Un Cafesito Con Dios
la definición
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes haciendo extensas cadenas de
monólogos, muchos de ellos algo aburridos (aquí entre nos), algunos vacíos,
otros tan mecánicos que la superficialidad se los “ponía de ruana”. La mayoría de
ellos, sin duda alguna, son sinceros, bien intencionados, irrumpen de corazones
transparentes, en fin. Estas pobres observaciones no agotan la realidad,
sencillamente nos invitan a re-considerar el seudónimo que damos a estos
monólogos: oración. No afirmo que hayamos perdido siglos pretendiendo hacer
oraciones sin lograrlo, sencillamente subrayo que entre teoría y práctica hace
falta, en muchos casos, coherencia. Me explico. Si orar, según la sabiduría popular,
es hablar con Dios, ¿por qué en nuestras oraciones Dios no habla? Pareciera que
en la oración él está sentenciado a silenciarse, a escuchar; nosotros a hablar “hasta
por los codos”, y entre más extensas nuestras palabras, se considera mejor
oración. En este caso, Dios sólo tiene derecho a dar oídos y la obligación de
actuar según lo que pedimos. ¿Es esto orar?
Abrámonos paso en la
comprensión de lo que no es oración, para luego entendernos en lo que sí es y
así disfrutarla extraordinariamente. En primer lugar, la oración no es un
monólogo. Es decir, demasiada palabrería en la oración con ausencias de silencio y
escucha. No falta, desde siglos atrás,
quienes “…imaginan que cuanto más hablen más caso les hará Dios” (Mt 6.7). «¿Qué
tipo de Dios es aquel que se impresiona principalmente por la mecánica y la
estadística de la oración, y cuya respuesta está determinada por el volumen de las
palabras que usamos y el número de horas que pasamos en oración?»[1]
O peor aún, la recitación mecánica de vanas oraciones. El problema con estas
oraciones no es la repetición, sino lo vano. La palabra griega usada por Jesús
cuando dijo “vanas palabras” (Mt. 6.7), es battalogéo,
que significa: parlotear, hablar sin mesura, verborrea.[2]
Mejor dicho, Dios no atiende rezos sin sentido ni oraciones “carretudas”. Mire,
«Cuando se recita, la oración se caracteriza por la velocidad. Oyendo a los
componentes de ciertas asambleas que «dicen las oraciones», da la impresión de
oír piedras que se precipitan ruidosamente, con movimiento acelerado, cuesta
abajo por la pendiente de una montaña. Voces que se persiguen afanosamente, se
atropellan, se adelantan, hasta la zambullida final y suspirada del «amén».»[3]
En segundo lugar,
orar no es darle órdenes a Dios. He venido escuchando a personas orar en un
tono imponente usando palabras como: “ahora mismo”, “exijo”, “decreto”, “reclamo”, “ordeno”,
“mando”; contrastando abismalmente con las palabras de Jesús: «Pidan, y se les
dará; busquen, y encontrarán; llamen,
y se les abrirá (Mt. 7.7).»
En tercer lugar, la
oración no es la ventanilla por donde pagamos "un precio". Una “muletilla” dentro
de cierta parte significativa del evangelicalismo latinoamericano es esta: -¡hay
que pagar el precio!-. ¿Pagar el precio? ¿Hay algo que Dios esté vendiendo? Me
sorprendo al intuir que con esa “muletilla” se refieren a la oración. No puedo
negar que orando suceden cosas extraordinarias, pero ni siquiera la oración
alcanza a pagarle a Dios su gracia, sus dones, su misericordia y su providencia
en cada ser humano. La oración no paga: ¡pide y agradece! ¡Dios no vende ni
está a la venta! ¡Él da y se da!
En cuarto lugar, la
oración no es una tarea para hacer en casa por las noches, o en su defecto por
las mañanas, o en la congregación. No es ajeno a nuestra experiencia cotidiana
el ser testigos de algunos, quizá nosotros mismos, que sólo oramos en los cultos,
en los devocionales también. Se ora en esos momentos creyendo haber cumplido.
Uno no habla con un amigo por cumplir, se hace simplemente por lo que él es.
No hablamos con Dios por cumplir, lo hacemos porque él es nuestro Padre, además
amigo.
Faltando todo por
decir respecto a lo que no es oración, digamos lo que sí es: La oración
cristiana en una persona irrumpe cuando el evangelio de Cristo penetra hasta su
corazón, transformando convicciones, voluntad, conductas, a fin de hacerle un
creyente que agradece y disfruta la salvación por gracia, además responde
asistido por el Espíritu Santo coherentemente a Dios con vida y palabras a lo
que Él es, dice y hace en favor de la humanidad. En esa respuesta haya espacios
para alabar, adorar, exaltar, agradecer, pedir, llamar, buscar, interceder a
favor propio y de otros, de acuerdo a lo que está escrito en la Biblia,
sujetándose a la voluntad divina, en el nombre de Jesucristo, para la gloria de
Dios y bendición personal, como por quienes se ora.
Continuará…
©2013 Ed. Ramírez Suaza