miércoles, 2 de febrero de 2022

DIOS TAMBIÉN ES MUNDANO

 Lo que nos viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante de nosotros.

A.W. Tozer




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi a Dios y lo vi de una manera muy singular: ¡lo vi mundano! No un mundano en el sentido moralista: pecador, descarriado del evangelio o algo así. 
No. 
Así no. 
Mundano en el sentido de que a este mundo lo crea y recrea; lo escucha; lo visita; lo incluye en la agenda de su amor.

En los días primigenios, creando nuestro mundo solía decir: -¡esto es bueno en gran manera!-

Así, por ejemplo, siempre me basta una mirada a todo lo que mis ojos puedan contemplar para ser consciente de que todo este mundo fue hecho en él, por él y para él. 

Que lo ama desmedidamente. 

Que le duele su deterioro. 

Así también, soy y estoy consciente de que él ha sido, es y seguirá siendo el dador de todas las vidas que habitamos esta inmensa casa llamada Tierra. 

Desde la eternidad señorea toda la creación: lo visible igual que lo invisible.

Él es el Dios de las aguas y del viento; el Amo del fuego volcánico y de la lluvia; gobierna al sol y todas las estrellas, disfruta contemplar la vida silvestre y atiende a su clamor.

Tan mundano entre sus perfecciones es, que no estimó el ser Dios como cosa a qué aferrarse; ¡quién lo creyera!: decidió vaciarse a sí mismo para humanizarse. 

Qué manera tan sorprendente y hermosa de hacerse existencialmente mundano.


La religión, desde algún momento, nos enseñó a dicotomizar la vida. A ver lo terrenal como algo malo, esencialmente pecaminoso y en consecuencia preferir utopías exclusivas de una espiritualidad ajena, distante e indiferente para con la realidad terrestre, y -a veces- ilusa de cara a unas expectativas imaginarias. 


La dicotomía es un dilema que pone dos aspectos o dos elementos complementarios o íntegros como opuestos. Por ejemplo, El cristiano y las buenas obras. El Espíritu Santo y el quehacer académico de la teología. Jesús y su alegría. El cuerpo y el alma. Dios y su creación; por mencionar algunas.


Entre Dios y la vida terrestre no hay opuestos ni antagonismos ni separación alguna. Esta creación le pertenece y habita en su plenitud.

Entre Dios y la alegría no hay distancias.

Entre Dios y los placeres no hay contradicción. La vida cristiana es placentera o no es cristiana. 

Entre Dios y su creación no hay enemistad. Por el contrario, hay un vínculo indestructible entre Dios, quien es Espíritu, y su creación tangible. 


Jesús es el rostro perfecto y extraordinariamente mundano de Dios.

Note las evidencias: nacido en un pesebre de Belén. 

Migrante en Egipto. 

Criado en Nazaret.

Su primer trabajo fue la carpintería. 

Sus caminos preferidos fueron los senderos polvorientos de Galilea. 

Sus amistades se destacaron entre pecadores, prostitutas y cobradores de impuestos (¡Qué mundano!). 

Su abrazo cálido y sin escrúpulos para el leproso. 

Su compasión genuina siempre innegable para las adúlteras. 

Su afecto fue leal y puro por sus amigos. 

Entre sus títulos preferidos: el Hijo del Hombre. No de Dios, ¡del hombre!

Cómodo en las fiestas.

Comilón y bebedor de vino. 

Hacedor de vino. ¡Del mejor vino!

El objeto de su amor siempre evidente por el mundo y sus habitantes. 

Su transporte: de vez en cuando un burro, era más común verlo sobre una barca artesana de humilde pescador. 

Alegre. A veces triste. Confiado. En el ocaso de su vida terrenal, asustado. Hambriento. Cansado. Amado. Odiado. Religiosamente subversivo. Rió. Lloró. Huyó. Enfrentó. Sufrió…


El mundano perfecto y persona de referencia por excelencia para nosotros existir así, mundanos como él.



©2022  Ed. Ramírez Suaza



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