Otros pesebres se esfuerzan por ser fiel a la tradición cristiana, al
relato bíblico. Estos últimos logran cierto embeleso en mí: las dulces montañas
que imaginamos de Belén. La pequeña planicie donde suponemos a los pastores cuidando
sus rebaños en las frías noches. Los caminos. Los caseríos. El establo donde
nació Jesús. Algo de fauna y flora. Ahora trata de imaginar este mismo pesebre con un dragón rojo de diez
cuernos, siete cabezas, cada una de ellas portando una corona, además furioso,
buscando con frenesí a la mujer que ha dado a luz y al niño nacido para
devorarlos. Sí. Todos los pesebres deberían incluir un dragón rojo de siete cabezas como
el personaje antagónico de la narrativa navideña.
En el libro de Apocalipsis -capítulo doce- Juan de Patmos relató con
admirable creatividad y comprensión profunda del misterio divino en la persona
de Jesucristo, su entender navideño en un lenguaje apocalíptico que, entre
otras cosas, se caracteriza por comunicarse a través de un “elaborado sistema
de símbolos secretos y figuras de discurso para expresar ciertas ideas.”[1] La navidad contada desde Apocalipsis no sólo es una maravillosa narrativa,
es una profecía que mira ciertos acontecimientos del pasado clave para entender
sus realidades presentes, y se expresa en orientación a la esperanza con unos significados
contundentes para las actualidades de sus primeros lectores, igual que para lectores
contemporáneos.
Juan dio testimonio de su visión navideña: que una extraordinaria mujer
vestida de sol, caminando sobre la luna llena y coronada de brillantes estrellas
se encontraba en trabajos de parto. Sorpresivamente, apareció en los cielos un temible
dragón rojo con siete cabezas, diez cuernos y cada cabeza portando una corona.
Esta bestia buscó con desespero a la mujer iluminada para asesinarla antes del
alumbramiento, pero por una intervención providencial la mujer pudo concebir de
manera segura y satisfactoria. Además, el cielo protegió al niño guardándolo en
su seno.
La madre vestida de luz huyó al desierto en tanto el dragón los buscaba
en los cielos. La bestia, en lugar de encontrar a la mujer y su bebé, fue
sorprendida por un ejército de ángeles que lucharon contra ella fervientemente
hasta derrotarla. Vencido y furibundo, el dragón vomitó un río impetuoso para
arrasar a la mujer, pero la tierra abrió una inmensa boca para tragarse al río
maligno, protegiendo así a la iluminada dama. Con la tierra tomando partido, el
dragón enfureció mucho más y decidió agredir con toda su fuerza a los demás
hijos de Dios.
¡Qué belleza de narrativa!
Juan de Patmos -autor del Apocalipsis- fue un extraordinario contador de
historias. Tuvo la maravillosa habilidad de hilar historia, profecía, teología
y mito en una narrativa contenedora de una pluralidad de significados para el mismo
símbolo.[2]
Un contenido profundo y exquisito para lectores de este texto donde se ha
dibujado una lucha del bien (mujer iluminada, ángeles, Dios y tierra) contra el
mal y el maligno (dragón). Del capítulo doce versículo 5, se desprende la posibilidad hermenéutica
de un acercamiento que “descubre” los elementos navideños en el relato: “La
mujer dio a luz un hijo varón, el cual gobernará a todas las naciones con cetro
de hierro. Pero su hijo le fue arrebatado para Dios y su trono.”
Algunos personajes del relato quedaron muy bien identificados en el
drama: el dragón es Satán. El niño nacido es el Mesías. Los demás descendientes
de la mujer son la comunidad del Mesías. Pero, ¿quién es la mujer?
Esta mujer apocalíptica está llena de significado.
La mujer vestida de luz es la nueva Eva. Juan de Patmos recoge elementos
de los relatos de Génesis capítulo tres para re-escribir el inicio de una nueva
humanidad creada en el Mesías.[3]
En tanto la primera Eva fue engañada, tentada por la serpiente (el Satán),
quien aceptando su mentirosa oferta trajo de nuevo el caos y la oscuridad que
en el Génesis capítulo uno Dios había derrotado. La nueva Eva lucha por huir del dragón. Escapa de él buscando un lugar seguro para dar a luz un nuevo ser humano. Esta nueva Eva no se deja engañar. Huye. Triunfa.
La mujer vestida de luz es signo del pueblo de Dios. En orientación hacia
el futuro que Dios depara para sus santos, Juan de Patmos describe a la Iglesia
en una metáfora femenina, radiante como el sol, coronada de doce estrellas,[4]
caminando sobre luna llena, porque así la concibe, de manera ideal: santa, llena de luz, perseguida, atribulada pero protegida por el que
habita los cielos. Esta mujer es la asamblea eclesial, la comunidad mesiánica.[5]
La mujer vestida de luz es personificación de la Jerusalén celestial.[6]
Esta ciudad hermosa, iluminada en símbolo femenino contrasta en el Apocalipsis
con la mujer más ramera de todas; madre de las abominaciones de la tierra que
personifica a Babilonia. Ciudad gestante y paridora del mal (Ap. 17.5).
Sin duda alguna, la mujer vestida de luz es también una
sutil referencia a María, madre de Jesús,[7] quien privilegiada entre todas las mujeres fue instrumento en las manos de Dios para
él mismo humanizarse y emprender un camino humano hacia la cruz, hacia la resurrección,
hacia la glorificación y hacia nuestra humanización.
Las exageraciones de este relato apocalíptico abren
nuestros ojos a un panorama mucho más trascendente de la navidad. De lo esperanzador
que es: Dios principia en Belén una nueva creación. De lo luchadora que es la navidad:
hay que resistir al mal, al maligno en todas sus presentaciones. De lo comunitaria que es: la fe en Jesucristo, nacido en
Belén, crucificado en Jerusalén y exaltado en los cielos; se vive, se disfruta,
se persiste, se aprende y fortalece en la Iglesia, comunidad del Mesías.
Juan de Patmos narró apocalípticamente esta historia,
llena de significados, para orientarnos hacia la trascendencia cristiana. Hacia
las utopías de nuestra fe. Hacia el futuro de Dios. Una orientación basada en
la historia, peregrina en el presente. Fiel y verdadera en el futuro.
Así es la navidad mirada con fe y esperanza.
Les deseo, apocalípticamente, felices fiestas.
©2018 Ed. Ramírez Suaza
©2018 Ed. Ramírez Suaza
[1] Carlos Villanueva. “Características de la literatura apocalíptica.” Revista
Bíblica. Año 54 – 1992. Págs. 193-217 201
[2] Juan Stam. Apocalipsis. Tomo III. Buenos Aires:
Kairós (2009): 30
[3] Xavier Pikaza. Apocalipsis. Estella: Verbo Divino
(1999): 141
Enzo Bianchi. El Apocalipsis: un comentario exegético-espiritual.
Salamanca: Sígueme (2009):170
[4] Signo de las doce tribus
de Israel y de los doce apóstoles.
[5] Ugo Vanni. Apocalipsis. Estella: Verbo Divino (1998):
113, 118
George E. Ladd. El Apocalipsis de Juan: un comentario. Miami:
Caribe (1978): 148
[6] Bianchi. El Apocalipsis. p. 170
[7] Stam. Apocalipsis. p. 33