martes, 30 de diciembre de 2014

AÑO NUEVO; VIDA VIEJA



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes llegar a un año nuevo con la misma vida. Las mismas penurias, angustias, dolores, problemas, deudas, soledades, dudas… Nada nuevo en sus primeros de Enero. Pese a que canciones populares (por  lo menos en Colombia) nos digan: “...año nuevo: vida nueva…”.

Vi gentes cargar a cuestas una vida pesada, difícil, sin vida. Vacíos, no sólo los bolsillos, el corazón. 
Esta vida se caracteriza por las ausencias de amor, gratitud, esperanza, fe, Dios, virtud, integridad, gozo, paz, libertad…  

Sin conciencia -quizás- de los vacíos del alma, algunos hacen inútiles intentos de remendarse la existencia al tratar de contener algo en su ser, pero adquieren todo lo contrario: se agujerean más a sí mismos cuando acuden a todo aquello que está diametralmente opuesto a Dios. En esta peligrosa distancia, todo lo que se depositan así mismos cae en saco roto, y como si fuera poco, se aferran a las mismas desgracias disfrazadas de felicidad en un año nuevo y la misma vida.

En mi tierrita un primero de Enero a las cero horas empezamos a gritar y nos metemos sin permiso en las casas vecinas. 
Brindamos sonrientes. 
Salimos corriendo con maletas a dar vueltas por el vecindario. 
Quemamos muñecos de telas engordados con pólvora. 
Abrazamos cuanto aparecido se atraviesa en el camino y nos gritamos unos a otros: -¡feliz año!-  
Pero a la esquina del mes las sonrisas se extinguen y las maletas se nos llenan del mismo vacío. 
Las caras agotadas de las mismas monotonías delatan nuestros amores en vía de extinción y simultáneamente desaparecen esos abrazos ocurrentes de la última noche de un año y el primer día del siguiente. 
Las calles se desvisten de sus luces coloridas mientras la vida vieja reaparece con crueldad en un año nuevo.

No importa cuántos años nuevos haya celebrado, la vida sigue siendo la misma. A no ser que, Ud. arroje sin reservas su existencia a las manos de Jesucristo. Sólo así su vida será nueva sin importar que sea abril, septiembre o quizá hoy mismo. Será nueva por estas razones irrefutables: 
1. En Jesucristo es realidad el perdón de nuestros pecados (1 Jn 1.9), 
2. En Cristo somos adoptados como hijos de Dios (Jn 1.12), 
3. Dios mismo, el Dios de toda gracia, nos perfecciona, afirma, fortalece y establece (1 Pd 5.10). 

Cuando esta experiencia de Dios es real en el ser humano, la persona disfruta de una nueva vida que no deja de ser nueva, porque en cada amanecer y en cada ocaso sostiene una renovación continua, una transformación incesante, un tratamiento divino que no descansará hasta llegar a ser completo. Es una nueva vida con un punto de partida, un peregrinaje y un destino final. En ella la carga es ligera, la confianza es plena. En ella Dios no es concepto; es realidad. En ella pueden pasar muchos años viejos y la vida tan renovada que el asombro no se permite desaparecer de nuestras gratitudes, alabanzas e invitaciones a esta plenitud.

Te deseo de corazón: un bendecido año y una nueva vida en Cristo.




©2014 Ed. Ramírez Suaza

viernes, 19 de diciembre de 2014

El Desplazado

El Desplazado
Dios expulsado de su propia fiesta

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi la navidad. Vi también muchos de sus celebrantes sin saber qué celebran. La ignorancia se hace tan común que hacen cosas sin saber de qué se trata o el por qué; pero se sienten cómodos al ver que muchos hacen igual. Por ejemplo: Navidad es la celebración al nacimiento del señor Jesucristo; todos aman la “navidad” y pocos a Jesucristo. Si la navidad es para celebrar a Jesús, ¿por qué lo sacaron de la fiesta? Desplazaron a Cristo e hicieron un relleno de engaños para fracasar una y otra vez en el intento de llenar el vacío que deja Dios con deidades improvisadas, además de mal inventadas, en las fiestas de fin de año. Al ver multitudes desplazando a Dios, se sintieron a gusto haciendo similar.

La construcción de ídolos en esta segunda modernidad relega a Dios, inclusive de iglesias, donde se supone que Su presencia se manifiesta en la experiencia de fe en comunidad. Los corazones de esta humanidad cierran sus puertas a la dádiva de Dios en su Hijo Cristo y se abre con asombrosa insensatez a todo aquello que en valores, verdad, amor y virtud antagoniza la navidad.

Esta realidad no es ahora nueva, su nacimiento se da en el marco del olvido, de la pobreza, la improvisación de una sala de parto en un pesebre. Jesús escogió nacer entre las penurias de la existencia humana. Prefirió hacerse compañero en condición de los marginados y los menospreciados. De aquellos a quienes la sociedad no les encuentra un lugar. El pesebre es la parábola dramatizada, realizada, del Emmanuel: Dios con nosotros. Decía Pronzato: “Dios que se hace caminante para recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo nuestras penas y miserias, nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos la salvación. A todos”.[1]
Emmanuel: con nosotros desde las desgracias de las pobrezas y descubrir allí el verdadero sentido de navidad: que Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

Dios vino a nosotros, siendo nosotros de él como lo es toda la creación. Sabiéndolo bien, nos hemos sentidos dueños de nosotros mismos y de la creación, atribuyéndonos el derecho de decirle a Dios: -¡fuera de aquí!- Quizá la única figura que nos guste de navidad es la del niño, porque ese rostro nos hace sentir algo superiores a él. Pero Jesús no es un niño divino, él es el Señor, él no vino para complacernos; vino para complacer al Padre. Él no vino a brindarnos confort; él vino a incomodarnos. El evangelio nunca ha sido proclamado para agradar a las gentes; se proclama para salvarlos.

