viernes, 3 de enero de 2014

Pelea de Tigre con Burro Amarrao


El tejido de la existencia humana se compone además de peleas que vamos dando en el devenir de la vida. Peleamos porque sí o porque no; siempre tendremos o encontraremos motivos para pelear. No solo motivos, también con quienes. Seamos francos: peleamos con nuestros padres, con nuestros hermanos, con nuestros amigos, los que somos casados con nuestros cónyuges; con los vecinos, con el que se atraviese. Y algunos más estúpidos o más santos (no lo sé) peleamos con Dios. El hecho de que peleamos con algunas personas no hace de ellas nuestros enemigos; sencillamente nos hace algo humanos. Pero pelear con Dios, definitivamente es pelea de tigre con burro amarrao”.

En una maravillosa experiencia de Dios nos vemos obligados a reconocer todo nuestro desacierto, toda nuestra errancia, todo nuestro fracaso e invitados a comprender, aceptar y a echar a rodar un nuevo proyecto de vida a la luz de la verdad y el amor. Sin perder de vista que, andar a la luz de una acertada comprensión de la verdad y el amor nos incomoda por completo la vida. Y ahí es cuando nos atrevemos a disentir de Dios, en algunos casos más agresivos que otros, pero en todos los casos provechosos. Bien dijo Luis Alonso Schökel: Ir a Dios en profundidad es luchar con Dios; el ser humano se abre a la trascendencia escuchando, mirando, peleando con Dios.[1]

Muchas veces es necesario que Dios venga a nosotros como luchador, y preciso en ese instante nos encontramos en el cuadrilátero frente a él. Algunos pensamos que igual a Jacob podemos pelear con Dios y salir triunfantes (Génesis 32.22-32), pero la llave que Jacob le aplicó a Dios para derrotarlo es única: oración intensa con ruegos y llantos (Oseas 12.4). Fue una pelea extraña: con puños de lágrimas y vociferaciones de ruegos; pero eficiente. Jacob sale del cuadrilátero herido pero bendecido. Si leemos el pasaje de Génesis sin atención y sin el resto del relato, podemos pensar que Jacob obtuvo algo especial de Dios al vencerlo; pero si prestamos atención a los detalles y al contexto veremos con claridad que fue Dios quien obtuvo todo lo que quería de Jacob.

Cuando Jesús lucha igual que Jacob, con ruegos y llantos en un cuadrilátero frente al Padre, sale con un triunfo de otro color: derrotado. Jesús ruega, llora, suda gotas de sangre pidiendo que pase de él ese cáliz; pero sale de allí dispuesto a beberlo. No logró derrotar al Padre (Lucas 22.39-46). Pero sí salió triunfante, así lo confirma la resurrección.

Si optamos pelear como Jacob y Jesús con Dios, fijo que salimos vencidos, bendecidos, transformados, dispuestos a cumplir la agenda de Dios. En palabras más sencillas: entramos a la lona contemplando la posibilidad que Dios bendiga nuestra voluntad, planes, proyectos; y salimos de allí con nuestro parecer totalmente sumiso al de Dios. ¡Esa es nuestra victoria!

He peleado decenas de veces con Dios, y he llegado a pensar lo que dijo Job: -¡Cómo quisiera saber dónde hallar a Dios! ¡Iría a verlo hasta donde él se encontrara! En su presencia le expondría mi caso, pues mi boca está llena de argumentos- (Job. 23.3-4). Creo que se refiere a la presencia de Dios de manera perceptible a los sentidos. Y no me da miedo pelear con él, Job también dijo: -Ante Dios, el justo puede razonar con él,...- (Job. 23.7). Aún así, siempre salgo derrotado de la lona, pero consciente de esta verdad: nuestra mejor victoria es salir derrotados de Su presencia.


©2014 Ed. Ramírez Suaza





[1] Juan del Río Martín, ed. La Cultura del Diálogo. 1994. Universidad de Sevilla, p.179

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Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...