miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL DIOS TRAGAMONEDAS

No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas.

Jesucristo

 

Todo por un muñeco de peluche | Impacto!

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi personas jugando en máquinas tragamonedas; de aquellas que en su parte superior contienen, como vitrina, peluches amontonados, además muy apetecidos por la población infantil. La máquina exige un depósito de dos monedas de $500 m/c, que al recibirlas se activa sólo una oportunidad de agarrar un peluche con una palanca y un botón como comandos del juego. Si el jugador logra tomar uno de ellos, debe girar la pequeña grúa que está dentro de la vitrina hacia el orificio de la victoria. Vaya infortunio el de muchos, ¡nunca han podido sacar un bendito peluche! La máquina esa se les tragó las monedas. Es más, me enteré -no hace mucho- que todas ellas están diseñadas para tragar monedas.

Esta experiencia es la misma para muchos “creyentes”, yo les diría crédulos, quienes con anhelos sinceros han pretendido acudir a Dios a través de telepredicadores o radiopredicadores; inclusive a iglesias neo-pentecostales, con las ilusiones de que se les supla alguna necesidad, se les ayude en medio de una crisis específica y en su desesperación o afán han depositado sus “monedas” en las cuentas bancarias que el “predicador” les ha indicado. Lo han hecho así porque se les ha prometido que, una vez depositado el dinero todas las necesidades serán satisfechas. La crisis le será solucionada. La enfermedad sanada; todo esto milagrosamente gracias a las monedas -y no poquitas- que se les deposita. Pero resulta que el dios del telepredicador se les ha tragado las monedas: consignaron y la enfermedad continúa. La crisis se hizo más intensa. La necesidad no fue suplida. Los apuros no desaparecieron.

¡Dios se les tragó la moneda!

Luego nos vamos dando cuenta que ese “evangelio” está amañado precisamente para eso, ¡para tragar monedas!

Hay una verdad que las masas crédulas necesitan abrazar con fe: el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no cobra por sanar, proveer, bendecir, ayudar, restaurar, salvar… en fin; su gozo está en suplir a todas nuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria de manera gratuita. Pero muchas personas con astucia oscura y avaricia han visto en la ignorancia, afán, desespero, credulidad de las gentes una oportunidad de estafarlos en nombre de Dios. Para los comerciantes de la fe, la religión es un negocio. ¡Y qué negocio!

En el Evangelio según S. Juan 2.13-22, el autor comparte el testimonio histórico del afamado episodio “la purificación del templo”. La narrativa inicia diciendo que, “estaba cerca la Pascua, cuando Jesús fue a Jerusalén”. Estas palabras introductorias al acontecimiento ameritan una especial atención, pues en las celebraciones pascuales se conmemoraba con festejos, alegrías y memorias la libertad otorgada por Dios a todos ellos cuando fueron esclavos de Egipto. Era una fiesta, la primera de las más importantes en la fe judía, porque en la Pascua de su historia fueron libres. Vaya ironía: Jesús fue a Jerusalén a celebrar una fiesta en memorias de la libertad y se encontró con un templo que oprimía a sus hermanos haciendo de la fe un festín comercial. El Señor, no tolerante con semejante despropósito, hizo un azote con cuerdas que encontró en el sagrado recinto usándolo para expulsar a los comerciantes del templo, sacar los animales, esparcir por todo el piso las monedas de los cambistas y volcar las mesas mientras les decía: -¡No conviertan la casa de mi Padre en un mercado!-

¡Eso es! No conviertan el evangelio en una plaza de mercado.

Aún no alcanzo a comprender por qué multitudes prefieren pagar en lugar de orar. Dejarse estafar en lugar de hacer peticiones y acciones de gracias al Señor Jesús. Poner las manos sobre el televisor para “recibir la unción” en lugar de poner su confianza alegre en Cristo. Consignar a quien hace del evangelio un negocio en lugar de tener fe en la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta.

Apreciado lector, jamás olvide que una de las cualidades más sublimes del evangelio de Jesucristo es la gratuidad. Cuando desespere, no corra a echar su platica en las cuentas de los diversos “evangelios tragamonedas”; mejor “entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio” (Mateo 6, 6). 

