seres sexualmente potenciales. La segunda es epistolar. Tanto Pedro como Judas en sus cartas universales hacen mención a unos ángeles condenados a prisiones profundas y oscuras, con un juicio ya sentenciado y en parte ejecutado (1 Pd. 2.4). Pedro aparentemente no arroja pistas sobre cuál fue el pecado de los ángeles, sencillamente pone en orden cronológico tres juicios divinos: los ángeles, el diluvio y la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra. Esto permite intuir que se trata de los ángeles del Génesis 6. Judas por otra parte, sí es un poco más diciente al abordar el tema de unos ángeles caídos (v. 6): «Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propio hogar,…» ¿Cómo entender estas palabras? …¿Será que el hecho de no guardar su dignidad tiene relación alguna con Génesis 6? Parece que no es mucho lo que podemos decir, simplemente que, éstos “ángeles caídos no guardaron el lugar originario que correspondía a su naturaleza y que Dios les había confiado” (Deiros, 1992, p. 328).

Los paralelos verbales entre 1 Enoc y la Epístola de Judas demuestran que Judas conocía el contenido de este libro apócrifo (Kistemaker, 1994, p. 434). Observemos:

1 Henoc
Judas
[Los ángeles] han abandonado el alto cielo, el santo y eterno lugar. (12:4) ¡Ata a Azazel de pies y manos (y) arrójalo a la oscuridad! (10:4) bajo oscuridad (v. 6b) para que sea enviado al fuego en el gran día del juicio (10:6)
Y a los ángeles que no mantuvieron su puesto de autoridad sino que abandonaron su propio hogar (v. 6a) los tiene guardados con cadenas eternas para el juicio del gran Día. (v. 6c)

Aunque el lenguaje de la Epístola de Judas se parece en lo verbal a los pasajes seleccionados de 1 Enoc, Judas no presenta ninguna evidencia que su intención es decir que los ángeles caídos son los “hijos de Dios” que se unieron a “las hijas de los hombres” (Gn. 6:2). Judas conoce esta interpretación, pero notamos que no endosa esta idea en su epístola (Kistemaker).

Tanto Pedro como Judas no están interesados en ofrecer detalles del pecado de los ángeles, su pluma sólo se interesa mostrar contundentemente que Dios también hace justicia, que castiga la maldad de sus criaturas.

El texto de 1 Henoc surge, igual que otros textos apocalípticos, de unos autores con profunda sensibilidad espiritual, además dotados para producir obras literarias en las que expresaron una esperanza para Israel (Aranda, García y Pérez, 1996, p. 272), como también alertaron a su pueblo de todos aquellos pecados que empañaban la fidelidad al Dios de la esperanza.


Es probable que el autor del libro de los vigilantes, incluido en el 1 Henoc, albergara en su intención que el relato, al parecer surgido de un ejercicio hermenéutico a Génesis 6, exhortara a sus contemporáneos a no practicar, entre otros pecados, la inmoralidad sexual. Igual que Judas y Pedro, expone los juicios divinos ejecutados a los hombres y ángeles que desobedecieron a Dios, advirtiendo que ellos no serán ajenos a esa experiencia si no ajustan sus vidas en una vida moral coherente con la esperanza que alberga el pueblo de la alianza.

Fin




LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...