martes, 27 de septiembre de 2022

AFANADOS: la espiritualidad cínica

La razón por la que muchos de nosotros estamos nerviosos, 
alterados, tensos, inquietos y ansiosos
es porque jamás hemos dominado el arte de vivir un día a la vez.
C. Swindoll

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la espiritualidad cínica, la que se caracteriza, específicamente, por vivir afanados, apresurados; acelerando su propia vida, la de quienes le rodean y, como si fuera poco, pretendiendo acelerar “el tiempo de Dios”. 

Mejor dicho, acosando a Dios. 

Estas espiritualidades que se construyen con grandes dosis de altivez, hacen alarde de un poder, de una “unción”, de una capacidad de dar órdenes al Altísimo, etiquetadas más o menos así: –responder de manera urgente y obediente–, que él está obligado a atender por una ventanilla especial allá en los cielos, exclusiva para ellos. 

¡Lo que faltaba pues!


Como una evidencia de la insolencia que denuncio en estas líneas, cito textualmente el siguiente “decreto profético” como un ejemplo: —Decreto tiempo donde los propósitos de Dios se aceleran… tu tiempo está ganando velocidad por medio del Espíritu de Dios, Dios será tu mejor guía para este tiempo de aceleración…[1] Imagino a Dios respondiendo a este cinismo: —Por nada estén afanados (no acelere el tiempo); mejor póngase a orar con un corazón agradecido (Filipenses 4.6). 


Decretar. Reclamar. Dar órdenes a Dios en el nombre de Jesús, y otras semejantes a estas, integran las espiritualidades de neopentecostalismos ignorantes y atrevidos, los cuales enseñan a sus aprendices a vivir afanados, acelerados, acosando a Dios; atosigando al tiempo, queriendo evadir el presente con el delirio a mil por vivir un futuro fantástico; construido, precisamente, con palabras positivas disfrazadas de fe y avaricias de piedad. Algo así como: 

—Viene algo grande… será para el próximo mes, ¡pero declaro y decreto que llegará mañana antes del medio día!

No podemos llamar a esto fe. 

La fe siempre va de la mano con la esperanza. Dice la Biblia en Hebreos –capítulo 11– que muchos de los verdaderos héroes de la fe murieron sin ver lo prometido; no dice que alguno de ellos se atrevió a acelerar los tiempos, por el contrario, en esta cita bíblica son reconocidos y puestos como referente de fe por haber creído en esperanza contra esperanza. 

Dios no nos ha dado la capacidad ni el don de acelerar tiempos ni el permiso para pretender manipularlo, con el fin de que nos responda nuestras peticiones o decretos para cuando a nosotros nos dé la gana. A diferencia, encuentro en las Escrituras una espiritualidad extraordinaria en fe, esperanza y amor, como por ejemplo cuando dicen los orantes bíblicos: 

  • ¡Espera en el Señor! 

¡Infunde a tu corazón ánimo y aliento!

¡Sí, espera en el Señor! (Salmo 27.14).

  • Es bueno el Señor con quienes le buscan, con quienes en él esperan.

Es bueno esperar en silencio que el Señor venga a salvarnos (Lamentaciones 3. 25- 26).

  • Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor (Salmo 40.1).


En los santos evangelios tampoco encuentro un solo testimonio en el que Jesús, amo y Señor de la historia, haya acelerado los tiempos o que los haya retardado. En lugar de eso, él solía decir: “mi hora no ha llegado” o cuando llegó la hora dijo: “mi hora ha llegado”. Al llegar la hora, sé que recordarás muy bien, dijo: —Padre, que no se haga mi voluntad, haz la tuya.–


En el resto del Nuevo Testamento no hay una sola referencia de que en algún momento los apóstoles o alguien de la Iglesia Primitiva alterara el tiempo. 

¡Ni una! 

S. Juan de Patmos, quien tiene las revelaciones más intensas, bellas, ricas en poder y símbolos; en tiempos y misterios, no hizo en su libro de Apocalipsis una sola referencia de alteridad al tiempo. Sorprendentemente es todo lo opuesto, el tiempo siempre se presenta en su libro como uno sujeto a la agenda de Dios, a la soberanía divina, a los propósitos del Eterno; nunca al servicio del capricho humano que decreta, reclama, ordena, declara que se aceleren.


