Diciembre
Huele Mal
cuando gastamos el dinero en lo que no es pan
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes gastando su dinero en lo que no
alimenta y su sueldo en lo que no sacia (Isaías 55.2). Lo más lamentable: en su mayoría de escasos recursos.
El libro del profeta
Isaías se organiza en tres secciones principales: 1). 1-39, donde el profeta
marca la exigencia de justicia y lealtad al Señor, “el santo de Israel”. 2).
40-55, La teología del profeta es más profunda
y relata los oráculos con más recursos poéticos. Concibe su obra como un
segundo éxodo, como una experiencia divina de liberación. Y 3). 56-66, es un
pasaje donde irrumpen paradojas proféticas: la preocupación del presente y la
esperanza futura. La denuncia de pecado y las profecías de aliento. El
desencanto presente y la expectación escatológica. La apertura a los
extranjeros y la condena sin matices.[1]
Es un libro fascinante.
Isaías 55.2 se ubica
al final de la segunda sección, donde la justicia brillaba por su ausencia
dentro del pueblo de Dios, las lealtades a él se evaporan en la realidad.
Israel empieza a experimentar, luego de un exilio doloroso en Babilonia, un
retorno a casa, a su tierra, a su fe, a sus costumbres, al hogar. Pero
persisten algunas incoherencias, entre ellas, la de gastar el dinero en lo que
no es pan y el salario en lo que no sacia. Peor aún, son personas que no
tienen, y cuando tienen carecen de inteligencia financiera. Así dice Isaías
55.1: «¡Vengan a comprar y a comer los que
no tengan dinero!» La invitación a comprar gratis es para quienes no tienen ni
un centavo, y a ellos mismos les reclama en el verso 2 «¿Por qué gastan dinero
en lo que no es pan, y su salario en lo que no satisface?»
Esa pregunta
profética tiene resonancia hoy: ¿Por qué derrochan sus finanzas? Los
colombianos somos testigos de los dinerales que se despilfarran en nuestros
pueblos en la rumba, licor, drogas, festejos extravagantes e inmorales por
encima de las necesidades básicas de la vida humana: alimento, salud, vestido,
vivienda, recreación, en fin.
La pregunta de
Isaías nos sacude fuerte cuando las gentes se desembocan en compras
compulsivas, donde el adquirir satisface el ego vacío de una identidad ficticia
o simplemente consigue “bienes-pantalla”, meras fachadas que lo descalifican
para relacionarse humanamente.[2]
La insensatez brilla cuando a esto ajustamos que es a crédito: llévelo hoy, pague mañana. Al terminar
de pagar, el producto ya es obsoleto, y el descontento en el corazón se hace
más profundo.
Otra cara de la
misma realidad la tienen muchos que sobreviven con el injusto salario mínimo o
quizá con menos, al darle prioridad en sus finanzas a “rumbiarse” hasta la
caída de un traste, ¡lo cual es más injusto! ¿Y qué de la vida?
No pretendo
trasquilar felicidad de la existencia, ¡de ninguna manera! La Biblia dice: «no hay nada mejor que comer
y beber y gozar, cada día de nuestra vida, del fruto del trabajo con que nos
agobiamos bajo el sol. Ésa es la herencia que de Dios hemos recibido» (Eclesiastés
5.18). Disfrutar la vida con el fruto honesto de nuestro trabajo es un regalo
divino (Ecl. 5.19b), manteniendo presente la abismal diferencia que hay entre
disfrutar y malgastar. No es lo mismo.
La necedad se delata
en el derroche, en darle prioridad a la banalidad y vanidad; la sabiduría en el disfrute de la vida como regalo
divino.
Que estas fiestas de
fin de año se nos vuelvan el pretexto perfecto para salir al encuentro de Dios
hecho humano (Isaías 55.6); y no en la perversa justificación para el derroche
y festejos vacíos de Dios y mundanales.
¡Felices fiestas!
©2013 Ed. Ramírez Suaza
©2013 Ed. Ramírez Suaza