viernes, 31 de julio de 2015

Cómo Viven Los Muertos


No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de la tumba fría;
muertos son los que tienen muerta el alma
y aún viven todavía!
Julio Florez (poeta colombiano)


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi cómo viven los muertos.
No los muertos que ya sepultamos o en su defecto cremamos, sino aquellos que aún viven, que deambulan en los caminos de la existencia con signos vitales pero sin vida. Parece una contradicción, pero no. Ciertamente hay muertos, a causa de sus delitos y pecados, habitando este planeta (Efesios 2.1-3).

Muchos llegamos a experimentar esa muerte en vida; otros aún en esa lamentable realidad, que se caracteriza por ir en dirección de la corriente del mundo, por actuar en conformidad con Satán y por un desenfreno impulsivo en los apetitos de una naturaleza atrofiada por el pecado.
Quizá esta verdad provoque alguna risa suelta en alguien que des-comprende la fe relacionándola con mitos y leyendas religiosas que sólo sirven como “opio al pueblo”. Pero no,  es una lamentable realidad.

Uno se sentiría tentado a pensar que S. Pablo al publicar en la carta a los Efesios el diagnóstico humano, recurre a términos metafóricos, mas no es así; es un dictamen muy literal a una humanidad descompuesta por la fatalidad del pecado, Satán y las corrientes del mundo: ¡están muertos!

Ya un filósofo francés, Foucault, lo había intuido de otro modo, pero la forma en que lo expresa es para prestarle atención especial: “El hombre ha muerto”.[1] Aunque Foucault estaba considerando la posibilidad de un fin para la humanidad, la frase en sí dice algo más profundo, en mi opinión, una realidad que le permite predecir otra mayor: la muerte humana. No comparto la idea del fin para la humanidad que plantea Foucault, pero sí aprecio la verdad que su frase comunica: “El hombre ha muerto”.

Las evidencias reales de ese juicio son innegables: los muertos “viven” en delitos y pecados. Dos palabras que, juntas enfatizan la causa de la fatalidad y lo severas que son en su realidad. Los delitos y pecados, construyen los abismos existenciales que distancian la humanidad de Dios, fuente de toda vida que podamos llamar objetivamente vida.  En la ausencia de Dios, existir equivale a estar muerto: “No tienen vida y se puede ver… están ciegos para la gloria de Jesucristo y sordos a la voz del Espíritu Santo. No tienen amor a Dios ni conciencia sensible de su realidad personal; su espíritu no se eleva hacia él con el clamor “Abba Padre”, ni añoran la comunión con su pueblo. No le responden, son como cadáveres.”[2]

Esa experiencia de muerte puede ser transformada por la Vida, por el dador de vida: Dios. Su amor por esta humanidad, a pesar de, no declina, no renuncia; es extraordinariamente terco, persistente, perseverante: ¡todavía nos ama! Es Su amor lo que le impulsa a seguir vivificando la humanidad, aunque muchos se anclen en la terquedad de seguir en delitos y pecados.

“Escoge pues la vida....” Es la invitación vigente a esta tétrica humanidad. A Ud., a mí.
No fuimos creados para vivir como muertos; Dios nos creó para la vida, vida abundante, vida eterna. Quizá por eso la exhortación: «Despiértate, tú que duermes. Levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo.» (Efesios 5.14).


No basta con existir; hay que vivir.


©2015 Ed. Ramírez Suaza






[1] Orellana, Rodrigo Castro. 2005. "LA FRASE DE FOUCAULT: "EL HOMBRE HA MUERTO.". (Spanish)." Alpha: Revista De Artes, Letras Y Filosofía no. 21: 225-233.
[2] Stott, John. 1987. La Nueva Humanidad: El Mensaje de Efesios. Ediciones Certeza: EEUU, p.70

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