La espiritualidad al estilo de Jesús no vive de prisa ni con el disparate de afanar la agenda de Dios; más bien, espiritualidad es “vivir en la historia, hacerla y padecerla según el Espíritu de Dios que está en nosotros”, o dicho de otro modo, “no es otra cosa que realizar la fe, la esperanza y la caridad; pero realizarlas en lo concreto de la historia, tal como el Espíritu lo va posibilitando y exigiendo”.[2]

En consecuencia, “La espiritualidad significa que estamos intensamente vivos, es decir, que experimentamos, percibimos y vivimos la realidad de una manera diferente, descubriendo y adentrándonos en la entraña escondida de los acontecimientos, convencidos/as de que Dios nos espera en el interior de la vida.”[3] En la espiritualidad bíblica, el ser humano no agita el corazón en el desvarío de pretender precipitar la agenda de Dios, si no que descansa en sus promesas, confía en su palabra y obra sumiso a su voluntad.


©2022  Ed. Ramírez Suaza

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1 Juan Carlos Godoy. “Tiempo donde los propósitos de Dios se aceleran”. 

En línea: https://mca.tv/tiempo-donde-los-propositos-de-dios-se-aceleran/

2 J. SOBRINO, Liberación con espíritu, UCA Editores, San Salvador 1985, 152.
3  Estévez López, Elisa, "Espiritualidad y género." Revista Iberoamericana de Teología VI, no. 10 (2010):49-69.

martes, 15 de marzo de 2022

EL ECLIPSE DE DIOS



¡Oh noche que guiaste!

¡oh noche más amable que el alborada!

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

S. Juan de la Cruz






Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un eclipse fenomenal, uno que no puede observarse con los instrumentos avanzados de un centro astronómico, sino con la experiencia misma de existir teniendo fe en Aquel que hizo los cielos y la tierra: el eclipse de Dios.

Ofrezco entender “eclipse de Dios” como la descripción de una situación que nos nubla la presencia divina en momentos de intenso dolor, sufrimiento, luto o sensación de abandono.

A todos los creyentes nos llega la hora oscura en la que sufrimos una ausencia de Dios tan terrible que la vida llega a sentirse insoportable. 

No pareciendo suficiente con tan abrumadora ausencia, la lejanía de los prójimos también se siente de manera profunda y dolorosa, así, como dijo una vez la Madre Teresa de Calcuta: –Ni dentro ni fuera tengo a nadie a quien pueda dirigirme. Él se llevó mi ayuda no sólo la espiritual, sino hasta la humana.–


¿Te has llegado a sentir así?


En una era cuando lo que se siente se interpreta como lo realmente real, la fe ha comenzado a experimentar el ser relegada, casi exorcizada de nuestras vivencias religiosas. 

Hemos migrado hacia lo peligroso: confiamos en lo que sentimos. Pareciera no importarnos si nuestra fe se basa en lo visible o invisible; pretendemos ser espirituales en base a lo sensorial.

Si el escritor bíblico pudiera exhortarnos hoy a creer, no nos diría: “¡no es por vista, es por fe!” Más bien nos diría: “¡No es por lo que sientes, es por fe!”


No podemos ignorar lo que sentimos, Dios nos creó como seres sintientes que comprendemos además lo que estamos sintiendo, inclusive podemos identificar cada uno de nuestros sentimientos con un nombre y un significado. 

¡Está bien sentir! 

Lo que sí debemos revisar es la sobrevaloración existencial que le damos al sentimiento, al punto tal que somos capaces de tomar decisiones financieras dependiendo de lo que sentimos. 

Decisiones familiares dependiendo de lo que sentimos. 

Decisiones laborales en base a lo que sentimos. 

Decisiones de iglesia dependiendo de lo que sentimos, mandando al carajo lo que sabemos; lo que creemos; lo que la Biblia dice; lo que la razón conoce; el sentido común, entre otras. 


La vida nos concede experiencias tan tenaces que sentimos la ausencia de Dios. Así, Dios nos queda eclipsado. Las dificultades, el dolor, las tristezas y demás se conjugan en una nube oscura que se interpone entre Dios y mis emociones, entonces el alma se siente sola, abandonada en una oscuridad que no soporta, que le desgarra el aliento violentamente hasta desfallecer.

La Biblia sabe de qué les estoy hablando. 

El libros de los Salmos, un libro que reconoce y expone ante Dios lo que los poetas sienten, dice:

  • Angustiada está mi alma; ¿hasta cuándo, Señor, hasta cuándo? (6.3)

  • Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (22.1)

  • Y le digo a Dios, a mi Roca: ¿Por qué me has olvidado? (42.9)


El libro de Job es otro manantial de emociones a flor de piel ante los eclipses de Dios:

  • Diré a Dios: No me condenes; Hazme entender por qué contiendes conmigo (10.2).

