jueves, 20 de diciembre de 2012

Yo No Olvido Al Año Viejo


    



Por estos días es muy sonada en mi tierra la canción que reza así:
Yo no olvido al año viejo porque me ha dejao cosas muy buenas: me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra…

A decir verdad yo tampoco olvido al año viejo; aunque a mí no me dejó una chiva ni una burra ni una yegua; sí me dejó una buena suegra “pero no tanto” como pa’ estarla cantando a los cuatro vientos. 

«…Me dejó. Me dejó. Me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas…». 

¿Qué me dejó el año viejo? 
Me gustaría que se respondiera ésta pregunta, ¿qué me dejó el año viejo? No pienso hacer teología de esta canción, simplemente quiero que piensen en esto, ¿qué te dejó?

A mí me dejó recuerdos multicolores: me dejó las marcas del borde de la muerte y lo despiadado que es el ser humano sin Cristo. Este año me dejó gastada la espada de tantas batallas libradas en los callejones de mi existencia. Me dejó lágrimas abandonadas en los desiertos que por fin cruzamos y unas cuantas cicatrices de la travesía de la vida. Mas todas las penurias vistas en contexto con cada respirar, me veo en la obligación de cantar «…Me dejó. Me dejó. Me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas…». Me dejó mil y una razones para ser agradecido: gracias a Dios. Gracias a la vida. Gracias a la naturaleza. Gracias a la familia. Gracias a los amigos. Ni modo de hacer menciones de cada por qué de mis gratitudes porque son innumerables.

Me dejó la fascinante experiencia de vivir otra vez: respirar, soñar, cantar, llorar, suspirar, amar, odiar, perdonar, ser perdonado, orar, leer, escribir, correr, jugar, recapacitar, aprender, comer, dormir, hacer, trabajar, descansar, visitar, servir, destruir, nadar (en mi caso, por lo menos intentarlo), viajar… ¡qué bella es la vida!

Me dejó sorprendido. Bueno, en realidad quien me sorprendió en cada amanecer fue Aquel quien jamás deja de sorprender la humanidad: Jesucristo. Él se encargó de traerme lo inesperado, lo impensable, lo imposible, lo sorprendente: ubicó en perspectiva correcta mis caminos, enderezó mis pasos, soñó correctamente mis sueños, giró mi corazón hacia él, me enseñó a pensar y atravesó mis propósitos con sus razones de vivir; me llevó a la otra orilla cada vez que me di por vencido. En fin.

Me dejó encantado. Sí, es una manera de decir feliz. El año viejo trajo más alegrías que tristezas, más triunfos que derrotas, más perdones que ofensas, más chistes que chismes, más besos que piedras, más amigos que adversarios, más abrazos que desprecios, más frutas frescas que necesidades, más canciones que vergüenzas, más regalos dados que recibidos. Y aunque la felicidad no siempre se compone de lo egoístamente anhelado, todas sus manifestaciones encantaron el alma mía de este maravilloso don de la vida.

Me dejó sueños. El año viejo me dejó sueños realizados, otros en proceso, otros prescindidos, otros empezados, otros nuevos. Ah, y con ellos la fuerza para emprender, para luchar, para despertar. Es que soñar de brazos cruzados no sirve de nada, no vale la pena. Los sueños verdaderos ampollan los dedos, encallecen las manos, fatigan las fuerzas sin agotarlas, despiertan el compromiso y sacuden la pereza. ¡Guárdeme Dios de soñar con mis brazos cruzados!

¡Ay, yo no olvido al año viejo! como siempre estaré pendiente de no olvidar lo verdaderamente importante: ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias. El Señor te rescata de la muerte, y te colma de favores y de su misericordia. El Señor te sacia con los mejores alimentos para que renueves tus fuerzas, como el águila (Salmo 103).

¡Yo no olvido al año viejo y ninguna de las bendiciones del Señor!

©2012  Ed. Ramírez Suaza



jueves, 6 de diciembre de 2012

Blanca Navidad


Blanca Navidad

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa busqué la “Blanca Navidad”, la busqué con entusiasmo, con las ganas de un niño atado a la inocencia, como buscan las guacamayas las cúspides de los silvestres árboles amazónicos; así te busqué Blanca Navidad. La encontré, aunque casi que no se deja ver. La encontré relegada, ignorada, opacada por las muchas luces que encienden mis coterráneos en honor a otra, a una falsa navidad. Mi ciudad, bien llamada La Ciudad de la Eterna Primavera, se enciende de luces vacías; brillantes en lo tangible pero oscuras en las realidades del corazón humano. Luces vacías de integridad. Vacías de Jesús. Vacías de la cruz. Vacías de verdad. Vacías del amor fraterno y filial. Vacías de compasión. Vacías de esperanza.

Es una falsa navidad porque se desplaza por completo al protagonista de la verdadera Navidad. Si el papa Benedicto XVI dejó sin vaca y sin burro al pesebre; otros lo han dejado sin Jesús, sin María, sin José, sin los reyes magos; se ha hecho del pesebre un circo, un bar, una cantina, una plaza de mercado, un altar al ruido vano. Cuando voy al pesebre de la Biblia coincido con Benedicto XVI en no encontrar allí burros ni vacas; como tampoco encuentro botellas de guaro “adornando” sus ángulos ni parlantes a todo dar con guascas cuyas letras no dejan de profanar la Navidad con su doble sentido. En el pesebre no encuentro prostitución ni humo de marihuana o cualquier otro tabaco. En el pesebre no encuentro esos inmensos estantes de “promociones” desembocando las gentes al derroche financiero. En el pesebre encuentro un silencio que elogia la voz de María: -Aquí tienes a la sierva del Señor…- Encuentro en el pesebre la obediencia de José, la adoración verdadera de unos magos, como también el cántico de los ángeles y el regocijo de unos pastores de Belén; verdadera composición del Pesebre en la primera y genuina Navidad.

La Navidad primera era blanca, no por la nieve que nos pintó las aguas negras de Coca-Cola; sino por la pureza humana en aquel humilde lugar. Nació quien haría posible la solución a este problema: ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana! (Is. 1.19). ¡Eso es! La Navidad es blanca y blanquea, quien se acerca a Jesús con franqueza reconociendo su condición de pecador quedará blanco como la nieve, como la lana; “como la pulpa de coco”, así decía un viejo amigo. Por esta razón nos resulta a unos pocos blanca la Navidad.

