lunes, 27 de enero de 2014

EL EVANGELIO QUE ME AVERGÜENZA







Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi el evangelio que me avergüenza. Y qué vergüenza cuando al correr con maña de abuela esa cortina curtida de tiempo que mi doña tanto prefiere, contemplo un pedacito de la realidad cristiana. 
Aquí entre nos, a grosso modo, a esto me refiero: un evangelio vacío de amor.  Al decir "amor", no estoy hablando de esos ósculos santos que babean o le colorean a uno las mejillas entre un saludo fraterno ni a esos abrazos de adolescente evangélico que con maña disimulada oculta su avivamiento hormonal, mucho menos a las repeticiones que el director del culto nos hace decirle al del lado: -te amo, ¡como estás de lindo!- Me refiero a esas miradas que discriminan más que la Piraquive esa, a quienes la billetera no le alcanza para su amistad. La arrogancia de otros por logros económicos, laborales, académicos, cualquiera sea, que obstaculiza a la iglesia para una expresión libre de la caridad. Esa indiferencia de comunidades prósperas para con aquellas menos favorecidas, donde la preocupación está en la estética de sus templos y no en la maravilla de compartir con quien le hace falta. Denominaciones cuyas sedes centrales acaparan significativas sumas de dinero, olvidándose de las sedes en los pueblos y veredas que llevan del arrume. Este evangelio me avergüenza.

Me avergüenza el evangelio que viene haciendo de la fe un comercio espectacular. Susodichos líderes con habilidad mamónica[1] para exprimirle a una piedra el agua que no tiene; capaces de venderle al ignorante cuanta sanidad, conversión, liberación, prosperidad y otras cosas se les ocurra. Y me avergüenza aún más el uso descarado de términos bíblicos como “pacto”, “siembra” en sus aberrantes avaricias.

Me avergüenzo del evangelio farandulero, exaltador de hombres y mujeres minister star, que entran a la iglesia como dioses de la congregación entre bombos y platillos; intocables, inalcanzables hasta para sus propios feligreses. Agotan los adjetivos que los miembros de la iglesia debemos atribuirles: profeta, apóstol, patriarca y de ahí pa’ arriba cuanto delirio les venga en gana. Y si va y son músicos infectados de la misma vaina… ¡deje así mejor! 

Prefiero silenciar esa moda perversa de pastores que hacen firmar exclusividad al cantante famoso del año, para hacerlo su salmista estrella y congregar masas en lujosos auditorios donde se confunde la gente: ¿esto es un culto cristiano o un show?

Me avergüenzan los ministros que se suben al púlpito con una galería de ignorancias e improvisaciones absurdas, sin sentido y sin relevancia para la salvación, llamando sus bobadas “palabra de Dios”. Más aún, esa esquizofrenia hermenéutica que ve en el texto bíblico lo que el texto bíblico no muestra, y dicen lo que la Biblia no dice.

Me avergüenza el evangelio jumper, sí, consiste en saltar de iglesia en iglesia buscando un dios a la carta, uno que satisfaga mediocridades, sea alcahuete con el pecado y brinde un confort de tibieza extraordinario.

Espero no sea tarde para hacer mención de las extraordinarias excepciones reales: no todos los pastores somos así, todavía existen hombres y mujeres íntegros en el ministerio eclesial y que tampoco todas las iglesias ofrecen un diagnóstico tan pusilánime. Existen remanentes de Dios en todo el mundo al que vale la pena subrayar, valorar, elogiar, emular y asistir.

