Una Vida
Afortunada
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa, vi pasar por mis recuerdos un hermoso
desfile de quienes han sido y son mis amigos. Me di el privilegio de ver
aquellos que me brindaron amistad en las diferentes etapas de la vida. No logro
olvidar a ninguno de ellos en la infancia, en especial a uno con dificultades
serias para el habla. Su limitación nunca fue obstáculo para nuestra amistad,
por el contrario, la superamos: nos inventamos nuestro propio lenguaje de
señas, uno que solamente él y yo comprendimos abriéndonos las puertas del
lenguaje, de la comunicación y de la comunión (“infortunadamente” aprendió
lenguaje profesional de señas y ahora no le entiendo ni jota). Jamás olvidaré
mis amigos en la adolescencia. Ah, esos que me hicieron “cuarto” con las niñas
bonitas del barrio, esas que ni les saludaban (mucho menos a mí) y luego me
hacían creer lo bien correspondido que eran mis sentimientos de parte de ellas.
Ni hablar de los amigos de juventud. Ángeles en la tierra con toda la capacidad
universal para perdonarme una y otra vez torpezas. Torpezas que ni menciono
para evadirme vergüenzas. Y qué decir de mis amigos hoy, trocitos de Dios
alrededor mío capaces de sonreírme sinceramente a pesar de mí mismo.
Se me ocurrió darme
el placer de verlos desde mis recuerdos y realidades, sintiéndome tentado a
delatarles con nombres y apellidos, pero prefiero en esta oportunidad
sentenciarlos al anonimato, sabrán ellos perdonarme de nuevo.
Ellos, mis amigos,
fueron y son tesoros, belleza, arte viva, canción encarnada, verdad atrevida,
sinceridad arriesgada, transparencia aventurada por el transitar de la vida. De
las fortunas concedidas por el cielo a mi favor, la amistad es una de las que
más valoro, agradezco y disfruto a plenitud. Aunque no puedo negarle la eterna
deuda por sus lealtades, incondicionalidades, afectos, expresiones de amor. Ojalá
pudiera pagarles sus perdones, sonrisas, compañía, oraciones, silencios,
palabras… ¡Ojalá!
Dios me bendice con
amigos de todos los colores, tamaños y demencias. Seguirle la corriente a cada
uno es mi placer, aunque a veces no tenga ni la más remota idea de sus
comprensiones, ideales, intelectualidades. Por ejemplo, cuando me hablan de
política, fútbol, economía, amores, novelas
y cierto tipo de canciones. Pero hipnotizados con el aroma del café, ese que se
bebe despacito pa’ que rinda el tiempo, no importa si nos comprendemos o no los
desvaríos; importa que somos amigos. Así le hacemos cosquillas a la felicidad a
ver si se ríe con nosotros otro ratito.
Y sí que se ríe, a estridentes
carcajadas, no sólo con nosotros, también con Dios. Porque saben que de todos
mis amigos, el más grande y a quien más amo es a él. Nunca lo busqué, él me
halló. En la vida lo amé, él me amó. Jamás lo llamé, él me llamó. Nunca le
pedí, el me dio. El amor más grande de un amigo Dios lo expresó en la
maravillosa persona de Jesús. Él, el Hijo de Dios, dijo e hizo esto: «Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos (Jn. 15.13).» Y
mucho antes de responderle a su invitación de amistad, ya me había tratado como
amigo: me amó y se entregó por mí.
Ud. también puede
ser amig@ de Dios, es cuestión de girar el corazón 1800 hasta estar
cara a cara con él por la fe, recibir la gracia ofrecida en Cristo y comenzar a
vivir en coherencia con esa amistad. Unos amigos de Job qué día le dijeron: -Vuelve
ahora en amistad con Dios, y tendrás
paz; Y por ello te vendrá bien- (Job 22.21). Este bonito consejo no aplica a la
vida de Job, pero sí a la suya y a la mía.
©2013 Ed. Ramírez
Suaza