miércoles, 19 de agosto de 2015

Espejos Del Alma


El ser humano no sabe quién es, hasta encontrarse en la mirada de Dios.


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi personas mirándose a los espejos que recicla en el mundo. Los veo con carretas de madera y ganas de vida, recogiendo cristales en donde pueda apreciarse y sentirse aprobado por la sociedad, la familia, la religión, los egos, entre otros. Así la vida nos hace recolectores de estereotipos, ideas ajenas -muchas de ellas inútiles-, modas pendejas, complacencias a otros a cambio de aceptaciones, falsos afectos -quizá otros no-, des-orientaciones de identidad y un sin número más de categorías con las que fabrican un mosaico de espejos y se ven tan fragmentados en él, que se pierden a sí mismos en una existencia sin sentido, sin norte, sin Dios, sin ellos mismos.

En la Biblia, se nos narra el retrato de un hombre a quien la vida se le convirtió en un laberinto de espejos. Su nombre es Jacob, su historia aparece en Génesis capítulo 25.19 hasta el capítulo 35.[1] Al nacer, sus padres lo llamaron Jacob, que significa usurpador, no en vano: Jacob le arrebata a su hermano Esaú la primogenitura y luego la bendición, esta última con unas trampas y mentiras sin precedentes alguno en complicidad con su madre. Su hermano Esaú se indigna hasta querer matarlo, entonces Jacob se ve obligado a huir a tierras de Jarán, donde habita su tío. Este tiene dos hijas, y Jacob ama la menor y la pide en casamiento, pero su suegro lo engaña dándole por esposa a su hija mayor a cambio de siete años de servidumbre. Obligado por su amor y lo tramposo de su suegro, trabaja otros siete años para poder casarse también con la mujer que realmente ama, sin descansar hasta lograrlo. Pero Jacob, de alguna manera también engaña a su suegro, quedándose con muchas riquezas de él, haciendo trucos para que el ganado criara a su conveniencia. Y el relato bíblico afirma que le salió bien el truco. Jacob no sabe quién es, se está definiendo así mismo en un espejo empañado como un tramposo con éxito.

Este es su laberinto de espejos: su madre lo ve como un usurpador, y lo apoya para que así sea. Su hermano lo ve como un tramposo, mentiroso que le ha arrebatado su primogenitura y su bendición patriarcal. Su suegro lo ve como un engañador que puede ser engañado también, y le da “dos tazas de su propio caldo”. Jacob se ve así mismo perdido en sus retratos, confundido en esos espejos con los que es mirado, estigmatizado. Él ha venido siendo lo que los demás ven en él, ha caminado en este laberinto apoyado en sí  mismo.

Pero un día se encuentra en la mirada de Dios. Los ojos de Dios le resultaron ser el espejo donde necesitaba mirarse y darse cuenta en realidad quién es él. Allí, en los ojos de Dios, se quiebra el mosaico de espejos a través de los cuales ha sido fragmentariamente identificado, y en alta definición, en esa mirada divina, puede identificarse para ser la persona que Dios ve en él. En los ojos de Dios él no se ve como Jacob -usurpador-, se ve como Israel -luchador-. Así, hallado por el Dios que tercamente lo ha buscado, Jacob re-significa su existencia para vivir los designios de Dios.

Sospecho que usted, amig@ lector también necesita mirarse, encontrarse en los ojos de Dios. Ese es el mejor espejo donde el ser humano puede recuperar, re-significar la vida. Igual que Jacob, buscamos nuestros propios escapes, nuestros lugares de huida. Huimos de nuestros pasados, de nuestras familias, de nosotros mismos, de Dios… Y somos interpretados por los espejos fisurados a través de los cuales somos mirados y nos miramos a sí mismos. Pero vivir huyendo no es vivir. Dios nos busca con insistencia, sus ojos son nuestro espejo. Mírate ahí, en la mirada de Dios. Ella, Su mirada, nos humaniza, re-orienta y re-significa el privilegio de vivir.


©2015 Ed. Ramírez Suaza







[1] Este es el fragmento bíblico sobre el que se sustenta la tesis de esta reflexión, mas no agota el contenido bíblico del personaje en cuestión. 

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