jueves, 26 de septiembre de 2019

LA ZARZA: una parábola política





En cierta ocasión los árboles de un bosque quisieron tener rey, y le pidieron al olivo que fuera su rey. Pero el olivo les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar aceite, el cual sirve para honrar tanto a los hombres como a Dios. Entonces los árboles le pidieron a la higuera que fuera su rey. Pero la higuera les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar sus dulces y sabrosos higos. Entonces los árboles le pidieron a la vid que fuera su rey. Pero la vid les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar su vino, el cual sirve para alegrar tanto a los hombres como a Dios. Por fin, los árboles le pidieron a un espino que fuera su rey. Y el espino les dijo que, si de veras querían que él fuera su rey, todos tendrían que ponerse bajo su sombra; pero si no querían que él fuera su rey, saldría de él un fuego que destruiría los cedros del Líbano.
(Jueces 9.8-15 DHH).

Dios nos cuenta historias
Uno de los recursos más destacados de la Biblia para narrar es la parábola. Pero, ¿qué es exactamente una parábola? Es una narración breve, a menudo expresada en un lenguaje poético, que introduce la intriga mediante elementos insólitos y a veces escandalosos. Juega con la realidad al presentar escenas que culminan en un desenlace extravagante.

El libro de los Jueces es un texto de singular fascinación. En él se recoge la voz de Dios en tiempos caóticos, anárquicos y oscuros. Durante este período, a los gobernantes del pueblo israelita se les llamaba "jueces", pero no eran solo magistrados civiles que administraban justicia y dirimían disputas. Primordialmente, eran libertadores investidos con el poder del Espíritu de Dios para salvar y guiar al pueblo en momentos de opresión y decadencia espiritual.

Entre los grandes protagonistas del libro de los Jueces destaca Gedeón. Dios lo llamó para que le sirviera no solo como juez, sino también como guerrero libertador de su pueblo. En efecto, Gedeón se convirtió en el "Simón Bolívar" de su época y de su nación.

Este hombre engendró setenta hijos. Además, en una de sus muchas aventuras extramaritales, concibió un hijo más, a quien llamó Abimelec (que significa: "mi padre es rey"). Tras la muerte de Gedeón, el poder debía recaer en los herederos. La gobernabilidad de la nación tendría que pasar, potencialmente, de una a setenta y una manos.
¡Demasiados caciques para tan pocos indios!

Un día, el hijo no reconocido apareció reclamando sus derechos de poder. Pero su demanda tenía un valor agregado: no quería una porción pequeña del poder. No deseaba ser el número setenta y uno; quería ser el único gobernante. Propuso, astutamente, la unidad nacional bajo un solo líder. Su familia materna lo respaldó, financiando una pandilla de mercenarios y vagabundos que actuaron como su escolta personal y sus asesinos a sueldo. Sin escrúpulos, Abimelec ordenó matar a todos sus setenta hermanos. Sesenta y nueve fueron asesinados el mismo día, en el mismo lugar. Solo Yotán, el hermano menor, logró escapar.

Una vez superados los obstáculos para ser el único juez de Israel, Abimelec convocó la ceremonia en la que sería investido como el único heredero "al trono". Fue entonces cuando Yotán, desde la cima de una pequeña montaña, interrumpió la coronación, recitando a viva voz la Parábola de la Zarza.

La Parábola de Yotán
La parábola de Yotán trata de un bosque cuyos árboles, en busca de un gobernante, acudieron a uno de los ejemplares más respetados de su territorio: el olivo. Los olivares eran la base de la economía palestina en aquellos días. No en vano fue su primera opción: —Puesto que nos generas tanta prosperidad y el comercio contigo es significativo por el aceite que ofreces al mundo, querido Olivo, ¡ven, reina sobre nosotros!

Pero el olivo, aunque era ideal y apto para gobernar, no quiso reinar en el bosque. En consecuencia, los árboles acudieron a la higuera, cuyos frutos eran la base del mercado de exportación. Los higos eran muy codiciados; la cuantiosa y costosa demanda comercial auguraba prosperidad al bosque. Pero la higuera tampoco quiso gobernar.

Los árboles fueron entonces en busca de la vid. Aunque no es un árbol, es una planta muy significativa a nivel mundial, pues su fruto es ideal para producir vino, otro elemento de consumo cotidiano y muy apreciado. Infortunadamente, la vid tampoco quiso gobernar.

Los árboles del bosque sintieron que habían agotado sus posibilidades de encontrar un buen gobernante. Rendidos, fueron a buscar la planta menos indicada para gobernarles: la zarza.

En Palestina, la zarza es considerada maleza, un matorral sin utilidad. Sus ramas no sirven, no da fruto alguno y, en temporadas de calor, al ser una planta seca, es la causa de incendios forestales. Cuando los árboles del bosque le pidieron que fuera su gobernante, la zarza, sin pensarlo dos veces, aceptó la oferta "democrática".
¡Qué ironía! ¡Qué tragedia!