Hay un evangelio sin igual, el evangelio de Jesucristo. Popularmente decimos que evangelio son “buenas nuevas”, con un panorama completo de la biblia, evangelio también es, a veces, “malas nuevas”. De todo esto hay una extensa teología de la cual recojo una minúscula parte: evangelio significa anunciar a Jesús como el Señor del mundo, quienes anuncian este evangelio se comprometen a hacer evidente ese señorío en cada aspecto de su vida. No sólo anuncian, se enfrentan a las potestades de este mundo diciéndoles que se les acaba el tiempo y que le deben lealtad a Jesús resucitado, que hay una manera diferente de vivir la vida, caracterizada por el amor entregado, la justicia, la honestidad y la trasgresión de los obstáculos tradicionales que reforzaban las divisiones entre los seres humanos.[2]

Y francamente, de este evangelio no me avergüenzo porque es poder de Dios para salvar a quienes creen.



©2014 Ed. Ramírez Suaza




[1] Mammon: palabra griega para referirse a la ostentación, a endiosar el dinero.
[2] N.T. Wright. El Verdadero Pensamiento de Pablo, p.164-165

viernes, 17 de enero de 2014

Palopientes

PALOPIENTES
rostros olvidados en la vivencia de la fe

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una especie en vía de extinción: el “palopiente”. Mitad paloma, mitad serpiente. Por favor evite imaginarse un ser extrañamente mitológico con cuerpo de víbora, alas de paloma, ojos de reptil y pico de ave; aunque confieso la curiosidad de imaginar uno. Se trata de una especie humana con unas características extraordinarias. Inclusive el cielo quiere preservar la especie, que ha de sólo notarse en el carácter: sencillo y astuto a la vez.

Jesús dijo, -...sean astutos como serpientes y sencillos como palomas- (Mateo 10.16). Jesús de Nazaret fue un palopiente: su sencillez fue innegable. Sencillez evidente en todas sus relaciones interpersonales, en su actitud para abordar a los relegados por la sociedad, en su diligencia para acercarse a Dios, en la forma de explicar el reino de Dios, en lo desprendido de lo que pudiese ser posesión, en la practicidad de vivir la propuesta original de ser humano. Al mismo tiempo, Jesús fue una persona astuta, prudentemente sagaz. Nunca reflejó ni la más mínima insinuación de ser tonto; siempre fue más listo que sus enemigos: cuando le preguntaron sobre el tributo al César, la respuesta les cayó como “la gota fría”: -den al César lo que el del César y a Dios lo que es de Dios- (Mateo 22.15-22). Un ejemplo más. Cuando le preguntaron con qué autoridad expulsaba los cambistas y vendedores del templo, les dio una respuesta envuelta en una pregunta que los hizo preferir que en ese momento se los tragara la tierra: -¿El bautismo de Juan procedía del cielo o de la tierra?- Y cualquiera fuera la respuesta de ellos, no les convenía y mejor callaron (Mateo 21.23-27). ¡Astucia!

El más genuino palopiente nos exhorta a ser de la misma especie -...sean astutos como serpientes y sencillos como palomas-. Este es un mandamiento jesuano algo olvidado. En mi peregrinar de fe he sido testigo del énfasis en otras exhortaciones: seamos personas de ayuno y oración. Hay que ser misioneros. Comparta lo que tienes con quien necesita. Diezme. Memorice la Biblia. Pague el precio por la unción. Busque su presencia en la madrugada. En fin. Por favor no me malinterprete, no estoy negando la legitimidad de estas cosas, sencillamente señalo el olvido a ser palopientes: sencillos y astutos a la vez.

Jesús usa una figura impresionante: los envío como ovejas en medio de lobos (Mateo 10.16). Tenga en cuenta que Jesús está comisionando sus discípulos a predicar y demostrar el reino de Dios en medio de lamentables realidades en Israel. Ellos parecían ovejas, irían a predicarles a personas que parecían lobos; la manera en que esos discípulos lograrían sobrevivir era siendo palopientes.

A decir verdad, las cosas no han cambiado mucho que digamos, todavía parecemos ovejas en el planeta de los lobos, y necesitamos reforzar en nuestra devoción, en nuestra espiritualidad, la virtud de la astucia y la sencillez; combinación perfecta para vivir el evangelio en medio de los peligros humanos.