Esta Blanca Navidad es pobre en notoriedad, carente de popularidad, ausente en la publicidad canibalesca del siglo XXI, escondida en algunos templos y débil en algunos casos (por no decir personas). Cristo nació en un establo porque no encontró lugar en la posada; como al parecer le cuesta hallar lugar hoy. Cristo nació en un pesebre para hacer posible lo imposible: el perdón de nuestros pecados, la salvación de la humanidad y la creación de un mundo nuevo. «… en el pesebre [...]. Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en ella [...], ama lo que está perdido, lo que no es considerado, lo insignificante, lo que está marginado, débil y abatido. Donde los hombres dicen «perdido», él les dice «salvado»; donde los hombres dicen «no», él les dice «sí».[1] Donde se dijo, esto está hecho un caos; él dijo: vine a hacer nuevas todas las cosas.

¡Por fin te vi Blanca Navidad!




[1] Navidad con Dietrich Bonhoeffer. (Spanish). (2005). Humanitas (07172168), 40(10), 504-508.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Me Enamoré ¡y qué hacemos pues!


Me Enamoré
¡y qué hacemos pues!

¡Volví a suspirar como lo hacen los enamorados! ¡y qué hacemos pues! Ellos suspiran dando fragancia a esas melodiosas palabras que llegan a sus corazones en la dulce voz de su enamorad@, así no sea sexy; con el recuerdo de los besos y el sueño de un abrazo fundidor,  eterno. Más profundo volví a suspirar; ¡y qué hacemos pues! Si cuando un@ joven se enamora siente perder el control de la intensidad de amar, así me he estado sintiendo.

Nunca había estado en un encuentro de Jóvenes Adultos Solteros, mucho menos como conferencista invitado. Aunque no eran la cantidad de jóvenes esperados, quienes estuvimos lo hicimos con todo el corazón, permitiendo además que la vida nos entretejiera con lazos de amistad sincera, diáfana. Entre ellos, el soltero más cotizado de la historia: Jesús. Sí, a penas con 30 años de edad empezó su vida pública ¡y de qué manera! Su primer discurso registrado, además de ser el primer discurso en nuestro encuentro, fue sobre la felicidad (Mateo 5.1-16). Claro está, no se trata de esa vida que propone el sistema mundanal vacía; se trata de la felicidad verdadera, profunda, inamovible, perdurable. El primer discurso en el Nuevo Testamento es sobre la felicidad, señalando el único camino a la única felicidad posible al ser humano. Más sorprendente aún, es el discurso de un Joven Adulto Soltero que es plenamente feliz. Esto me enamoró, ¡y qué hacemos pues!

En muchos casos la felicidad es vista como un privilegio de los dioses huyendo de los humanos, escondiéndose de nosotros ¿dónde estás felicidad?, vacilándonos en el peregrinaje de la vida, haciéndonos ilusiones para luego burlarse de nosotros. Se ha visto la felicidad como esa dicha que hay que perseguir toda la vida; pero qué grasso error concebir la felicidad de esa tan lamentable manera. El Salmo 23.6 dice, La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida;… (NVI), la palabra traducida en este verso como bondad en el hebreo es “tôb” que, entre otras cosas significa felicidad. Sin ningún inconveniente podemos traducir así: La felicidad y el amor me seguirán todos los días de mi vida;… Esto me enamoró, ¡y qué hacemos pues! Porque la única felicidad dispuesta al ser humano no es para perseguirla; ¡es para ser perseguidos por ella! Ahora la vida me ha hecho “fugitivo de la felicidad”. Ella me busca, me persigue, se me atraviesa, me captura, me cautiva, me realiza, me empuja, si se quiere, hasta el lugar de la absoluta felicidad: la presencia de Dios (Salmo 23.6). Me enamoré, ¡y qué hacemos pues!

Amig@ mí@, hoy la felicidad se nos hizo quimera en el afán de tener, de escalar en la pirámide social, en aparentar belleza y estilo; pero el hombre más feliz que ha pisado esta tierra encontró la felicidad en la paradoja de la vida: siendo pobre, manso, hambriento y sediento de justicia, misericordioso, limpio de corazón, pacificador, perseguido, ¡todo! El ser de Jesús resulta siendo Su propuesta de felicidad a la humanidad. En definitiva, cada mención al ser en las bienaventuranzas de Jesús refleja que todas ellas caracterizan la dependencia de Dios.[1] No son felices por sus propios recursos, su felicidad se realiza en dependencia del Dios feliz. Estoy aprendiendo a construir felicidad personal y a mi alrededor en base a la felicidad del único Dios feliz. Y qué tal que Dios no fuera feliz. ¿Puedes imaginarte lo que sería si el Dios que gobierna el mundo no fuera feliz? ¿Qué pasaría si Dios estuviera frustrado, triste, melancólico, abatido, descontento y desanimado?[2]

Cuando pienso en la felicidad de Dios, suspiro; ¡y qué hacemos pues! Él me hizo feliz. Me enamoré de la vida, de mi familia, de mis amigos, de a quienes sirvo, de la Iglesia, de la creación, de Dios…

Me enamoré, ¡y qué hacemos pues!







[1]Antonio Cruz. Los Bienaventurados: Descubra Los Secretos De Una Vida Cristiana Feliz, p.22
[2] John Piper. Sed de Dios, p. 25

miércoles, 24 de octubre de 2012

Jesús, el Dios chocante



Jesús
el Dios chocante

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi un rostro extraordinariamente particular en Jesús. Aunque desde la espiritualidad cristiana me enseñaron ver un rostro de Cristo en el sufriente, en el desamparado, en el relegado de sus propios derechos (Mt 25.35,36); en ésta oportunidad pude ver un rostro chocante en su manera de pensar, hablar, actuar, ser. Vi ese rostro insoportable del Dios encarnado.

La chocancia en Jesús la descubrimos desde que oímos de él o mejor aún, cuando lo oímos a él. La voz del Mesías en sus días por Galilea incomodó los oyentes, sus palabras dejaba sus mundos “patas arriba”, sus conciencias aturdidas, sus hipocresías al aire libre, su religiosidad en vergüenza. Los sacerdotes rechinaban sus dientes cuando le oían decir que era Dios. Las gentes le abandonaron cuando les dijo que tenían que comer su cuerpo y beber su sangre (Jn 6.54). Chocante que hablara por parábolas imposibles de entender, a no ser que él mismo las explicara (Mt 13.11). Dos milenios luego, sus palabras siguen chocantes al mundo. Cuando hablo de las palabras de Jesús a las gentes, siento el fastidio de muchos por los dichos del Maestro. Ese repudio a perdonar setenta veces siete diarias, a poner la otra mejilla, a caminar por la senda angosta, a la invitación a sufrir por causa de su nombre, a practicarla para poder construir vida sobre la roca. Inclusive, si los predicadores arrojaran sobre sus auditorios las palabras de Jesús sin los amaños que a veces damos, es muy probable que se diezme la asistencia (cosa no muy conveniente). Mucha gente prefieren quedar aturdidos con el ruido mundanal a descansar entre la dulce voz de Jesús.

