martes, 30 de diciembre de 2014

AÑO NUEVO; VIDA VIEJA



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes llegar a un año nuevo con la misma vida. Las mismas penurias, angustias, dolores, problemas, deudas, soledades, dudas… Nada nuevo en sus primeros de Enero. Pese a que canciones populares (por  lo menos en Colombia) nos digan: “...año nuevo: vida nueva…”.

Vi gentes cargar a cuestas una vida pesada, difícil, sin vida. Vacíos, no sólo los bolsillos, el corazón. 
Esta vida se caracteriza por las ausencias de amor, gratitud, esperanza, fe, Dios, virtud, integridad, gozo, paz, libertad…  

Sin conciencia -quizás- de los vacíos del alma, algunos hacen inútiles intentos de remendarse la existencia al tratar de contener algo en su ser, pero adquieren todo lo contrario: se agujerean más a sí mismos cuando acuden a todo aquello que está diametralmente opuesto a Dios. En esta peligrosa distancia, todo lo que se depositan así mismos cae en saco roto, y como si fuera poco, se aferran a las mismas desgracias disfrazadas de felicidad en un año nuevo y la misma vida.

En mi tierrita un primero de Enero a las cero horas empezamos a gritar y nos metemos sin permiso en las casas vecinas. 
Brindamos sonrientes. 
Salimos corriendo con maletas a dar vueltas por el vecindario. 
Quemamos muñecos de telas engordados con pólvora. 
Abrazamos cuanto aparecido se atraviesa en el camino y nos gritamos unos a otros: -¡feliz año!-  
Pero a la esquina del mes las sonrisas se extinguen y las maletas se nos llenan del mismo vacío. 
Las caras agotadas de las mismas monotonías delatan nuestros amores en vía de extinción y simultáneamente desaparecen esos abrazos ocurrentes de la última noche de un año y el primer día del siguiente. 
Las calles se desvisten de sus luces coloridas mientras la vida vieja reaparece con crueldad en un año nuevo.

No importa cuántos años nuevos haya celebrado, la vida sigue siendo la misma. A no ser que, Ud. arroje sin reservas su existencia a las manos de Jesucristo. Sólo así su vida será nueva sin importar que sea abril, septiembre o quizá hoy mismo. Será nueva por estas razones irrefutables: 
1. En Jesucristo es realidad el perdón de nuestros pecados (1 Jn 1.9), 
2. En Cristo somos adoptados como hijos de Dios (Jn 1.12), 
3. Dios mismo, el Dios de toda gracia, nos perfecciona, afirma, fortalece y establece (1 Pd 5.10). 

Cuando esta experiencia de Dios es real en el ser humano, la persona disfruta de una nueva vida que no deja de ser nueva, porque en cada amanecer y en cada ocaso sostiene una renovación continua, una transformación incesante, un tratamiento divino que no descansará hasta llegar a ser completo. Es una nueva vida con un punto de partida, un peregrinaje y un destino final. En ella la carga es ligera, la confianza es plena. En ella Dios no es concepto; es realidad. En ella pueden pasar muchos años viejos y la vida tan renovada que el asombro no se permite desaparecer de nuestras gratitudes, alabanzas e invitaciones a esta plenitud.

Te deseo de corazón: un bendecido año y una nueva vida en Cristo.




©2014 Ed. Ramírez Suaza

viernes, 19 de diciembre de 2014

El Desplazado

El Desplazado
Dios expulsado de su propia fiesta

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi la navidad. Vi también muchos de sus celebrantes sin saber qué celebran. La ignorancia se hace tan común que hacen cosas sin saber de qué se trata o el por qué; pero se sienten cómodos al ver que muchos hacen igual. Por ejemplo: Navidad es la celebración al nacimiento del señor Jesucristo; todos aman la “navidad” y pocos a Jesucristo. Si la navidad es para celebrar a Jesús, ¿por qué lo sacaron de la fiesta? Desplazaron a Cristo e hicieron un relleno de engaños para fracasar una y otra vez en el intento de llenar el vacío que deja Dios con deidades improvisadas, además de mal inventadas, en las fiestas de fin de año. Al ver multitudes desplazando a Dios, se sintieron a gusto haciendo similar.

La construcción de ídolos en esta segunda modernidad relega a Dios, inclusive de iglesias, donde se supone que Su presencia se manifiesta en la experiencia de fe en comunidad. Los corazones de esta humanidad cierran sus puertas a la dádiva de Dios en su Hijo Cristo y se abre con asombrosa insensatez a todo aquello que en valores, verdad, amor y virtud antagoniza la navidad.

