cuando en la Iglesia se canta, pero
no se adora
Padre celestial: déjanos conocerte
tal como eres,
para que te podamos adorar tal como debemos.
A.W.
Tozer
Mirando
yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una iglesia evangélica
occidental fascinada con cantar. Una comunidad creyente que hizo -y está
haciendo- del canto su máxima expresión de la fe: se canta en los cultos y en
los actos evangelísticos.
Se canta en los servicios de sanación y en los
ayunos.
Se canta en matrimonios y cumpleaños.
Se canta en servicios funerarios
y en hospitales.
Se canta en reuniones de pastores y en seminarios especiales.
Y cuando no se sabe qué más hacer, como si fuera poco, programan conciertos
para seguir cantando.
Pareciera
ser que los evangélicos ya no sabemos hacer algo sin cantar.
La
historia de salvación que narra la Sagrada Escritura se ha tejido también con
hilos musicales; desde sus orígenes con Jubal el inventor de instrumentos
melódicos y rítmicos en Génesis 4.21, hasta los cantos apocalípticos de Juan.[1] Inclusive
la Biblia contiene un libro completo de canciones eróticas, el Cantar de los
Cantares, y otro himnario, el libro de los Salmos. El evangelio cuenta con
fascinación que Jesús también cantó, justo la noche en la que fue traicionado
(Mateo 26.30).
La
Escritura no sólo relata escenas donde la música es importante, además instruye
al creyente a entonar alabanzas al Señor: “Hablen entre ustedes con salmos,
himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor con el corazón”
(Efesios 5.19).
Indudablemente
cantar es bueno, ¡y agrada al Señor!
Hispanoamérica
es musical.
Latinoamérica es un Edén de melodías y ritmos, de prosas y poesías
campesinas, urbanas, intelectuales.
Latinoamérica canta desde las rancheras
mexicanas, cruzando por el “sonido de las palmeras” de nuestro Caribe, hasta
los versos vallenatos de Colombia. Las trovas llaneras de Venezuela, haciendo
travesía por las zampoñas y los charangos de nuestros cantores andinos, hasta
llegar a los tangos de Argentina. Y eso que no hay espacio ni tiempo -en este
post- para contemplar la belleza del mambo, del bolero, del bambuco, del
pasillo, de la samba, del calipso… entre muchos otros.
La
cultura musical latina “ha crecido y se ha desarrollado por la necesidad que
tiene todo pueblo de celebrar su alegría, llorar sus penas, gritar su
descontento, susurrar su amor o simplemente deleitarse con la armonía de los
sonidos.”[2]
En
Latinoamérica cantamos porque sí y porque no.
Cantamos
porque amamos y porque odiamos.
Cantamos
porque la felicidad y porque las desdichas.
Cantamos
porque el sol y porque la lluvia.
Cantamos
porque Dios y porque nosotros.
Cantamos
porque siempre nacen y renacen razones para hacerlo.
Cantamos
porque podemos.
Cantamos
porque nos da la gana.
Muchas
iglesias cristianas (reformadas, pentecostales, carismáticas del catolicismo y
otras) se llenaron de cantos. Casi todos sus rituales incluyen la música como
parte esencial de lo que hacen. Hasta donde alcanza mi saber, la Iglesia
siempre ha cantado. Pero no se puede negar que en las últimas décadas (¿desde
los años 80’?) la música, procesivamente, se ha hecho protagonista del culto
cristiano.
El
fenómeno de la Marcoswittización[3], entre los
años 80 y la primera década del 2000, estimuló juventudes cristianas a
prestarle más atención a la música de los cultos. Esto significó inversiones
interesantes en instrumentos musicales básicos del rock: bateria, bajo
eléctrico, guitarras acústica y eléctrica, sintetizadores. Inversiones también en
tecnologías de sonido, luces, pantallas, acondicionamientos de los púlpitos, en
fin.