Cuando Pedro se enfrenta a la chocancia verbal de Jesús, silencia su corazón por breves instantes y de repente la maravilla se apodera de su impotencia y exclama: -¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna- (Jn 6.68).

La mente de Jesús también nos resulta chocante. En un mundo, y en una iglesia, donde se nos incita a conquistar las alturas, a llegar lo más arriba, donde el espíritu Babel nos incita a hacer de nuestras vidas unos rascacielos a fin de satisfacer nuestros orgullos; inesperadamente, además de incómodo, se atraviesa entre nosotros la mente de Cristo quien abandona las alturas para tocar nuestras bajezas con su gloria (Fil 2.1-11). Jesús no puso su mirada en la cima; la puso en el suelo y emprendió el viaje. Enseguida, como si fuera poco, S. Pablo noquea la altivez humana al exigirnos: -¡piensen como Cristo!- La propuesta es chocante: encárguese de lo profundo, como Cristo, que Dios se encarga de lo alto y de lo ancho, como de Cristo.

Jesús es chocante en su manera de actuar: Tocaba leprosos, se sentaba en la mesa junto a cojos, mancos, andrajosos, enfermos, prostitutas, además se dejaba besar los pies de algunas de ellas; escupía en público sobre la arena haciendo luego ungüento de saliva y polvo para untar en un rostro enfermo. Escribía sobre la arena mientras una mujer en trapos menores esperaba su sentencia a ser apedreada, y de repente recibe perdón. ¿Alcanza a imaginarte este Dios en nuestras iglesias? Jesús no tiene lugar en esas iglesias de viejitas peli-moradas donde todo es tan “osea”, "nada qué ver", donde los ujieres no dejan entrar a los indigentes. Además, si lo dejamos entrar, corremos el riesgo que vuelque nuestras mesas.

Pero lo más chocante de Jesús fue su locura. Si hay una verdad extravagante a la humanidad es la cruz de Cristo. ¿Dios omnipotente en una cruz? ¿Qué locura es esa? ¡Imposible que Dios se deje crucificar! Las Escrituras dicen en Deuteronomio 21.23: …maldito de Dios el que muere colgado de un madero. ¿¡Cómo!? ¿Dios maldito? San Pablo decía: -para los que se pierden, la cruz de Cristo es locura; pero para nosotros es poder de Dios (1 Cor 1.18). Dijo John Stott: “El evangelio de la cruz jamás será un mensaje popular, porque humilla el orgullo de nuestro intelecto y nuestro carácter”.[1] Aunque no sea popular, esa locura de Dios salvó a muchos y a mí. Es más, “Jamás podría creer en Dios, si no fuera por la cruz de Cristo” (John Stott).

Ah, casi olvido otra chocancia: ¡Cristo vuelve pronto!






[1] John Stott. La Cruz de Cristo, p. 251

martes, 9 de octubre de 2012

La Pasarela III


La Pasarela III
una misión en vía de extinción

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi las maravillas de Dios en el cuerpo humano: todo él es perfecto, armonioso, con estética propia y belleza celestial. Y celebro la desnudez del cuerpo en el lugar que corresponde. Me ayuda la canción de Arjona a comunicarme, “no es ninguna aberración sexual, pero me gusta verte andar en cueros, el compás de tus pechos aventureros víctimas de la gravedad; será porque no me gusta la tapicería que creo que tu desnudez es tu mejor lencería…”[1] Me ayuda también el sublime poema de Neruda El Insecto: “De tus caderas a tus pies quiero hacer un largo viaje… Voy por esas colinas, son de color de avena, tienen delgadas huellas que sólo yo conozco, centímetros quemados, pálidas perspectivas…”[2]

Arjona, Neruda, no son los únicos que celebraron la desnudez humana; Dios, ¡quién creyera! Dios fue el primero en celebrar la belleza del cuerpo humano, al ver a Adán y a Eva desnudos en el Edén dijo: ¡es bueno en gran manera! Luego Moisés hace un apunte uniéndose a la celebración: En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza.[3] ¡Qué belleza! En otro escenario Dios se hace tras bambalinas mientras celebra la intimidad de dos amantes. Hablo del Cantar De Los Cantares, cuando el capítulo 7 el hombre es espectador de la belleza femenina; la describe, la disfruta, la ennoblece, la elogia. Algo similar hace la amante de este canto en el capítulo 4, ella elogia la belleza del cuerpo masculino: lo desea, lo aprecia absolutamente. ¡Eso es! La belleza del cuerpo humano amerita contemplación, embeleso, disfrute, celebración, poemas y canción.

Estos cuerpos desnudos tienen su propia pasarela, no esa comercial pervertida desde las implicaciones inmorales, como desde la explotación económica, la discriminación a otras formas de belleza, la estigmatización de lo feo, entre otras. No. La desnudez en la Biblia se da en la pasarela de la intimidad de dos amantes fieles, perdurables en el tiempo, respetuosos, amigos, apasionados, comprometidos, alegres. Son dos amantes, hombre y mujer, conscientes del lugar que corresponde a la desnudez humana: la intimidad conyugal. Ahí no hay espacio a las vergüenzas ni a la exposición de desnudez humana al deseo lujurioso, a la falta de pudor, al adulterio mental o real ni a la comercialización; es para glorificar a Dios. S. Pablo dijo, “…procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios”.[4]

La vida es una pasarela por donde han de desfilar la fe, la esperanza y el amor en la configuración de noviazgos cristianos, y con mucha más fuerza han de desfilar los matrimonios. Sí, de manera entusiasta, excitada, fiel, íntegra, ejemplar, digna y dignificante. Es la misión que tenemos, cual pareciera en vía de extinción. Quienes nos amamos de verdad, amémonos a los cuatro vientos, gritémoslo en vida vivida (aunque parezca redundancia), vivamos de tal manera que nuestro amor se vuelva luz. 

