Yo he santificado
el reír; vosotros hombres superiores, aprended – ¡a reír!
F. Nietzsche
Muchas son las
oportunidades en las que nos reímos y por muchas razones: por un chiste. Por
algo gracioso que acontece. Por amor. Por enojo. Por ironía. Por complacencia.
Por placer. Por burla…
En ocasiones la
risa es la manera de estar más cerca del prójimo y, en algunos casos, más cerca
de Dios. Reír es un arte, especialmente
cuando la causa irrumpe desde el cielo o en complicidad con él.
En tanto sigue
estas humildes líneas, me encantaría que sostuviera en reflexión la siguiente pregunta:
en algún momento de la vida, ¿Dios te ha hecho reír?
Las Escrituras
contienen un testimonio verídico de cuando Dios hizo reír una pareja de adultos mayores. Muy mayores.
Su bella historia se encuentra en el fascinante libro del Génesis 18.1-15.
En resumidas
cuentas: el relato bíblico trata de cuando los esposos de avanzada edad,
Abrahán con 100 años y Sara con 90, experimentaron -de manera sublime- una teofanía que les anunció la promesa de un hijo.
Cuando la esposa
del patriarca escuchó semejante "disparate", rió para sus adentros, al parecer, porque la promesa le
ayudó a reírse un poco de sí misma y de su esposo:
Por eso Sara se rió consigo misma, y dijo: «¿Después de
haber envejecido voy a tener placer, si también mi señor ya está viejo?» (Gén.
18.11).
La risa de esta anciana me recuerda las palabras de Simon Critchley: “reírse
de uno mismo es darse cuenta que uno es ridículo; este humor no es deprimente,
al contrario, nos da un sentido de emancipación, consolación y elevación
infantil.”[1]
Note pues la malicia indígena de Sara: el Señor le
promete un hijo y ella inmediatamente se ríe porque va a volver hacer el amor
con su esposo. Y si lo hace, vaya Dios a saber si va a sentir “las mismas
cosquillas que sintió hace mucho más de 20.”
En el cap. 17 del
Génesis entre los vv. 15-19, Dios habla con Abrahán a quien, entre otras
cosas, le promete un hijo.
“Si no fuera
porque esta es una promesa de Dios, hubiese sido un chiste cruel.”[2]
Cuando Abrahán
escuchó la promesa,
se postró entonces sobre su rostro, y riéndose dijo en su
corazón: «¿Acaso a un hombre de cien años le va a nacer un hijo? ¿Y acaso Sara,
que tiene noventa años, va a concebir?» (Gén. 17.17).
En la vida llegué a creer que uno también se postraba ante
Dios para reírse, y como si fuera poco, quizá con él. Intuyo la risa en esta
experiencia como el recurso que encontró el patriarca, en ese
instante, para estar más cerca de Dios.
Vaya cosa más bella: ¡Abrahán se postró delante de Dios
para reírse!
Dios no reprende la risa de Abrahán, la comprende. La
acepta. La recibe. Sospecho que hasta cómplice de ella se hizo.
Así, la risa viene siendo el hilo con el que el escritor
bíblico teje esta cautivante narrativa. Inclusive se le otorga protagonismo
cuando el Señor ordenó a Abrahán llamar
al niño “Risa” (Gén. 17.19). En hebreo, Isaac. Es como si le dijera: -Pues
ombe, ya que esta promesa te causa tanta risa, llamarás al niño “Risa” pa’ que
nunca deje de reírse.-
En efecto, 9 meses después de esta experiencia de Dios
entre risas, nació el niño cuyo padre tenía 100 años de edad y su madre 90.
Entonces exclama la madre recién parido su milagro: «Dios me ha hecho reír, y
todo el que lo sepa se reirá conmigo» (Gén. 21.6).
La teóloga Elisa Estévez, en el año 2015 dio un seminario
en Medellín titulado: “Experiencia de Dios en el libro de Génesis”, fue ahí
cuando la escuché decir: “Dios hace reír al hombre para abrir brechas en
sus conocimientos y para superar las maneras de entender las cosas. En
consecuencia, reír viene a ser una expresión de sabiduría humana.”
¿Recuerda que te pedí el favor de seguir reflexionando en
si alguna vez Dios te hizo reír?
¡Dios me ha hecho reír también!
Me recuerdo con 4
años de edad cuando mi madre hastiada de existir sin vida agendó suicidarse.
Sus desgracias, más el infierno que le ofreció mi padre sumergido en el
alcohol, hundieron su alma hasta el fondo del pozo de la desesperación. En
verdad, era más fácil que una anciana pariera un niño a que mi casa encontrara
esperanza.
Pero aconteció lo
inesperado: ¡la esperanza nos encontró! Me recuerdo inundado de risas por la
salvación con la que el Señor nos visitó un 31 de diciembre en el año de 1982.
Esa noche reímos con alegría, porque en lo que respecta nuestra salvación ¡nada
es imposible para Dios!
«Dios me ha hecho reír, y todo el que lo sepa se reirá
conmigo.»
©2018 Ed. Ramírez Suaza