No pague; crea a Dios.

No les consigne; ore.

No “pacte”; pida.

No participe de la comercialización del evangelio; viva el evangelio de Cristo.

Si va a pagar, que sea el arriendo de un hotel modesto para un anciano que habita la calle.

Si va a consignar, que sea a la cuenta de una obra misionera.

Si va a “pactar” que sea compartir el pan con el hambriento y el abrigo con el desnudo.

Si va a comercializar, que sea para el disfrute de la vida, pero jamás con el evangelio.

Si vas a ofrendar en la Iglesia, que sea con alegría y generosidad; con el corazón motivado por el amor, la gratitud, la fidelidad que alienta a los hijos de Dios en afectos entrañables por Su obra y Sus siervos humildes en la tierra.

A quienes así proceden, S. Pablo dejó eternalizadas estas benditas palabras: “Por lo tanto, mi Dios les dará a ustedes todo lo que les falte, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Filipenses 4, 19).

 

©2017 Ed. Ramírez Suaza 

martes, 8 de agosto de 2017

Reputaciones en tela de juicio



Cuida tu reputación, no por vanidad, sino para no dañar tu obra y por amor a la verdad.
Henri-Frédéric Amiel




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la Iglesia cristiana como la comunidad incomprendida en el mundo con su reputación pendiendo de un hilo ante muchas personas en algunos lugares del mundo. Esto es realidad, gracias a los muchos escándalos que eclipsan rostros de la Iglesia y de Cristo. Otras muchas personas se empeñan en valerse de estos desatinos que salen a la luz pública para difamar, desacreditar a la Iglesia.

Espectadores, testigos, escuchas de los escándalos de esta naturaleza parecieran ser incapaces de distinguir entre los que son Iglesia de quienes no lo son; les cuesta diferenciar pentecostales unitarios, testigos de Jehová, neopentecostales, movimiento MIRA, creciendo en gracia, reformados, independientes… en fin, apreciándolos como si fueran iguales. Quizá por confusiones como ésta, cuando se hace noticia un escándalo de algún afamado pastor o líder religioso, muchas comunidades sufren la desacreditación de su fe como consecuencia de pecados ajenos.

Con el fenómeno actual de las redes sociales, escándalos morales se viralizan precipitadamente llegando a muchas personas y haciendo muchos daños. Me resulta lamentable que algunos profesantes de la fe cristiana participen de esas divulgaciones nocivas para el evangelio. Ombe, que la desacreditación venga de afuera es común y se puede lidiar con eso, pero que se desate desde dentro de la Iglesia es preocupante y causa de tristezas. No lo digo porque sutilmente me interese promover la hipocresía entre cristianos; cobijar con santurronería nuestros desaciertos morales contradice el evangelio, como también contradice nuestra fe la divulgación irracional y carente de virtud de aquellas noticias –ciertas o no- que eclipsan el rostro de Cristo y de la Iglesia.

Estas personas necesitan saber que la Iglesia “es la familia, única y multiétnica, que el Dios creador prometió a Abraham. Nació por medio de Jesús, el Mesías de Israel; recibió su energía del Espíritu de Dios; y ha sido llamada a llevar las transformadoras noticias de la justicia rescatadora de Dios a toda la creación.”[1] Jesús, el Hijo de Dios tiene un objetivo principal con ella, y es “la edificación de un pueblo espiritual que sea la casa de Dios en la tierra.”[2] La Iglesia es la comunidad a través de la cual Dios se hace realidad en el mundo. Aun así, es vulnerable al ingreso de personas inescrupulosas que pervierten el evangelio, hacen de la fe una plaza de mercado y de la ética cristiana un chiste de mal gusto; son “lobos disfrazados de ovejas”. Desde muy temprana la historia del cristianismo, la comunidad creyente ha tenido que deslindarse de quienes son falsos hermanos, falsos pastores, profetas, apóstoles, maestros; hasta de falsos cristos (2 Timoteo 3).

La Iglesia es de Cristo. Cristo la dignifica. Cristo la purifica. Cristo la sostiene a pesar de nosotros mismos.