¡Qué belleza de pasarela!



[1] Intento redimir estas palabras en contexto matrimonial
http://www.youtube.com/watch?v=zbp7zGTDdVM   09/10/12
[2] Pablo Neruda. Selección de Poemas. 1925-1952. Barcelona: Círculo de Lectores. 1975, p.392
[3] Génesis 2.25
[4] 1 Corintios 6.20 La Biblia Latinoamericana

viernes, 21 de septiembre de 2012

La Pasarela II


La Pasarela II
una misión en vía de extinción

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi una mujer afirmando ser cristiana protestante, caminando altiva y creyéndose bella sobre la pasarela de la moda. Aunque no está segura a cuál moda desfila, apenas logra cubrir sus partes nobles mientras exhibe lo demás a los presentes. Cuando las luces apagan, la función acaba y el vacío interior resucita; aparece una periodista, como cosa rara, bien “oportuna”, para satisfacer sus curiosidades, esa que los periodistas llaman “libertad de prensa”. Ella con fingida cordialidad atiende la entrevista, ágilmente presiona su labio inferior contra el superior intentando así recuperar el color ésika de su boca.

Inesperadamente le arrojan la pregunta del millón: ¿cómo hace Ud. para llevar de manera coherente fe (cristiana protestante) con su profesión (modelaje)? Hasta aquí nada es verdad ficticia, es verdad real. Prefiriendo de nuevo mis sorbos de chocolate, que casualmente también me acompaña junto a la lluvia, abandono las respuestas que escuché de esa chica para abrir paso a una reflexión, ojalá cristiana.

La belleza sólo se encierra en los ojos que la ven, pero el mundo occidental nos ha obligado a uniformarnos en belleza, específicamente la de mujer. Ella es bella siempre y cuando su cuerpo cumpla con las medidas 90, 60, 90. En la idiosincrasia popular, la bella es la esbelta de senos pronunciados y de caderas igualmente. Éstos estándares inhumanos de belleza son cause, no para exhibir las telas o ropa de cierto diseñador, más bien el pretexto para detrás de bambalinas exhibir un cuerpo satisfaciente de mentes erotizadas. De no ser así, no discriminarían otras bellezas sin matricularse a los 90, 60, 90; sino a otras medidas libres, naturales, humanas, cuales quiera ellas sean.

El reino de los cielos no acomoda sus estándares éticos con justificaciones baratas para seguir una mente ajustada al mundo; por el contrario, S. Pablo nos invita a no permitir que el mundo nos moldee la mente,[1] y hemos logrado, en muchos aspectos, lo contrario. Una chica con la mente de Cristo sabe que exponerse en una pasarela, más que exhibir un diseño de ropa, exhibe su cuerpo y lo ofrece al servicio de la lascivia, de los adulterios mentales, y otras. La pasarela es apenas un, quizá, sutil conducto donde todo desemboca en participar del culto al cuerpo, y por ende, del culto a la obsesión sexual del presente siglo.

Aunque los cristianos protestantes hemos silenciado una teología del cuerpo, sirva de paso afirmar que el cuerpo es bueno, y cuando Dios nos creó en el principio, no gustó de sastrería, nos trajo sin velos, sin blusas, sin faldas ni pantalones. Nos trajo libres y hermosos, sin envoltura para santa dicha nuestra. Si alguien celebró la desnudez humana fue Dios exclamando al ver los cuerpos, tanto del hombre como de la mujer: -¡Esto es bueno en gran manera!- ‘Era como decir: –Sí, eso es. Era justo lo que quería–.’[2] 

Estoy seguro de esto: la fe cristiana debe celebrar las maravillas de Dios en el cuerpo humano, lo que no debemos es idolatrarlo, comercializarlo, ofrecerlo al servicio de la inmoralidad mental y/o real.

Continuará…




[1] Romanos 12. 2
[2] PIPER, John. Los Deleites de Dios. Miami: Vida, 2006, p.89

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La Pasarela

La Pasarela
una misión en vía de extinción


Tengo la fortuna de vivir en “Cielo Roto”, apropiado apodo a mi pueblo, ya que llover aquí es apenas cotidiano. Y sí, mientras las gotas de lluvia golpean el cristal de mi ventana me asomo a mirar. La claridad no es la ideal, el vidrio intenta empañarse por ambos lados pero no es impedimento para ver bien. Con una taza de chocolate caliente en mis manos recuesto mi torso sobre la pared que linda con el marco de la ventana y alcanzo a ver una mujer. Ella es joven, de cabellos a la cintura abrigando su espalda arrojada al viento. Su silueta pareciera tupida con terciopelo, su sonrisa brilla como el puro marfil y sus ojos danzan al vals de un cuerpo semi-desnudo. Ella camina altiva y creyéndose bella sobre la pasarela de la moda. Aunque no está segura a cuál moda desfila.

Shurfff!! (intente pronunciarlo hacia adentro). Así más o menos suenan mis sorbos de chocolate mientras encuentro la forma de digerir la idea de una mujer modelo quien afirma ser cristiana. Ah, y cree mucho en el horóscopo. En un muy limitado recurso de opiniones percibí en personas cristianas tolerancia, aceptación y hasta admiración por mujeres cristianas con esta profesión. Claro está, con algunas salvedades. 

Indiscutiblemente, para abrirnos panorama en este aparente tabú[1] evangélico, tenemos que definir qué es ser cristiano. Bueno, hay quienes dicen ser cristianos y no lo son. Otros se creen cristianos por ir a una Iglesia, cantar los coros de Hillsong, no matar, no beber, no bailar ni fumar. Pero tampoco lo son. Algunos son algo “bipolares”: cristianos el domingo de 10:00 am a 12:00 m y el resto de la semana viven contradiciendo estas dos pobres horitas. Habrán quienes entiendan su cristiandad en términos de religión: soy católico, bautista, presbiteriano, anglicano, pentecostal, asambleísta, cuadrangular… en fin. Pero eso tampoco hace cristiano a un ser humano. ¿Qué hace de una persona un cristiano? Haciendo un esfuerzo por no ser reduccionista, sí pretendo recoger las tres evidencias de la identidad cristiana: Creer, amar y obedecer (la fe, el amor y la esperanza).

