viernes, 18 de enero de 2019

SOLEDAD


Existe la soledad que expresa el dolor de estar solo
y la soledad que expresa la gloria de estar a solas.
Paul Tillich

Soledad.
Ella tiene cara amable y maquiavélica.
Ella es dulce y cruel.
Ella es amada y odiada.
Indomable.

Quizá, y sólo quizá, hemos intentado controlarla a lo largo de nuestra existencia sin alcanzar algún beneficio común para nuestra humanidad.

La soledad nos sigue a cada paso que damos, en el asfalto y en la suciedad del aire que suele respirarse en las grandes ciudades; vagabundea en el sonido estridente de cláxones irritados, de gritos de ambulantes o de balbuceos irreconocibles, inclusive en el silencio de las palabras que no decimos; deambula a nuestro lado en el asiento contiguo del autobús o del metro; yace en las conversaciones intrascendentes, en lecturas forzadas o en las cuasi voces de los Rolling Stones o de Lady Gaga anquilosadas en los reproductores de MP3.[1]

La soledad nos acompaña.

¿Qué es la soledad?
En unas realidades donde el lenguaje se diluye en comunicaciones subjetivas, se precisa cierta determinación para plantear -por no decir recuperar- el significado de las maravillas que conocemos como palabras. En este orden de ideas se puede afirmar que, soledad es “carencia de compañía.”[2] A veces ella es apetecida; similar a un exilio voluntario que sale al encuentro y al redescubrimiento de sí mismo, como por ejemplo Jesús nazareno cuando fue al desierto, entre otras, para estar solo y reconocerse en la definición de Dios Padre, quien recién había dicho: “este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia” (Mateo 3.13- 4.11).

Otras soledades son involuntarias, como lo es el abandono.
Los abandonos sufridos en las existencias latinoamericanas son dolorosos, preocupantes, inmensos… gestantes de unos peligros crueles que comprometen la integridad de quienes lo padecen. Y es, precisamente, en condiciones así que el corazón humano se convierte en una fuente de desolación y angustia,[3] en un “caldo de cultivo” donde cada quien alimenta lo que puede, lo que quiere o lo que no quiere.

“A quien está solo o es un solitario suele llamársele “alma en pena” …o bien, se dice que está desamparado, huérfano o abandonado. Y no es de extrañar, incluso, que a la soledad se le atribuya un rasgo patológico. Más que un estar, es un padecer del alma.”[4]

Un riesgo percibido a causa de estas soledades es que conduce al ser humano hacia los menosprecios por la vida personal, por la del prójimo y consecuentemente por la de Dios; “en los momentos de soledad constatamos cuán extraños somos unos a otros, cuán alejada está la vida de la vida.”[5]
Desde esta perspectiva, la soledad es tragedia.

En su expresión más pura del caos, la soledad es ausencia de Dios.  Los testigos de la ausencia de Dios son muchos, algunos conscientes de ello, otros no. Quienes tienen conciencia, o el sentimiento, de esta ausencia experimentan una angustia profunda que los hace exclamarla, lamentarla y reprocharla, algo así como: -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos, y no vienes a salvarme? ¿Por qué no atiendes mi clamor? Dios mío, te llamo de día, y no me respondes; te llamo de noche, y no hallo reposo- (Salmo 22.1-2). O así: -Como ciervo que brama por las corrientes de agua, así mi alma clama por ti, mi Dios… pues a todas horas me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?» Pienso en esto, y se me parte el alma- (Salmo 42.1-4). 
¡Eso es!
Una soledad que parte el alma.

Estas sensaciones de abandono divino mantienen en muchos el deseo intacto por Dios; deseo que lo hace real, experiencia cristiana y cura para las soledades del alma viva.
El Dios revelado en la biblia oye, atiende, se acerca, escucha, cura el ser. No es indiferente a la soledad humana, de hecho, la identifica y auxilia (Génesis 1-2).
Él disfruta la “soledad que es a solas”, pues en ella su misterio divino se hace palpable a quien le busca con anhelo puro, es más, le brinda esta vivificante promesa: -Búsquenme a mí, el Señor, y vivirán- (Amós 5.6).

Las experiencias de abandono que generan crueles soledades, encuentran cura en el amor de los demás. La experiencia a “solas con Dios” capacita al humano para darse en compañía amorosa a sus prójimos. La cura para la soledad de muchos está en ti. Está en mí.
Estar a solas “nos derrite esa espesa capa de pudor que nos aísla a los unos de los otros; a solas con Dios nos encontramos; y al encontrarnos encontramos en nosotros a todos nuestros hermanos en soledad.[6] Encuentros de esta hermosa naturaleza, conducen a encuentros curativos de otras soledades.

©2019 Ed. Ramírez Suaza 


[1] Miguel Arturo Mejía-Martínez. “Fanny Rabel. Pintar la soledad.” La Colmena, no. 88, 2015, pp. 93-99. Editorial Universidad Autónoma del Estado de México.
[2] Sin referencia de autor. “Apuntes sobre la soledad no querida”.
http://www.caritasvitoria.org/datos/documentos/Apuntes%20sobre%20la%20soledad%20no%20querida.pdf
[3] Frank Furedi. “La soledad.” [en línea]: http://triangulando.net/la-soledad/
[4] Javier Rico Moreno. 2014. "Hacia una historia de la soledad". Historia y Grafía (42) enero- junio: 35-63
[5] Juan Antonio Marcos. “Más allá de Lutero. (Paul Tillich, un protestante consciente)”. Revista de espiritualidad, ISSN 0034-8147, Nº. 304, 2017. p. 369-393
[6] Waldo Ross. "La soledad en la ontología de Miguel de Unamuno." Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno [En línea], 24 (1976): 53-60. Web. 17 ene. 2019, p.58


LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...