lunes, 16 de julio de 2012

El Amargo Sabor De La Dulce Caída II


El Amargo Sabor De La Dulce Caída II
una cita con el silencio

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi a un poderoso hombre en una cita con el silencio. Él acaba de matar uno de sus más fieles peones para seguir de amante con Betsabé, su esposa. Luego de ser capaz de vestirse con hipocresía, saludar de abrazo, quizá también de beso, al dueño legítimo de su amante y darse cuenta que este hombre no da doblez a sus lealtades, no queda más remedio que sentenciarlo a muerte. No desde un juzgado legítimo, sino desde las sombras de las negras confidencias entre un rey y su general. David, el gran rey, aparte de ser adúltero, ahora también es un vil homicida. Su conciencia se lo grita cada amanecer, cada atardecer e inevitablemente cada anochecer; inclusive en los sueños que atormentan sus noches. Como si fuera poco, luego de matar a Urías se casa con la viuda, Betsabé, para “legitimizar” sus concupiscencias.[1]

Todos estos actos aún no asoman a la opinión pública. David se esfuerza por prevenir escándalos que irremediablemente comprometerán su imagen. Por un año el rey David se dio cita con el silencio. Por 365 días, aproximadamente, este hombre amordazó su sinceridad, su franqueza, su corazón para permitir dentro de sí mismo un festín de acusaciones de lujuria, adulterio, hipocresía, asesinato. El silencio a demás de ser un indicativo de alguna resistencia,[2] era quien se encargaba de succionarle poco a poco la vida. Él mismo  llegó a describir su experiencia silenciosa: Mientras callé, mis huesos envejecieron, pues todo el día me quejaba. De día y de noche me hiciste padecer; mi lozanía se volvió aridez de verano.[3] El silencio mata, especialmente a aquellas personas que han gustado de los deleites de la integridad. Si Ud. ha sido íntegr@ le será fácil comprender lo que digo.

En estos casos, ¿por qué callamos? Callamos porque la vergüenza supera nuestra valentía. Callamos porque la culpa avasalla la voluntad. Callamos porque la fría soledad así lo propone. Callamos por temores al rechazo, al señalamiento, a las acusaciones. Callamos porque nos gusta ser aceptados. Callamos por una y mil razones más. Pero callar enferma. «No hay nada tan atormentador y devastador para la vida como los pecados ocultos de la carne»[4] Bien dijo Hans Joachim Kraus, «La culpa retenida en el hombre, guardada en silencio, tiene efectos destructores y consumidores sobre la condición física del individuo.»[5]

Esa culpa retenida con silencio a David lo estaba eliminando: perdió equilibrio interior, la tranquilidad de sus pensamientos. La queja comenzó a ser el escondite favorito de sus culpas, mientras la fiebre agrede su salud y el insomnio su paz. A pesar de estar rodeado de centenares de personas y de casarse con la viuda de su víctima, la soledad no le abandona. Entre David y Dios hay un abismo que los separa. Ese abismo tiene nombre propio: silencio.

El silencio ha sido por siglos cómplice de nuestras dañinas culpas. Esas, las encargadas de hacernos sentir, a veces con justa razón, sucios, pordioseros, viles, miserables. El silencio es el abrevadero donde al escondido alimentamos pecados ocultos, donde en la oscuridad irrumpen otros males que nos recluyen la sinceridad, el anhelo de confesarnos, arrepentirnos y experimentar el remanso del perdón.

Continuará…






[1] La historia completa la encuentra en 2 Samuel 11
[2] Timothy J. Trull, & E. Jerry Phares. Psicología Clínica: Conceptos, Métodos Y Aspectos Prácticos De La Profesión, p.153
[3] Salmo 32.3, 4
[4] Charles Swindoll. David, p. 214
[5] Hans Joachim Kraus. Los Salmos Vol. I, p. 524 [e-book]

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...