  • ¿Por qué no me das la cara? ¿Por qué me tienes por enemigo? (13.24).


Los libros proféticos también contienen una riqueza invaluable de preguntas hechas al Dios eclipsado:

  • Jer. 20.17: ¿Por qué Dios no me dejó morir en el seno de mi madre?

  • Hab. 1.3: ¿Por qué me haces presenciar calamidades? ¿Por qué debo contemplar el sufrimiento?


Dios, en Cristo, también sintió el eclipse de Dios Padre. Citando el Salmo 22 dijo en la cruz: –Padre, ¿por qué me desamparas?-- 

Valga la pena mencionar que cuando Jesús elevó con un grito este reclamo al cielo, el cielo eclipsó. 

Literal.


Un pastor luterano, Mauri Nieminen, confesó por escrito una vez:

–No podía trabajar porque Dios había desaparecido…

Miro la oscura pared de la habitación y digo lo que nunca antes había dicho; a media voz en mis labios y en la profundidad de mi alma: “Dios, no existes”. Ya está dicho. No me ha golpeado un rayo desde el cielo. No se me ha aparecido el ángel Gabriel. Me invade un “estado extraño”, “otra realidad”...  

Renglones adelante, el pastor luterano da cuenta de cómo se siente buscando a Dios en medio de los eclipses de Dios:

–La lectura de la Biblia se transforma en la lectura del directorio telefónico y la oración, en palabras huecas al aire…

Mi devoción matinal pregunta a Dios: “¿Por qué para muchos la fe es tan fácil y segura, por qué no para mí? 


Duda.

Dudas.

El eclipse de Dios nos eleva a la duda. A la pregunta. A cuestionar. A la soledad.

–Dios, ¿dónde estás?, ¿eres real?

–Dios, ¿por qué callas?, ¿por qué te distancias de mí?

–¿Por qué a mí?

Nosotros también gritamos, -¡Padre, ¿por qué me has desamparado?!-

Que nadie nos juzgue por esto.

Que nadie nos condene por sentirnos tan bíblicamente.

Confesó una vez la madre Teresa de Calcuta: “No crea que mi vida espiritual está colmada de rosas, son flores que casi nunca encuentro en mi camino. Al contrario, con frecuencia me acompaña "la oscuridad.”

 

Sumergidos en el eclipse, nos queda orar, así nuestras oraciones sean ateas.

¡Dios también oye a los incrédulos que creen y quieren creer!

¡Qué tal que no!

Estaríamos jodidos.

 

Los eclipses no duran para siempre: pasan.

El eclipse de Dios tampoco es para siempre: pasa.

Él siempre hace resplandecer su rostro sobre nosotros dándonos paz.

Benditas también las alboradas de la fe.

Bienvenida la luz cuando a mi alma grita el Creador: –¡sea la luz! 

Y es la luz.


©2022  Ed. Ramírez Suaza

miércoles, 2 de febrero de 2022

DIOS TAMBIÉN ES MUNDANO

 Lo que nos viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante de nosotros.

A.W. Tozer




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi a Dios y lo vi de una manera muy singular: ¡lo vi mundano! No un mundano en el sentido moralista: pecador, descarriado del evangelio o algo así. 
No. 
Así no. 
Mundano en el sentido de que a este mundo lo crea y recrea; lo escucha; lo visita; lo incluye en la agenda de su amor.

En los días primigenios, creando nuestro mundo solía decir: -¡esto es bueno en gran manera!-

Así, por ejemplo, siempre me basta una mirada a todo lo que mis ojos puedan contemplar para ser consciente de que todo este mundo fue hecho en él, por él y para él. 

Que lo ama desmedidamente. 

Que le duele su deterioro. 

Así también, soy y estoy consciente de que él ha sido, es y seguirá siendo el dador de todas las vidas que habitamos esta inmensa casa llamada Tierra. 

Desde la eternidad señorea toda la creación: lo visible igual que lo invisible.

Él es el Dios de las aguas y del viento; el Amo del fuego volcánico y de la lluvia; gobierna al sol y todas las estrellas, disfruta contemplar la vida silvestre y atiende a su clamor.

Tan mundano entre sus perfecciones es, que no estimó el ser Dios como cosa a qué aferrarse; ¡quién lo creyera!: decidió vaciarse a sí mismo para humanizarse. 