Un cristiano es una persona creyente. No en la simpleza de “creer” en que dios existe o en las cosas improbables que afirma la religión, no. Es creer ‘que el Dios verdadero, el Creador del mundo, lo ha amado tanto en su totalidad, usted y yo incluidos, que ha venido en la persona de su Hijo, y ha muerto y resucitado para acabar con el poder del mal y crear un mundo nuevo en el que todo sea como debe ser, y donde el gozo sustituya al lamento”.[2]

Un cristiano es una persona amada y amorosa. No en las vagas y superficiales comprensiones actuales del amor; sino en el amor palpable de la cruz de Cristo. Es éste amor la coherencia de la humanidad renovada. Es el amor en la Iglesia, latente entre quienes adoran a Dios en Cristo Jesús, siendo una familia donde todos son aceptados en forma igual, sin discriminar por el trasfondo social, cultural o moral. Es el amor desde la Iglesia que muestra a todos los poderes diabólicos que el Dios vivo ya tiene la victoria y ha fundado una comunidad de amor verdadero, real y presente donde antes había sospecha y desconfianza mutua; prueba clave que hace patente la acción del Espíritu de Dios.[3] Simplemente el cristiano es la persona amada en la comunidad de Dios, amando a ellos y entre ellos.

Un cristiano es una persona obediente. Entiendo si lo puesto sobre el tapete hasta ahora es chocante, como es mucho más chocante mencionar la obediencia en estos tiempos. Pero no es posible ser cristiano viviendo una anarquía moral o bajo las premisas de apreciaciones personales desvinculadas de las Sagradas Escrituras. Mientras algunos intentan vivir la fe desde el “a mí me parece”; otros procuramos vivir desde “la Biblia dice”. No podemos obedecer desde la ignorancia, esa que no tiene la remota idea de la mente de Dios revelada en la Biblia.

Creo que logramos aproximarnos a lo que es ser cristiano, le invito a un chocolatico por estos días a fin de acercarnos a lo que significa e implica ser modelo y reflexionar en si éstos (cristiandad y modelaje) pueden co-habitar en una persona.


Continuará…





[1] Entiéndase conductas o acciones prohibidas, censuradas o silenciadas por un grupo humano debido a cuestiones culturales, sociales o religiosas.
[2] N.T. Wright. Simplemente Cristiano, p. 234
[3] N.T. Wright. El Verdadero Pensamiento de Pablo, p. 155

lunes, 27 de agosto de 2012

La Huída


La Huída
el fracaso humano, un éxito divino

Mirando yo por entre la celosía de la casa de mi ventana, vi centenares de personas huyendo sin que nadie les persiga. Corren como alma que lleva el diablo sin saber hacia dónde, pretendiendo escapar de sí mismos: niños queriendo ser adultos, adolescentes quieren ser de todo y nada, jóvenes desean ser lo que no son, adultos aspiran ser lo que hubiesen podido ser, ancianos anhelan ser lo que nunca fueron; con algunas excepciones por su puesto.

Vi mujeres temiendo a la femineidad. Según las pisadas transitadas hasta hoy en el proyecto de liberación femenina, pareciera más bien un proyecto de aniquilación femenina. El feminismo se ha dado cuenta que al hombre le han “faltado pantalones” para ser hombre, ahora se pretende ser mujer imitando todos los fracasos del machismo. Vi hombres sin querer asumir la masculinidad, vi muchos de ellos “explorando” su femineidad: ahora se nos dio por maquillarnos, depilarnos las cejas, ponernos silicona en las nalgas, matricularnos a un “yanbal”, entre otras. Insisto en las maravillosas excepciones. Vi esposas tratando escapar del matrimonio, esposos tirar su hogar por la borda; vi hijos siendo los mejores amigos de los padres porque estos últimos parecieran preferir la crianza de amigos en lugar de hacer lo correcto: criar hijos. Vi hermanos huyendo del afecto filial y muchos se tratan como enemigos. En otras palabras, vi personas huyendo sin que nadie los persiga.

Por la ventana de mi casa, alcancé ver cristianos pretendiendo huir de su identidad. No queremos ser reconocidos como lo que somos. Una frase delatadora de mi acierto es ésta, “hagamos algo evangelístico que no sea muy evangélico”. Ahora se nos dio por hablar de Cristo sin mencionarlo. ¿Cómo? ¡No tengo la menor idea!

La peor de todas las huidas es esa ridícula pretensión de escapar de Dios. Las personas transitan caminos en la dirección opuesta a los brazos extendidos de la infinita gracia divina. Pareciera que una parte significativa de la humanidad se volvió “teo-fóbica”. Dios está vetado en el periódico, en las revistas más populares, en las vallas de la ciudad, en universidades, en otras instituciones “educativas”. No se puede hablar de Dios, explícitamente, en medios de entretenimiento como radio y televisión. Hablar de Dios en la comunidad LGBTI, resulta ser una expresión homofóbica. Es como si una cantidad de índices atravesaran verticalmente centenares de labios en dirección al cielo para silenciar a Dios; para huir de Dios.

Toda persona embarcada en la huida, huye tanto hasta perderse; ya ni se encuentran así mismos. Pero hay un Dios que busca, sí. Él es el incansable buscador. Él encontró a Adán y Eva cuando huyeron tras los arbustos. Él encontró a Moisés huyendo como fugitivo. Encontró a Elías solitario en una cueva, justo cuando huía de la malvada Jezabel. Dios encontró a David apacentando las ovejas de su padre. Encontró a Isaías con labios impuros. Encontró al hijo pródigo que había huido de casa. Dios encontró a Pedro desesperanzado y desnudo en el mar. Me encontró a mí habitando un tugurio entre los escombros de una familia en ruinas. Dios busca, persigue, encuentra. Deja las 99 ovejas en el corral para ir en busca de tan solo una perdida sin descansar hasta hallarla.

Dios me buscó, me halló; y mucho más: me amó y se entregó por mí.
Y cómo no, también a ti.

lunes, 23 de julio de 2012

El Amargo Sabor De La Dulce Caída III

El Amargo Sabor De La Dulce Caída III
el bálsamo liberador del perdón

Hay silencios que resultan fascinantes: en una pieza musical, en una mirada de enamorados, en un beso bajo la lluvia, en una caricia de mejillas y en una profunda oración; pero cuando se trata de relegar una confesión es fatal.

En el ojo de la fatalidad se encuentra un hombre quien, a cambio de amoríos de una mujer casada entre las sábanas de su cama, ha dado engaños, asesinatos, hipocresías, lujurias, y un inmenso silencio. Silencio de casi un año. Hasta que en una tarde primaveral llega un anciano sabio, prudente, astuto, creativo; con la capacidad de señalar con su índice los pecados de un rey. Sí. Su nombre fue Natán, el profeta.

