Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Jesús de Nazaret
Pañuelos en el Cielo
cuando Dios
mismo seque toda lágrima

En el rostro de ese joven quedan expuestos los miles de rostros
que lloran las tragedias sociopolíticas de sus pueblos, las injusticias, los
abusos del poder, la muerte, la violencia…
Lloran porque no saben qué más hacer. Lloran porque se saben
impotentes frente al monstruo corrupto, dictatorial de sus “gobernantes”. Llantos
por el hambre. Llantos por la calamidad. Llantos por los desastres.
A veces
me pregunto, ¿se han derramado más lágrimas que sangre en el mundo?
Todos los
seres humanos lloramos, pero no todos los llantos son a causa del sufrimiento;
aunque no es descabellado intuir que las aflicciones de la vida sean la causa
principal. Vea usted, el dolor no hace acepción de personas: visita al pobre y
al rico. Sorprende al fuerte y al débil. Abraza al grande y al pequeño. En
diferentes medidas, desde diferentes frentes existenciales, sufrir es
inevitable.
Tan
inevitable y real que hasta Dios mismo sufrió. El profeta Isaías en su oráculo
del siervo sufriente con mágica poesía así lo describe: “…el hombre más
sufrido, el más experimentado en sufrimiento” (Is. 53.3). Jesús en la cruz;
siervo sufriente de Dios.
Maravilla
mi alma el retrato paradójico plasmado por Juan de Patmos en el libro de
Apocalipsis de éste mismo siervo sufriente: un Cordero degollado, al mismo
tiempo majestuoso. Uno que sufrió
nuestras tragedias, experimentó nuestro dolor, peregrinó a nuestro lado y, a
diferencia de nosotros, ¡venció!
Lo fascinante aquí es que su victoria nos da esperanza.
Lo fascinante aquí es que su victoria nos da esperanza.
¡Esperanza!
¿Esperanza?
Mira la
manera tan bella en que Jürgen Moltmann la define: “mirada y
orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y
transformación del presente.”
El siervo
sufriente anunciado por Isaías, plasmado por Juan de Patmos como el Cordero
degollado y majestuoso nos da esta esperanza.
¡Quién
creyera!
El Apocalipsis bíblico lo escribió Juan de Patmos para dar esperanza, entre otras, a una comunidad sufriente a finales de siglo I de nuestra era. En medio de muchos llantos a causa de diversas tragedias, la esperanza brilla entre las páginas del Apocalipsis bíblico para que su lector y oyentes orienten la mirada hacia el futuro que Dios aproxima a ellos y consecuentemente disfruten la apertura y transformación del presente.
El Apocalipsis bíblico lo escribió Juan de Patmos para dar esperanza, entre otras, a una comunidad sufriente a finales de siglo I de nuestra era. En medio de muchos llantos a causa de diversas tragedias, la esperanza brilla entre las páginas del Apocalipsis bíblico para que su lector y oyentes orienten la mirada hacia el futuro que Dios aproxima a ellos y consecuentemente disfruten la apertura y transformación del presente.
La
inmensidad del futuro glorioso que Dios acerca al encuentro de nuestro presente
es asombrosa. Para estas líneas, me siento como sacando con jeringa agua del
océano Atlántico, al mencionar con certera ilusión esta esperanza:
no
tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque
el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes
de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos (Ap.
7.16-17).
“Ellos”,
quienes en medio de los sufrires decidieron seguir y amar a Cristo sin volver
atrás.
Sé que
muchas son las aflicciones aquí. Sé que muchas son las lágrimas aquí. Sé que el
dolor es grande aquí. Pero todo esto lo soportamos con esperanza, mirando al
mañana que se nos avecina: ¡el mañana de Dios!
Por la
ventana de mi casa no sólo alcanzo a ver al joven desnudo con su biblia en la
mano gritando - ¡No más! - Veo a Dios saliendo al encuentro de las naciones con
pañuelos en su mano para sanarlas (Ap. 22.2), secando las lágrimas de sus ojos,
gritando también: ¡No más! ¡No más llantos! ¡No más muerte! ¡No más dolor!
Porque Él hará nuevas todas las cosas.
¡Estas
palabras son fieles y verdaderas! (Ap. 21.5).
Tan ciertas
como el agua sacia mi sed.
Tan puras
como el beso de mis hijos en cada amanecer.
Tan veraces
como mi Dios.
©2017 Ed. Ramírez Suaza