La
Pasarela II
una misión en vía de extinción
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa vi una mujer afirmando ser cristiana
protestante, caminando altiva y creyéndose bella sobre la pasarela de la moda.
Aunque no está segura a cuál moda desfila, apenas logra cubrir sus partes
nobles mientras exhibe lo demás a los presentes. Cuando las luces apagan, la
función acaba y el vacío interior resucita; aparece una periodista, como cosa
rara, bien “oportuna”, para satisfacer sus curiosidades, esa que los periodistas
llaman “libertad de prensa”. Ella con fingida cordialidad atiende la entrevista,
ágilmente presiona su labio inferior contra el superior intentando así
recuperar el color ésika de su boca.
Inesperadamente le
arrojan la pregunta del millón: ¿cómo hace Ud. para llevar de manera coherente
fe (cristiana protestante) con su profesión (modelaje)? Hasta aquí nada es
verdad ficticia, es verdad real. Prefiriendo de nuevo mis sorbos de chocolate,
que casualmente también me acompaña junto a la lluvia, abandono las respuestas
que escuché de esa chica para abrir paso a una reflexión, ojalá cristiana.
La belleza sólo se
encierra en los ojos que la ven, pero el mundo occidental nos ha obligado a
uniformarnos en belleza, específicamente la de mujer. Ella es bella siempre y
cuando su cuerpo cumpla con las medidas 90, 60, 90. En la idiosincrasia popular,
la bella es la esbelta de senos pronunciados y de caderas igualmente. Éstos
estándares inhumanos de belleza son cause, no para exhibir las telas o ropa de
cierto diseñador, más bien el pretexto para detrás de bambalinas exhibir un
cuerpo satisfaciente de mentes erotizadas. De no ser así, no discriminarían
otras bellezas sin matricularse a los 90, 60, 90; sino a otras medidas libres,
naturales, humanas, cuales quiera ellas sean.
El reino de los
cielos no acomoda sus estándares éticos con justificaciones baratas para seguir
una mente ajustada al mundo; por el contrario, S. Pablo nos invita a no
permitir que el mundo nos moldee la
mente,[1]
y hemos logrado, en muchos aspectos, lo contrario. Una chica con la mente de
Cristo sabe que exponerse en una pasarela, más que exhibir un diseño de ropa,
exhibe su cuerpo y lo ofrece al servicio de la lascivia, de los adulterios
mentales, y otras. La pasarela es apenas un, quizá, sutil conducto donde todo
desemboca en participar del culto al cuerpo, y por ende, del culto a la
obsesión sexual del presente siglo.
Aunque los
cristianos protestantes hemos silenciado una teología del cuerpo, sirva de paso
afirmar que el cuerpo es bueno, y cuando Dios nos creó en el principio,
no gustó de sastrería, nos trajo sin velos, sin blusas, sin faldas ni
pantalones. Nos trajo libres y hermosos, sin envoltura para santa dicha
nuestra. Si alguien celebró la desnudez humana fue Dios exclamando al ver los cuerpos, tanto del hombre como de la mujer: -¡Esto es bueno en gran
manera!- ‘Era como decir: –Sí, eso es. Era justo lo que quería–.’[2]
Estoy seguro de esto: la fe cristiana debe celebrar las maravillas de Dios en el cuerpo humano, lo que no debemos es idolatrarlo, comercializarlo, ofrecerlo al servicio de la inmoralidad mental y/o real.
Estoy seguro de esto: la fe cristiana debe celebrar las maravillas de Dios en el cuerpo humano, lo que no debemos es idolatrarlo, comercializarlo, ofrecerlo al servicio de la inmoralidad mental y/o real.
Continuará…