La navidad declara un acto de amor sublime e incomparable: Dios se hizo humano para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Dios se hizo humano para treparse a una cruz y demostrarnos cuánto nos ama el Padre Dios, para que por la fe seamos salvos de nosotros mismos, del diablo, del pecado y las eternas consecuencias que éstas traen. Dios se hizo bebé y fue exaltado en la resurrección como el Señor. Valioso pretexto para celebrar la navidad, y no sólo celebrarla: vivirla.

“Cueste lo que cueste, hemos de «vivir» la navidad. Pobres de nosotros si no lo hacemos”.[2]




©2014 Ed. Ramírez Suaza 







[1] A. Pronzato. Evangelios Molestos, 1969, p.15
[2] Ibid, p.16

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Incrédulo Más Creyente II

El Incrédulo Más Creyente II
Tomás, el referente más alto de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la historia de un hombre extraordinario: Tomás. Su fe me inspira, alienta y motiva a seguir creyendo en Jesús como el Hijo de Dios a pesar de mis dudas. Tomás fue un creyente con agallas, con aventura y disposición. Tuvo sus dudas una vez, pero la vida entera la sumergió en la fe y lo demostró.

San Juan, narrando las historias del evangelio de Jesús, en el capítulo 20.24-29, vuelve a dejar el escenario a Tomás. El relato corresponde a los testimonios de la resurrección de Cristo. Juan sólo nos cuenta dos experiencias sublimes que antecedieron a la de Tomás: 1. Las mujeres que visitan el sepulcro (20.11-18) y 2. La de los apóstoles a puerta cerrada, pero Tomás no estaba allí (20.19-23). En los relatos de las mujeres que visitan el sepulcro, ellas ven e interactúan con Jesús resucitado, aun así no creen que él está vivo. Tiene que ocurrir algo especial para que ellas reaccionen y finalmente crean. En la experiencia de los apóstoles, el susto fue mucho: Jesús se les aparece sin abrir las puertas. Les muestra las marcas de la cruz y ellos se regocijan.

Tomás llega tarde. Llega cuando Jesús ya no está. Se limita a escuchar el testimonio de las mujeres, el de sus compañeros de fe. Pero no les cree. Ellos tampoco creían hasta que lo vieron, sólo que no lo dijeron. Tomás sí lo dice: -creo cuando lo vea y toque-. Entonces Jesús se aparece de nuevo. Se deja ver de Tomás y se deja tocar también.

Si presta atención a las dos experiencias anteriores con el resucitado, María sólo dijo -¡maestro!-. No dijo más nada. Los apóstoles se alegraron pero en silencio. Cuando Tomás lo ve y  toca, exclama: -¡Señor mío! ¡Dios mío!- Estas palabras delatan la fe que posee Tomás o que posee a Tomás. Este hombre comprende la magnitud de la resurrección, por lo tanto sólo puede gritar la verdad: ¡Jesús es el Señor, Jesús es Dios! María vio en el resucitado al maestro. Los discípulos callaron; Tomás vio lo trascendental en el Galileo: al Señor y Dios.

En todos los relatos de Juan nadie cree en Jesús como creyó Tomás: el Señor y Dios.
Inmediatamente después de este relato, Juan nos dice que ha escrito esta historia para que creamos (20.30-31). Y el último y más grande referente de fe es Tomás. Es decir, que cuando creamos en Jesús lo hagamos como lo hizo Tomás: ver en Jesús resucitado al Señor y Dios nuestro.

Si Tomás parafraseara el salmo 23.4, quedaría, creo yo, así:


Jesús es mi pastor
...aunque ande por valles de sombras de dudas
no temeré mal alguno, porque estará conmigo
su resurrección me devuelve la fe...



Que Dios nos ayude a creer como ayudó a Tomás.



 ©2014 Ed. Ramírez Suaza

jueves, 13 de noviembre de 2014

El Incrédulo Más Creyente

El Incrédulo Más Creyente
Tomás, el referente más alto de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi a un hombre con una fe extraordinaria, no de aquella que es capaz de mover montañas; sino de aquella que es capaz de dar la vida completa. Este no es un hombre cualquiera, es uno de los más afortunados del mundo. Es uno de los doce apóstoles de Jesucristo. Es uno de los más grandes: Tomás.

No sé porqué, pero muchos han sido los púlpitos encargados de oscurecer un poco el verdadero rostro de este extraordinario personaje. Otras muchas son las personas que se encargan día a día de presentarlo como el peor referente de incredulidad  en la historia evangélica; cuando los evangelios hablan poco de él, y lo poco hablado de él no compromete sus tres años de fe aventurera por tres días de incertidumbre en su corazón.

Al leer los evangelios Mateo, Marcos y Lucas, comprendemos que Tomás fue elegido como uno de los doce apóstoles que el Señor Jesús llamó para que le acompañara en su qué hacer mesiánico por los senderos de Galilea (Mt. 10.3, Mr. 3.18, Lc. 6.15). Hasta ahora ningún evangelista nos da licencia para hablar mal de este hombre, ellos tres lo muestran como uno de los 12 privilegiados de servir junto al Señor Jesús.

