viernes, 21 de septiembre de 2012

La Pasarela II


La Pasarela II
una misión en vía de extinción

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi una mujer afirmando ser cristiana protestante, caminando altiva y creyéndose bella sobre la pasarela de la moda. Aunque no está segura a cuál moda desfila, apenas logra cubrir sus partes nobles mientras exhibe lo demás a los presentes. Cuando las luces apagan, la función acaba y el vacío interior resucita; aparece una periodista, como cosa rara, bien “oportuna”, para satisfacer sus curiosidades, esa que los periodistas llaman “libertad de prensa”. Ella con fingida cordialidad atiende la entrevista, ágilmente presiona su labio inferior contra el superior intentando así recuperar el color ésika de su boca.

Inesperadamente le arrojan la pregunta del millón: ¿cómo hace Ud. para llevar de manera coherente fe (cristiana protestante) con su profesión (modelaje)? Hasta aquí nada es verdad ficticia, es verdad real. Prefiriendo de nuevo mis sorbos de chocolate, que casualmente también me acompaña junto a la lluvia, abandono las respuestas que escuché de esa chica para abrir paso a una reflexión, ojalá cristiana.

La belleza sólo se encierra en los ojos que la ven, pero el mundo occidental nos ha obligado a uniformarnos en belleza, específicamente la de mujer. Ella es bella siempre y cuando su cuerpo cumpla con las medidas 90, 60, 90. En la idiosincrasia popular, la bella es la esbelta de senos pronunciados y de caderas igualmente. Éstos estándares inhumanos de belleza son cause, no para exhibir las telas o ropa de cierto diseñador, más bien el pretexto para detrás de bambalinas exhibir un cuerpo satisfaciente de mentes erotizadas. De no ser así, no discriminarían otras bellezas sin matricularse a los 90, 60, 90; sino a otras medidas libres, naturales, humanas, cuales quiera ellas sean.

El reino de los cielos no acomoda sus estándares éticos con justificaciones baratas para seguir una mente ajustada al mundo; por el contrario, S. Pablo nos invita a no permitir que el mundo nos moldee la mente,[1] y hemos logrado, en muchos aspectos, lo contrario. Una chica con la mente de Cristo sabe que exponerse en una pasarela, más que exhibir un diseño de ropa, exhibe su cuerpo y lo ofrece al servicio de la lascivia, de los adulterios mentales, y otras. La pasarela es apenas un, quizá, sutil conducto donde todo desemboca en participar del culto al cuerpo, y por ende, del culto a la obsesión sexual del presente siglo.

Aunque los cristianos protestantes hemos silenciado una teología del cuerpo, sirva de paso afirmar que el cuerpo es bueno, y cuando Dios nos creó en el principio, no gustó de sastrería, nos trajo sin velos, sin blusas, sin faldas ni pantalones. Nos trajo libres y hermosos, sin envoltura para santa dicha nuestra. Si alguien celebró la desnudez humana fue Dios exclamando al ver los cuerpos, tanto del hombre como de la mujer: -¡Esto es bueno en gran manera!- ‘Era como decir: –Sí, eso es. Era justo lo que quería–.’[2] 

Estoy seguro de esto: la fe cristiana debe celebrar las maravillas de Dios en el cuerpo humano, lo que no debemos es idolatrarlo, comercializarlo, ofrecerlo al servicio de la inmoralidad mental y/o real.

Continuará…




[1] Romanos 12. 2
[2] PIPER, John. Los Deleites de Dios. Miami: Vida, 2006, p.89

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...