La Marcoswittización giró la
atención de las grandes cruzadas evangelísticas y de los radio-telepredicadores
hacia los conciertos multitudinarios y los CD de “adoración y alabanza” en vivo.
Este movimiento industrial de la música evangélica pareció ser más efectivo, ya
que los protagonistas del fenómeno no sólo cantaron, también predicaron
mostrando imágenes de éxito, admiración y bienestar económico. Lo que resultó
para miles cautivante y emulante.[4]
Y si
antes de los años 80’ se cantaba, después sí que cierto.
La
saturación musical en nuestros encuentros litúrgicos empieza a hastiarnos;
igualmente la concepción moderna de la adoración como espectáculo. La
industrialización de la liturgia comienza a ser discernida de manera real: una
vulgar comercialización de la fe. Ya “Jesús” parece una marca muy bien
posicionada en el mercado internacional. Mientras tanto, algunos nos
preguntamos: -¿estamos adorando a Dios en Latinoamérica?
¿Corresponden los
espectáculos cristianos y la industrialización de la música cristiana a un
conocimiento bíblico y personal del Dios revelado en Jesucristo?
Teniendo
en cuenta que en muchos escenarios se está confundiendo adoración y alabanza
con cantar, deseo hacer una confesión: nunca he escuchado más mentiras que
cuando se canta en cultos evangélicos. Cuando cantamos frases como esta “te amo
Dios”. ¿En serio estamos amando a Dios como él exige ser amado?
Más mentiras:
“Temprano yo te buscaré. De madrugada yo me acercaré a ti…” ¿Temprano? ¿De
madrugada?
Esta otra: “Hacemos hoy ante tu altar un compromiso de vivir en
santidad…” ¡Sin comentario!
“Te puedo sentir… sé que estás aquí. Te puedo
sentir…” ¿Te puedo sentir? ¡Yo no siento nada! Yo canto ese coro así: “Nada que
te puedo sentir, pero por la fe en tu Hijo Cristo sé que estás aquí.”
Cuando
cantamos “Vengo a adorarte. Vengo a postrarme. Vengo a decir que eres mi
Dios…” Y volteo a mirar cuando entonamos “vengo a postrarme”, vaya sorpresa: se
nos da por levantar las manos, pero no he presenciado la ocasión donde en
verdad nos postremos.
Cantar a
Dios lo que no se vive es “tomar su santo nombre en vano”. Dijo el predicador
John Stott:
Toda vez que nuestra conducta es inconsecuente con
nuestra creencia o nuestra práctica contradice lo que predicamos -cantamos-,
tomamos el nombre de Dios en vano. Llamar a Dios “Señor” y no hacer lo que él
manda, es tomar su nombre en vano. Llamar a Dios “Padre” y estar llenos de
ansiedad y dudas, es negar su nombre. Tomar el nombre de Dios en vano es hablar
–cantar- de un modo y actuar de otro. Esto se llama hipocresía.[5]
Otra lamentable realidad en algunos cultos, es que no sabemos lo que cantamos. Ejemplo, cuando cantamos peticiones como ésta: “renuévame, transfórmame, quebrántame…” Prácticamente le estamos pidiendo a Dios que nos haga añicos y con los mil pedazos que queden tirados en el piso nos haga de nuevo. Y cuando Dios lo empieza hacer, le rogamos que nos quite el dolor, el sufrimiento y las pruebas que nos quebrantan, transforman y renuevan.
Por
favor, nunca olvide esto: Dios se toma en serio lo que cantamos.
“Adorar
es doblegarse, levantar las manos, orar, cantar, recitar, predicar, llevar a
cabo rituales alimenticios o de limpieza, obedecer, etc.,”[6]
con alegría e integridad.