Hay una metáfora muy bella que encontró S. Pablo para describir la Iglesia: un cuerpo (1 Cor. 12, 12-26). Comprender las implicaciones de la metáfora impide que entre nosotros mismos nos “pisemos la manguera”. Un cuerpo con buena autoestima no se agrede así mismo, no atenta contra sí mismo; al contrario, se cuida, sustenta, alimenta. Cuando algo en el cuerpo no va bien, el resto se afecta y comienza luchar por tratar de estar mejor. Así los miembros de la Iglesia debemos cuidar los unos de los otros. Sé que es más fácil criticar que cuidar, pero es mejor cuidar que criticar; y podemos cuidar orando, exhortándonos con la verdad del evangelio entre nosotros mismos, ayudándonos en nuestras flaquezas con acompañamiento y fe. Unidos, porque unidos es la única forma de ser Iglesia al estilo de Jesús. ¿A caso olvidamos su oración?

Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.  Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí (Jn. 17, 21-23 DHH).

Es muy cierto que por más que luchamos y anhelamos ser santos, nuestras vidas moralmente no son inmaculadas, como le he dicho a algunos amigos cuando vienen a la congregación donde soy pastor:

-esta es una comunidad cristiana donde todos los miembros somos pecadores en proceso de cristianización; y quien encabeza la lista de personas urgentes por esa rehabilitación humana, ¡yo! 
Me encantaría decir que gozamos de una moral sobrenaturalmente santa, pero con cierto alivio me complazco en decir: ¡no somos sobrenaturalmente santos! Somos unos peregrinos que vamos un paso a la vez en dirección a Dios por medio de Cristo con la guía del Espíritu Santo. Somos peregrinos frágiles, de barro –no de acero-, con fe y con dudas, con aciertos y pecados, con dichas y tristezas, con amor y otras veces sin él. De lo que sí estamos seguros es que vamos por el camino correcto en la dirección que nos ofrecen las Sagradas Escrituras.

Muchos somos los pecadores que acudimos a la Iglesia cada semana para saciar el alma con el bendito evangelio de Jesucristo que nos ofrece perdón, vida eterna, sanidad, restauración y propósitos a nuestras humanidades fracturadas por el pecado. La Iglesia no es una vitrina que exhibe personas perfectas, es una luz sobre una montaña que ilumina el sendero que aún conserva las huellas de Jesús, a fin de caminar comunitariamente en pos de ellas.
Mientras peregrinas en, y con la iglesia, dale de tu parte la mejor reputación.


©2017 Ed. Ramírez Suaza



[1] N.T. Wright. Simplemente cristiano. (Miami: Vida, 2012): 227
[2] Kevin J. Vanhoozer. El drama de la doctrina. (Salamanca: Sígueme, 2010): 81

martes, 30 de mayo de 2017

Jesús de Nazaret, ¿era cristiano?




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, buscaba algo especial para prestarle atención reflexiva en mi mente, luego, quizá, en mis líneas. De repente una pregunta apareció revoloteando entre mis pensamientos, no sé si exagero al decir que aturdiendo mis adentros: Jesús de Nazaret, ¿era cristiano?

No es la primera vez que escucho esta pregunta, pero sí es la primera vez que la hago con tono muy serio, como exigiéndome innegociablemente alguna respuesta.
La primera contestación que obtuve de mí mismo fue un silencio mental acompañado de una risa involuntaria, como si me juzgara de ser tontamente atrevido.
Pasaron algunos segundos…
…reaccioné: me dije en un tono autoritario, como si la risa me hubiese molestado: -¡es muy en serio!-
Dejé de reírme.

Supongamos que sí (recuerda que ya no me estoy riendo); sería ¿metodista? ¿Católico-romano? ¿Pentecostal? ¿Bautista? ¿Cuadrangular? ¿Luterano? ¿Reformado? ¿Wesleyano? ¿Ortodoxo? ¿Presbiteriano? ¿Copto? ¿Independiente?...