Qué manera tan sorprendente y hermosa de hacerse existencialmente mundano.


La religión, desde algún momento, nos enseñó a dicotomizar la vida. A ver lo terrenal como algo malo, esencialmente pecaminoso y en consecuencia preferir utopías exclusivas de una espiritualidad ajena, distante e indiferente para con la realidad terrestre, y -a veces- ilusa de cara a unas expectativas imaginarias. 


La dicotomía es un dilema que pone dos aspectos o dos elementos complementarios o íntegros como opuestos. Por ejemplo, El cristiano y las buenas obras. El Espíritu Santo y el quehacer académico de la teología. Jesús y su alegría. El cuerpo y el alma. Dios y su creación; por mencionar algunas.


Entre Dios y la vida terrestre no hay opuestos ni antagonismos ni separación alguna. Esta creación le pertenece y habita en su plenitud.

Entre Dios y la alegría no hay distancias.

Entre Dios y los placeres no hay contradicción. La vida cristiana es placentera o no es cristiana. 

Entre Dios y su creación no hay enemistad. Por el contrario, hay un vínculo indestructible entre Dios, quien es Espíritu, y su creación tangible. 


Jesús es el rostro perfecto y extraordinariamente mundano de Dios.

Note las evidencias: nacido en un pesebre de Belén. 

Migrante en Egipto. 

Criado en Nazaret.

Su primer trabajo fue la carpintería. 

Sus caminos preferidos fueron los senderos polvorientos de Galilea. 

Sus amistades se destacaron entre pecadores, prostitutas y cobradores de impuestos (¡Qué mundano!). 

Su abrazo cálido y sin escrúpulos para el leproso. 

Su compasión genuina siempre innegable para las adúlteras. 

Su afecto fue leal y puro por sus amigos. 

Entre sus títulos preferidos: el Hijo del Hombre. No de Dios, ¡del hombre!

Cómodo en las fiestas.

Comilón y bebedor de vino. 

Hacedor de vino. ¡Del mejor vino!

El objeto de su amor siempre evidente por el mundo y sus habitantes. 

Su transporte: de vez en cuando un burro, era más común verlo sobre una barca artesana de humilde pescador. 

Alegre. A veces triste. Confiado. En el ocaso de su vida terrenal, asustado. Hambriento. Cansado. Amado. Odiado. Religiosamente subversivo. Rió. Lloró. Huyó. Enfrentó. Sufrió…


El mundano perfecto y persona de referencia por excelencia para nosotros existir así, mundanos como él.



©2022  Ed. Ramírez Suaza



martes, 18 de enero de 2022

EL CHISME: sabroso pero fatal

 


Cuando la ira se extienda por tu pecho, vigila que tu lengua no ladre malignamente.

Safo (siglo VII- VI a.C.)





Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi la capacidad destructiva, despiadada, inmisericorde y enfermiza que tiene el chisme. 

En la medida que el chisme avanza de boca en boca, de oído en oído, éste se agiganta cual Goliat temerario e intimidante; ante el fenómeno, la verdad que intenta enfrentarlo se fragiliza, se minimiza y se menosprecia.

De alguna manera, el vil encanto del chisme hechiza a los chismosos con un maleficio que les empaña la caridad humana, oscurece al corazón y les endurece, para ser cruel, el alma.


No todos los chismes son dañinos ni todos son falsos ni todos son verdaderos ni son del todo falsos ni del todo verdaderos. El chisme y el rumor necesitan de lo incierto, de la sospecha, de cierto margen de desconocimiento para poder ser atractivo, cautivante; de lo contrario perdería su fascinación y su fuerza para ir de boca en boca.


No todos los chismes se crean con la intención de destruir a alguien; hay chismes que surgen para aspirar a un bien, a un logro especial, a una conveniencia colectiva, entre otras. 

Aún así, no es justificable. 

Otros chismes llevan el determinante propósito de dañar, destruir la imagen de alguien.


Hay todo un abanico de posibilidades en el universo del chisme: “se encuentran chismes políticos, de farándula, económicos, institucionales, religiosos, culturales, intelectuales o literarios, entre otros. Así mismo, en relación con los propósitos que ellos encierran pueden tenerse: chismes difamatorios, propositivos, anecdóticos, positivos y negativos.” [1]


Digo esto, porque el chisme pareciera ser un motor social, aparentemente valioso. Llegó a decir Nicholson: “El chisme es bueno para la persona, la hace psicológicamente más positiva.” [2] Inclusive, se ha llegado a decir que el chisme es “una actividad social que se disfruta, que relaja y que permite la construcción de vínculos.”[3] De hecho poseen su propia “utilidad”: “Sirven para debilitar, romper o fortalecer relaciones.”[4]


La Biblia dice:

  • No andes difundiendo calumnias entre tu pueblo, ni expongas la vida de tu prójimo con falsos testimonios. Yo soy el Señor. 

