jueves, 28 de junio de 2018

EL CANTO VACÍO


cuando en la Iglesia se canta, pero no se adora



Padre celestial: déjanos conocerte tal como eres, 
para que te podamos adorar tal como debemos.
A.W. Tozer


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una iglesia evangélica occidental fascinada con cantar. Una comunidad creyente que hizo -y está haciendo- del canto su máxima expresión de la fe: se canta en los cultos y en los actos evangelísticos. 
Se canta en los servicios de sanación y en los ayunos. 
Se canta en matrimonios y cumpleaños. 
Se canta en servicios funerarios y en hospitales. 
Se canta en reuniones de pastores y en seminarios especiales.
Y cuando no se sabe qué más hacer, como si fuera poco, programan conciertos para seguir cantando.

Pareciera ser que los evangélicos ya no sabemos hacer algo sin cantar.

La historia de salvación que narra la Sagrada Escritura se ha tejido también con hilos musicales; desde sus orígenes con Jubal el inventor de instrumentos melódicos y rítmicos en Génesis 4.21, hasta los cantos apocalípticos de Juan.[1] Inclusive la Biblia contiene un libro completo de canciones eróticas, el Cantar de los Cantares, y otro himnario, el libro de los Salmos. El evangelio cuenta con fascinación que Jesús también cantó, justo la noche en la que fue traicionado (Mateo 26.30).
La Escritura no sólo relata escenas donde la música es importante, además instruye al creyente a entonar alabanzas al Señor: “Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor con el corazón” (Efesios 5.19).
Indudablemente cantar es bueno, ¡y agrada al Señor!

Hispanoamérica es musical. 
Latinoamérica es un Edén de melodías y ritmos, de prosas y poesías campesinas, urbanas, intelectuales. 
Latinoamérica canta desde las rancheras mexicanas, cruzando por el “sonido de las palmeras” de nuestro Caribe, hasta los versos vallenatos de Colombia. Las trovas llaneras de Venezuela, haciendo travesía por las zampoñas y los charangos de nuestros cantores andinos, hasta llegar a los tangos de Argentina. Y eso que no hay espacio ni tiempo -en este post- para contemplar la belleza del mambo, del bolero, del bambuco, del pasillo, de la samba, del calipso… entre muchos otros. 
La cultura musical latina “ha crecido y se ha desarrollado por la necesidad que tiene todo pueblo de celebrar su alegría, llorar sus penas, gritar su descontento, susurrar su amor o simplemente deleitarse con la armonía de los sonidos.”[2]

En Latinoamérica cantamos porque sí y porque no.
Cantamos porque amamos y porque odiamos.
Cantamos porque la felicidad y porque las desdichas.
Cantamos porque el sol y porque la lluvia.
Cantamos porque Dios y porque nosotros.
Cantamos porque siempre nacen y renacen razones para hacerlo.
Cantamos porque podemos.
Cantamos porque nos da la gana.

Muchas iglesias cristianas (reformadas, pentecostales, carismáticas del catolicismo y otras) se llenaron de cantos. Casi todos sus rituales incluyen la música como parte esencial de lo que hacen. Hasta donde alcanza mi saber, la Iglesia siempre ha cantado. Pero no se puede negar que en las últimas décadas (¿desde los años 80’?) la música, procesivamente, se ha hecho protagonista del culto cristiano.

El fenómeno de la Marcoswittización[3], entre los años 80 y la primera década del 2000, estimuló juventudes cristianas a prestarle más atención a la música de los cultos. Esto significó inversiones interesantes en instrumentos musicales básicos del rock: bateria, bajo eléctrico, guitarras acústica y eléctrica, sintetizadores. Inversiones también en tecnologías de sonido, luces, pantallas, acondicionamientos de los púlpitos, en fin. 
La Marcoswittización giró la atención de las grandes cruzadas evangelísticas y de los radio-telepredicadores hacia los conciertos multitudinarios y los CD de “adoración y alabanza” en vivo. Este movimiento industrial de la música evangélica pareció ser más efectivo, ya que los protagonistas del fenómeno no sólo cantaron, también predicaron mostrando imágenes de éxito, admiración y bienestar económico. Lo que resultó para miles cautivante y emulante.[4]
Y si antes de los años 80’ se cantaba, después sí que cierto.

La saturación musical en nuestros encuentros litúrgicos empieza a hastiarnos; igualmente la concepción moderna de la adoración como espectáculo. La industrialización de la liturgia comienza a ser discernida de manera real: una vulgar comercialización de la fe. Ya “Jesús” parece una marca muy bien posicionada en el mercado internacional. Mientras tanto, algunos nos preguntamos: -¿estamos adorando a Dios en Latinoamérica? 
¿Corresponden los espectáculos cristianos y la industrialización de la música cristiana a un conocimiento bíblico y personal del Dios revelado en Jesucristo?

Teniendo en cuenta que en muchos escenarios se está confundiendo adoración y alabanza con cantar, deseo hacer una confesión: nunca he escuchado más mentiras que cuando se canta en cultos evangélicos. Cuando cantamos frases como esta “te amo Dios”. ¿En serio estamos amando a Dios como él exige ser amado? 
Más mentiras: “Temprano yo te buscaré. De madrugada yo me acercaré a ti…” ¿Temprano? ¿De madrugada? 
Esta otra: “Hacemos hoy ante tu altar un compromiso de vivir en santidad…” ¡Sin comentario! 
“Te puedo sentir… sé que estás aquí. Te puedo sentir…” ¿Te puedo sentir? ¡Yo no siento nada! Yo canto ese coro así: “Nada que te puedo sentir, pero por la fe en tu Hijo Cristo sé que estás aquí.” 
Cuando cantamos “Vengo a adorarte. Vengo a postrarme. Vengo a decir que eres mi Dios…” Y volteo a mirar cuando entonamos “vengo a postrarme”, vaya sorpresa: se nos da por levantar las manos, pero no he presenciado la ocasión donde en verdad nos postremos.