Pienso en ello y estoy seguro de dos cosas: la primera, que ninguna de esas denominaciones soportaría a Jesús de Nazaret: lo imagino volcando mesas, sillas, púlpitos y cantando “cuántos pares son tres moscas” en algunas de ellas; “irreverente”, para nada tradicional, para nada “prudente” al atreverse a abrazar prostitutas, sentarse a la mesa con corruptos para invitarlos al reino de Dios, de vez en cuando bailando en las plazas, abrazando leprosos, sentando en primera fila del templo a los andrajosos, bendiciendo niños; dándole bienvenidas a los pródigos, perdonando lo imperdonable.
Imagina el resto.
Siendo cierto que cada denominación hace brillar algún aspecto, atributo, verdad de Dios; también es muy cierto que eclipsa otro aspecto –u otros- de su gloria. Ninguna denominación es perfectamente cristiana, así lo presuma, ¿será por eso que se nos pide a todos los cristianos unidad? Es que unidos sí lograríamos mostrar al mundo un fiel reflejo de Jesús, el Hijo de Dios.

Segunda, Jesús no soportaría ser “matriculado” a la exclusividad de alguna denominación; él sueña con redimir totalmente la creación, alcanzarla con el evangelio; no con patrocinar “pequeñas” industrias de la fe o en su defecto comunidades cristianas aisladas de las demás.

Jesús de Nazaret fue un judío (descendiente de Judá) criado en los valores y fe de su pueblo; instruido en el respeto al Dios Jehová. Su Biblia fue la Torá y el resto del Antiguo Testamento su fascinación, su identidad. Cuando un niño, un joven leía las Escrituras (Antiguo Testamento) deleitaba su alma en las historias, las oraciones, los milagros de Dios… en fin; en cambio Jesús cuando leía las Escrituras se veía en ellas. En cada sección de las Escrituras -Torá, Profetas, Escritos- se encontraba así mismo, comprendiéndose ontológicamente en ellas.
Religiosamente hablando, Jesús fue más que un judío: fue –y es- Dios.

¿Fue entonces cristiano? En principio, Jesús hizo discípulos; a ellos les encargó la tarea de ir por todo el mundo para hacer más discípulos. ¡Y la hicieron!
La unidad de esos nuevos discípulos forman la Iglesia. La unidad que los convoca a cantar la historia de Dios, a reflexionar las Escrituras en clave de cruz, a celebrar el acontecimiento divino: Jesús; desde Belén hasta la ascensión. La unidad que los hace privilegiadamente pueblo de Dios, comisionado para ser sal y luz al mundo. Y casi que infinitamente, mucho más.

La Iglesia es un fenómeno extraordinario que provoca el Espíritu Santo en el Pentecostés. A partir de entonces Dios mismo origina la Iglesia, una comunidad de personas de todos los pueblos, razas, culturas y color que integran el nuevo pueblo de Dios.
Me encanta cómo comprende Kevin Vanhoozer la Iglesia de Cristo. Dice él: “Una obra de arte es una pieza notable de habilidad y trabajo, la mejor obra de alguien. La Iglesia es la mejor obra de tres personas: Padre, Hijo y Espíritu. Es una obra de arte trinitaria, una pieza notable de habilidad creativa: En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús en orden a las buenas obras (Ef. 2, 10).”

Jesús de Nazaret no hace parte de los miembros de esta hermosa obra de arte; él es el Artista. Él es el Señor de la Iglesia. Él es Dios, el Dios de los cristianos.

Él no es cristiano. Él es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

©2017 Ed. Ramírez Suaza


jueves, 4 de mayo de 2017

PAÑUELOS EN EL CIELO



Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Jesús de Nazaret



Pañuelos en el Cielo
cuando Dios mismo seque toda lágrima

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un joven venezolano quien desnudo con una biblia en la mano rogaba - ¡No más! - a las autoridades militares de su país. La prostituida policía en lugar de cumplir su papel -proteger la ciudadanía- lo agreden. Alcanzo a ver su llanto impotente;[1] sólo quiere que cese la tragedia en su amada Venezuela.

En el rostro de ese joven quedan expuestos los miles de rostros que lloran las tragedias sociopolíticas de sus pueblos, las injusticias, los abusos del poder, la muerte, la violencia…
Lloran porque no saben qué más hacer. Lloran porque se saben impotentes frente al monstruo corrupto, dictatorial de sus “gobernantes”. Llantos por el hambre. Llantos por la calamidad. Llantos por los desastres.

