En cierta ocasión los
árboles de un bosque quisieron tener rey, y le pidieron al olivo que
fuera su rey. Pero el olivo les dijo que no, pues para ser rey de los árboles
tendría que dejar de dar aceite, el cual sirve para honrar tanto a los hombres
como a Dios. Entonces los árboles le pidieron a la higuera que fuera su rey.
Pero la higuera les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que
dejar de dar sus dulces y sabrosos higos. Entonces los árboles le pidieron a la
vid que fuera su rey. Pero la vid les dijo que no, pues para ser rey de los
árboles tendría que dejar de dar su vino, el cual sirve para alegrar tanto a
los hombres como a Dios. Por fin, los árboles le pidieron a un espino que fuera
su rey. Y el espino les dijo que, si de veras querían que él fuera su rey,
todos tendrían que ponerse bajo su sombra; pero si no querían que él fuera su
rey, saldría de él un fuego que destruiría los cedros del Líbano.
(Jueces 9.8-15 DHH).
Dios nos contó historias.
Uno de los recursos bíblicos para contar historias es la parábola.
Y, ¿qué es la parábola? La parábola es una narración corta, generalmente
expresada en un lenguaje poético que introduce a la intriga con rasgos
insólitos y escandalosos. Además, juega con la realidad a través de las escenas
que desembocan en un desenlace extravagante.[1]
El libro de los Jueces es un texto de fascinaciones únicas que empacan
una voz de Dios en tiempos caóticos, anárquicos y oscuros. Durante este
período, a los gobernantes del pueblo israelita se les denominaba “jueces”. Sin
embargo, estos no eran solamente magistrados civiles que administraban justicia
y adjudicaban disputas; primordialmente, eran libertadores capacitados con el
poder del Espíritu de Dios para salvar y gobernar al pueblo en tiempos de
opresión y decadencia piadosa.
De entre los grandes protagonistas en las narrativas del libro de los Jueces,
Gedeón.
Dios lo llamó para que lo sirviera como juez, también como guerrero
libertador de su pueblo. En efecto, en eso se convirtió, en el “Simón Bolívar”
de su tiempo y de su país.
Este hombre, en vida, engendró setenta hijos. Y en una de sus muchas
aventuras extramaritales engendró un hijo más, al que llamaron Abimelec (mi
padre es rey).
Muriendo Gedeón, los hijos heredaban el poder. La gobernabilidad de una
nación tendría que pasar de una mano a setenta y una manos.
¡Mucho cacique, poco indio!
Un día cualquiera apareció el hijo no-reconocido reclamando sus
derechos de poder, sólo que con un valor agregado: no quería un poco de poder.
No quería ser el número setenta y uno; quería ser el único. Así que propuso la
unidad nacional, un solo gobernador.
Su familia materna lo apoyó financiando una pandilla de mercenarios y
vagabundos, quienes fueron también la escolta y los asesinos asalariados de
Abimelec. Como si fuera poco, él mandó matar a todos sus hermanos y en efecto,
mataron a sesenta y nueve el mismo día en un mismo lugar.
Pero Yotán, el hermano menor, logró escapar.
Superados los obstáculos para ser el único juez de Israel, Abimilec
convocó a la ceremonia en la que sería posesionado como el único heredero “al
trono”. Entonces, Yotán desde la cima de una pequeña montaña comenzó interrumpir
la coronación recitando a fuerte voz la parábola de la zarza.
La parábola de Yotán trata de un bosque cuyos árboles empezaron a buscar,
entre ellos mismos, un gobernador, así que acudieron a uno de los árboles más
respetados de su territorio, el olivo.
Las plantas de olivo ocuparon el primer renglón de la economía palestina
de aquellos días. No en vano acudieron a él prioritariamente: -Ya que nos
generas tanta prosperidad y que el comercio contigo es significativo por los
aceites que ofreces al mundo, querido Olivo, ¡ven, reina sobre nosotros!- Pero
el olivo, aunque ideal y apto para gobernar, no quiso reinar en ese bosque. Consecuentemente,
los árboles acudieron a la higuera, cuyos frutos eran la base del mercado de
exportación. Los higos fueron frutos muy apetecidos, la demanda comercial era
cuantiosa y costosa, lo que probablemente traería prosperidad al bosque, pero
la higuera tampoco quiso gobernar el bosque. Fueron los árboles en busca de la
vid. No es un árbol, pero sí es una planta muy significativa en el mundo
entero, pues su fruto es perfectamente ideal para producir vino. Otro elemento
del consumo cotidiano entre los hombres, además muy apetecido.