©2014 Ed. Ramírez Suaza


viernes, 3 de enero de 2014

Pelea de Tigre con Burro Amarrao


El tejido de la existencia humana se compone además de peleas que vamos dando en el devenir de la vida. Peleamos porque sí o porque no; siempre tendremos o encontraremos motivos para pelear. No solo motivos, también con quienes. Seamos francos: peleamos con nuestros padres, con nuestros hermanos, con nuestros amigos, los que somos casados con nuestros cónyuges; con los vecinos, con el que se atraviese. Y algunos más estúpidos o más santos (no lo sé) peleamos con Dios. El hecho de que peleamos con algunas personas no hace de ellas nuestros enemigos; sencillamente nos hace algo humanos. Pero pelear con Dios, definitivamente es pelea de tigre con burro amarrao”.

En una maravillosa experiencia de Dios nos vemos obligados a reconocer todo nuestro desacierto, toda nuestra errancia, todo nuestro fracaso e invitados a comprender, aceptar y a echar a rodar un nuevo proyecto de vida a la luz de la verdad y el amor. Sin perder de vista que, andar a la luz de una acertada comprensión de la verdad y el amor nos incomoda por completo la vida. Y ahí es cuando nos atrevemos a disentir de Dios, en algunos casos más agresivos que otros, pero en todos los casos provechosos. Bien dijo Luis Alonso Schökel: Ir a Dios en profundidad es luchar con Dios; el ser humano se abre a la trascendencia escuchando, mirando, peleando con Dios.[1]

Muchas veces es necesario que Dios venga a nosotros como luchador, y preciso en ese instante nos encontramos en el cuadrilátero frente a él. Algunos pensamos que igual a Jacob podemos pelear con Dios y salir triunfantes (Génesis 32.22-32), pero la llave que Jacob le aplicó a Dios para derrotarlo es única: oración intensa con ruegos y llantos (Oseas 12.4). Fue una pelea extraña: con puños de lágrimas y vociferaciones de ruegos; pero eficiente. Jacob sale del cuadrilátero herido pero bendecido. Si leemos el pasaje de Génesis sin atención y sin el resto del relato, podemos pensar que Jacob obtuvo algo especial de Dios al vencerlo; pero si prestamos atención a los detalles y al contexto veremos con claridad que fue Dios quien obtuvo todo lo que quería de Jacob.

Cuando Jesús lucha igual que Jacob, con ruegos y llantos en un cuadrilátero frente al Padre, sale con un triunfo de otro color: derrotado. Jesús ruega, llora, suda gotas de sangre pidiendo que pase de él ese cáliz; pero sale de allí dispuesto a beberlo. No logró derrotar al Padre (Lucas 22.39-46). Pero sí salió triunfante, así lo confirma la resurrección.

Si optamos pelear como Jacob y Jesús con Dios, fijo que salimos vencidos, bendecidos, transformados, dispuestos a cumplir la agenda de Dios. En palabras más sencillas: entramos a la lona contemplando la posibilidad que Dios bendiga nuestra voluntad, planes, proyectos; y salimos de allí con nuestro parecer totalmente sumiso al de Dios. ¡Esa es nuestra victoria!

He peleado decenas de veces con Dios, y he llegado a pensar lo que dijo Job: -¡Cómo quisiera saber dónde hallar a Dios! ¡Iría a verlo hasta donde él se encontrara! En su presencia le expondría mi caso, pues mi boca está llena de argumentos- (Job. 23.3-4). Creo que se refiere a la presencia de Dios de manera perceptible a los sentidos. Y no me da miedo pelear con él, Job también dijo: -Ante Dios, el justo puede razonar con él,...- (Job. 23.7). Aún así, siempre salgo derrotado de la lona, pero consciente de esta verdad: nuestra mejor victoria es salir derrotados de Su presencia.


©2014 Ed. Ramírez Suaza





[1] Juan del Río Martín, ed. La Cultura del Diálogo. 1994. Universidad de Sevilla, p.179

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...