Ironía
Esta parábola fabulesca de Yotán contiene una alta dosis de ironía. Los árboles valiosos y capaces de gobernar, aquellos que podían ofrecer prosperidad al bosque, rechazaron el cargo. En cambio, la peor planta del bosque, la que solo puede ofrecer destrucción y miseria, aceptó con gusto.

El primer candidato, el señor Olivo, era ideal, pero el argumento de su rechazo es muy significativo: —¿Voy a dejar de producir mi aceite, con el que se honra a Dios y a los hombres, para ir a mecer y a hacerme grande entre los árboles?

La segunda candidata, doña Higuera, rechazó la oferta por la siguiente razón: —¿Y debo abandonar la dulzura de mis frutos, para ir a mecer y a hacerme grande entre los árboles?

La tercera candidata fue doña Vid, quien respondió: —¿Y voy a dejar de producir mi vino, que es la alegría de Dios y de los hombres, solo para ir a mecer y a hacerme grande entre los árboles?

El olivo, la higuera y la vid valoraron demasiado su vocación de servicio a Dios y a los hombres como para abandonarla en pos de ser gobernantes. La zarza, sin nada bueno que ofrecer ni a Dios, ni a los hombres, ni al bosque, aceptó ser el "alcalde" de todo el parque.
¡Qué ironía! 
¿No le parece?

            Tragedia
La parábola de Yotán termina en un incendio. La zarza, pequeña, sin ramas verdes y compuesta de secos chamizos, dijo a los demás: —Vengan y busquen refugio bajo mi sombra. Pero si no me obedecen, saldrá fuego de mí y quemará los cedros del Líbano.
¿Refugio bajo la sombra de una zarza? La tragedia del bosque fue darle poder. La zarza se destruye y destruye a su comunidad.

Conclusión
Por estos días, los pueblos latinoamericanos "buscan" —o, mejor dicho, somos los buscados— candidatos que puedan representar dignamente los intereses de la gente humilde, necesitada y migrante ante las instituciones que, en teoría, deberían ofrecer soluciones.

La ambición de muchos candidatos dificulta percibir sus verdaderas intenciones al pretender el poder político. Huelen a zarza. Nuestra desgracia es que hemos sido gobernados por políticos-zarza. Cierto es que no logro dilucidar con contundencia si es la zarza la que se impone en el poder o si somos electores insensatos que otorgamos a los zarzales el poder de gobernarnos.

Es irónico —y causa indignación— ver que las personas aptas y capacitadas para liderar a veces no quieren hacerlo o no son elegidas. En su lugar, como si fuera una maldición eterna, las zarzas siguen siendo las elegidas para nuestros municipios, departamentos y países. Esto desemboca en tragedias reiterativas: el desfalco de fondos públicos; "Zaqueos" administrando tesorerías municipales; jueces castigando a inocentes y dando privilegios a malhechores. También las muertes y esos malditos que han hecho de la salud pública su "gallina de los huevos de oro" y de la educación una mendiga más de nuestro país. Son zarzas capaces de darle más riqueza al rico y pobreza a los pobres. Zarzales capaces de quemar los cedros del Líbano, y para muestra un botón: nuestra Amazonía.

Pero sobre el horizonte atisba la esperanza de un gobierno celestial, uno que es la oración matutina en boca y corazón de miles de creyentes en el mundo entero: "Padre nuestro que estás en los cielos... venga a nosotros tu reino".


©2019 Ed. Ramírez Suaza 




[1]  Roberto J. Walton. “The Parables According to Paul Ricoeur and Michel Henry”. Cuestiones Teológicas. Vol. 39 | No. 92 | Julio-Diciembre • 2012 | pp. 259-282

jueves, 25 de julio de 2019

SATISFACCIONES: cuando sólo Dios basta



¡Fuimos creados para contemplar y disfrutar de Dios!
Cualquier cosa inferior a esto significa idolatría.
J. Piper.

El Salmo 16 es un poema particular. Hermoso. Complejo:

vv. 1-2
Cuídame, oh Dios, porque en ti confío. Yo declaro, Señor, que tú eres mi dueño; que sin ti no tengo ningún bien.
 vv. 3-8
 Poderosos son los dioses del país, según todos los que en ellos se complacen.
¡Pero grandes dolores esperan a sus seguidores! ¡Jamás derramaré ante ellos ofrendas de sangre, ni mis labios pronunciarán sus nombres! Tú, Señor, eres mi copa y mi herencia; tú eres quien me sostiene. Por suerte recibí una bella herencia; hermosa es la heredad que me asignaste. Por eso te bendigo, Señor, pues siempre me aconsejas, y aun de noche me reprendes. Todo el tiempo pienso en ti, Señor; contigo a mi derecha, jamás caeré.
vv. 9-11
Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma; todo mi ser siente una gran confianza, porque no me abandonarás en el sepulcro, ¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría; ¡estando a tu lado seré siempre dichoso!