Es precisamente el evangelio de Juan quien nos abre un poco la ventana para ver mejor a este hombre de fe. En el capítulo 11 por primera vez aparece Tomás, “el mellizo”. Como de la nada surge con valentía, con agallas de sobra para dar su vida con Jesús. En Jn 11.8, once discípulos de Jesús rechazan la idea de regresar a Judea porque allí casi apedrean a su Maestro; tienen miedo, quieren huir de la muerte en lo posible. Por otro lado, en Judea ha muerto uno de los mejores amigos de Jesús: Lázaro. Allí quiere regresar el Señor a devolverle la vida a su amigo. Cuando el regreso a Judea está decidido, dice Tomás: “...vamos para que  muramos con él” (Jn. 11.16). Tomás, al que muchos categorizan de incrédulo, está dispuesto a regresar con Jesús y morir allí. No sólo estaba dispuesto; anima a los demás apóstoles a seguir a Jesús hasta la muerte.

¿Incrédulo Tomás? ¡No me parece! Por el contrario, tiene las agallas que  a otros nos hace falta. Sólo por la fe adquirimos la determinación de dar la vida con o por Jesús. Y de esta fe tenía de sobra Tomás.

En el evangelio de Juan, Tomás aparece de nuevo en el capítulo 14, los primeros 7 versos. Jesús los está invitando a una fe atrevida, a una fe que esperanza al ser humano a nuevas moradas. Tomás está creyendo como Jesús le propone en el vs. 1. “...Ustedes creen en Dios; crean también en mí”. ¡Tomás está creyendo en Dios y también en Jesús! En los vs. siguientes Jesús habla de unas moradas celestes y de un lugar para habitar luego con él. Tomás quiere estar ahí, no tanto por el lugar; es por su Maestro. Entonces pregunta: “...Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino?”. 

Esta es una reacción de un creyente, ¡quiere saber a dónde va Jesús! ¡Quiere conocer el camino! El interior de Tomás está persuadido de la verdad que emana de la voz de su Maestro. Si Jesús dijo que se va a preparar moradas para finalmente estar con ellos por siempre, Tomás lo acepta sin cuestionamientos, sin vacilaciones, sin miedos. Tomás lo único que quiere saber es cómo llegar a ese lugar. Y quiere saberlo porque ha creído.


continuará...

©2014 Ed. Ramírez Suaza

jueves, 2 de octubre de 2014

UNPLUGGED

UNPLUGGED
la vida que nos merecemos

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes desquiciadamente adictas a los smartphone. Conectadas, no sé si exageración será decir “todo el tiempo”, a estas tecnologías portátiles. Quizá en redes sociales, en páginas de chat, en You Tube, en Instagram y otros. La idiosincrasia pareciera ser: “me conecto, luego existo”. Los vi con la mirada atada a las pequeñas pantallas privándose de la maravilla de quienes pueden tener su mentón alto y contemplar los cielos, la tierra, el árbol, el ave, la flor, el suelo, el prójimo, el amigo, el hermano, el amor… la vida.

Atados los ojos con una cadena invisible a estos conectores portátiles y con la felicidad ignorada, marchan con nosotros, los desconectados, en mundos paralelos. Unos con los pies en la realidad y otros con pies reales en la virtualidad. Quizá porque con este recurso, los conectados, se sienten al encuentro con la inmediatez, en donde “no hay lugar para la espera ni la imaginación, basta con oprimir una tecla y se tiene amigos, amores, objetos y sexo; la internet y su contenido a liberado al ser humano de exponerse ante el otro de carne y hueso; con la pantalla en frente se vela la realidad propia para mostrar una ficticia, una que le favorezca más y le libere de la angustia de saberse mirado, tocado, cuestionado.”[1]

“¿Qué hace un adicto a la pantalla tele-informatizada (el mundo fashion de los Twitter y los Facebook) en su tiempo libre?  
¡Consume!

Consume espectáculos, consume cultura, consume alienación informatizada, consume casamientos y divorcios pagos, consume ideas "fashion", consume vacaciones guiadas, consume ídolos faranduleros convertidos en estereotipos sociales de los jóvenes, consume individualismo existencial, consume teorías y discursos que ocultan el origen de la riqueza y la pobreza, consume información que tapa la explicación de porqué tres mil millones de seres humanos viven en la pobreza o en la indigencia extrema, consume el espectáculo de la riqueza (de la minoría) que vive por los miles de millones que no consumen,...”[2]

Yo prefiero la vida desconectada y la he llamado “vida unplugged”. Sí. Es la vida que se abre al tacto humano, a las carcajadas en camaradería,  al cafesito con la mirada embelesada en el amanecer o atardecer o la belleza de mi mujer. Prefiero jugar fútbol, así sólo sea para patear a mis amigos y desquitarme de sus pesadas bromas. Prefiero el asaito con carbón, dejar tiznadas las manos de tanta fraternidad mientras sonreímos a la sombra de los recuerdos. Prefiero hablar en persona, sobre todo con Dios: doblar mis rodillas en el frío suelo y orar el Padre Nuestro con todo el corazón, y por qué no, con mis propias palabras. Prefiero salivar mi índice derecho para pasar las páginas de un libro que aporte placer a mi mente. Prefiero posar mis labios sobre los de mi doñita y sobre las mejillas de mis hijos a mandar un toque por facebook. Prefiero hacer de mis manos un cultivo de bacterias saludando a todo mundo mientras pregunto, -¿qué hay de la vida?- a mandar caritas por e-mail. Prefiero ir hasta el necesitado a brindarle pan que publicar fotos de necesitados y no hacer nada.