Esta realidad no es ahora nueva, su nacimiento se da en el marco del olvido, de la pobreza, la improvisación de una sala de parto en un pesebre. Jesús escogió nacer entre las penurias de la existencia humana. Prefirió hacerse compañero en condición de los marginados y los menospreciados. De aquellos a quienes la sociedad no les encuentra un lugar. El pesebre es la parábola dramatizada, realizada, del Emmanuel: Dios con nosotros. Decía Pronzato: “Dios que se hace caminante para recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo nuestras penas y miserias, nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos la salvación. A todos”.[1]
Emmanuel: con nosotros desde las desgracias de las pobrezas y descubrir allí el verdadero sentido de navidad: que Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

Dios vino a nosotros, siendo nosotros de él como lo es toda la creación. Sabiéndolo bien, nos hemos sentidos dueños de nosotros mismos y de la creación, atribuyéndonos el derecho de decirle a Dios: -¡fuera de aquí!- Quizá la única figura que nos guste de navidad es la del niño, porque ese rostro nos hace sentir algo superiores a él. Pero Jesús no es un niño divino, él es el Señor, él no vino para complacernos; vino para complacer al Padre. Él no vino a brindarnos confort; él vino a incomodarnos. El evangelio nunca ha sido proclamado para agradar a las gentes; se proclama para salvarlos.

La navidad declara un acto de amor sublime e incomparable: Dios se hizo humano para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Dios se hizo humano para treparse a una cruz y demostrarnos cuánto nos ama el Padre Dios, para que por la fe seamos salvos de nosotros mismos, del diablo, del pecado y las eternas consecuencias que éstas traen. Dios se hizo bebé y fue exaltado en la resurrección como el Señor. Valioso pretexto para celebrar la navidad, y no sólo celebrarla: vivirla.

“Cueste lo que cueste, hemos de «vivir» la navidad. Pobres de nosotros si no lo hacemos”.[2]




©2014 Ed. Ramírez Suaza 







[1] A. Pronzato. Evangelios Molestos, 1969, p.15
[2] Ibid, p.16

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Incrédulo Más Creyente II

El Incrédulo Más Creyente II
Tomás, el referente más alto de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la historia de un hombre extraordinario: Tomás. Su fe me inspira, alienta y motiva a seguir creyendo en Jesús como el Hijo de Dios a pesar de mis dudas. Tomás fue un creyente con agallas, con aventura y disposición. Tuvo sus dudas una vez, pero la vida entera la sumergió en la fe y lo demostró.

San Juan, narrando las historias del evangelio de Jesús, en el capítulo 20.24-29, vuelve a dejar el escenario a Tomás. El relato corresponde a los testimonios de la resurrección de Cristo. Juan sólo nos cuenta dos experiencias sublimes que antecedieron a la de Tomás: 1. Las mujeres que visitan el sepulcro (20.11-18) y 2. La de los apóstoles a puerta cerrada, pero Tomás no estaba allí (20.19-23). En los relatos de las mujeres que visitan el sepulcro, ellas ven e interactúan con Jesús resucitado, aun así no creen que él está vivo. Tiene que ocurrir algo especial para que ellas reaccionen y finalmente crean. En la experiencia de los apóstoles, el susto fue mucho: Jesús se les aparece sin abrir las puertas. Les muestra las marcas de la cruz y ellos se regocijan.

Tomás llega tarde. Llega cuando Jesús ya no está. Se limita a escuchar el testimonio de las mujeres, el de sus compañeros de fe. Pero no les cree. Ellos tampoco creían hasta que lo vieron, sólo que no lo dijeron. Tomás sí lo dice: -creo cuando lo vea y toque-. Entonces Jesús se aparece de nuevo. Se deja ver de Tomás y se deja tocar también.

Si presta atención a las dos experiencias anteriores con el resucitado, María sólo dijo -¡maestro!-. No dijo más nada. Los apóstoles se alegraron pero en silencio. Cuando Tomás lo ve y  toca, exclama: -¡Señor mío! ¡Dios mío!- Estas palabras delatan la fe que posee Tomás o que posee a Tomás. Este hombre comprende la magnitud de la resurrección, por lo tanto sólo puede gritar la verdad: ¡Jesús es el Señor, Jesús es Dios! María vio en el resucitado al maestro. Los discípulos callaron; Tomás vio lo trascendental en el Galileo: al Señor y Dios.

En todos los relatos de Juan nadie cree en Jesús como creyó Tomás: el Señor y Dios.
Inmediatamente después de este relato, Juan nos dice que ha escrito esta historia para que creamos (20.30-31). Y el último y más grande referente de fe es Tomás. Es decir, que cuando creamos en Jesús lo hagamos como lo hizo Tomás: ver en Jesús resucitado al Señor y Dios nuestro.

Si Tomás parafraseara el salmo 23.4, quedaría, creo yo, así:


Jesús es mi pastor
...aunque ande por valles de sombras de dudas
no temeré mal alguno, porque estará conmigo
su resurrección me devuelve la fe...



Que Dios nos ayude a creer como ayudó a Tomás.



 ©2014 Ed. Ramírez Suaza

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...