Cuando la ira se extienda por tu pecho, vigila que tu lengua no ladre malignamente.
Safo (siglo VII- VI a.C.)
En la medida que el chisme avanza de boca en boca, de oído en oído, éste se agiganta cual Goliat temerario e intimidante; ante el fenómeno, la verdad que intenta enfrentarlo se fragiliza, se minimiza y se menosprecia.
De alguna manera, el vil encanto del chisme hechiza a los chismosos con un maleficio que les empaña la caridad humana, oscurece al corazón y les endurece, para ser cruel, el alma.
No todos los chismes son dañinos ni todos son falsos ni todos son verdaderos ni son del todo falsos ni del todo verdaderos. El chisme y el rumor necesitan de lo incierto, de la sospecha, de cierto margen de desconocimiento para poder ser atractivo, cautivante; de lo contrario perdería su fascinación y su fuerza para ir de boca en boca.
No todos los chismes se crean con la intención de destruir a alguien; hay chismes que surgen para aspirar a un bien, a un logro especial, a una conveniencia colectiva, entre otras.
Aún así, no es justificable.
Otros chismes llevan el determinante propósito de dañar, destruir la imagen de alguien.
Hay todo un abanico de posibilidades en el universo del chisme: “se encuentran chismes políticos, de farándula, económicos, institucionales, religiosos, culturales, intelectuales o literarios, entre otros. Así mismo, en relación con los propósitos que ellos encierran pueden tenerse: chismes difamatorios, propositivos, anecdóticos, positivos y negativos.” [1]
Digo esto, porque el chisme pareciera ser un motor social, aparentemente valioso. Llegó a decir Nicholson: “El chisme es bueno para la persona, la hace psicológicamente más positiva.” [2] Inclusive, se ha llegado a decir que el chisme es “una actividad social que se disfruta, que relaja y que permite la construcción de vínculos.”[3] De hecho poseen su propia “utilidad”: “Sirven para debilitar, romper o fortalecer relaciones.”[4]
La Biblia dice:
No andes difundiendo calumnias entre tu pueblo, ni expongas la vida de tu prójimo con falsos testimonios. Yo soy el Señor.
No alimentes odios secretos contra tu hermano, sino reprende con franqueza a tu prójimo para que no sufras las consecuencias de su pecado (Levítico 19.16- 17).
El de labios mentirosos disimula su odio, y el que propaga calumnias es un necio (Proverbios 10.18).
El perverso provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos (Proverbios 16:28).
Las palabras bíblicas que van contra el chisme y más me asombran están en la epístola de Santiago cap. 3.6, que dicen así: –También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida.– Sin perder el hilo, Santiago relacionó este poder destructor de la lengua con una sabiduría diabólica. Literalmente dijo: –... esa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica– (Santiago 3.14).
El Dr. Pablo Deiros comentando este capítulo 3 de Santiago escribió:
¿Se ha preguntado alguna vez por qué cuando uno va al médico, una de las primeras cosas que éste hace para realizar su diagnóstico es pedirnos que le mostremos la lengua? Es que la lengua puede indicar cuál es el estado del organismo. Algo así es lo que hace Santiago en un sentido moral. Él llama la atención sobre el estado de la lengua como indicador del carácter del creyente, sea éste maestro o discípulo en la comunidad de fe. [5]
Nuestras lenguas evidencian el estado moral y espiritual en el que estamos.
La lectura a las palabras de Santiago me animan a afirmar que, el chismoso recibe por obra del diablo un impulso capaz de destruir a su prójimo; adquiriendo una unción luciferina, una sabiduría, una fuerza y capacidad para atentar contra su hermano o hermana, hundiéndole la vida hasta los “sótanos del infierno”.
Todos en alguna medida y ocasión hemos sido chismosos o nos llegamos a encontrar perjudicados por chismes. No nos mintamos a nosotros mismos: el chisme es sabroso cuando se trata de otros, pero cuando uno es el perjudicado, el chisme es amargo.
Hay verdades que debemos tener siempre presente, como ésta por ejemplo: “quien te habla mal de otros, es capaz de hablarle a otros mal de ti.”
Lo mejor que podemos hacer ante el chisme es contener nuestros oídos y bocas; porque no sólo somos responsables de lo que decimos, también lo somos de lo que oímos.
No sólo es chismoso quien dice lo que debe callar, lo es quien escucha lo que debe evitar.
Ambas acciones nos seducen: hablar de otros y/o escuchar acerca de otros lo que no nos incumbe o consta. Con esta realidad quedamos delatados: tenemos una inclinación aberrante al chisme.
Nadie es capaz de superar el poder del chisme, nadie lo ha logrado en toda nuestra historia humana, no seremos nosotros quienes lo logremos. ¡Es imposible!
Lo que sí podemos hacer es autocontrolarnos la lengua y los oídos.
Podemos evadir conversaciones que desembocan en murmuraciones, runrunes, comentarios malintencionados sobre otros y cosas semejantes a estas.
Inclusive, en este proyecto de “higiene oral y auditivo” nos veremos en la necesidad de distanciarnos de personas con lenguas indomables.
Nuestra meta y desafío es ser como Jesús.
Hablar como él habló y escuchar como él lo hizo.
Nada es mejor que esto.
©2022 Ed. Ramírez Suaza
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1 Nevis Balanta Castilla. “La seducción del chisme”. TECNURA 10. I SEMESTRE DE 2002. 91- 96
2 Nicholson, en Lourdes Pietrosemoli “El chisme y su función en la conversación”. Lengua y Habla, núm. 13, enero-diciembre, 2009, pp. 55-67
3 Ben-Ze'ev. de Sousa en Nicholson, en Lourdes Pietrosemoli “El chisme y su función en la conversación”. Lengua y Habla, núm. 13, enero-diciembre, 2009, pp. 55-67
4 Nevis Balanta Castilla. “La seducción del chisme”. TECNURA 10. I SEMESTRE DE 2002. 91- 96
5 Pablo Deiros. Comentario Bíblico Hispanoamericano: Santiago y Judas, Miami: Caribe (1992): 166