A veces me pregunto, ¿se han derramado más lágrimas que sangre en el mundo?
Todos los seres humanos lloramos, pero no todos los llantos son a causa del sufrimiento; aunque no es descabellado intuir que las aflicciones de la vida sean la causa principal. Vea usted, el dolor no hace acepción de personas: visita al pobre y al rico. Sorprende al fuerte y al débil. Abraza al grande y al pequeño. En diferentes medidas, desde diferentes frentes existenciales, sufrir es inevitable.

Tan inevitable y real que hasta Dios mismo sufrió. El profeta Isaías en su oráculo del siervo sufriente con mágica poesía así lo describe: “…el hombre más sufrido, el más experimentado en sufrimiento” (Is. 53.3). Jesús en la cruz; siervo sufriente de Dios.
Maravilla mi alma el retrato paradójico plasmado por Juan de Patmos en el libro de Apocalipsis de éste mismo siervo sufriente: un Cordero degollado, al mismo tiempo majestuoso.  Uno que sufrió nuestras tragedias, experimentó nuestro dolor, peregrinó a nuestro lado y, a diferencia de nosotros, ¡venció! 
Lo fascinante aquí es que su victoria nos da esperanza.

¡Esperanza!
¿Esperanza?

Mira la manera tan bella en que Jürgen Moltmann la define: “mirada y orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y transformación del presente.”
El siervo sufriente anunciado por Isaías, plasmado por Juan de Patmos como el Cordero degollado y majestuoso nos da esta esperanza.

¡Quién creyera! 
El Apocalipsis bíblico lo escribió Juan de Patmos para dar esperanza, entre otras, a una comunidad sufriente a finales de siglo I de nuestra era. En medio de muchos llantos a causa de diversas tragedias, la esperanza brilla entre las páginas del Apocalipsis bíblico para que su lector y oyentes orienten la mirada hacia el futuro que Dios aproxima a ellos y consecuentemente disfruten la apertura y transformación del presente.

La inmensidad del futuro glorioso que Dios acerca al encuentro de nuestro presente es asombrosa. Para estas líneas, me siento como sacando con jeringa agua del océano Atlántico, al mencionar con certera ilusión esta esperanza:
no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos (Ap. 7.16-17).
“Ellos”, quienes en medio de los sufrires decidieron seguir y amar a Cristo sin volver atrás.
Sé que muchas son las aflicciones aquí. Sé que muchas son las lágrimas aquí. Sé que el dolor es grande aquí. Pero todo esto lo soportamos con esperanza, mirando al mañana que se nos avecina: ¡el mañana de Dios!

Por la ventana de mi casa no sólo alcanzo a ver al joven desnudo con su biblia en la mano gritando - ¡No más! - Veo a Dios saliendo al encuentro de las naciones con pañuelos en su mano para sanarlas (Ap. 22.2), secando las lágrimas de sus ojos, gritando también: ¡No más! ¡No más llantos! ¡No más muerte! ¡No más dolor! Porque Él hará nuevas todas las cosas.

¡Estas palabras son fieles y verdaderas! (Ap. 21.5).
Tan ciertas como el agua sacia mi sed.
Tan puras como el beso de mis hijos en cada amanecer.
Tan veraces como mi Dios.

©2017 Ed. Ramírez Suaza 




[1] https://www.youtube.com/watch?v=15Vgm5mAAqc

lunes, 13 de marzo de 2017

EL DESCUARTIZADOR II

Oír o leer sin reflexionar es una ocupación inútil.
Kung-Fu-Tze



Continuación
Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi a un hombre levita tomar el cuerpo inerte de su concubina, descuartizarlo en 12 pedazos y enviar cada uno a las 12 tribus de Israel. El escándalo fue grande. Así, el levita hizo noticia su tragedia. Así, provocó la indignación de su pueblo. Así, encendió los corazones de Israel a la venganza, quienes efectivamente fueron hasta la tierra de los benjaminitas y casi los exterminan.
El panorama completo se encuentra en el fascinante libro de los Jueces, capítulo 19.

