Un
Cafesito Con Dios II
la comprensión
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes queriendo tomarse un cafesito
con Dios. Lo digo porque nada más grato que poder dialogar con alguien entre
aromas de café, obviamente colombiano. ¡Ese es el preferido de Dios! Orar entre
sorbos de café es una maravilla. A pesar de que mucha gente quiere el cafesito
con Dios, no todos lo logran.
En el peregrinaje de
la vida, los seres humanos experimentamos la necesidad de acudir a una persona
para ser escuchados, ayudados, consolados, en fin. Pero albergamos la esperanza
de que esa persona no sea humana; idealizamos a alguien supremo, supra-real,
divino, eterno, infinito, inmutable; mejor dicho, Dios. En una mirada de
“re-ojo” a las huellas históricas del hombre, es evidente que, si no conocen a
Dios se inventan uno, o en su defecto le atribuyen divinidad a algo o a
alguien. Somos conscientes, para muchos de manera inexplicable, de una realidad
divina creadora de la nuestra, quien además de señorearla la sustenta y la
direcciona a su propósito perfecto.
No resulta vanamente
ilusorio que los seres racionales de este mundo necesiten relacionarse con su
creador, porque es realmente posible por medio de la oración. Muchos son
quienes pretendan o presuman de orar, mas no todos oran.
El punto de partida
para ese cafesito con Dios es la escucha. Para que una oración sea realmente
posible, el potencialmente orante necesita escuchar acerca del Dios verdadero
que se dio a conocer en la maravillosa persona de Jesús Nazareno. Sí, necesita
que se le presente a Jesucristo en el poder del Espíritu Santo, de manera que
llegue a poner su confianza en Dios por medio de él, a aceptarle como su
Salvador y a servirle como a su Rey en la comunión de la Iglesia.[1] Esa persona
necesita escuchar la historia de salvación y cómo puede ser beneficiado de ella
por la gracia que ofrece Dios en su Hijo Cristo. Todos los pecadores
necesitamos escuchar esa historia para creer, y creyendo ser salvos del poder,
las consecuencias y la presencia del pecado en nuestras vidas.
Escuchar esa
historia para permitir que desde el centro de la existencia personal germine la
fe en Jesucristo, se convierte en el primer acercamiento de
oración, para luego responder a Dios, asistido por el Espíritu Santo,
coherentemente con vida y palabras a lo que Él es, dice y hace en favor personal
y de la humanidad.
Sin este punto de
partida, orar no es orar. Puede ser una verborrea harta, rezos vacíos, palabras
huecas, ruido religioso; pero jamás oración. Sin la cruz de Cristo pendiendo
entre Dios y tú, orar será el eufemismo para referirnos a la hipocresía, la
vana repetición, la incongruencia devocional, la espiritualidad barata y falsa.
Mencionando la cruz de Cristo no hago referencia a un trozo de madera con un
travesaño; sino a un evento histórico en la persona de Jesús quien a través de
su muerte y resurrección nos abrió las puertas del cielo de par en par a fin de
hacer posible el acercarnos ante el trono de la gracia confiadamente. Digo
hasta el trono celestial, porque la oración realiza una intercesión entre el
cielo y la tierra, los conecta, los acerca.
Siendo el punto de
partida a la oración la escucha, el siguiente es creer.
¿Cómo despierta Ud.?
Pocos tienen el gusto de despertar en plácida calma. El
despertar se les da gradualmente, sin afanes ni agendas que cumplir. Simplemente
la dicha de despertar. Pero muchos otros despiertan cada mañana asustados,
sobresaltados por el ruido de la alarma, con sus ojos aún agotados,
soñolientos; con un “costalao” de responsabilidades a cuestas, no tan alegres
ni agradecidos con el nuevo amanecer.
Despertar es una de
las descripciones usadas por la Biblia para describir el suceso de la
intervención de Dios en la vida de alguien.[2]
“El despertar es, de hecho, una de las imágenes regulares de los primeros
cristianos para expresar lo que pasa cuando el evangelio de Jesús afecta la
conciencia de alguien”.[3]
Con la resurrección de Cristo, la humanidad entera está invitada a despertar, y
con ese despertar las puertas abiertas a la fe, a creer. No se trata de una fe
sin fundamento sólido, por el contrario, se basa en la resurrección de Jesús,
creyendo que fue Dios quien lo levantó de entre los muertos, quiso hacer algo
así y lo hizo; creer es una confianza en ese Dios con amor y gratitud.[4]
Sin el ingrediente
de la fe, orar es imposible.
Continuará…