jueves, 20 de diciembre de 2012

Yo No Olvido Al Año Viejo


    



Por estos días es muy sonada en mi tierra la canción que reza así:
Yo no olvido al año viejo porque me ha dejao cosas muy buenas: me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra…

A decir verdad yo tampoco olvido al año viejo; aunque a mí no me dejó una chiva ni una burra ni una yegua; sí me dejó una buena suegra “pero no tanto” como pa’ estarla cantando a los cuatro vientos. 

«…Me dejó. Me dejó. Me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas…». 

¿Qué me dejó el año viejo? 
Me gustaría que se respondiera ésta pregunta, ¿qué me dejó el año viejo? No pienso hacer teología de esta canción, simplemente quiero que piensen en esto, ¿qué te dejó?

A mí me dejó recuerdos multicolores: me dejó las marcas del borde de la muerte y lo despiadado que es el ser humano sin Cristo. Este año me dejó gastada la espada de tantas batallas libradas en los callejones de mi existencia. Me dejó lágrimas abandonadas en los desiertos que por fin cruzamos y unas cuantas cicatrices de la travesía de la vida. Mas todas las penurias vistas en contexto con cada respirar, me veo en la obligación de cantar «…Me dejó. Me dejó. Me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas…». Me dejó mil y una razones para ser agradecido: gracias a Dios. Gracias a la vida. Gracias a la naturaleza. Gracias a la familia. Gracias a los amigos. Ni modo de hacer menciones de cada por qué de mis gratitudes porque son innumerables.

Me dejó la fascinante experiencia de vivir otra vez: respirar, soñar, cantar, llorar, suspirar, amar, odiar, perdonar, ser perdonado, orar, leer, escribir, correr, jugar, recapacitar, aprender, comer, dormir, hacer, trabajar, descansar, visitar, servir, destruir, nadar (en mi caso, por lo menos intentarlo), viajar… ¡qué bella es la vida!

Me dejó sorprendido. Bueno, en realidad quien me sorprendió en cada amanecer fue Aquel quien jamás deja de sorprender la humanidad: Jesucristo. Él se encargó de traerme lo inesperado, lo impensable, lo imposible, lo sorprendente: ubicó en perspectiva correcta mis caminos, enderezó mis pasos, soñó correctamente mis sueños, giró mi corazón hacia él, me enseñó a pensar y atravesó mis propósitos con sus razones de vivir; me llevó a la otra orilla cada vez que me di por vencido. En fin.

Me dejó encantado. Sí, es una manera de decir feliz. El año viejo trajo más alegrías que tristezas, más triunfos que derrotas, más perdones que ofensas, más chistes que chismes, más besos que piedras, más amigos que adversarios, más abrazos que desprecios, más frutas frescas que necesidades, más canciones que vergüenzas, más regalos dados que recibidos. Y aunque la felicidad no siempre se compone de lo egoístamente anhelado, todas sus manifestaciones encantaron el alma mía de este maravilloso don de la vida.

Me dejó sueños. El año viejo me dejó sueños realizados, otros en proceso, otros prescindidos, otros empezados, otros nuevos. Ah, y con ellos la fuerza para emprender, para luchar, para despertar. Es que soñar de brazos cruzados no sirve de nada, no vale la pena. Los sueños verdaderos ampollan los dedos, encallecen las manos, fatigan las fuerzas sin agotarlas, despiertan el compromiso y sacuden la pereza. ¡Guárdeme Dios de soñar con mis brazos cruzados!

¡Ay, yo no olvido al año viejo! como siempre estaré pendiente de no olvidar lo verdaderamente importante: ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias. El Señor te rescata de la muerte, y te colma de favores y de su misericordia. El Señor te sacia con los mejores alimentos para que renueves tus fuerzas, como el águila (Salmo 103).

¡Yo no olvido al año viejo y ninguna de las bendiciones del Señor!

©2012  Ed. Ramírez Suaza



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