Cantar a Dios lo que no se vive es “tomar su santo nombre en vano”. Dijo el predicador John Stott:
Toda vez que nuestra conducta es inconsecuente con nuestra creencia o nuestra práctica contradice lo que predicamos -cantamos-, tomamos el nombre de Dios en vano. Llamar a Dios “Señor” y no hacer lo que él manda, es tomar su nombre en vano. Llamar a Dios “Padre” y estar llenos de ansiedad y dudas, es negar su nombre. Tomar el nombre de Dios en vano es hablar –cantar- de un modo y actuar de otro. Esto se llama hipocresía.[5]

Otra lamentable realidad en algunos cultos, es que no sabemos lo que cantamos. Ejemplo, cuando cantamos peticiones como ésta: “renuévame, transfórmame, quebrántame…” Prácticamente le estamos pidiendo a Dios que nos haga añicos y con los mil pedazos que queden tirados en el piso nos haga de nuevo. Y cuando Dios lo empieza hacer, le rogamos que nos quite el dolor, el sufrimiento y las pruebas que nos quebrantan, transforman y renuevan.
Por favor, nunca olvide esto: Dios se toma en serio lo que cantamos.

“Adorar es doblegarse, levantar las manos, orar, cantar, recitar, predicar, llevar a cabo rituales alimenticios o de limpieza, obedecer, etc.,”[6] con alegría e integridad.
Adoración es “responder a todo lo que es Dios con todo lo que somos nosotros, responder a todo su ser con todo nuestro ser.”[7]
Adoración es la forma bíblica de amar y honrar a Dios.[8]
Para mí, “Adorar es postrarse con rostro en el suelo ante el Dios verdadero, maravillados genuinamente por ver con asombro sus obras; quién es él y cómo alcanza a su creación el proyecto de su amor. Quien se postra ante Dios reconoce que sólo él es digno de gloria, honra y poder en todos los aspectos de su vida, todo el tiempo. Haciendo esto siempre en comunidad.”[9]
La música es apenas una expresión artística de la adoración; no es adoración, como tampoco es la única forma de expresarla, es una entre otras.

Esta reflexión no sugiere exorcizar la música de los encuentros cristianos de culto, recomienda más bien no sustituir la adoración genuina por la música.
Los ancianos celestiales en las visiones apocalípticas de Juan de Patmos, arrojaron sus coronas y adoraron a Dios (Apocalipsis 4.10). Qué hermoso sería, en un culto de estos, arrojar nuestros instrumentos, egos, tecnologías, talentos, micrófonos, sonido a los pies del Cordero de Dios -ya que no tenemos coronas- para adorarlo en Espíritu y en verdad. Y si cantamos, que sea la expresión de una vida que todo el tiempo se ofrece al cielo, o se esfuerza, como existencia grata a los ojos del Creador, a quien corresponde toda honra y gloria en cada una de nuestras vidas y en la Iglesia, por siempre, Amén.

©2018 Ed. Ramírez Suaza 



[1] Los himnos o cánticos del Apocalipsis son un excelente lugar para realizar un estudio teológico y litúrgico de la adoración cristiana. Ocurre que el libro no es sólo profético y epistolar, sino que “es todo un himnario”. Los siete escenarios litúrgicos con entonación de himnos: (1) Ap 4:8, 11, (2) Ap 5:9, 10, 12, 13, (3) Ap 7:10, 12, (4) Ap 11:15, 17, 18, (5) Ap 12:10-12; (6) Ap 15:3, 4, (7) Ap 19:1, 2, 6-8. Daniel Oscar Plenc. “Los himnos del Apocalipsis”. DavarLogos, ISSN 1666-7832, Vol. 12, Nº. 1, 2013, págs. 109-127
[2] Juan Pablo González Rodríguez. “Hacia el Estudio Musicológico de la Música Popular Latinoamericana.” Revista Musical Chilena, 1986, XL, 165, pp. 59 - 84
[3] Término acuñado por mí en el año 2005 para manifestar la preocupación de un movimiento musical “cristiano” que industrializó la adoración y la alabanza como parte del mundo del entretenimiento. También para invitar a diferentes pastores y estudiantes de teología a reflexionar en el fenómeno. Dicha manifestación e invitación aconteció en el Seminario bíblico de Colombia, dentro del aula de clase en el curso “Redacción y escritura”.
[4] Miguel Angel Mansilla Agüero. “Del valle de lágrimas al valle de Jauja: las promesas redentoras del neopentecostalismo en el más acá.”  Polis: Revista Latinoamericana, ISSN 0717-6554, ISSN-e 0718-6568, Nº. 14, 2006
[5] John Stott. Cristianismo Básico. Buenos Aires: Certeza, 1997, p.72
[6] John Piper. Sed de Dios. Barcelona: Andamio (2001): 80
[7] ​Andrés Birch. “La adoración y la alabanza según la Biblia”. https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/la-adoracion-y-la-alabanza-segun-la-biblia/
[8] Antonio García Moreno. “Adorar al Padre en Espíritu y en verdad”. Scripta theologica: revista de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, ISSN 0036-9764, Vol. 23, Fasc. 3, 1991, págs. 785-835
[9] Edison Ramírez Suaza. “EL DIOS QUE ADORAMOS: repensando la adoración y la alabanza en el libro de Apocalipsis”. Conferencias en el marco del congreso de adoradores en el Centro Evangélico de Arjona, Bolívar. Junio 29 a Julio 2 del 2018.

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