Prefiero todavía la vida unplugged.
Mejor dicho, prefiero la felicidad.


 ©2014 Ed. Ramírez Suaza




[1] Gloria Lucía Sierra A. Me Conecto… Luego Existo: de los efectos de la cibercultura  en la subjetividad, la educación y la familia, p.18
[2] Manuel  Freytas. http://www.iarnoticias.com/2010/secciones/contrainformacion/0010_gran_hermano_controla_29en2010.html
25/09/2014

martes, 23 de septiembre de 2014

Santificado Sea Tu Nombre III

Santificado Sea Tu Nombre III

Santificado sea tu nombre
Cuando abordamos el Padrenuestro, de entrada nos encontramos con la invocación inesperada de llamar a Dios “Padre nuestro”. Quizá, más inesperado en sus primeros oyentes, porque no era común llamar a Dios Padre, mucho menos nuestro. E inmediatamente aparece la primera petición de esta oración, …santificado sea tu nombre,…

Al parecer, esta frase “se encuentra una antigua oración judía aramea llamada Qaddish (escrito también Kaddish, por la primera palabra de la oración, que significa «sea santificado»). Esta oración dice: «Sea glorificado y santificado su gran nombre en el mundo que él creó según su voluntad. Establezca su reino durante tu vida y durante tus días...» (Craig. 2007, p.44). Lo cual implica que Jesús no se desconecta de la vida piadosa de los judíos, que tiene presente sus plegarias, tomándolas en cuenta para enseñar a orar. Como tampoco se desconecta de las Sagradas Escrituras, en donde hace del oráculo del profeta Ezequiel (36.22-23)[1] una petición.

La pregunta que inmediatamente nos surge es, ¿por qué tanto interés en la santificación de su nombre? El Dios de la Biblia se ha dado a conocer el ser humano progresivamente en el marco de la historia por medio de sus intervenciones, por su Palabra. Claro está, Cristo, plenitud de la revelación de Dios. Toda esta teología se esfuerza por abarcarse en un nombre, el nombre de Dios. Con su nombre, se identifican en él la constancia, el contenido y la comprensibilidad de su persona que hacen que Yahvé de algún modo sea cognoscible y esté a disposición de Israel (Brueggemann. 2007, p.251). Adjuntaría a esto Piper, “Su nombre indica lo que realmente él es, en especial, con respecto a nosotros” (2006, p.108). Esto implica que al tener alianza con una comunidad, esas personas son responsables de la reputación divina entre las naciones de la tierra. De la comunidad del pacto depende que el resto del mundo conozca a Dios. Y esta es su osadía: confió a su pueblo la santidad de su nombre. Es decir, la buena imagen de su ser ante la humanidad. 

En el Padrenuestro, Jesús recoge toda esta historia-teología del nombre de Dios, al incluir una frase en la oración donde comparte la compasión del Padre, la preocupación por la reputación de su nombre en el resto de la historia escatológica de Dios en su amado Hijo Cristo. En Jesús se construye una nueva alianza con una nueva comunidad incluyente, sin discriminaciones algunas. Esa comunidad universal, ahora cristiana, también lleva sobre sí el nombre de Dios, además debe evidenciar un interés permanente en santificar el nombre de Dios, orando como en el siglo II d.C., “Señor, recuerda a tu Iglesia, (...) hazla santa, llámala de los cuatro vientos y tráela a tu Reino, el cual tú has preparado para ella” (Ladd. 2002, p.145). Oración pertinente a la comunidad creyente: ¡haznos santos; santificado sea tu nombre!


Conclusiones
Santificado sea tu nombre, es la plegaria que oramos a diario, con la necesidad de complementar en vida su esencia escatológica. Sólo Dios puede santificar su nombre, nosotros solo podemos hacer plegaria. 

Santificado sea tu nombre, es la práctica de ética cristiana, que en su estilo de vida celebra y encarna la nueva humanidad en Cristo. Es decir, la escatología cristiana es un camino en contravía de las corrientes del mundo que transitamos con fe, esperanza y amor.

Santificado sea tu nombre, es una realidad entre nosotros desde la cruz de Cristo. Allí, todo el oráculo de Ezequiel se realiza en los creyentes, quienes en el peregrinaje de fe van disfrutando esa santificación, restauración, retorno a Dios, obediencia, nuevo corazón, en fin, para gozar de una escatología inaugurada en Aquel quien será fiel en completar la buena obra comenzada en su Iglesia. En la cruz de Cristo, Dios santifica su nombre.

Santificado sea tu nombre, es una plegaria anhelante de la manifestación culminante del proyecto divino en la historia humana. Solo así oramos aquellos que deseamos el desenlace de la historia hacia la parousía, la resurrección de los santos, la nueva creación, el aterrizaje del cielo en la tierra; cuando a plenitud Dios santifique su nombre. “Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap. 22.20).