Resalto de éste último su creatividad, quien al enterarse de las patrañas de su rey vino, en el momento propicio, a socializarle un cuento: «En cierta ciudad vivían dos hombres. Uno de ellos era rico, y el otro era pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas, pero el pobre sólo tenía una corderita que había comprado y criado, y que era como su propia hija, pues comía de su mesa, bebía de su vaso y dormía en su regazo; era como de la familia, pues había crecido con él y con sus hijos. Un día, el hombre rico recibió a un visitante y, como no quiso matar a ninguna de sus ovejas o vacas para ofrecerle de comer al visitante, fue y tomó la oveja del hombre pobre, y la preparó para su visitante.»[1] Cuando el rey escucha esta fascinante historia, se emociona y con justo fervor ordena: “ese hombre debe morir”. Sin titubeos el profeta apunta al pecho de su majestad mientras con ronca voz dice, “ese hombre eres tú”. El dedo señalador del profeta se sostiene sentenciando al rey a escuchar las consecuencias de sus desaciertos. Quizá el rey palidece, hasta que por fin escucha y ve una puerta llamada perdón. Puerta que, sin lugar a dudas, el rey aceptó. Para cruzarla debe confesarse.

La confesión últimamente ha encontrado desacreditación, especialmente en las nuevas generaciones; peor aún en los círculos evangélicos. Pero nada tan liberador como abrir el corazón ante un ministro de Dios, vaciar todas las culpas sin compasión y escuchar de sus labios decir: en el nombre de Jesucristo tus pecados son perdonados. No que el ministro perdone mis pecados. Así como un enfermo es sanado en el nombre de Jesucristo por la oración de un ministro, un pecador también puede hallar la paz tan anhelada al ser perdonado por el cielo por la oración del mismo. Sé que el ministro no sana, pero Jesús sí por la oración de éste. Así, el pecador es perdonado, no por el ministro, sino por Jesucristo.

El perdón es un regalo recibido, aunque inmerecido, resulta para la humanidad liberador, transformador, vivificante, sublime y digno de gratitud. Nunca he hallado tanta paz como cuando soy perdonado. Decía Karl Barth: «Dios es el primero y realmente presente, no estamos abandonados por él ni entregados a nosotros mismos, ni en nuestra imbecilidad y apatía ni en nuestro descuido y mal uso de lo que él nos ofrece; por el contrario, en cada ahora podemos contar también con que perdona los pecados, ampara a los hijos descarriados, deja que los cansados peregrinos, pese a todo, den sus pasos cortos y vacilantes; que su sabiduría está por encima de nuestra necedad, y su bondad por encima de nuestra maldad;…»[2] y, ¿qué tal que no fuera así?

Cada que necesite hallar la paz, rompa los silencios encargados de atarle las culpas, de encadenarle la sinceridad y la oportunidad de confesarse sinceramente ante Dios (si es de ayuda, también ante un ministro del evangelio o un herman@ maduro en la fe), para que pueda experimentar el refrescante bálsamo del perdón.


[1] 2 Samuel 12.1-4
[2] Karl Barth. Instantes, p. 94

lunes, 16 de julio de 2012

El Amargo Sabor De La Dulce Caída II


El Amargo Sabor De La Dulce Caída II
una cita con el silencio

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi a un poderoso hombre en una cita con el silencio. Él acaba de matar uno de sus más fieles peones para seguir de amante con Betsabé, su esposa. Luego de ser capaz de vestirse con hipocresía, saludar de abrazo, quizá también de beso, al dueño legítimo de su amante y darse cuenta que este hombre no da doblez a sus lealtades, no queda más remedio que sentenciarlo a muerte. No desde un juzgado legítimo, sino desde las sombras de las negras confidencias entre un rey y su general. David, el gran rey, aparte de ser adúltero, ahora también es un vil homicida. Su conciencia se lo grita cada amanecer, cada atardecer e inevitablemente cada anochecer; inclusive en los sueños que atormentan sus noches. Como si fuera poco, luego de matar a Urías se casa con la viuda, Betsabé, para “legitimizar” sus concupiscencias.[1]

Todos estos actos aún no asoman a la opinión pública. David se esfuerza por prevenir escándalos que irremediablemente comprometerán su imagen. Por un año el rey David se dio cita con el silencio. Por 365 días, aproximadamente, este hombre amordazó su sinceridad, su franqueza, su corazón para permitir dentro de sí mismo un festín de acusaciones de lujuria, adulterio, hipocresía, asesinato. El silencio a demás de ser un indicativo de alguna resistencia,[2] era quien se encargaba de succionarle poco a poco la vida. Él mismo  llegó a describir su experiencia silenciosa: Mientras callé, mis huesos envejecieron, pues todo el día me quejaba. De día y de noche me hiciste padecer; mi lozanía se volvió aridez de verano.[3] El silencio mata, especialmente a aquellas personas que han gustado de los deleites de la integridad. Si Ud. ha sido íntegr@ le será fácil comprender lo que digo.

En estos casos, ¿por qué callamos? Callamos porque la vergüenza supera nuestra valentía. Callamos porque la culpa avasalla la voluntad. Callamos porque la fría soledad así lo propone. Callamos por temores al rechazo, al señalamiento, a las acusaciones. Callamos porque nos gusta ser aceptados. Callamos por una y mil razones más. Pero callar enferma. «No hay nada tan atormentador y devastador para la vida como los pecados ocultos de la carne»[4] Bien dijo Hans Joachim Kraus, «La culpa retenida en el hombre, guardada en silencio, tiene efectos destructores y consumidores sobre la condición física del individuo.»[5]

Esa culpa retenida con silencio a David lo estaba eliminando: perdió equilibrio interior, la tranquilidad de sus pensamientos. La queja comenzó a ser el escondite favorito de sus culpas, mientras la fiebre agrede su salud y el insomnio su paz. A pesar de estar rodeado de centenares de personas y de casarse con la viuda de su víctima, la soledad no le abandona. Entre David y Dios hay un abismo que los separa. Ese abismo tiene nombre propio: silencio.

