jueves, 16 de abril de 2020

SILENCIO


Quien posee de verdad la Palabra de Jesús
es capaz de captar también la elocuencia de su silencio y dejarse invadir por él.
Carlos Eymar


Paisajes hermoso Que nos Regala nuestro PADRE Gudelia santanaEscuchando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, escuché el silencio de Dios.
Armónico
Sublime
Sincero
Desesperante
Profundo
Elocuente


En el principio Dios comenzó a manifestarse en su creación a través de la palabra, y fue con ella que derrotó al primer caos, la oscuridad y al vacío que sufrían los cielos y la tierra (Génesis 1).
Muy después, el ser humano comenzó a discernir que Dios mismo se identifica en la Palabra; y dicha comprensión la logró plasmar, sujeto al soplo del Espíritu, en estas líneas poéticas:

En el principio ya existía el Verbo,
y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba con Dios en el principio.
Por medio de él todas las cosas fueron creadas;
sin él, nada de lo creado llegó a existir (Juan 1.1- 3).

Dios que es la Palabra, nos dio las palabras.
Él que es la Palabra, usó palabras para dialogarnos y en esta iniciativa nos ha hecho cercanos. Amados. Importantes. Responsables de escucha.
Hemos sido creados también para escuchar los lenguajes del silencio; con mayor atención al Dios del silencio. Porque “el silencio es una forma de hablar que para ser entendida exige una actitud silenciosa” (S. Ignacio de Antioquía). Así como la música se compone de sonidos y silencios, el diálogo con Dios se posibilita entre palabras y silencios. Esto es arte y estética de la oración.

Pese a que la realidad es un lugar donde vienen aconteciendo muchos ruidos; el lugar menos silencioso es el corazón humano. El bullicio interno fragmenta las almas, corroe la vida y asfixia esa capacidad -casi divina- de maravillarnos ante lo bello, sublime y placentero que es escuchar el silencio de Aquel quien es la Palabra.

Pareciera ser que uno de los más lamentables padecimientos hoy entre los mortales es la discapacidad auditiva. Aprendimos a negarle escucha a quienes la necesitan, a quien nos la pide con dulce insistencia: “quien tenga oídos para oír, que oiga”. Inclusive nos negamos la escucha a nosotros mismos. Bien nos caería que el Maestro de Galilea nos sorprendiera con esta exhortación: “el que tenga oídos para oír, que se oiga”.
Nos está costando escuchar las palabras; más aún, nos resulta como un imposible escuchar el silencio.

Dios ha querido callar muchas veces y ¡lo ha hecho! Quizá hoy lo esté haciendo otra vez. Si ha querido callar por estos días, bien podríamos también callar y tejer con silencios una experiencia de Dios genuina, profunda y trascendente. Ahora bien, si no somos capaces de unirnos al silencio de Dios y al Dios del silencio; podemos abrirnos al lamento, lo cual es perfectamente legítimo, uniéndonos a los poetas bíblicos con palabras sentidas y nacientes de la hondura del alma afligida como estas:

¿Por qué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?- Salmo 10.1
● Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos estás para salvarme, lejos de mis palabras de lamento. Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo. Pero tú eres santo, tú eres rey, ¡tú eres la alabanza de Israel!- Salmo 22
Escucha, Señor, mi oración; llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro cuando me encuentro angustiado. Inclina a mí tu oído; respóndeme pronto cuando te llame.- Salmo 102.1-2

El lamento es el apetito inmenso por escuchar a Dios, por sentir que en verdad sus plegarias han sido escuchadas y su voz atendida con diligencia; es el grito que pide confirmación al cielo de que sus oraciones sí llegaron hasta el corazón del Padre.
Insisto: nuestros diálogos con Dios se tejen con hilos de silencio y palabras.
Dios sabe escucharnos las palabras y los silencios. Nos corresponde aprender a escuchar su Palabra y sus silencios. Bien llegó a decir S. Kierkergaard: Dios -ya calle o ya hable, siempre es el mismo Padre; el mismo corazón paterno, cuando nos guía con su voz o nos eleva con su silencio”.

©2020 Ed. Ramírez Suaza