Santificado sea tu nombre, es construcción escatológica, porque realizamos en nuestra realidad la esperanza jesuana. Vivimos en coherencia con las promesas de Dios en Cristo. En otras palabras, construimos humanidad, lo cual es escatológico, porque hace a Dios presente y su futuro nuestra realidad. Dice L. Boff al respecto,
Santificamos el nombre de Dios cuando con nuestra vida, con nuestra actitud solidaria, ayudamos a construir relaciones humanas más ecuánimes y más santas, que impiden la violencia y la explotación del hombre por el hombre. Dios sufre violación siempre que se viola su imagen y semejanza, que es el ser humano; y en cambio recibe glorificación cuando se restituye la dignidad humana al expropiado o violentado. Aquí despunta el desafío de una santificación libertadora; en el esfuerzo por gestar un mundo que objetivamente honre y magnifique a Dios por la mejor calidad de vida que se logre alcanzar (1986, pp. 66-67).

Orar santificado sea tu nombre, es descubrir que nuestro pasado ha sido perdonado, nuestro presente dotado de vocación cristiana y nuestro futuro sorprendido en los destinos históricos preparados por el Soberano de la creación.


 ©2014 Ed. Ramírez Suaza




[1] Aunque desde la Torá (Lv. 19.12; 22.2), ya se ofrecía la comprensión del nombre de Dios como una manera de referirse, no sólo a una identidad, a la persona misma. Invocar, llevar el nombre de Dios es una manera de comunicar presencia de Dios en la invocación, en poner el nombre de Dios sobre algo, ciudad o alguien (Núm. 6.27, 2 Re. 21.4). El oráculo de Ezequiel, encuentra ecos también en Isaías 48.9-11 y en Jeremías  34.16, entre otros pasajes de la Escritura. Para esta oportunidad, acudo a la referencia de Ezequiel 36.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Santificado Sea Tu Nombre II

Santificado Sea Tu Nombre II
una oración escatológica en tiempos escatológicos

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi que la oración es un acontecimiento por la fe en Cristo, por él y para él. Es el acontecer de un diálogo coherente con Dios sobre el tapete del futuro Suyo que hacemos presente. Es decir, una oración escatológica.

Escatología
En algún momento, en algunas personas, la escatología se entiende como la doctrina que se ocupa de las últimas cosas en el acontecer humano e histórico. Enfocados, específicamente, en la historia de salvación revelada en las Escrituras como asuntos del futuro. Pero la comprensión cristiana con respecto a la escatología ha recibido la gracia de ver con más claridad, puridad y amplitud su esencia.

Escatología, significa doctrina acerca de la esperanza cristiana, la cual abarca tanto lo esperado como el mismo esperar vivificado por ello. En su integridad, y no sólo en un apéndice, el cristianismo es escatología; es esperanza, mirada y orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y transformación del presente… por ello no puede ser, en realidad, un fragmento de doctrina cristiana. Por el contrario, el carácter de toda predicación cristiana, de toda existencia cristiana y de la iglesia entera tiene una orientación escatológica (Moltmann. 1965).

La escatología cristiana no pretende escapar de la realidad en embelesos futuristas, mas bien, “Quien espera en Cristo no puede contentarse más con la realidad dada, pero sufre por causa de ella y comienza a contradecirla” (Moltmann en Ahlert. 2008, p.77). También, la escatología es la convicción de que la historia se dirige a algún lugar bajo la dirección divina, hacia el nuevo mundo de justicia, sanidad, esperanza de Dios. Con el término escatología nos referimos “al sentido global y completo del futuro que Dios le tiene deparado al mundo y a la creencia de que dicho futuro ya ha empezado a manifestarse para encontrarse con nosotros en el presente” (Wright, pp. 175, 176).

Escatología, entre otras, es encontrarse, conocer, vivir y construir el futuro de Dios en el presente de la humanidad.

Oración escatológica
Con una aproximación a lo que es orar y a lo que es escatología cristiana, no quisiera pasar por alto aproximarnos, igualmente, a la comprensión de la oración escatológica. En donde básicamente dialogamos con Dios coherentemente a su revelación y a su manifestación futura al encuentro de nosotros en nuestro presente; con gratitud, maravilla, petición, súplica, silencio, alabanza en Jesucristo, por él y para él; para provecho personal y en favor de la humanidad, especialmente de la Iglesia. Además, la oración escatológica también es vida. Esta oración no permite al orante cruzarse de brazos, por el contrario, impulsa al creyente a que diligentemente traduzca sus palabras de oración en hechos de oración, dramatizando el libreto del Reino de Dios en cada aspecto de la existencia, evocando en cada uno de ellos la esperanza cristiana.

Contextualización de la oración Padrenuestro
La oración del Padrenuestro, en el evangelio de Mateo, irrumpe como uno de los aspectos que aborda Jesús en su discurso que da inauguración a la comprensión más grande en la historia de Israel al Reino de Dios. El sermón de la montaña “comienza con la perspectiva del reino de los cielos, que forma el contenido del evangelio predicado. El sermón de la montaña no presupone, pues, el evangelio del Reino, sino que lo es” (Luz. 1993, p.256). Este evangelio del Reino de Dios se integra con lo sublime de las bienaventuranzas (5.3-12), la responsabilidad de  los discípulos para con el mundo (5.13-16), la perspectiva correcta de la ley mosaica (5.17-20), la vivencia genuina de la integridad (5.21-48), la sinceridad en su expresión más pura (6.1-18), la actitud acertada frente a las finanzas (6.19-34), la mirada franca a los pecados propios, en lugar de los ajenos (7.1-6), la confianza cuando oramos (7.7-12). Finalmente: entrada, fructificación, pertenencia y construcción de vida en el Reino de Dios (7.13-29).