Adoración
es “responder a todo lo que es Dios con todo lo que somos nosotros, responder a
todo su ser con todo nuestro ser.”[7]
Adoración
es la forma bíblica de amar y honrar a Dios.[8]
Para mí,
“Adorar es postrarse con rostro en el suelo ante el Dios verdadero,
maravillados genuinamente por ver con asombro sus obras; quién es él y cómo
alcanza a su creación el proyecto de su amor. Quien se postra ante Dios
reconoce que sólo él es digno de gloria, honra y poder en todos los aspectos de
su vida, todo el tiempo. Haciendo esto siempre en comunidad.”[9]
La
música es apenas una expresión artística de la adoración; no es adoración, como
tampoco es la única forma de expresarla, es una entre otras.
Esta
reflexión no sugiere exorcizar la música de los encuentros cristianos de culto,
recomienda más bien no sustituir la adoración genuina por la música.
Los
ancianos celestiales en las visiones apocalípticas de Juan de Patmos, arrojaron
sus coronas y adoraron a Dios (Apocalipsis 4.10). Qué hermoso sería, en un
culto de estos, arrojar nuestros instrumentos, egos, tecnologías, talentos,
micrófonos, sonido a los pies del Cordero de Dios -ya que no tenemos coronas-
para adorarlo en Espíritu y en verdad. Y si cantamos, que sea la expresión de
una vida que todo el tiempo se ofrece al cielo, o se esfuerza, como existencia
grata a los ojos del Creador, a quien corresponde toda honra y gloria en cada
una de nuestras vidas y en la Iglesia, por siempre, Amén.
©2018 Ed. Ramírez Suaza
[1] Los himnos o cánticos del Apocalipsis
son un excelente lugar para realizar un estudio teológico y litúrgico de la
adoración cristiana. Ocurre que el libro no es sólo profético y epistolar, sino
que “es todo un himnario”. Los siete escenarios litúrgicos con entonación de
himnos: (1) Ap 4:8, 11, (2) Ap 5:9, 10, 12, 13, (3) Ap 7:10, 12, (4) Ap 11:15,
17, 18, (5) Ap 12:10-12; (6) Ap 15:3, 4, (7) Ap 19:1, 2, 6-8. Daniel Oscar
Plenc. “Los himnos del Apocalipsis”. DavarLogos,
ISSN 1666-7832, Vol. 12, Nº.
1, 2013, págs. 109-127
[2] Juan Pablo González Rodríguez. “Hacia el
Estudio Musicológico de la Música Popular Latinoamericana.” Revista Musical
Chilena, 1986, XL, 165, pp. 59 - 84
[3] Término acuñado por mí en el año 2005
para manifestar la preocupación de un movimiento musical “cristiano” que
industrializó la adoración y la alabanza como parte del mundo del
entretenimiento. También para invitar a diferentes pastores y estudiantes de
teología a reflexionar en el fenómeno. Dicha manifestación e invitación
aconteció en el Seminario bíblico de Colombia, dentro del aula de clase en el
curso “Redacción y escritura”.
[4] Miguel Angel Mansilla Agüero. “Del valle
de lágrimas al valle de Jauja: las promesas redentoras del neopentecostalismo
en el más acá.” Polis:
Revista Latinoamericana, ISSN 0717-6554, ISSN-e 0718-6568, Nº. 14,
2006
[5] John Stott. Cristianismo Básico. Buenos Aires: Certeza,
1997, p.72
[6] John Piper. Sed de Dios. Barcelona: Andamio (2001): 80
[7] Andrés Birch. “La adoración y la
alabanza según la Biblia”.
https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/la-adoracion-y-la-alabanza-segun-la-biblia/
[8] Antonio García Moreno. “Adorar al Padre
en Espíritu y en verdad”. Scripta
theologica: revista de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra,
ISSN 0036-9764, Vol. 23,
Fasc. 3, 1991, págs. 785-835
[9] Edison Ramírez Suaza. “EL DIOS QUE
ADORAMOS: repensando la adoración y la
alabanza en el libro de Apocalipsis”. Conferencias en el marco del congreso
de adoradores en el Centro Evangélico de Arjona, Bolívar. Junio 29 a Julio 2
del 2018.