martes, 3 de julio de 2012

El Amargo Sabor de la Dulce Caída


El Amargo Sabor de la Dulce Caída

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi el poder de la seducción. Ella, toda una dama casada con un hombre que comprende a plenitud el poder de lealtad en las diferentes esferas de la vida. Ella vive en el sector más exquisito de la ciudad, al lado, vive el hombre más rico y poderoso de su país. Ella es consciente de sus atributos físicos: de la sensualidad de sus labios, de la dulzura de su voz y lo atractiva que es su piel de durazno, de la fascinación de sus cabellos, del encanto de su mirada. Ella viene notando que su vecino tiene una rutina de sol por las mañanas en el balcón de su penthouse; quizá por eso una mañana de cielo azul, de melodiosos trinares, se toma un baño al desnudo en el patio de su casa, precisamente el patio que linda con el balcón del penthouse aquel.[1] Y claro, acertó con la rutina de sol de su vecino magnate. El viejo pasea por su balcón, se admira de sus riquezas, suspira antes de quemarse la lengua con el primer trago de café y de repente su mirada queda cautivada con ese cuerpo desnudo sumergido en la bañera de su vecino. En ese momento Dios se hizo irreal. Pierde toda realidad, sólo el deseo por esa mujer es real.

Abusando de su poder la manda llamar inmediatamente. Ella, abusando de sus atributos y de la ausencia de su esposo atiende sin reparos. “Para qué describir lo que hicieron en la alfombra, si basta con resumir que se besaron hasta la sombra. Y un poco más”. Cuerpos agitados y sudorosos se entrelazan mientras reposan lo que ya no es placentero. Algunos pensamientos comienzan a acusar los susodichos: -¿qué has hecho?- Una vez el instinto animal queda satisfecho, la hipocresía de ambos se alista para la función. En ella, para cuando llegue su esposo sonreírle como si nada hubiera pasado. En él, para cuando llegue uno de sus más fieles escoltas, si no el más, estrecharle la mano como si nunca se hubiera dormido su mujer. Fueron al mismo culto, levantaron “manos santas” mientras cantaban el salmo 23 entre danzas y palmas. Pero sus conciencias jamás fueron engañadas.

Por más que intentaron recordar su “canita al aire” como el instante más grato de sus vidas, no lograron evadir la voz de sus conciencias. Al mes, ella le envía un e-mail con contenido de telegrama: -nada que me viene- No se les ocurrió interrumpir el embarazo, como tampoco lograron conciliar el sueño varias noches. Inesperadamente, al magnate se le ocurre mandar a matar su soldado más leal. Y eso que este hombre poderoso era reconocido por vivir, además, como buen religioso; inclusive algunos lo conocían como “el hombre conforme al corazón de Dios”. ¡Qué tal que no! La breve dulzura de aquella tarde se transformó en el trago más amargo de toda la vida para ambos. Ahora a sus pecados, se les adhiere uno peor: homicidio. Y la vida los obligó a reconocer que, no todos los placeres deben ser complacidos irracionalmente. Algunos deleitan al instante pero arruinan de por vida. 

Continuará…


[1] Es una libre redacción de la apasionada historia entre David y Betsabé, que de hecho, algunos como Raymond Brown creen que Betsabé fue seductora en su proceder. Ver más: Charles R. Swindoll. David, un hombre de pasión y destino. Casa Bautista de Publicaciones, p. 204

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...