Para Ulrich Luz, la simetría[1] con la que Mateo recrea el sermón de la montaña es sorprendente, y tanto más cuando la lectura a este sermón es reiterada y panorámica: “Ya la estructura del sermón de la montaña ofrece, pues, ciertas indicaciones claras sobre el modo en que debe entenderse: el Padrenuestro es su texto central” (p. 259). La oración no está desvinculada de ninguno de los elementos que componen el sermón del monte; por el contrario, se ata a todos ellos para darse expresión viva de existencia jesuana.


continuará...



©2014 Ed. Ramírez Suaza




[1] Ver más: Luz, Ulrich (1993). El Evangelio Según San Mateo, Vol. I. Salamanca: Sígueme, p.260

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Santificado Sea Tu Nombre

Santificado Sea Tu Nombre
una oración escatológica en tiempos escatológicos


Introducción
¡Señor, enséñanos a orar…!
Así inician el camino de oración unos discípulos galileos que aprenden día a día a tener vigente una experiencia de Dios palpable en la persona de Jesucristo. No saben orar, aunque pedir que sean iniciados en ella ya es en sí misma una oración. Así de corta y profunda a la vez es la plegaria del orante cuyo deseo de intimar con su Creador es continuo. Porque, como decía Karl Barth, “¿Hay algún ser humano que pueda afirmar que sabe orar? Me temo que la persona que lo afirmara no sabría, precisamente, orar de verdad. Y lo contrario habría que decirle a quien se queja de que no sabe orar: ¡Precisamente así estás muy cerca de orar de veras!” (2005, p.80).

Verbalizar el interés por emprender la experiencia de la oración como lo hicieron los doce apóstoles de Jesús, es porque con claridad comprendemos que, “los discípulos han de orar no sólo porque Jesús ha orado o como Jesús ha orado, sino que han de orar en Jesús. El discípulo sabe bien que Jesús sostiene, refuerza e impregna nuestra oración” (Martini en Muñoz. 2008, p.210).

La oración cristiana y escatológica irrumpe en Dios hacia el ser humano. El punto de partida a la hora de orar es Dios y el de llegada es el hombre, quien recibiendo esa invitación amorosa responde coherentemente con diálogo y vida. Tomando así conciencia de que la oración “es una gran bienaventuranza y es una experiencia sublime, aun cuando no sea consciente de todos los alcances de ese acto” (Mosquera. 2010, p.37).


Oración
Ya que la frase en cuestión se encuentra en el Padrenuestro, santificado sea tu nombre, la abordo desde el evangelio según S. Mateo, proponiendo desde allí aproximarnos a una definición parcial. Consciente de que el Padrenuestro no está escrito para ser definido, más bien para ser vivenciado (Mt. 7.42-29) y desde la experiencia orante, comprendido.

En Mateo 6.9, la palabra que usa Jesús para referirse a la oración es προσεύχεσθε (proseújesthe), vocablo  que “Expresa toda manera de entrar en contacto con Dios y de aquí que pueda emplearse sin más especificaciones” (Coenen, Beyreuther & Bietenhard. ed. 1993, p.212). Paradójico que al mismo tiempo haya tanto por abarcar desde el término oración, como de la vivencia de ella misma, porque en la oración
“estamos abiertos a alguien, a algo más allá. Cuando menos en principio, estamos conscientes de un poder que va más allá de nuestro propio poder, de una presencia, quizás incluso de una persona que está más allá y probablemente está más elevada que nuestra propia persona. Toda oración es así. Es, cuando menos, un punto de partida” (Wright. 2011, p.355).

Mateo, 5.1-12, nos hace partícipes de las bienaventuranzas como el fundamento sobre el cual es construido el sermón de la montaña, de ellos no podemos desprender cada aspecto del primer discurso público de Jesús. Además, este sermón inaugura la escatología que hace presente el cielo en la tierra, la realidad donde el cielo y la tierra se encuentran para hacer una vez más posible la cercanía del Creador con la humanidad orante. Así, la oración del Padrenuestro se concibe como un encuentro en el ahora, una puerta abierta para cada hoy, una invitación en cada presente que emana por el Dios del futuro, quien en la resurrección de su Hijo Cristo nos trajo el mañana a nuestro hoy. Decía Kasper, “La oración creyente no sólo cuenta con la certeza de la escucha futura; anticipa ya ahora el reinado de Dios, porque abre un margen a la soberanía de Dios y le permite entrar en acción” (1986, p.169).

Orar, es la respuesta del ser humano a la propuesta divina de diálogo que se desempaca de maneras comprensibles al hombre en sus actos, sus palabras en todos los tiempos; a fin de darse a conocer, hacerse presente y protagonizar nuestra historia como un acontecimiento escatológico, soteriológico y santo. En la oración dependemos de Cristo, de su Espíritu para hallar el contenido de nuestra respuesta a Dios, y para que tan anhelado diálogo acontezca.
La oración es en él, por él y para él.


continuará...

©2014 Ed. Ramírez Suaza

miércoles, 23 de julio de 2014

El Canto De La Luna

El Canto De La Luna

Asomándome por entre la celosía de la ventana de mi casa oí el canto de la luna. Tan dulce como una noche de primavera. Como las siempre noches en Medellín. Allá arriba, flotante ella en la casi negra y aterciopelada cortina de donde se cuelgan las estrellas, se hace testigo confidente de muchas realidades debajo de su delicada luz, donde los mortales la ven y se sienten confidentes en lugar de expuestos. Ella, testigo de cuanta vergüenza evito en estos párrafos, aunque abarcaría todo con estas palabras: vergüenza de ver los críos humanos deshumanizándose y deshumanizados.  Pero el lamento más sentido es ver cristianos descristianizados.

