Apreciado pastor,
volviéndome asomar por la ventana de mi casa no encontré una “visión” que
pudiese yo recoger para plasmarla y compartirla contigo humildemente. A mi sorpresa
me topé con una audición, escuché como el “estruendo de muchas aguas”; no como
las que oyó Juan de Patmos, lo que oí eran muchas voces disonantes,
des-coordinadas, desafinadas, desmedidas, espantosas, confusas y auditivamente
apestosas. Me asomé y encontré tantas gentes hablando que era como el
“estruendo de muchas aguas”. Traté de filtrar lo que llegaba a mis oídos,
específicamente las voces teológicas. En realidad algunas son tan complejas de
digerir porque fueron elaboradas exclusivamente para el campo académico (lo
cual es legítimo). Otras diseñadas para quienes buscan un “dios a la carta”.
Otras voces teológicas están parcializadas en comunidades femeninas o en
negritudes o a los pobres (vale la pena atender). Otras voces teológicas son un cáncer a la teología:
la socavan, la desvirtúan, la desacreditan, la ridiculizan, la burlan; qué sé
yo. Otras voces teológicas grotescamente se dedicaron a debatirse entre ellas
relegando a Dios y a la Iglesia. A veces ellos dicen tantas cosas, escriben
tantas otras que uno no ve el provecho de todos esos esfuerzos, y eso sin
mencionar las confusiones que a veces traen en lugar de arrojar luz a nuestros
entendimientos. Eran tantas voces querido pastor, “como el estruendo de muchas
aguas”.
Apreciado pastor,
hay muchas teologías de las cuales no puedo negar que escasean
de provecho alguno. Ud. sabe muy bien que la verdad revelada de Dios es, en muchas
ocasiones, mal leída, mal interpretada, mal aplicada, mal enseñada, entre otros
males. Sí, con mucha más tenacidad en estos postreros tiempos y, responsablemente
alcanzo a intuir la tendencia a empeorar. Pero eso no debe desalentarnos, por
el contrario, debe sacudirnos un poco y encontrar aquella teología bella,
limpia, sana, verdadera, proveniente de la iluminación del Espíritu Santo a fin
de abrirle canales hasta la Iglesia, hasta el mundo, y que beban de allí con
tranquilidad, seguridad y libertad hasta saciar su hambre y sed del
conocimiento de Dios.
Beber del saber que
hombres y mujeres (teólog@s) de oración y Palabra ofrecen al mundo desde diferentes
instrumentos de comunicación, enriquece a quienes humildemente oyen con
criterio a fin de valorar lo que Dios hace en el mundo y en la Iglesia a través
de este ministerio. No escuchamos ni leemos a los teólogos en busca de “novedades”
pié de corrientes neo-evangélicas; porque la tarea del teólogo “no es afirmar
lo insólito, ni lo que asombra, ni lo que desconcierta, ni lo que de ningún
modo se espera oír. Trata más bien de recordar articuladamente lo que aquí y
ahora significa la verdad evangélica, y cuál ha de ser el comportamiento
cristiano”.[1]
Amigo pastor, no es
saludable en el ejercicio del ministerio y para la iglesia en la que sirve,
sólo beber de las fuentes que Ud. de alguna manera “canonizó”, y tratar de
demostrar sus presuposiciones en quienes pueden compartir posiciones
doctrinales. Es decir, darle exclusividad en las lecturas a uno o dos
escritores cerrando las puertas a los demás; muchas veces no siendo éstos los mejores
puntos de referencia. Como también es peligroso darle a tus reflexiones
bíblicas primacía, atribuyéndose a sí mismo la mejor comprensión de las
verdades bíblicas desconociendo que, quizá, alguien ha tenido la gracia de
comprender mejor que tú. Bien dijo una vez Hans Ur Von Balthasar: “Uno puede
pensar mucho. Pero no todo pensar es fecundo. Uno puede deducir muchas cosas.
Pero no toda deducción se deja encarnar en la vida cristiana”.[2]
Y reconocer esta realidad es una actitud genuinamente cristiana.
Apreciado pastor,
estas cartas han sido escritas para animarle a mirar el ministerio teológico con
otro punto de vista a fin de incentivar su apetito por indagar un poco más,
abrirse un poco más a las posibilidades cristianas que Dios dispone para
nuestro provecho.
Un abrazo,
Ed. Ramírez Suaza