viernes, 19 de diciembre de 2014

El Desplazado

El Desplazado
Dios expulsado de su propia fiesta

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi la navidad. Vi también muchos de sus celebrantes sin saber qué celebran. La ignorancia se hace tan común que hacen cosas sin saber de qué se trata o el por qué; pero se sienten cómodos al ver que muchos hacen igual. Por ejemplo: Navidad es la celebración al nacimiento del señor Jesucristo; todos aman la “navidad” y pocos a Jesucristo. Si la navidad es para celebrar a Jesús, ¿por qué lo sacaron de la fiesta? Desplazaron a Cristo e hicieron un relleno de engaños para fracasar una y otra vez en el intento de llenar el vacío que deja Dios con deidades improvisadas, además de mal inventadas, en las fiestas de fin de año. Al ver multitudes desplazando a Dios, se sintieron a gusto haciendo similar.

La construcción de ídolos en esta segunda modernidad relega a Dios, inclusive de iglesias, donde se supone que Su presencia se manifiesta en la experiencia de fe en comunidad. Los corazones de esta humanidad cierran sus puertas a la dádiva de Dios en su Hijo Cristo y se abre con asombrosa insensatez a todo aquello que en valores, verdad, amor y virtud antagoniza la navidad.

Esta realidad no es ahora nueva, su nacimiento se da en el marco del olvido, de la pobreza, la improvisación de una sala de parto en un pesebre. Jesús escogió nacer entre las penurias de la existencia humana. Prefirió hacerse compañero en condición de los marginados y los menospreciados. De aquellos a quienes la sociedad no les encuentra un lugar. El pesebre es la parábola dramatizada, realizada, del Emmanuel: Dios con nosotros. Decía Pronzato: “Dios que se hace caminante para recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo nuestras penas y miserias, nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos la salvación. A todos”.[1]
Emmanuel: con nosotros desde las desgracias de las pobrezas y descubrir allí el verdadero sentido de navidad: que Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

Dios vino a nosotros, siendo nosotros de él como lo es toda la creación. Sabiéndolo bien, nos hemos sentidos dueños de nosotros mismos y de la creación, atribuyéndonos el derecho de decirle a Dios: -¡fuera de aquí!- Quizá la única figura que nos guste de navidad es la del niño, porque ese rostro nos hace sentir algo superiores a él. Pero Jesús no es un niño divino, él es el Señor, él no vino para complacernos; vino para complacer al Padre. Él no vino a brindarnos confort; él vino a incomodarnos. El evangelio nunca ha sido proclamado para agradar a las gentes; se proclama para salvarlos.

La navidad declara un acto de amor sublime e incomparable: Dios se hizo humano para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Dios se hizo humano para treparse a una cruz y demostrarnos cuánto nos ama el Padre Dios, para que por la fe seamos salvos de nosotros mismos, del diablo, del pecado y las eternas consecuencias que éstas traen. Dios se hizo bebé y fue exaltado en la resurrección como el Señor. Valioso pretexto para celebrar la navidad, y no sólo celebrarla: vivirla.

“Cueste lo que cueste, hemos de «vivir» la navidad. Pobres de nosotros si no lo hacemos”.[2]




©2014 Ed. Ramírez Suaza 







[1] A. Pronzato. Evangelios Molestos, 1969, p.15
[2] Ibid, p.16

LA SOCIEDAD DEL BESO

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