lunes, 12 de octubre de 2015

Los 50 cm Más Largos



Y yo oro no porque o cuando tengo necesidad de algo, sino
únicamente porque... necesito orar. O sea, necesito amar y sentirme amado.
A. Pronzato


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi los 50 centímetros más largos del siglo XXI. No sé cómo lo logramos: acercamos a quienes están lejos con todas las tecnologías de comunicación; paradójicamente también, alejamos con las mismas tecnologías a quienes están cerca. ¡Qué ironía!

Más irónico aún que los 50 centímetros de distancia habidos para poner nuestras rodillas sobre el suelo, se nos hayan hecho millas y nuestra comunión más preciada termina siendo la más relegada entre los escombros arrumados en los sótanos del corazón humano, entre los chécheres arrinconados de la existencia. Lamentando más aún, que sea una realidad en un número significativo de cristianos.

Dios se nos acercó, y muchos nos distanciamos. ¡Qué ironía!
El hermoso y poderoso acto de poner nuestras rodillas sobre el suelo en el momento de hacer oración, precisa de un regreso a nuestros hábitos más tenidos en cuenta.
Sé que para orar, la posición corporal no es lo más relevante, aunque las Escrituras sí nos dejan intuir que algunas son más apropiadas. Por ejemplo, orar de pie -con un lenguaje corporal de reverencia- o de rodillas, con las manos alzadas, arrojados boca abajo en el piso, sentados en las sillas de un templo, entre otras. Oramos de rodillas, si la condición física lo permite, porque consideramos que esta postura es la que mejor expresa humildad, reverencia y sumisión con que debemos acercamos al Dios santo y soberano.[1] Porque así nos dieron ejemplo Jesús, san Pablo y otros santos de Dios en la historia de salvación.

Los 50 centímetros de distancia para poner nuestras rodillas sobre el suelo, deben ser para nosotros la distancia más corta, el “peregrinaje” más sublime, el momento más placentero, el privilegio más hermoso, la prioridad más libre y liberadora.
Cuando oramos de verdad, las palabras nuestras deben ser pocas y nuestros oídos muchos. Porque la oración es oración cuando al fin puedo escuchar la dulce voz de Dios y embelesar la mía en la Suya. Bien dijo E. M. Bounds: “La meta de la oración es ser el oído de Dios”.[2]

No crea que orar consiste en hablar mucho, Jesús dijo, Y al orar, no hablen sólo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras (Mateo 6.7 NVI); que sean pocas tus palabras como lo recomienda el sabio Predicador de Israel: No permitas que tu boca ni tu corazón se apresuren a decir nada delante de Dios, porque Dios está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto, habla lo menos que puedas,... (Eclesiastés 5.2 RVC).

Cuando ore, y por favor ore, arroja tus rodillas 50 centímetros hacia el piso, que sea más la sinceridad que la habladuría, más el silencio que la bulla y permítase envolver su vida en el amor, la voluntad, la maravilla, el placer y lo sorprendente de la presencia de Dios. Y cuando esto ocurra, Dios hará que desde nuestros más profundos afectos, sinceridades y anhelos irrumpa oración, porque “El Espíritu de Dios ora en nosotros. Éste es el más santo consuelo de nuestra oración.”[3]

Logramos distanciar lo cercano, un logro que nos derrota la vida. Pero Dios logró acercar a los que estamos lejos, muy lejos. En la cruz de Cristo quedamos a la distancia de 50 centímetros, si es que no es más cerca. 

Dios derrotó el abismo que nos distanció de Él, derrotemos 50 cm que nos distancian de él.
Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes.
Santiago 4.8


©2015 Ed. Ramírez Suaza




[1] José M. Martínez & Pablo Martínez Vila. Abba, Padre, teología y psicología de la oración. (Barcelona: CLIE, 1990): 107
[2] E. M. Bounds, Purpose in Prayer (Chicago: Moody, s.f.): 53,54.
[3] K. Rahner. De la necesidad y don de la oración. (Bilbao: Mensajero. 2004): 38

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...