Hay hombres que se apoyaron en sí mismos y triunfaron en todo;
otros lo sacrificaron todo;
pero fue el más grande de todos quien creyó en Dios.
S. Kierkegaard
Mirando yo por
entre la celosía de la ventana de mi casa, vi necesidad de hastío en la
humanidad. Sí, hastío por las inclemencias políticas en este cono suramericano.
Hastío por los nuevos sistemas de esclavitud que hoy llamamos “empleo”. Hastío
por los cultos vacíos, por el consumismo incontrolable que nos engaña la ganas
de felicidad. Hastío por la fragmentación familiar que, vertiginosamente en
aumento, empuja nuestras sociedades al “vacío de
la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente
inimaginable”.[1]
Precisamos
hastío por los pretextos baratos con los que huimos de nosotros mismos; nos
descontentamos de nosotros mismos; nos enemistamos con nosotros mismos… al
punto de auto-elaborarnos -por quirófanos u otros medios- en seres dignos de
conmiseración. Bien escribió César Ramírez, “El hombre, el de siempre, libra
permanentemente una guerra consigo mismo, solamente hay que saber estar del
lado del ganador.”[2]
Al parecer, nos es difícil “saber estar del lado ganador”.
Minelis
Tamayo, poeta cubana, publicó unos versos que tituló “Hastiada”, he aquí un
segmento:
…hastiada
de
tantos recipientes intentando llenarse de productos ociosos
que
ponen velo a la luz del alma.
Este
mundo lleno de cadáveres
no
sabe hacer otra cosa que entorpecer más
con
banalidades su propia vida,
Entonces
se respira una atmósfera pesada,
Se
sienten como plomo la hipocresía, la maldad,
La
injusticia, la avaricia...[3]
¡Ay del hombre que no se hastía!
El hastío nos debería ser tan humano como
lo es divino.
Dios nos ha dejado ver su hastío: “Yo aborrezco sus fiestas solemnes. ¡No las soporto, ni me
complacen sus reuniones! Cuando me ofrezcan sus ofrendas y holocaustos, no los
recibiré… Alejen de mí la multitud de sus cantos. No quiero escuchar las
melodías de sus liras. Prefiero que fluya la justicia como un río, y que el
derecho mane como un impetuoso arroyo” (Amós 5.21-24).
“¿Para
qué me sirven sus muchos sacrificios? Estoy harto de holocaustos… Cuando
ustedes vienen a presentarse ante mí, ¿quién les pide que traigan esto? No me
traigan más ofrendas inútiles… Mi alma aborrece sus lunas nuevas y sus fiestas
solemnes; ¡son para mí una carga insoportable! (Isaías 1.11-17).
Estos oráculos evidencian el asco sentido por Dios cuando
el hombre le ofrece un “culto vacío”.
Se llegó a intuir entre mortales que Dios era manipulable,
en tanto se le ofrecieran rituales de culto sin compromiso alguno con la
piedad. “Israel y Judá en muchos momentos de su historia llegaron a desobedecer
a Dios en todo, menos en los sacrificios. Pensaron: “Dios con barriga llena,
tendrá el corazón contento. Si culto es lo que quiere, culto le daremos.””[4]
El culto vacío
consiste en ofrecer al Señor un buen culto sin justicia, misericordia y amor.
Dios no sólo ha
sentido hastío, nos ha concedido el hastío como una hermosa gracia, a fin de
evitarnos mayores desgracias de deshumanización.
De los hastíos
posibles para el cristiano, subrayo en esta oportunidad el del sinsentido,
entendiéndolo como el olvido de ser humano.
Dios nos creó
humanos, y esta distinción honorífica fue gracias a que nos hizo a Su imagen y
semejanza. Pero el sinsentido se nos ha convertido en una bola rodante de nieve
que ha escapado por completo de nuestro control.
Sinsentido,
¿hacia dónde vamos?
La respuesta
podría ser: sinsentido, “El hombre no tiene sino sus dos pies, su corazón y un
camino que conduce a ninguna parte.”[5]
“Ninguna parte”
es un destino peligroso para nosotros, seres imagen de Dios.
La vida nos la ha
dado Dios para peregrinar siempre en dirección a él.
La vida cristiana
es la gracia de vivir en recuperación de sentido existencial, razón por la cual
todo ser humano está invitado a ella, a recobrar el ser, a la restauración de
sus ideas, relaciones, esperanzas, fe y afectos. Y así, como el alfarero que
hizo la vasija es quien puede restaurarla después de rota, Dios es el Alfarero
del alma humana quien, además de amarla, ama sanarlas.
Cuando un alma
humana queda presa del sinsentido -por cualquier razón-, las ganas de nada, el
odio sin saber por qué ni a quién, la inmensa capacidad de aburrimiento y la
penosa discapacidad para amar se hacen parásito en el corazón y lo enferman, le
arrebatan la vida en vida. Lo asfixian. Entonces muere. Quizá esto ayude a
explicar el por qué nos topamos en la ciudad, en los pueblos, en tantas partes
con muertos que sonríen, viajan, festejan, postean, enriquecen, empobrecen…
más, mucho más; intentando persuadirse y persuadirnos de que son seres vivos.
Pero no.
No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de la tumba fría;
Muertos son los que tienen muerta el alma
y aún viven todavía…
Por eso hay muertos que en el mundo viven,
y hombres que viven en el mundo, muertos.[6]
El hastío que proviene de Dios es hastío por todo aquello
que nos hace vivir en el mundo, muertos. Desgracia que en Aquel que es Camino,
Verdad y Vida se supera: “Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor
tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos
muertos a causa de nuestros pecados” (Efesios 2.4-5).
Hay esperanza para quienes se hastían de vivir en el
mundo, muertos.
En Jesucristo, la vida vuelve a florecer como lo que es:
¡vida!
¿Qué es vida?
El arte de existir diosmente.
©2019 Ed. Ramírez Suaza
[1] Zygmunt Bauman en
http://www.publico.es/culturas/suecia-caida-libre-hacia-aburrimiento.html
[2] César Ramírez. El retorno al ser: una propuesta frente al sinsentido. Medellín:
Universidad Pontificia Bolivariana (2014): 66
[3] Minelis Tamayo. “Hastiada”
en Gramma,
ISSN 1850-0153, Vol. 25, Nº. 53, 2014,
págs. 111-111
[4] Milton Acosta Benítez. “Si tuviera
hambre no te lo diría.” en línea:
http://pidolapalabra1.blogspot.com/2015/02/si-tuviera-hambre-no-te-lo-diria.html
[5] Gonzalo Arango en Ramírez. El retorno. p. 41
[6] Antonio Muñoz Feijoo. “Un
pensamiento en tres estrofas”. en Carlos N. Ceruti (Dir.). “Junta Provincial de
Estudios Históricos de Santa Fe”. Argentina, Nº LXXI. (2014): 16