El último versículo del capítulo 19 de Jueces dice, “…Reflexionad sobre el asunto y dad vuestro parecer.” Ese broche de oro con el que cierra el escritor este relato escandaloso para muchos, tal vez morboso para algunos; me hace creer que ésta historia nos ha sido preservada para reflexionar. Luego, dar nuestro parecer. Comparto unas sencillas reflexiones, mi parecer:

•          Los levitas fueron los primeros hombres religiosos en Israel, encargados de dirigir el culto a Dios en medio de su pueblo. En coherencia con esto, sus vidas debían reflejar sus convicciones religiosas. Aunque permitida la poligamia, culturalmente en aquel entonces, el levita debía disfrutar de una diferencia existencial en relación con su entorno; pero no, vive según la corriente de su mundo: “cada uno hace como le da la gana” (premisa típica en todo el libro de los jueces). Pa’ la muestra de un botón: el sacerdote levita tiene una amante. Esto refleja la degradación religiosa, ministerial de la época. Si por una ventana franca nos miramos a nosotros mismos, no podremos negar las pérdidas de virtud cristiana dentro de la iglesia. Ya vienen siendo muchos los escándalos morales de algunos que se proclaman ministros de Dios. Y eso avergüenza, pero una mirada responsable nota también los muchos otros ministros que viven el evangelio de maneras muy bellas, llenas de luz.

•          Colombia es un país de gente que quiere satisfacer sus depravaciones sexuales a cualquier costo. Por mencionar un ejemplo, Rafael Uribe[1], porque tenía poder y dinero sintió que puede abusar de una niña hasta arrebatarle la vida. Nuestro país se desangra entre ríos de impunidad ante centenares de abusos sexuales a niños y niñas; a hombres y mujeres. Valga la pena mencionar que los abusadores sexuales no son exclusivamente de sexo masculino; muchas mujeres han abusado de otros, violentando la integridad de sus víctimas.
Esta realidad no parece tener freno; cada vez la depravación colombiana aumenta. Y como Iglesia, ¿qué hacemos? El evangelio tiene que llegar hasta los rincones del país, sobre todo, hasta los rincones del corazón humano para que la luz de Cristo derrote tantas tinieblas que depravan a los hombres. No podemos seguir indiferentes ante las realidades del mundo.

•          La Iglesia ha perdido sentido y voz de justicia. Los delitos atroces en nuestro país son innumerables; nuestros silencios vergonzosos. La única vez que nos unimos en Colombia los cristianos católicos, pentecostales, reformados, luteranos, bautistas, independientes, carismáticos… fue el año pasado para contener las cartillas de Gina Parodi, no niego que fue contundente, pero dejamos de hacerlo frente a otros delitos más atroces que aquellas cartillas.

•          Finalmente, el silencio de Dios. ¿Ya notó que en todo el relato Dios parece ausente? ¿Ya notó el silencio de Dios es este caso? El silencio de Dios es insoportable. Una vez dijo Martín Lutero: -Señor, bendíceme o maldíceme; pero no calles-. Jesús, descuartizado sobre la cruz, no soportando el silencio del Padre exclamó: -Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?-, que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»- “La respuesta de Dios no fue inmediata, pero llegó. El grito de Jesús es paralelo a las manos de la concubina del levita sobre el umbral de la casa. Es la voz que recoge el silencio de esta mujer y de todas las víctimas como ella, las que gritan sin que nadie les escuche, las que gritan ante los sordos oídos de la gente... y las que ni siquiera tuvieron posibilidad de gritar. El silencio de la mujer muerta apela al grito de Jesús y el cadáver destrozado apela al cuerpo maltratado de Jesús” (Mercedes Navarro). En tanto llega la resurrección de los muertos, prestemos nuestra voz, nuestras manos para gritar por quien no puede hacerlo, para ayudar a quien ha sido destrozado por la depravación de otros. El buen samaritano precisa de nuevas versiones; las que hacemos tú y yo. Llevemos la gente a casa, curemos las heridas, hablemos de Jesús.    

