lunes, 23 de septiembre de 2013

Un Cafesito Con Dios

Un Cafesito Con Dios
la definición

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes haciendo extensas cadenas de monólogos, muchos de ellos algo aburridos (aquí entre nos), algunos vacíos, otros tan mecánicos que la superficialidad se los “ponía de ruana”. La mayoría de ellos, sin duda alguna, son sinceros, bien intencionados, irrumpen de corazones transparentes, en fin. Estas pobres observaciones no agotan la realidad, sencillamente nos invitan a re-considerar el seudónimo que damos a estos monólogos: oración. No afirmo que hayamos perdido siglos pretendiendo hacer oraciones sin lograrlo, sencillamente subrayo que entre teoría y práctica hace falta, en muchos casos, coherencia. Me explico. Si orar, según la sabiduría popular, es hablar con Dios, ¿por qué en nuestras oraciones Dios no habla? Pareciera que en la oración él está sentenciado a silenciarse, a escuchar; nosotros a hablar “hasta por los codos”, y entre más extensas nuestras palabras, se considera mejor oración. En este caso, Dios sólo tiene derecho a dar oídos y la obligación de actuar según lo que pedimos. ¿Es esto orar?

Abrámonos paso en la comprensión de lo que no es oración, para luego entendernos en lo que sí es y así disfrutarla extraordinariamente. En primer lugar, la oración no es un monólogo. Es decir, demasiada palabrería en la oración con ausencias de silencio y escucha.  No falta, desde siglos atrás, quienes “…imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios” (Mt 6.7). «¿Qué tipo de Dios es aquel que se impresiona principalmente por la mecánica y la estadística de la oración, y cuya respuesta está determinada por el volumen de las palabras que usamos y el número de horas que pasamos en oración?»[1] O peor aún, la recitación mecánica de vanas oraciones. El problema con estas oraciones no es la repetición, sino lo vano. La palabra griega usada por Jesús cuando dijo “vanas palabras” (Mt. 6.7), es battalogéo, que significa: parlotear, hablar sin mesura, verborrea.[2] Mejor dicho, Dios no atiende rezos sin sentido ni oraciones “carretudas”. Mire, «Cuando se recita, la oración se caracteriza por la velocidad. Oyendo a los componentes de ciertas asambleas que «dicen las oraciones», da la impresión de oír piedras que se precipitan ruidosamente, con movimiento acelerado, cuesta abajo por la pendiente de una montaña. Voces que se persiguen afanosamente, se atropellan, se adelantan, hasta la zambullida final y suspirada del «amén».»[3]

En segundo lugar, orar no es darle órdenes a Dios. He venido escuchando a personas orar en un tono imponente usando palabras como: “ahora mismo”, “exijo”, “decreto”,  “reclamo”, “ordeno”, “mando”; contrastando abismalmente con las palabras de Jesús: «Pidan, y se les dará;  busquen,  y encontrarán;  llamen,  y se les abrirá (Mt. 7.7).»

En tercer lugar, la oración no es la ventanilla por donde pagamos "un precio". Una “muletilla” dentro de cierta parte significativa del evangelicalismo latinoamericano es esta: -¡hay que pagar el precio!-. ¿Pagar el precio? ¿Hay algo que Dios esté vendiendo? Me sorprendo al intuir que con esa “muletilla” se refieren a la oración. No puedo negar que orando suceden cosas extraordinarias, pero ni siquiera la oración alcanza a pagarle a Dios su gracia, sus dones, su misericordia y su providencia en cada ser humano. La oración no paga: ¡pide y agradece! ¡Dios no vende ni está a la venta! ¡Él da y se da!

En cuarto lugar, la oración no es una tarea para hacer en casa por las noches, o en su defecto por las mañanas, o en la congregación. No es ajeno a nuestra experiencia cotidiana el ser testigos de algunos, quizá nosotros mismos, que sólo oramos en los cultos, en los devocionales también. Se ora en esos momentos creyendo haber cumplido. Uno no habla con un amigo por cumplir, se hace simplemente por lo que él es. No hablamos con Dios por cumplir, lo hacemos porque él es nuestro Padre, además amigo.

Faltando todo por decir respecto a lo que no es oración, digamos lo que sí es: La oración cristiana en una persona irrumpe cuando el evangelio de Cristo penetra hasta su corazón, transformando convicciones, voluntad, conductas, a fin de hacerle un creyente que agradece y disfruta la salvación por gracia, además responde asistido por el Espíritu Santo coherentemente a Dios con vida y palabras a lo que Él es, dice y hace en favor de la humanidad. En esa respuesta haya espacios para alabar, adorar, exaltar, agradecer, pedir, llamar, buscar, interceder a favor propio y de otros, de acuerdo a lo que está escrito en la Biblia, sujetándose a la voluntad divina, en el nombre de Jesucristo, para la gloria de Dios y bendición personal, como por quienes se ora.

Continuará…

©2013 Ed. Ramírez Suaza





[1] J. Stott. 1998. El Sermón del Monte. Certeza, p.166
[2] H. Balz & G. Schneider (Eds). 1998. Diccionario Exegético del NT. Tomo I. Salamanca, p.627
[3] A. Pronzato. 1995. Orar. Sígueme, p.18

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