Confieso
Que Tengo Amante
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa me vi a mí mismo, me vi caminando campante
con cuello erguido por las aceras casi medievales de mi pueblo, mis pasos casi
libres rumbo al sur donde las estrellas son fugaces igual que los nuevos
amores; pero mi mano atada a otra como si la hubiesen soldado con acero.
Mientras, la gente mira asombrada, comenta entre susurros de pasillos y
vecindarios, silencian cuando paso frente a sus narices y les parece
inconcebible que yo tenga una amante.
En vista de que me
delaté haciendo pública mi aventura, pues qué más da: me confieso.
Si hay algo a
valorar del catolicismo romano (no perteneciendo yo al catolicismo) es su
práctica religiosa en la que los feligreses se confiesan; eso sí, disintiendo
de las penitencias. No entremos en
detalles de lo que las gentes hacen con esa oportunidad; sencillamente
recojamos aquí y entre Ud. y yo algo bueno de confesarse. Entre otras gracias,
una confesión genuina se da a paso seguido a un auto-examen franco de
conciencia y a una determinación irreversible de no fallar más. Vacía
verbalmente todo lo que le joroba el alma mientras es escuchado con atención, luego
en el confesatorio oye a un hombre decir que sus pecados son perdonados en el
nombre de Dios. Uno sale como con alas nuevas. Como con vida fresca y
conciencia libre. Los cristianos protestantes también nos confesamos,[1]
no siempre ante un ministro, a veces frente a un amigo de la fe quien en el
nombre de Dios nos guía en oración para ser perdonados, ¡y funciona!
¡Fascinante!
Esta vez me confieso
ante Ud. solamente para contar que tengo una amante. Y antes de que Ud. se
apresure a absolverme o a guiarme a una oración para ser perdonado por mis
pecados, pues déjame entrar en detalles. Hace diez años zarpé en esta aventura
encontrando en una mujer amistad única,
complicidad celeste, pasión viva, perdón sorprendente, afecto puro y respeto
genuino. Y entre otras más, amante. No una de aquellas para amores furtivos ¡por
favor! sino una de aquellas en las que puedo agradecer la bondad de Dios, pues ella
a mi lado evidencia que el Señor me muestra su favor.[2]
En dulce arrebato te
cuento que no es fácil tener amante por una década, que por momentos la idea de
salir corriendo se hace intermitente.
Pero no, me resisto a proceder así, he decido amarla. Lo que pasa querid@
confesor (a), es que para mí el “amar significa quedarse con lo elegido”[3]
y el amor con el pasar de los años no mengua, no se extingue, no muere; madura,
se fortalece y triunfa. Ella no es una
amante improvisada, no fue una ocurrencia irresponsable de mi juventud ni una
fuga de atracción fatal; fue un don de la Vida. Para mí es tan legal amarla
como respirar, el cielo jamás me lo prohíbe y para sorpresa colectiva cuento
con el apoyo de Dios.
Absuélvame por
favor, no me culpe por tener una amante durante una década, y quizá la tenga
por décadas más. Mi confesión no es por lo que me joroba el alma, es por la
bendición de compartir mis dichas, aunque pocas, significativas y escasas: esa
amante es mi esposa.