Cansada, entre otras, de ver cultos donde se dan palmas pero no la mano. Donde se escucha la exposición bíblica, pero no se vive. Una practicidad egoísta, fracasadamente hedonista e indolentemente indiferente a las realidades de su país. Negligente en la evangelización, no sólo verbal, también social. Un púlpito prostituido con los espacios dados a inescrupulosos políticos que se vuelven creyentes en tiempo electoral, ¡hasta diezman! Pero no entregan su corazón. Evangélicos de doble faz que bailan al son que les toquen, importándoles un carajo la coherencia del evangelio, la integridad. Oí la luna querer decir todo esto y mucho más. Decir lo que ve debajo de su luz.

De repente las montañas que rodean mi ciudad tomaron sus zampoñas, sus quenas y charangos. Las nubes sus violines, las estrellas hicieron titilar sus bongoes. Todas sabían nadar en el pentagrama divino haciendo notas y figuras diferentes, eso sí, armónicas. Ella, la luna, lerda en su andar celeste llega al centro del escenario, se afina en La Bemol Menor y canta un salmo de esperanza a nuestro favor:

Alzo mis ojos a los montes,
¿de dónde vendrá el socorro para esta humanidad?
Que venga sólo de ti Creador.
Aunque ignorado por estos mortales, no dejes de llamarlos. No dejes de sevirlos. No dejes que se pierdan en su obstinación.

Bajo mis ojos a la Iglesia, ¿de dónde vendrá su socorro?
Su socorro viene del Santo Espíritu de Dios. Quien puede renovar, avivar y restaurar esa comunidad de santos, donde es necesario hacerlo.
No dejes que la indiferencia se haga nido en sus cultos
ni el orgullo prisión del corazón.

¿Volverá el mundo y la Iglesia su mirada a la cruz?
De allí brota inagotablemente el socorro divino.
En la cruz de Cristo, oh loco mundo, hay reconcilio con Dios.
En la cruz de Cristo, oh loca Iglesia, hay rumbo fijo.

El gemido de la creación entera ya es incienso ante Dios,
¡Cuán cerca está el momento 
en que el Señor renueva todas las cosas y a mí!


©2014 Ed. Ramírez Suaza


lunes, 5 de mayo de 2014

Seis Horas En El Infierno


lo que Jesús hizo para salvarnos




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi al Hijo de Dios padecer por seis horas el infierno.
¡Y qué infierno! 
Levanté mis ojos al monte Calvario hasta distinguir en su cúspide tres cruces. La que estaba en el centro capturó mi atención porque en ella se dejó clavar Dios. Verlo ahí, tratado como si fuese malhechor estremeció la creación, hasta hoy muchas personas, también a mí. 
Lo que pocos han percibido en esta escena histórica es que Jesucristo padeció el mismo infierno mientras pendía de aquel madero.

Las manecillas de no sé qué reloj artesano marcaron las 9:00 am, cuando levantaron esa cruz hasta fijarla en el suelo, quedando Cristo suspendido entre el cielo y la tierra (Marcos 15.25). Y a eso de las tres de la tarde, después de un fuerte grito, Jesús murió (Marcos 15.34-37). Colgado allí, expuesto al escarnio humano, a la crueldad italiana y a la ira de Dios; Jesús duró crucificado, con vida, seis horas.

Esas seis horas para Jesús fueron un infierno.
Quienes hacemos lectura creyente de la Biblia, nos encontramos frente a tres posiciones principales respecto al infierno: que sea un lugar, un estado o ambos. El lenguaje apocalíptico o escatológico de Jesús registrado en los evangelios, como el de los apóstoles Pablo, Pedro y Juan; se empaca en los símbolos, en el sentido figurado, en la metáfora y la parábola. Eso nos alerta en el ejercicio de interpretación bíblica a no tomar esos pasajes literalmente. Nos obliga a pensar con profundidad, responsabilidad y dependencia del Espíritu Santo lo que ese lenguaje apocalíptico quiere decir. Así, algunos comprenden el infierno como un lugar, otros como un estado, otros como lugar y estado.

Faltando todo por decir respecto al infierno, lo que no podemos negar es su realidad. 
Y vale la pena subrayar que la primera experiencia real de infierno fue en la cruz de Cristo. Nunca antes nadie conocía el tormento de tan terrible lugar, de tan horrible condición. No porque estuvo en el infierno esas seis horas de crucifixión, sino porque sufrió todas aquellas condiciones reales que se padecerán en el infierno, luego del juicio final.

El infierno es la sentencia final a una humanidad sumergida en el pecado sin rendir su orgullo frente a la cruz de Cristo. Es la ira final de Dios hacia todos aquellos que rechazaron una y otra vez Su amor. 
Decía A. W. Pink: -La ira de Dios es una perfección del carácter divino sobre el cual debemos meditar frecuentemente-.[1]

Frente a la ira de Dios, en el infierno, se experimentará el abandono de Dios. Precisamente lo que Jesús soportó en la Cruz. 
El infierno es un lugar de absoluta oscuridad. Lo que Jesús escarmentó mientras pendía entre cielo y tierra. 
El infierno es un lugar para malditos, y la más grande maldición la aguantó durante sus últimas horas de vida. 
El infierno es un lugar de tormento, comparado con un fuego inextinguible y el gusano inmortal. Jesús sufrió ese fuego y ese gusano siendo lacerado una y otra vez hasta envolver su cuerpo en una sola llaga, y en ella recibir más tortura. 