Infortunadamente, la vid tampoco quiso gobernar.
Los árboles de aquel bosque sintieron que agotaron sus posibilidades de
un buen gobernante, rendidos fueron a buscar la planta menos indicada para
gobernarles: la zarza.
A la zarza en Palestina se la considera maleza, matorral; pues no tiene
algo qué ofrecer. Sus ramas no tienen utilidad, tampoco da fruto alguno. En temporadas
de calor, es causante de incendios forestales por ser una planta seca.
Cuando los árboles del bosque le pidieron que fuese la gobernante de
ellos, sin pensarlo dos veces, la zarza aceptó la oferta “democrática”.
¡Qué ironía!
¡Qué tragedia!
Ironía
Esta parábola fabulesca de Yotán tiene una alta dosis de ironía, note Ud.
que los árboles capaces, buenos para gobernar, con las mejores opciones de
llevar prosperidad al bosque, no aceptaron. Pero, la peor planta del bosque, la
que solo puede ofrecerles destrucción y miseria, aceptó con todo el gusto.
El primer candidato del bosque fue el señor Olivo. Ideal para ser el
gobernante, pero el argumento de su rechazo es muy significativo. Dijo Mr.
Olivo: -¿Quieren que deje de producir mi aceite, con el que se honra a Dios y a
los hombres, para hacerme grande entre los árboles?-
El segundo candidato fue la higuera. Doña Higuera rechazó la oferta por
la siguiente razón: -¿Y debo abandonar la dulzura de mis frutos, para ir y
hacerme grande entre los árboles?-
La tercera candidata fue doña Vid. La señora Vid respondió: -¿Y voy a
dejar de producir mi vino, que es la alegría de Dios y de los hombres, sólo
para hacerme grande entre los árboles?-
El olivo, la higuera y la vid valoraron demasiado su vocación en servicio
a Dios y a los hombres como para abandonarla a fin de llegar a ser el
gobernador del bosque. Pero la zarza que no tiene nada bueno que ofrecer a Dios
ni a los hombres, tampoco al bosque, aceptó ser alcalde de todo el parque.
¡Qué ironía!
¿No le parece?
Tragedia
La parábola de Yotán termina en un incendio. La zarza que es pequeña sin
ramas verdes sino robusta de chamizos, le dijo a los demás, -vengan y busquen
refugio bajo mi sombra. Pero si no me obedecen, saldrá fuego de mí y quemará
los cedros del Líbano.-
¿Refugio bajo la sombra de una zarza?
Esta fue la tragedia del bosque, darle poder a una zarza.
Se destruye la zarza y destruye su comunidad.
Los pueblos colombianos “buscan” por estos días -por no decir que somos
nosotros los buscados- candidatos que puedan representar bien los intereses de
las gentes humildes, necesitadas, migrantes, entre otras, delante las
instituciones que, en teoría, deberían dar las soluciones solicitadas.
El asecho ambicioso de muchos candidatos no permite ver con claridad sus
verdaderas intenciones al pretender algo de poder político. Huelen a zarza.
Nuestra desgracia es que venimos siendo gobernados por políticos-zarza.
Cierto es que no alcanzo a percibir de manera contundente si la zarza se
impone en el poder o somos electores tontos dando a los zarzales el poder de
gobernar.
Es irónico -y da coraje- ver que las personas aptas, capacitadas para
liderar -algunos- no quieren hacerlo o no son elegidos para hacerlo, en su
lugar, como si fuera una maldición eterna, las zarzas siguen siendo las
elegidas para nuestros municipios, para nuestros departamentos y para nuestros
países latinoamericanos. Esto desemboca en tragedias reiterativas: desfalco de
los fondos públicos. Zaqueos administrando tesorerías municipales. Jueces
castigando a inocentes y dando privilegios al malhechor. Muertes. Malditos
cerdos que han hecho de la salud pública su “gallina con huevos de oro” y de la
educación una mendiga más de nuestro país. Zarzas capaces de darle más riqueza
al rico y pobreza a los pobres. Zarzales capaces de quemar los cedros del Líbano,
pa´ la muestra de un botón: nuestra Amazonas.
Pero sobre el horizonte atisba la esperanza de un gobierno celestial, uno
que es oración matutina en boca y corazones de miles de creyentes en el mundo
entero: -Padre nuestro que estás en los cielos… venga a nosotros tu reino.-
©2019 Ed. Ramírez Suaza
[1] Roberto J. Walton. “The Parables
According to Paul Ricoeur and Michel Henry”. Cuestiones Teológicas. Vol. 39 |
No. 92 | Julio-Diciembre • 2012 | pp. 259-282