El Amargo
Sabor de la Dulce Caída
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa vi el poder de la seducción. Ella, toda una
dama casada con un hombre que comprende a plenitud el poder de lealtad en las
diferentes esferas de la vida. Ella vive en el sector más exquisito de la ciudad,
al lado, vive el hombre más rico y poderoso de su país. Ella es consciente de
sus atributos físicos: de la sensualidad de sus labios, de la dulzura de su voz
y lo atractiva que es su piel de durazno, de la fascinación de sus cabellos,
del encanto de su mirada. Ella viene notando que su vecino tiene una rutina de
sol por las mañanas en el balcón de su penthouse; quizá por eso una mañana de
cielo azul, de melodiosos trinares, se toma un baño al desnudo en el patio de
su casa, precisamente el patio que linda con el balcón del penthouse aquel.[1]
Y claro, acertó con la rutina de sol de su vecino magnate. El viejo pasea por
su balcón, se admira de sus riquezas, suspira antes de quemarse la lengua con
el primer trago de café y de repente su mirada queda cautivada con ese cuerpo
desnudo sumergido en la bañera de su vecino. En ese momento Dios se hizo
irreal. Pierde toda realidad, sólo el deseo por esa mujer es real.
Abusando de su poder
la manda llamar inmediatamente. Ella, abusando de sus atributos y de la
ausencia de su esposo atiende sin reparos. “Para qué describir lo que hicieron
en la alfombra, si basta con resumir que se besaron hasta la sombra. Y un poco
más”. Cuerpos agitados y sudorosos se entrelazan mientras reposan lo que ya no
es placentero. Algunos pensamientos comienzan a acusar los susodichos: -¿qué
has hecho?- Una vez el instinto animal queda satisfecho, la hipocresía de ambos
se alista para la función. En ella, para cuando llegue su esposo sonreírle como
si nada hubiera pasado. En él, para cuando llegue uno de sus más fieles
escoltas, si no el más, estrecharle la mano como si nunca se hubiera dormido su
mujer. Fueron al mismo culto, levantaron “manos santas” mientras cantaban el salmo
23 entre danzas y palmas. Pero sus conciencias jamás fueron engañadas.
Por más que
intentaron recordar su “canita al aire” como el instante más grato de sus
vidas, no lograron evadir la voz de sus conciencias. Al mes, ella le envía un
e-mail con contenido de telegrama: -nada que me viene- No se les ocurrió interrumpir
el embarazo, como tampoco lograron conciliar el sueño varias noches.
Inesperadamente, al magnate se le ocurre mandar a matar su soldado más leal. Y eso
que este hombre poderoso era reconocido por vivir, además, como buen religioso;
inclusive algunos lo conocían como “el hombre conforme al corazón de Dios”. ¡Qué tal que no! La breve dulzura de aquella tarde se transformó en el trago
más amargo de toda la vida para ambos. Ahora a sus pecados, se les adhiere uno
peor: homicidio. Y la vida los obligó a reconocer que, no todos los placeres deben ser complacidos irracionalmente. Algunos deleitan al instante pero arruinan de por vida.
Continuará…
[1] Es una libre
redacción de la apasionada historia entre David y Betsabé, que de hecho,
algunos como Raymond Brown creen que Betsabé fue seductora en su proceder. Ver
más: Charles R. Swindoll. David, un hombre de pasión y destino. Casa Bautista
de Publicaciones, p. 204