La gratitud debe
clasificarse entre los placeres.
Anónimo
La gratitud es la tímida
riqueza de aquellos que no poseen nada.
Emily Dickinson
Mirando yo por entre la celosía
de la ventana de mi casa, vi tierras a dónde debo regresar, y con gusto
emprendo mi peregrinaje a esos terrenos existenciales que yo mismo descuidé, que
yo mismo sentencié al abandono. En esos lugares se arruman a cantidades
sorprendentes motivos de gratitud, que al darles la espalda, mi vida completa
empezaba a congelarse en las bajas temperaturas de la indiferencia frente a
tanta vida, frente a incontables dones
recibidos, disfrutados y hasta compartidos.
Permitir que en la sinceridad
germinen gratitudes al dulce calor del amor, es la aventura de admitirme el
sublime placer, exquisito además, de recoger las memorias del corazón: aquellos
asombros que jamás podré pagar, recompensar, retribuir. Y esa es la única razón
por la que las gratitudes pueden ser gratitudes y no otra cosa.
En el ejercicio de inquirir
gratitudes sinceras, aprendí que, “Para crecer en gratitud debemos buscar las
bendiciones en la adversidad, recordar que el don central es la redención y
comprender que nuestra dignidad no se deriva de nuestra autosuficiencia y
mérito, sino del hecho de que somos criaturas de Dios y beneficiarios de su
gracia.”[1]
Así entonces, mis primeras
gratitudes son a Dios. No uno que inventé o acepté en algún divagar
religioso. No. Es al Dios, quien en su acto de amor inigualable se ha dado a
conocer al ser humano en la historia, en la creación, y de manera más especial
en la Biblia. A este Dios verdadero me debo entero. Me entrego sin reserva
alguna en un culto existencial de profundas y sinceras gratitudes.
En esas tierras del olvido,
también encontré motivos para agradecer a mi familia. Tales de Mileto llegó a
decir, “Feliz la familia que sin poseer grandes riquezas no sufre de pobreza”.[2]
Así es la mía. Nuestra alegría es simple, descomplicada, libre. Sin pobrezas de
afectos, fe, amor, vida. Y como jamás podré recompensar tanta bondad de mis
padres, mis hermanos; apelo a la memoria de esos ayeres que hacen que mi
presente sea el hoy que disfruto en la inmensidad de agradecer.
Ahora mi hogar es un trocito de
cielo donde existir es un privilegio, cada palpitar un júbilo, cada abrazo una
diminuta eternidad, cada tacto un infinito amor. Así festejo la vida un día a
la vez, agradecido por tener a mi alcance lo inmerecido.
En aquellas tierras del olvido,
también encontré la deuda de gratitud a los amigos. En algún momento los vi
como pedacitos de Dios que se atraviesan en el camino con las bondades precisas
para enriquecer mi vida con dichas a plenitud. Amigos, mis maestros de amistad.
Alcahuetes de ocurrencias. Cómplices de, a veces, tonterías. Jueces con
ternura, que saben exhortarme con la verdad del evangelio y mucho más.
Se llegó a decir, “El
agradecimiento de la mayor parte de los hombres obedece a un oculto deseo de
obtener más grandes beneficios”.[3]
Pero en la menor parte no es así. Y esta gratitud hace parte de esas minorías
sinceras, diáfanas, cristalinas, desinteresadas de la excepción.
Faltando todo por agradecer,
©2015 Ed. Ramírez Suaza
[1] ROBERTS, RC. Gratitud: Una
emoción-virtud cristiana. (Spanish). Kairós. 43, 111-132, July 2008. ISSN:
10149341.
[2] ORTEGA, A. El Gran Libro de las Frases
Célebres
https://books.google.com.co/books?id=QJIAVIKP1dgC&pg=PT738&dq=Feliz+la+familia++que+sin+poseer+grandes+riquezas+no+sufre+de+pobreza&hl=es&sa=X&ei=wCv1VOmVO8WegwTUq4GoAg&ved=0CBoQ6AEwAA#v=onepage&q=Feliz%20la%20familia%20%20que%20sin%20poseer%20grandes%20riquezas%20no%20sufre%20de%20pobreza&f=false