El Desplazado
Dios expulsado de su propia fiesta
Mirando yo por
entre la celosía de la ventana de mi casa vi la navidad. Vi también muchos de
sus celebrantes sin saber qué celebran. La ignorancia se hace tan común que
hacen cosas sin saber de qué se trata o el por qué; pero se sienten cómodos al
ver que muchos hacen igual. Por ejemplo: Navidad es la celebración al nacimiento
del señor Jesucristo; todos aman la “navidad” y pocos a Jesucristo. Si la
navidad es para celebrar a Jesús, ¿por qué lo sacaron de la fiesta? Desplazaron
a Cristo e hicieron un relleno de engaños para fracasar una y otra vez en el
intento de llenar el vacío que deja Dios con deidades improvisadas, además de
mal inventadas, en las fiestas de fin de año. Al ver multitudes desplazando a
Dios, se sintieron a gusto haciendo similar.
La construcción
de ídolos en esta segunda modernidad relega a Dios, inclusive de iglesias,
donde se supone que Su presencia se manifiesta en la experiencia de fe en
comunidad. Los corazones de esta humanidad cierran sus puertas a la dádiva de
Dios en su Hijo Cristo y se abre con asombrosa insensatez a todo aquello que en
valores, verdad, amor y virtud antagoniza la navidad.
Esta realidad no es ahora nueva, su nacimiento se
da en el marco del olvido, de la pobreza, la improvisación de una sala de parto
en un pesebre. Jesús escogió nacer entre las penurias de la existencia humana.
Prefirió hacerse compañero en condición de los marginados y los menospreciados.
De aquellos a quienes la sociedad no les encuentra un lugar. El pesebre es la
parábola dramatizada, realizada, del Emmanuel: Dios con nosotros. Decía Pronzato:
“Dios que se hace caminante para
recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo nuestras penas y miserias,
nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos la
salvación. A todos”.[1]
Emmanuel: con
nosotros desde las desgracias de las pobrezas y descubrir allí el verdadero
sentido de navidad: que Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
Dios vino a
nosotros, siendo nosotros de él como lo es toda la creación. Sabiéndolo bien,
nos hemos sentidos dueños de nosotros mismos y de la creación, atribuyéndonos
el derecho de decirle a Dios: -¡fuera de aquí!- Quizá la única figura que nos
guste de navidad es la del niño, porque ese rostro nos hace sentir algo
superiores a él. Pero Jesús no es un niño divino, él es el Señor, él no vino
para complacernos; vino para complacer al Padre. Él no vino a brindarnos
confort; él vino a incomodarnos. El evangelio nunca ha sido proclamado para
agradar a las gentes; se proclama para salvarlos.
La navidad
declara un acto de amor sublime e incomparable: Dios se hizo humano para
hacernos partícipes de su naturaleza divina. Dios se hizo humano para treparse
a una cruz y demostrarnos cuánto nos ama el Padre Dios, para que por la fe
seamos salvos de nosotros mismos, del diablo, del pecado y las eternas
consecuencias que éstas traen. Dios se hizo bebé y fue exaltado en la
resurrección como el Señor. Valioso pretexto para celebrar la navidad, y no
sólo celebrarla: vivirla.
“Cueste lo que
cueste, hemos de «vivir» la navidad. Pobres de nosotros si no lo hacemos”.[2]
©2014 Ed. Ramírez Suaza