El silencio ha sido por siglos cómplice de nuestras dañinas culpas. Esas, las encargadas de hacernos sentir, a veces con justa razón, sucios, pordioseros, viles, miserables. El silencio es el abrevadero donde al escondido alimentamos pecados ocultos, donde en la oscuridad irrumpen otros males que nos recluyen la sinceridad, el anhelo de confesarnos, arrepentirnos y experimentar el remanso del perdón.

Continuará…






[1] La historia completa la encuentra en 2 Samuel 11
[2] Timothy J. Trull, & E. Jerry Phares. Psicología Clínica: Conceptos, Métodos Y Aspectos Prácticos De La Profesión, p.153
[3] Salmo 32.3, 4
[4] Charles Swindoll. David, p. 214
[5] Hans Joachim Kraus. Los Salmos Vol. I, p. 524 [e-book]

martes, 3 de julio de 2012

El Amargo Sabor de la Dulce Caída


El Amargo Sabor de la Dulce Caída

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi el poder de la seducción. Ella, toda una dama casada con un hombre que comprende a plenitud el poder de lealtad en las diferentes esferas de la vida. Ella vive en el sector más exquisito de la ciudad, al lado, vive el hombre más rico y poderoso de su país. Ella es consciente de sus atributos físicos: de la sensualidad de sus labios, de la dulzura de su voz y lo atractiva que es su piel de durazno, de la fascinación de sus cabellos, del encanto de su mirada. Ella viene notando que su vecino tiene una rutina de sol por las mañanas en el balcón de su penthouse; quizá por eso una mañana de cielo azul, de melodiosos trinares, se toma un baño al desnudo en el patio de su casa, precisamente el patio que linda con el balcón del penthouse aquel.[1] Y claro, acertó con la rutina de sol de su vecino magnate. El viejo pasea por su balcón, se admira de sus riquezas, suspira antes de quemarse la lengua con el primer trago de café y de repente su mirada queda cautivada con ese cuerpo desnudo sumergido en la bañera de su vecino. En ese momento Dios se hizo irreal. Pierde toda realidad, sólo el deseo por esa mujer es real.

Abusando de su poder la manda llamar inmediatamente. Ella, abusando de sus atributos y de la ausencia de su esposo atiende sin reparos. “Para qué describir lo que hicieron en la alfombra, si basta con resumir que se besaron hasta la sombra. Y un poco más”. Cuerpos agitados y sudorosos se entrelazan mientras reposan lo que ya no es placentero. Algunos pensamientos comienzan a acusar los susodichos: -¿qué has hecho?- Una vez el instinto animal queda satisfecho, la hipocresía de ambos se alista para la función. En ella, para cuando llegue su esposo sonreírle como si nada hubiera pasado. En él, para cuando llegue uno de sus más fieles escoltas, si no el más, estrecharle la mano como si nunca se hubiera dormido su mujer. Fueron al mismo culto, levantaron “manos santas” mientras cantaban el salmo 23 entre danzas y palmas. Pero sus conciencias jamás fueron engañadas.

Por más que intentaron recordar su “canita al aire” como el instante más grato de sus vidas, no lograron evadir la voz de sus conciencias. Al mes, ella le envía un e-mail con contenido de telegrama: -nada que me viene- No se les ocurrió interrumpir el embarazo, como tampoco lograron conciliar el sueño varias noches. Inesperadamente, al magnate se le ocurre mandar a matar su soldado más leal. Y eso que este hombre poderoso era reconocido por vivir, además, como buen religioso; inclusive algunos lo conocían como “el hombre conforme al corazón de Dios”. ¡Qué tal que no! La breve dulzura de aquella tarde se transformó en el trago más amargo de toda la vida para ambos. Ahora a sus pecados, se les adhiere uno peor: homicidio. Y la vida los obligó a reconocer que, no todos los placeres deben ser complacidos irracionalmente. Algunos deleitan al instante pero arruinan de por vida. 

Continuará…


[1] Es una libre redacción de la apasionada historia entre David y Betsabé, que de hecho, algunos como Raymond Brown creen que Betsabé fue seductora en su proceder. Ver más: Charles R. Swindoll. David, un hombre de pasión y destino. Casa Bautista de Publicaciones, p. 204

miércoles, 20 de junio de 2012

JUMPERS



JUMPER
en la búsqueda de un dios a la carta

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi unos jumpers, sí, una especie de evangélicos que saltan impulsados con grandes ancas emocionalistas de iglesia en iglesia irracionalmente, en la búsqueda de un “factor X”, un factor desconocido, por una considerable cantidad de “cristianos” descontentos, sin la menor idea de dónde están parados ni hacia dónde van. Su destino es encontrar un dios a la carta, un dios amañado, moldeado a sus perversos caprichos disfrazados con religiosidad, espiritualidad barata y una santidad desconfigurada.

Para infortunio de la Iglesia actual, desde antes de los comienzos de esta segunda modernidad, muchas gentes no se están convirtiendo a Cristo; se están convirtiendo a ciertas emociones, a la compra y venta de milagros, a los espectáculos que han suplantado la adoración genuina y al pastor complaciente de esas gentes y no de Dios, simpatizante de las mismas avaricias, emocionalismos y amaños a la fe de estos jumpers.

Saltadores, sí. Saltan con ágiles zancas de iglesia en iglesia sin el carácter cristiano como para entender que somos ovejas, las cuáles no cambian de rebaño a su antojo sino que dependen absolutamente de su Buen Pastor aún para ir a otro rebaño si es necesario. Las ovejas no son saltarinas, son caminantes. No son turistas, son anfitrionas. No buscan un Pastor a la carta, son halladas por el Buen Pastor quien las establece en un rebaño para moldear su vida conforme al Unigénito Hijo del Padre. Ellas no se van al primer inconveniente ni a la primera diferencia de opinión, mucho menos se van cuando no alcanzan el protagonismo que les exige su ego. No. Las ovejas del Buen Pastor se humillan bajo la poderosa mano de Dios para ser exaltadas a Su tiempo. Las ovejas de Dios no se ocupan de lo alto y visible de su fe y servicio; se encargan de lo profundo que Dios se encarga de lo alto y ancho en sus vocaciones. Las ovejas, esas descritas por Jesús como las “que oyen mi voz”, son capaces de ser leales a Dios a través de un servicio fiel en una congregación local, en unidad con el resto del cuerpo de Cristo.

Los jumpers buscan un rebaño en el que Dios sea, haga y diga como ellos quieren. Mejor dicho: un dios a la carta. Los jumpers no dicen: -habla que tu siervo escucha-; sino que dicen: -habla lo que me gusta, como me gusta; de lo contrario ni escucho ni vuelvo a ese rebaño-. 