El dolor que experimentó el Maestro en su pasión y crucifixión no tiene comparación, al entender además las implicaciones espirituales de ese momento. Era más que un infierno.

Y lo hizo en tu lugar y el mío.
Seis horas, para salvarnos de una eternidad en esa misma realidad.


©2014 Ed. Ramírez Suaza  




[1] J.I. Packer (1997). Hacia El Conocimiento de Dios, p.179

sábado, 12 de abril de 2014

Dos Mesías y Un Pilato



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un gobernador en serios aprietos. La comunidad judía del primer siglo, representada por sus autoridades religiosas, entregó en manos del prefecto romano a uno que dijo ser el Mesías. Como si fuera poco, en prisión tenía retenido a otro también diciendo ser mesías. Los dos mesías fueron conocidos por sus gentes como “el hijo del Padre”, y al parecer los dos tenían el mismo nombre: Jesús.

Al gobernador que me refiero es Pilato, los dos mesías en juicio son Jesús de Nazaret y Barrabás. Barrabás era un revolucionario, un destacado líder y luchador en la resistencia judía frente a la opresión romana. Probablemente presidió un levantamiento contra los romanos, que además de darle de baja, quizá, a un soldado romano; le hizo famoso (Mt. 27.16).[1] 

Dice un destacado teólogo alemán: “Normalmente pensamos sólo en las palabras del Evangelio de Juan: «Barrabás era un bandido» (18, 40). Pero la palabra griega que corresponde a «bandido» podía tener un significado específico en la situación política de entonces en Palestina. Quería decir algo así como «combatiente de la resistencia». Barrabás había participado en un levantamiento (cf. Mt 15, 7) y —en ese contexto— había sido acusado además de asesinato (cf. Lc 23, 19.25).”[2] Así entonces, nos resulta más fácil entender a Barrabás como un mesías al estilo de los Macabeos.

Su nombre era Jesús Barrabás. Ambos nombres eran tan corrientes en su momento, como los “don José” en Medellín hoy. 
Barrabás es una palabra compuesta: Bar-Abbas, cuyo significado es “Hijo del Padre” (celestial).[3] Un hombre con toda la disposición de hacer mesianismo por la fuerza. De prometer libertad reclutando hombres para tomar las armas. Un idealista de la libertad israelita a través de recursos y estrategias guerrilleras
Estuvo en una prisión romana porque sus cálculos en una revuelta fallaron.

Por otro lado está Jesús nazareno. Indiscutiblemente es el verdadero Bar-Abbas (hijo del Padre celestial). También preso bajo el poder romano. El verdadero Mesías, aunque francamente no cumpliera con las expectativas judías. Los sacerdotes y demás autoridades religiosas lo entregaron a Pilato por envidia (Mr. 15.10), y el gobernador lo tenía claro.

El nazareno también es revolucionario. "La revolución que éste encabezó es de carácter mucho más profundo sin la cual las reformas solo podrían ser superficiales y transitorias. Si conseguía limpiar el corazón humano de deseos egocéntricos, de crueldad y de lujuria, la utopía se haría realidad de manera natural; entonces tanto aquellas instituciones que surgen de la codicia y violencia del hombre como la consecuente necesidad de la ley desaparecería".[4] 

Pero Pilato es algo necio: deja en manos populares la elección de darle indulgencia a uno de estos dos Bar-Abbas. Uno de los dos Jesús debe morir. 
¿Cuál será? 
¿El nazareno? 
¿El guerrillero? 
Los dos son mesías, uno vivirá y el otro irá a la cruz.
¿A quién preferirán los judíos? 
Uno ofrece el camino angosto de la paz; el otro el de las armas. 
Uno opta por el perdón; el otro por el homicidio. 
Uno ama la construcción de la paz; el otro la venganza. 
Uno pone la otra mejilla; el otro golpea mejillas. 
Uno es manso y humilde de corazón; el otro carga con demasiado resentimiento en el suyo. Aunque ambos se llaman Jesús y se les reconoce Barrabás; sólo uno es el verdadero Jesús, verdadero Hijo del Padre (Barrabás).

Las gentes prefirieron el mesías de las armas, de la venganza, del ojo por ojo, del resentimiento. Y al Mesías de la paz, del perdón y de la gracia infinita lo condenaron al calvario.

Al parecer, esa preferencia tiene vigencia entre esta humanidad que aún tiene esperanza en el Bar-Abbas que murió en la cruz y al tercer día resucitó.


©2014 Ed. Ramírez Suaza  



[1] J. Ratzinger. Jesús de Nazaret, p.24 [e-book]
[2] Ibid
[3] Luz Ulrich. El Evangelio Según S. Mateo. Tomo IV, p.349 [e-book]
William Barclay. Mateo Vol. II, p.417
En algunos códices de Mt 27,16-17 ( Q / f1 , 700*) y en algunas versiones antiguas (siríacas, armenia, georgiana), el nombre se presenta incluso como lesoun Barabban/ lesoun ton Barabban («Jesús Barrabás»).
Joseph A. Fitzmyer. El Evangelio Según S. Lucas. Tomo IV, p. 473
[4] Will Durant, Caesar and Chrisl (Nueva York: Simon and Shuster, 1944), p. 566.

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...