No alimentes odios secretos contra tu hermano, sino reprende con franqueza a tu prójimo para que no sufras las consecuencias de su pecado (Levítico 19.16- 17).

  • El de labios mentirosos disimula su odio, y el que propaga calumnias es un necio (Proverbios 10.18).

  • El perverso provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos (Proverbios 16:28).


Las palabras bíblicas que van contra el chisme y más me asombran están en la epístola de Santiago cap. 3.6, que dicen así: –También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida.– Sin perder el hilo, Santiago relacionó este poder destructor de la lengua con una sabiduría diabólica. Literalmente dijo: –... esa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica– (Santiago 3.14).

El Dr. Pablo Deiros comentando este capítulo 3 de Santiago escribió: 


¿Se ha preguntado alguna vez por qué cuando uno va al médico, una de las primeras cosas que éste hace para realizar su diagnóstico es pedirnos que le mostremos la lengua? Es que la lengua puede indicar cuál es el estado del organismo. Algo así es lo que hace Santiago en un sentido moral. Él llama la atención sobre el estado de la lengua como indicador del carácter del creyente, sea éste maestro o discípulo en la comunidad de fe. [5]


Nuestras lenguas evidencian el estado moral y espiritual en el que estamos. 


La lectura a las palabras de Santiago me animan a afirmar que, el chismoso recibe por obra del diablo un impulso capaz de destruir a su prójimo; adquiriendo una unción luciferina, una sabiduría, una fuerza y capacidad para atentar contra su hermano o hermana, hundiéndole la vida hasta los “sótanos del infierno”.


Todos en alguna medida y ocasión hemos sido chismosos o nos llegamos a encontrar perjudicados por chismes. No nos mintamos a nosotros mismos: el chisme es sabroso cuando se trata de otros, pero cuando uno es el perjudicado, el chisme es amargo.


Hay verdades que debemos tener siempre presente, como ésta por ejemplo: “quien te habla mal de otros, es capaz de hablarle a otros mal de ti.”


Lo mejor que podemos hacer ante el chisme es contener nuestros oídos y bocas; porque no sólo somos responsables de lo que decimos, también lo somos de lo que oímos.

No sólo es chismoso quien dice lo que debe callar, lo es quien escucha lo que debe evitar.

Ambas acciones nos seducen: hablar de otros y/o escuchar acerca de otros lo que no nos incumbe o consta. Con esta realidad quedamos delatados: tenemos una inclinación aberrante al chisme.


Nadie es capaz de superar el poder del chisme, nadie lo ha logrado en toda nuestra historia humana, no seremos nosotros quienes lo logremos. ¡Es imposible!

Lo que sí podemos hacer es autocontrolarnos la lengua y los oídos. 

Podemos evadir conversaciones que desembocan en murmuraciones, runrunes, comentarios malintencionados sobre otros y cosas semejantes a estas. 

Inclusive, en este proyecto de “higiene oral y auditivo” nos veremos en la necesidad de distanciarnos de personas con lenguas indomables. 


Nuestra meta y desafío es ser como Jesús.

Hablar como él habló y escuchar como él lo hizo.

Nada es mejor que esto.


©2022  Ed. Ramírez Suaza




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1  Nevis Balanta Castilla. “La seducción del chisme”. TECNURA 10. I SEMESTRE DE 2002. 91- 96

2  Nicholson, en Lourdes Pietrosemoli “El chisme y su función en la conversación”. Lengua y Habla, núm. 13, enero-diciembre, 2009, pp. 55-67

3  Ben-Ze'ev. de Sousa en Nicholson, en Lourdes Pietrosemoli “El chisme y su función en la conversación”. Lengua y Habla, núm. 13, enero-diciembre, 2009, pp. 55-67

4  Nevis Balanta Castilla. “La seducción del chisme”. TECNURA 10. I SEMESTRE DE 2002. 91- 96

5  Pablo Deiros. Comentario Bíblico Hispanoamericano: Santiago y Judas, Miami: Caribe (1992): 166

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...