Llanto A Lomo De
Burro
cuando hay tragedias a la vista
¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!
Antoine de Saint-Exupéry
El llanto es el privilegio del hombre.
Anónimo
Anónimo
Mirando yo por
entre la celosía de la ventana de mi casa, vi el llanto de un hombre cuyas
lágrimas esculpieron partes del acontecer más hermoso de nuestra historia
humana. Lágrimas muy ignoradas, porque nos acostumbramos a las distracciones
que preferimos para evadir a Dios, a nosotros mismos y las realidades
inmediatamente próximas. Evadimos algunos llantos por ese maldito abanico de
temores que nos paraliza la belleza de vivir, porque pareciera ser que nos
sentimos más cómodos entre miedos en lugar de libertades.
Del tan celebrado
“Domingo de Ramos”, entre las algarabías de “hosanas” y agitaciones de ramas,
nos perdemos la maravilla de ver llorando a Dios. El historiador Lucas, además
de evangelista, en su libro (Lucas 19.41-44) nos estimula la imaginación para
contemplar a Jesús reteniendo el paso lento de su burro, mientras se acerca a
Jerusalén y llora por sus habitantes.
Jesús llora por
Jerusalén, porque ella no puede comprender quién le pudo traer paz. Porque ella
no concibe la más remota idea, “No sabe lo que le sube piernas arriba”: destruirán la ciudad al
punto que no quedará piedra sobre piedra. No sólo eso, sus habitantes también
serán destruidos. Tragedias que Jerusalén no vé venir.
Como Jesús,
nosotros deberíamos saber elegir por quien llorar. Nuestras ciudades no saben
lo que les “sube piernas arriba” haciéndoles falta quien llore por ellas, pero
con árduos trabajos por su paz, bienestar, salud, libertad. Nuestros pueblos no
disciernen los tiempos de la visitación de Dios; es más, ni les importa.
Nuestros pueblos no distinguen quién puede darnos la paz verdadera. Nuestras
gentes no peregrinan la vida; son errantes existenciales en los laberintos
oscuros de sus propias realidades sin hallar luz, esperanza, fe, amor. Jesús
eligió llorar por su ciudad. Nuestras ciudades urgen que elijamos llorar por
ellas. Que nuestros corazones se ensanchen de compasión profunda y sincera para
orar entre lágrimas por ellas.
Soy consciente
que este no es un plan atractivo; pero a veces lo urgente debe priorizarse por
encima de lo pasajero. A no ser que seamos tan miopes como para no ver “lo que
nos viene pierna arriba”.
A veces siento
que nuestros llantos están desorientados, como un día llegó a decir Rosario
Castellanos: “En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto es en mí un
mecanismo descompuesto y no lloro en la cámara mortuoria ni en la ocasión
sublime ni frente a la catástrofe. Lloro cuando se quema el arroz o cuando
pierdo el último recibo del impuesto predial”.[1]
Aprendimos a llorar las superficialidades y no las realidades meritorias de
nuestras lágrimas.
Jesús lloró ese
domingo de ramos. Mientras los miopes ven festejos en las tragedias, Dios tiene
desgracias a la vista y llora. Como nuestros pueblos, que son distraídos con
pan y circo para no ver lo que se aproxima. Pero Ud. que puede intuir el rumbo
histórico de nuestras gentes, haga un alto y llore en oración por su tierra, yo
lo haré por la mía.
Temo… no al más
grande temor, sino al día que este planeta no tenga quien lo llore.
©2015 Ed. Ramírez Suaza