Es que el mundo se volvió tan complaciente que quisiéramos a Dios de la misma manera. Estos jumpers no permiten ser moldeados a la imagen de Cristo, por el contrario, pretenden moldear a Cristo a su antojo.
No se sujetan a Dios ni a los pastores que velan por sus almas, además, sus lenguas también practican este pecado extremo: saltar de chisme en chisme para poder justificar ese turismo evangélico. 

Vivir saltando de iglesia en iglesia solo trae cansancios, decepciones, pecado a más pecado. Lo mejor es rendir nuestros orgullos a los pies del Buen Pastor y permitir que él mismo nos establezca en un "redil" en el que podamos crecer junto con los santos, hasta llegar a la estatura de un varón perfecto: Cristo.


©2012 Ed. Ramírez Suaza 


lunes, 4 de junio de 2012

¿Dónde Carajos Está Umaña? II


¿Dónde Carajos Está Umaña? II
el doloroso cruce del divorcio

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi una familia abandonada por Umaña. Sí, don Umaña dijo no poder más, sin despedirse abandonó sus hij@s, su esposa y se largó. ¿A dónde? Pues lejos, lo suficiente como para enviar la cuota alimenticia y saludarlos de vez en domingo. Ah, y para discutir los términos del divorcio, a ver si por fin “se libra de ese calvario”, digo, de ese matrimonio. Esta escena es el pan de cada día en mi bella Colombia. Mientras revolotea la discusión, desde diferentes escenarios, sobre el tema divorcio, preguntamos a Jesús -oye, ¿qué opinas del divorcio?-

La respuesta de Jesús es maravillosa. De hecho, la pregunta concreta a él es más capciosa: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?[1] En la época de Jesús había dos escuelas farisaicas, la Shammaita y los de Hillel. Los shammaitas eran más celosos y sólo permitían el divorcio por “cosas indecentes”, en cambio los de Hillel permitían el divorcio por “cualquier motivo”. [2] Inclusive los de Hillel llegaron a considerar que, encontrar otra mujer más bella era un pretexto “legítimo” para repudiar su esposa. Pero Jesús no caza pelea con estas escuelas teológicas de su tiempo, sencillamente se remonta al principio:  -Dios nos creó varón y mujer, luego los unió y de los dos hizo una sola carne. Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.- -Pero Moisés permitió el divorcio- replican los interlocutores de Jesús. Claro, Moisés es el máximo legislador de la ley hebrea. Pero Jesús les sorprende: -por la dureza de corazón, Moisés permitió el divorcio- ¡Eso es un “baldao” de agua fría! Y lleve más: -pero al principio no fue así-

Hay dos cosas claras en las palabras del Maestro. 1ro. En el divorcio, quien repudia es una persona de corazón endurecido. 2do. El proyecto de matrimonio tiene su imagen pura en el principio: Dios los creó varón y mujer, los unió y el ser humano no puede separarlos. 
“Por cualquier motivo” no es legítimo repudiar al cónyuge; sólo hay un motivo legítimo para el divorcio: la infidelidad sexual. Para Jesús, el matrimonio es un pacto ante Dios de amor fiel.[3] Cuando uno de los contrayentes falla a ese pacto de amor fiel, quebranta, socaba, arruina por completo el pacto de unión matrimonial. Ante esta realidad de infidelidades, es legítimo separarse y contraer nuevas nupcias, si así lo desea.

Y ¿si alguien se separa por otras razones? Jesús dice, si no hay infidelidad de por medio, casarse de nuevo y con otra persona es adulterio. Le propongo a que hagamos la misma pregunta a S. Pablo, ¿si alguien se separa por otras razones? El viejo pasa su fuerte mano sobre la barba que ya le cubre el cuello, sonríe y dice: -pues sepárese.-[4] ¡Quién creyera que S. Pablo diría semejante cosa! -Sí, sepárese pero no se vuelva a casar. Si no puede con eso, entonces reconcíliese con su cónyuge-. El viejo levanta la mirada, con toda su autoridad apóstolica manda: -la mujer no abandone su marido ni el marido abandone su mujer-.

Aprovechemos que S. Pablo está respondiendo a estas preguntas casi tabú en la Iglesia. -Oiga S. Pablo, si una persona llega a Cristo y su cónyuge le repudia por eso, ¿qué?- El viejo, con la tranquilidad que le inspiran estos temas, dice: -bueno, pues sepárese y puede de nuevo “re-hacer su vida”; porque a paz nos llamó Dios, no a la esclavitud de un cónyuge menospreciante.-[5] Que quede claro: si es repudiad@ con divorcio por causa de Cristo. 

El mejor camino a recorrer cuando se arroja la opción divorcio sobre el tapete, sin duda alguna, es la reconciliación. Siempre hay puertas abiertas para sostener la familia: perdón, gracia, misericordia, comprensión, amor, afectos, abrazos; por mencionar algunas. Cuando haya una infidelidad sexual, es mejor contemplar esa puerta llamada perdón antes de pensar en divorcio. En caso de no ser posible, entonces proceder bajo la paz de Dios. El divorcio no es una solución, es otro problema, decía un profesor de teología patrística en el seminario donde estudié. Eso es cierto, “otro problema”, sólo que a veces más llevadero que el problema “X” dentro del matrimonio que empuja hacia el divorcio.

Ojalá no tengamos que recurrir a esta opción divorcio. Y en caso de vernos sin más salida, entonces proceder en paz y en la dirección de Dios.

Este es un tema de mucha "tela pa' cortar". Estas son algunas verdades generales, pero cada caso es único y debe ser abordado con mucha sabiduría a la luz de la Palabra de Dios. Oro para que las iglesias cristianas seamos una comunidad restaurativa, acompañante, "paraklética" (consoladora) de estas personas que vienen tan lastimadas por un divorcio a nuestras congregaciones. Que podamos acompañarles hasta la cruz de Cristo a fin de recibir el perdón, la gracia y la nueva vida que ofrece Dios en su hijo Jesucristo.


[1] Mateo 19
[2] LUZ, Ulrich. El Evangelio Según San Mateo. Vol III. Sígueme, p. 122, 123 [e-book], SCHMID, Josef. El Evangelio Según San Mateo. HERDER, p. 401, 402
[3] Proverbios 2.17
[4] 1 Corintios 7.10-11
[5] 1 Corintios 7.15

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...