Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la espiritualidad cínica, la que se caracteriza, específicamente, por vivir afanados, apresurados; acelerando su propia vida, la de quienes le rodean y, como si fuera poco, pretendiendo acelerar “el tiempo de Dios”.
Mejor dicho, acosando a Dios.
Estas espiritualidades que se construyen con grandes dosis de altivez, hacen alarde de un poder, de una “unción”, de una capacidad de dar órdenes al Altísimo, etiquetadas más o menos así: –responder de manera urgente y obediente–, que él está obligado a atender por una ventanilla especial allá en los cielos, exclusiva para ellos.
¡Lo que faltaba pues!
Como una evidencia de la insolencia que denuncio en estas líneas, cito textualmente el siguiente “decreto profético” como un ejemplo: —Decreto tiempo donde los propósitos de Dios se aceleran… tu tiempo está ganando velocidad por medio del Espíritu de Dios, Dios será tu mejor guía para este tiempo de aceleración…[1] Imagino a Dios respondiendo a este cinismo: —Por nada estén afanados (no acelere el tiempo); mejor póngase a orar con un corazón agradecido (Filipenses 4.6).
Decretar. Reclamar. Dar órdenes a Dios en el nombre de Jesús, y otras semejantes a estas, integran las espiritualidades de neopentecostalismos ignorantes y atrevidos, los cuales enseñan a sus aprendices a vivir afanados, acelerados, acosando a Dios; atosigando al tiempo, queriendo evadir el presente con el delirio a mil por vivir un futuro fantástico; construido, precisamente, con palabras positivas disfrazadas de fe y avaricias de piedad. Algo así como:
—Viene algo grande… será para el próximo mes, ¡pero declaro y decreto que llegará mañana antes del medio día!
No podemos llamar a esto fe.
La fe siempre va de la mano con la esperanza. Dice la Biblia en Hebreos –capítulo 11– que muchos de los verdaderos héroes de la fe murieron sin ver lo prometido; no dice que alguno de ellos se atrevió a acelerar los tiempos, por el contrario, en esta cita bíblica son reconocidos y puestos como referente de fe por haber creído en esperanza contra esperanza.
Dios no nos ha dado la capacidad ni el don de acelerar tiempos ni el permiso para pretender manipularlo, con el fin de que nos responda nuestras peticiones o decretos para cuando a nosotros nos dé la gana. A diferencia, encuentro en las Escrituras una espiritualidad extraordinaria en fe, esperanza y amor, como por ejemplo cuando dicen los orantes bíblicos:
¡Espera en el Señor!
¡Infunde a tu corazón ánimo y aliento!
¡Sí, espera en el Señor! (Salmo 27.14).
Es bueno el Señor con quienes le buscan, con quienes en él esperan.
Es bueno esperar en silencio que el Señor venga a salvarnos (Lamentaciones 3. 25- 26).
Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor (Salmo 40.1).
En los santos evangelios tampoco encuentro un solo testimonio en el que Jesús, amo y Señor de la historia, haya acelerado los tiempos o que los haya retardado. En lugar de eso, él solía decir: “mi hora no ha llegado” o cuando llegó la hora dijo: “mi hora ha llegado”. Al llegar la hora, sé que recordarás muy bien, dijo: —Padre, que no se haga mi voluntad, haz la tuya.–
En el resto del Nuevo Testamento no hay una sola referencia de que en algún momento los apóstoles o alguien de la Iglesia Primitiva alterara el tiempo.
¡Ni una!
S. Juan de Patmos, quien tiene las revelaciones más intensas, bellas, ricas en poder y símbolos; en tiempos y misterios, no hizo en su libro de Apocalipsis una sola referencia de alteridad al tiempo. Sorprendentemente es todo lo opuesto, el tiempo siempre se presenta en su libro como uno sujeto a la agenda de Dios, a la soberanía divina, a los propósitos del Eterno; nunca al servicio del capricho humano que decreta, reclama, ordena, declara que se aceleren.
La espiritualidad al estilo de Jesús no vive de prisa ni con el disparate de afanar la agenda de Dios; más bien, espiritualidad es “vivir en la historia, hacerla y padecerla según el Espíritu de Dios que está en nosotros”, o dicho de otro modo, “no es otra cosa que realizar la fe, la esperanza y la caridad; pero realizarlas en lo concreto de la historia, tal como el Espíritu lo va posibilitando y exigiendo”.[2]
En consecuencia, “La espiritualidad significa que estamos intensamente vivos, es decir, que experimentamos, percibimos y vivimos la realidad de una manera diferente, descubriendo y adentrándonos en la entraña escondida de los acontecimientos, convencidos/as de que Dios nos espera en el interior de la vida.”[3] En la espiritualidad bíblica, el ser humano no agita el corazón en el desvarío de pretender precipitar la agenda de Dios, si no que descansa en sus promesas, confía en su palabra y obra sumiso a su voluntad.
1 Juan Carlos Godoy. “Tiempo donde los propósitos de Dios se aceleran”.
En línea: https://mca.tv/tiempo-donde-los-propositos-de-dios-se-aceleran/