Carta
Abierta A Un Pastor Confundido II
Apreciado pastor, mirando
yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi una confusión queriendo
anidar en algunos ministros respecto a la teología, quizá por eso el rechazo
frontal a esta gracia, como también el esquivo a quienes tienen un llamado
divino a la vocación teológica. Con humildad y cariño sinceros me atreví
aportar con letras un granito de arena a ofrecer una perspectiva sana que
ofrezca elementos de mejor comprensión. En la primera carta con toda sencillez
de corazón propuse el inicio de algunas razones por las cuales no debe
rechazarse la teología, como tampoco menospreciar los teólogos. De manera
básica dejé sobre el tintero a penas lo que podemos entender como teología y lo
sublime que ésta a de resultar para el ser humano. En esta segunda carta te
ofrezco un poco más de luz:
Amigo mío, la
teología no es una amenaza a la vida ministerial ni a la iglesia ni al
crecimiento personal del creyente; todo lo contrario, provee al creyente los
deleites más sublimes, los provechos más gloriosos, la seguridad más firme, la
santidad más diáfana y el avivamiento más contundente. Todas estas dichas
emanan, indiscutiblemente, de un acercamiento riguroso y en oración a las
Escrituras.
Ah, de hecho, la
Biblia que Ud. lee, ¿quién cree que la tradujo al español? Eso es, ¡un teólogo!
Por lo regular los traductores bíblicos son teólogos. Si no fuera por ellos
¡cuán difícil nos sería predicar el evangelio! Los diccionarios bíblicos,
teológicos, los de griego y hebreo que Ud. consulta, los comentarios bíblicos
de dónde confirma sus intuiciones interpretativas o aplicativas, los textos que
arrojan luz sobre los aspectos culturales de la época, entre otras
extraordinarias herramientas, todas ellas son obras de teólogos. Es que la
labor teológica no consiste en encaramar la verdad en lo inalcanzable, sino en
enriquecer la Iglesia de Jesucristo con el conocimiento de Dios. Bien dijo
Tomás de Aquino, “La teología está enseñada por Dios, enseña acerca de Dios, y nos lleva a Dios”.[1]
No implica de ninguna manera que los teólogos adquieran una revelación oculta a
los demás creyentes, sino porque se han dedicado a responder con todas las
fuerzas y el amor de su mente a lo que Dios ha dicho y dice en la Biblia,
además les es menester socializar con la Iglesia sus reflexiones; porque la
teología “quiere escuchar y repetir lo que Dios ha dicho”.[2]
Nunca olvide que, la teología procede de la Escritura y retorna a ella,[3]
en provecho de los santos.
La teología es un
deleite sagrado, porque su meta es conocer a Dios. Éste conocimiento no debe
volverse un motivo de orgullo en quien lo recibe, por el contrario, lo humilla
y hace que su cuerpo y mente se prosterne ante Jesucristo exaltado. El
conocimiento de Dios no es un logro humano, amado pastor, es una gracia
recibida: sólo puede haber conocimiento de Dios en la medida que Dios mismo se
dé a conocer. “Solo por Dios mismo podemos conocer a Dios.”[4]
“La verdadera teología… es siempre un don de Dios por su Palabra y su Espíritu;
se trata de algo dinámico: la verdad de Dios, comunicada por su Revelación, que
nos alcanza, nos penetra y nos renueva.”[5]
Esta verdad nos obliga a despojarnos de todo tipo de pretensiones y orgullos.
Ya que teología es
aventurarse al conocimiento de Dios, no queda mejor opción que deleitarse en
ella, maravillarse, sorprenderse, sumergirse, envolverse, permitiendo a su vez que
ella haga parte de la cristianización del cristiano, del canto de los santos,
de las alabanzas de los justos, de las convicciones del alma y de la esencia de
la Iglesia.
continuará...
en Cristo,
Ed. Ramírez Suaza
[1] Tomás de Aquino en Pablo
Hoff. Teología Evangélica. 2005, p.12
[2] Karl Barth. Introducción a
la Teología Evangélica. 2006,
p.42
[3] Ibid, p.52
[4] Theo Donner. Introducción a la Teología,
p. 2 [en línea]
http://www.iglesiareformada.com/biblioteca.html
[5] José Grau. Introducción a
la Teología. 1973, p.16