Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi ‘la tragedia indescriptible’. Esa que experimentan centenares de personas a diario al despreciar la voluntad de Dios y, muriendo mueren sin esperanza, sin Dios, sin perdón. Después de un involuntario parpadeo alcanzo a ver el otro lado de la moneda: ‘la esperanza indescriptible’.
La ventana de mi casa enfoca por estos días aquel recuerdo de cuando me veo en la solidaria necesidad de acompañar unos amigos o hermanos en la fe en los servicios funerales de un ser querido. Allí, el dolor se ha encargado de inundar en llantos aquella galería de ojos andinos que danzan el amargo vals del luto. Los pañuelos se hacen odiosos amantes de esas narices que no dejan ver más allá del féretro. Aroma de café, de aromática en agua, de cigarrillos baratos, de unos cuantos tragos de vino, mentiras, de aguardiente marcan el compás un, dos, tres de aquella pieza silenciosa de la vida. Hipnotizado yo entre este arco iris aromático, alguien rompe el “hechizo” con una fatal pregunta: -¿cierto que mi mamá está en el cielo?-
Decir que sí, es la salida más fácil e hipócrita a la mano. Decir que no, es la salida quizá más cruel que pueda yo dar. Guardar silencio me resulta mediocre. Así que, suspirando con la empatía más sincera, dibujando mi comprensión de dolor con una sonrisa floja entre mis labios, digo en voz baja: -¡duerme!- Miro fijamente sus ojos, y ahora sonrío en complicidad con la esperanza cristiana. Con toda la incapacidad para silenciarme continúo, -la muerte “puede arrebatárnoslo todo, pero es incapaz de conseguir que Dios deje de ser Dios, nuestro salvador y redentor y, como tal, nuestra esperanza”-.[1]
En la Biblia la esperanza es posible en esta corta frase: “Porque si creemos que Jesús…”[2] La esperanza no sólo es posible en el corazón humano como aquella fuerza que nos hace aguantar el tiempo de espera, perforar las tenaces resistencias y superar las decepciones que se repiten;[3] es aquella realidad futura tan anhelada. Es cierto que millares han muerto, muchos de ellos durmieron en Jesús. Estos últimos son quienes tienen esperanza, como la deben tener sus seres amados. Jesús dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.[4] Que ¿cómo así? Sí amig@ mí@, “en la muerte no podrá ocurrimos en ningún caso que dejemos de estar bajo el señorío de Dios, de ser su propiedad y objeto de su amor.”[5] Debemos preguntarnos entonces, ¿qué es la muerte junto a Dios? Luego de responderse, pregúntese ¿qué y quiénes somos, así sea muertos, junto a Dios? Antes de responderse, elabore sus palabras a la luz de 1 Tesalonicenses 4.13-18
Está cerca un día, ¡un día glorioso! en el que Jesús vendrá de nuevo a habitar nuestro mundo. Una serie de eventos casi simultáneos por la inmediatez del uno al otro, serán los encargados de anunciar la venida del Señor. Entre ellos, los muertos en Cristo resucitarán primero. El erudito bíblico N.T. Wright es convincente al mostrar al apóstol Pablo hablando de una resurrección diferente a la que negaron los paganos o la que anunciaron los fariseos. Diferente a aquella concebida en el contexto judío. “La resurrección es algo nuevo, algo de lo que los muertos no disfrutan en el momento presente; será vida después de "la vida después de la muerte".”[6] Se cumplirán entonces con perfecta precisión las palabras de Jesús: “¡...vivirá…!”
En esta experiencia futura, que alimenta nuestro presente en esperanza, no seremos despertados a la vida después de la muerte para ser abandonados a nuestra suerte: estaremos por siempre con el Señor.[7] “Algún día estaremos con la Persona para la que fuimos hechos, viviendo en el lugar para el que fuimos creados. El gozo será el aire que respiraremos. Estaremos agradecidos por la gracia perseverante de Jesús…”[8] Mejor dicho, ¡estaremos por siempre con el Señor!
Ésta vez no me sentía en el funeral de un muerto, bajo la lupa de la esperanza puedo decir que estuve en el funeral de un vivo. Aunque la muerte procura enceguecernos con el dolor causado, pretendiendo desesperanzar nuestras palpitaciones; no puedo deshacerme de la esperanza gloriosa que tenemos quienes creemos que Jesús murió y resucitó, quienes además rendimos toda nuestra confianza en él para ser salvos. La muerte puede darnos un golpe que nos haga dormir, pero no será fatal. ¡Viviremos!
La próxima vez que asista a un funeral, recuerda nuestra esperanza indescriptible.
[1] BARTH, Karl. Instantes. Santander (Esp.): Sal Terrae. 2005, p.131
[2] 1 Tesalonicenses 4.14 LBA
[3] CAMPS, Victoria & ÁLVAREZ B. Alfonso. Esperanza Cristiana y Utopías. Cantabria: Sal Terrae. 2001, p.32
[4] Juan 11.25 RV
[5] BARTH, op. cit
[6] WRIGHT, N. T. La Resurrección del Hijo de Dios. Pamplona: Verbo Divino. 2003, p. 277
[7] 1 Tesalonicenses 4.17
[8] TAYLOR, Justin & PIPER, John. (ed.) Cómo Perseverar Hasta el Final. Michigan: PortaVoz. 2009, p.94