Blanca Navidad
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa busqué la “Blanca Navidad”, la busqué con
entusiasmo, con las ganas de un niño atado a la inocencia, como buscan las
guacamayas las cúspides de los silvestres árboles amazónicos; así te busqué
Blanca Navidad. La encontré, aunque casi que no se deja ver. La encontré
relegada, ignorada, opacada por las muchas luces que encienden mis coterráneos
en honor a otra, a una falsa navidad. Mi ciudad, bien llamada La Ciudad de la
Eterna Primavera, se enciende de luces vacías; brillantes en lo tangible pero
oscuras en las realidades del corazón humano. Luces vacías de integridad.
Vacías de Jesús. Vacías de la cruz. Vacías de verdad. Vacías del amor fraterno
y filial. Vacías de compasión. Vacías de esperanza.
Es una falsa navidad
porque se desplaza por completo al protagonista de la verdadera Navidad. Si el
papa Benedicto XVI dejó sin vaca y sin burro al pesebre; otros lo han dejado sin
Jesús, sin María, sin José, sin los reyes magos; se ha hecho del
pesebre un circo, un bar, una cantina, una plaza de mercado, un altar al ruido
vano. Cuando voy al pesebre de la Biblia coincido con Benedicto XVI en no
encontrar allí burros ni vacas; como tampoco encuentro botellas de guaro “adornando”
sus ángulos ni parlantes a todo dar con guascas cuyas letras no dejan de
profanar la Navidad con su doble sentido. En el pesebre no encuentro
prostitución ni humo de marihuana o cualquier otro tabaco. En el pesebre no
encuentro esos inmensos estantes de “promociones” desembocando las gentes al
derroche financiero. En el pesebre encuentro un silencio que elogia la voz de
María: -Aquí tienes a la sierva del Señor…- Encuentro en el pesebre la
obediencia de José, la adoración verdadera de unos magos, como también el
cántico de los ángeles y el regocijo de unos pastores de Belén; verdadera
composición del Pesebre en la primera y genuina Navidad.
La Navidad primera
era blanca, no por la nieve que nos pintó las aguas negras de Coca-Cola; sino por la pureza humana en aquel
humilde lugar. Nació quien haría posible la solución a este problema:
¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos
como la púrpura? ¡Quedarán como la lana! (Is. 1.19). ¡Eso es! La Navidad es
blanca y blanquea, quien se acerca a Jesús con franqueza reconociendo su
condición de pecador quedará blanco como la nieve, como la lana; “como la pulpa
de coco”, así decía un viejo amigo. Por esta razón nos resulta a unos pocos
blanca la Navidad.
Esta Blanca Navidad
es pobre en notoriedad, carente de popularidad, ausente en la publicidad
canibalesca del siglo XXI, escondida en algunos templos y débil en algunos
casos (por no decir personas). Cristo nació en un establo porque no encontró
lugar en la posada; como al parecer le cuesta hallar lugar hoy. Cristo nació en
un pesebre para hacer posible lo imposible: el perdón de nuestros pecados, la
salvación de la humanidad y la creación de un mundo nuevo. «… en el pesebre [...].
Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en ella [...], ama lo que está
perdido, lo que no es considerado, lo insignificante, lo que está marginado, débil
y abatido. Donde los hombres dicen «perdido», él les dice «salvado»; donde los
hombres dicen «no», él les dice «sí».[1]
Donde se dijo, esto está hecho un caos; él dijo: vine a hacer nuevas todas las cosas.
¡Por fin te vi
Blanca Navidad!