sábado, 28 de marzo de 2015

Llanto A Lomo De Burro

Llanto A Lomo De Burro
cuando hay tragedias a la vista

¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!
Antoine de Saint-Exupéry

El llanto es el privilegio del hombre.
Anónimo


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi el llanto de un hombre cuyas lágrimas esculpieron partes del acontecer más hermoso de nuestra historia humana. Lágrimas muy ignoradas, porque nos acostumbramos a las distracciones que preferimos para evadir a Dios, a nosotros mismos y las realidades inmediatamente próximas. Evadimos algunos llantos por ese maldito abanico de temores que nos paraliza la belleza de vivir, porque pareciera ser que nos sentimos más cómodos entre miedos en lugar de libertades.

Del tan celebrado “Domingo de Ramos”, entre las algarabías de “hosanas” y agitaciones de ramas, nos perdemos la maravilla de ver llorando a Dios. El historiador Lucas, además de evangelista, en su libro (Lucas 19.41-44) nos estimula la imaginación para contemplar a Jesús reteniendo el paso lento de su burro, mientras se acerca a Jerusalén y llora por sus habitantes.

Jesús llora por Jerusalén, porque ella no puede comprender quién le pudo traer paz. Porque ella no concibe la más remota idea, “No sabe lo que le sube piernas arriba”: destruirán la ciudad al punto que no quedará piedra sobre piedra. No sólo eso, sus habitantes también serán destruidos. Tragedias que Jerusalén no vé venir.

Como Jesús, nosotros deberíamos saber elegir por quien llorar. Nuestras ciudades no saben lo que les “sube piernas arriba” haciéndoles falta quien llore por ellas, pero con árduos trabajos por su paz, bienestar, salud, libertad. Nuestros pueblos no disciernen los tiempos de la visitación de Dios; es más, ni les importa. Nuestros pueblos no distinguen quién puede darnos la paz verdadera. Nuestras gentes no peregrinan la vida; son errantes existenciales en los laberintos oscuros de sus propias realidades sin hallar luz, esperanza, fe, amor. Jesús eligió llorar por su ciudad. Nuestras ciudades urgen que elijamos llorar por ellas. Que nuestros corazones se ensanchen de compasión profunda y sincera para orar entre lágrimas por ellas.
Soy consciente que este no es un plan atractivo; pero a veces lo urgente debe priorizarse por encima de lo pasajero. A no ser que seamos tan miopes como para no ver “lo que nos viene pierna arriba”.

A veces siento que nuestros llantos están desorientados, como un día llegó a decir Rosario Castellanos: “En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto es en mí un mecanismo descompuesto y no lloro en la cámara mortuoria ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe. Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo el último recibo del impuesto predial”.[1] Aprendimos a llorar las superficialidades y no las realidades meritorias de nuestras lágrimas.

Jesús lloró ese domingo de ramos. Mientras los miopes ven festejos en las tragedias, Dios tiene desgracias a la vista y llora. Como nuestros pueblos, que son distraídos con pan y circo para no ver lo que se aproxima. Pero Ud. que puede intuir el rumbo histórico de nuestras gentes, haga un alto y llore en oración por su tierra, yo lo haré por la mía.

Temo… no al más grande temor, sino al día que este planeta no tenga quien lo llore.



©2015 Ed. Ramírez Suaza 





[1] Monsiváis, C. (1992). La enseñanza del llanto. (Spanish). Debate Feminista, 6(3), 319-324.

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