La Pasarela III
una misión en vía de extinción
Mirando yo por entre la celosía de la
ventana de mi casa vi las maravillas de Dios en el cuerpo humano: todo él es
perfecto, armonioso, con estética propia y belleza celestial. Y celebro la
desnudez del cuerpo en el lugar que corresponde. Me ayuda la canción de Arjona
a comunicarme, “no es ninguna aberración sexual, pero me gusta verte andar en
cueros, el compás de tus pechos aventureros víctimas de la gravedad; será
porque no me gusta la tapicería que creo que tu desnudez es tu mejor lencería…”[1] Me ayuda también el
sublime poema de Neruda El Insecto: “De tus caderas a tus pies quiero hacer un
largo viaje… Voy por esas colinas, son de color de avena, tienen delgadas
huellas que sólo yo conozco, centímetros quemados, pálidas perspectivas…”[2]
Arjona, Neruda, no son los únicos que
celebraron la desnudez humana; Dios, ¡quién creyera! Dios fue el primero en
celebrar la belleza del cuerpo humano, al ver a Adán y a Eva desnudos en el
Edén dijo: ¡es bueno en gran manera! Luego Moisés hace un apunte uniéndose a la
celebración: En ese tiempo el hombre y la
mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza.[3] ¡Qué belleza! En otro
escenario Dios se hace tras bambalinas mientras celebra la intimidad de dos
amantes. Hablo del Cantar De Los Cantares, cuando el capítulo 7 el hombre es
espectador de la belleza femenina; la describe, la disfruta, la ennoblece, la
elogia. Algo similar hace la amante de este canto en el capítulo 4, ella elogia
la belleza del cuerpo masculino: lo desea, lo aprecia absolutamente. ¡Eso es! La
belleza del cuerpo humano amerita contemplación, embeleso, disfrute,
celebración, poemas y canción.
Estos cuerpos desnudos tienen su propia
pasarela, no esa comercial pervertida desde las implicaciones inmorales, como
desde la explotación económica, la discriminación a otras formas de belleza, la
estigmatización de lo feo, entre otras. No. La desnudez en la Biblia se da en
la pasarela de la intimidad de dos amantes fieles, perdurables en el tiempo,
respetuosos, amigos, apasionados, comprometidos, alegres. Son dos amantes,
hombre y mujer, conscientes del lugar que corresponde a la desnudez humana: la
intimidad conyugal. Ahí no hay espacio a las vergüenzas ni a la exposición de desnudez
humana al deseo lujurioso, a la falta de pudor, al adulterio mental o real ni a
la comercialización; es para glorificar a Dios. S. Pablo dijo, “…procuren,
pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios”.[4]
La vida es una pasarela por donde han
de desfilar la fe, la esperanza y el amor en la configuración de noviazgos
cristianos, y con mucha más fuerza han de desfilar los matrimonios. Sí, de
manera entusiasta, excitada, fiel, íntegra, ejemplar, digna y dignificante. Es
la misión que tenemos, cual pareciera en vía de extinción. Quienes nos amamos
de verdad, amémonos a los cuatro vientos, gritémoslo en vida vivida (aunque
parezca redundancia), vivamos de tal manera que nuestro amor se vuelva luz.
¡Qué belleza de pasarela!