©2017 Ed. Ramírez Suaza 






[1] http://www.elespectador.com/noticias/bogota/uribe-noguera-si-mato-yuliana-samboni-y-el-vigilante-de-articulo-670087

viernes, 10 de febrero de 2017

EL DESCUARTIZADOR


La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza.
Gilles de Rais (asesino en serie francés) 


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi un valle inmenso, casi como el infinito, lleno de víctimas inocentes con gritos en sus labios que se escucharon demasiado tarde. Escuchados cuando la muerte ya les había abrazado. Cuando el infierno los sorprendió y les hizo sufrir en vida padecimientos inexpresables, inimaginados, insoportables, injustos… Y peor, casi todos impunes. Otros muchos gritos, aún sin escucharse.

Las Sagradas Escrituras capturaron aconteceres de ésta magnitud, algunos impunes; otros no. Uno de ellos, sin impunidad, lo encontramos en el fascinante libro de los Jueces capítulo 19. En él aparecen las líneas que narran la historia de un levita anónimo que tiene una concubina sin nombre también. Ella le fue infiel, y por razones que el texto sagrado oculta desconocemos el porqué de inmediato emigró a la casa de su padre. 4 meses después de esa infidelidad, el levita viaja desde las montañas de Efraín hasta Belén para hablar al corazón de su amada, expresarle perdón e invitarla de nuevo a estar con él.

Llegando a Belén, el suegro lo recibe con grato entusiasmo e invitándole con dulce insistencia a extender su estadía allí por 5 días. Al llegar el quinto día, parten de regreso a las montañas de Efraín el levita, su concubina y un empleado del levita. Viajaron a velocidad de burro, así que no es de extrañar que anocheciera  sin que ellos pudiesen llegar a su destino. Por prevención o temor no quisieron entrar a un pueblo llamado Jebús, al que más tarde llamarían Jerusalén, quizá la inseguridad era mucha; prefirieron peregrinar hasta llegar a Gabaa –territorio de la tribu de Benjamín- y pasar allí la noche con más tranquilidad.

En el parque principal del pueblo se sentaron a esperar que alguien con bondad les ofreciera hospedaje. Pasaron las horas sin que alguien tuviese esa bondad. Un poco más tarde aparece un anciano cansado, sucio, sudoroso por su larga jornada de trabajos en el campo; y como buen samaritano les ofrece su techo para pasar la noche.

Alegre de ser útil con su hospitalidad, imagino que también por la dicha de compartir su pan, el viejo sonríe en complicidad con su hija, una jovencita hermosa que le esperaba muy tierna cada que caía la tarde, cuando la luna les iluminaba las sonrisas por el milagro de estar juntos otra vez.

Sentados a la mesa, quizás con un poquito de dicha celestial cobijando ese hogar, son interrumpidos de maneras sorprendentes por unos hombres benjaminitas que se comportan como sodomitas, exigiendo al anciano que les entregue al levita para ellos violarlo. La agresión en la puerta de la casa del viejo es insoportable. Las arengas intolerables. La lujuria vergonzosa.

El anciano suplica con dolor profundo que aborten tan vil exigencia. Pero sus ruegos fueron infructíferos. Ofreció desesperado las dos mujeres que habían dentro de la casa: su hija y la concubina del levita; pues en su primitiva y patriarcal manera de comprender la vida le parecía menos perverso la agresión sexual a las mujeres que a su honorable huésped. Pero además de perversos, aquellos hombres eran tercos. Insólito fue cuando el levita en un abrir y cerrar de ojos arroja su mujer a ese tumulto de perros pervertidos. Para mí, la lanzó al infierno. ¡Y qué infierno! Abusaron de ella toda la noche hasta el amanecer. Y en plena alborada de un nuevo día, ella falleció.

Saliendo el levita de regreso a las montañas de Efraín, encontró en la acera de la casa a su mujer muerta. La toma y la pone sobre el lomo de su asno, retomando el camino hasta llegar a su casa sin pronunciar palabra alguna durante el viaje. En algún espacio de su propiedad, el levita descuartiza el cuerpo de quien fue su concubina en 12 pedazos, y envía un pedazo de ella a cada tribu de Israel; que de hecho son 12.
Así provocó un escándalo nacional sin precedente en Israel.


Continuará…

©2017 Ed. Ramírez Suaza


LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...