Me resultan maravillantes muchas oraciones grabadas en las páginas sagradas de la Biblia por la belleza de su poesía, por la hermosa arquitectura elevada con palabras celestes, trascendentales, relevantes y más asombroso aún, vigentes.

La vida nos regala muchas experiencias, todas ellas muy valiosas, como por ejemplo la sensación de estar en peligro. Que la vida nos privilegie con estas realidades, hace de la existencia un don invaluable. Más invaluable aún, encontrar en la Biblia una oración poética que delata la confianza de una persona quien, viviendo en medio de peligros, oró confiado y satisfecho a su Creador.

Acompáñame a resaltar algunas bellezas que alcanzo a identificar en esta oración poética:
Los vv. 1-2, igual que los vv. 9-11 cuentan con unas palabras clave para mi comprensión: confianza y placer. Note que el vv. 1 dice: “en ti confío”. El vv. 2 dice: “sin ti no tengo ningún bien”. La palabra que tenemos en español como “bien” -en hebreo (tobáh)- significa “bienestar, dicha, placer”. 
Los vv. 9-11 repiten el fenómeno: el vv. 9 dice: “todo mi ser siente una gran confianza”.
Encontramos también las palabras “alegría” y “regocijo” en los vv. 9-11, que podemos relacionar con la dicha, el placer del vv. 2.
Subrayo esta combinación de confianza y dicha a fin de señalar la satisfacción de un orante confiado en el Dios de los cielos.

En el centro del poema (vv. 3-8) hay una comparación desventajosa de complacencia.
Dicen los vv. 3-4 que los idólatras se complacen en sus dioses, pero desconocen las desgracias que les vendrán. La dicha de los idólatras es de sabor amargo. En contraste, quienes confían en el Dios de Israel se sacian en él, pueden decir algo así como: “tenemos a Dios” (tú eres la herencia que me ha tocado). Dios se dona a quienes en él confían.
Mientras a los idólatras les espera “grandes dolores”; a quienes confían en el Dios Jehová les espera consejo, instrucción y compañía (tú a mi derecha). 

Esta oración poética se presenta ante mis ojos en forma de un sándwich literario:
1-2: Confianza y deleite en Dios.
3-8: Contraste entre los idólatras y creyentes.
9-11: Confianza y deleite en Dios.

Muchas son las especulaciones que hacen los comentaristas al querer entender la situación por la que atravesó el salmista y oró con estas exquisitas palabras. Por ser especulaciones de comentaristas, silenciaré al respecto. Lo que sí logro intuir y decir, es que el salmista experimentaba una situación de severos peligros, lo cual es evidente en su poema. En él  se explicita su necesidad de protección divina, y por eso no desistió en escribir una oración que expresara confianza en el Señor y satisfacción en él.  

La confianza que el poeta depositó en Dios le concedió la libertad y el lenguaje para pedir al Señor Dios su protección. El orante enfrentó una amenaza desconocida para todos nosotros, pero su refugio lo expuso por completo, quizá para encontrar en generaciones posteriores cómplices de tan hermosa oración: “Cuídame, oh Dios, porque en ti confío.”

De las traducciones al español que conozco del vv. 2 de este Salmo 16, comparto la de H.J. Kraus, dice así: Yo 'dije' a Yahvé: «Tú eres mi Señor, mi dicha está sólo en ti».
Muy contundente fue la confianza que tuvo el orante en Dios. Nótelo: «Tú eres mi Señor, mi dicha está sólo en ti». Esta declaración es hermosa. Literalmente dijo: “Eres mi Adonai”. Es decir, “mi amo”, “mi dueño”. Este poeta se presentó ante Dios como uno que le pertenece, se reconoció como propiedad de él y en razón de su reconocimiento oró.
Es como si dijera: “soy de Dios, entonces sólo en mi dueño puedo confiar. ¡Él me protege!

El poeta en tanto escribía esta oración miró a su alrededor y encontró a muchas personas confiando en otros dioses. Dioses que nada son. Dioses sin vida.  Creados; no creadores. Y se dio cuenta de la tragedia que vivieron los idólatras: confianza en quien no existe. En la intrascendencia de una imagen. Una confianza en la representación del vacío. La imagen existe, ¡claro! Pero la persona que representa o se idealiza en ella no existe. ¡Nunca ha existido!
Los idólatras dieron ofrendas a una imagen que nada puede recibir, y al ser intrascendente, su ofrenda fue a dar al vacío. Su ofrenda en últimas se entregó a la nada.
Igual la pronunciación de sus nombres. ¿A quién invocaron? ¡A un imaginario!
Sus oraciones las escuchó nadie. La nada.
Ante esta tragedia espiritual, el poeta dijo: -a la nada y al nadie no le rendiré culto. Los dioses falsos no me satisfacen.-

El poema recoge -en el vv. 5- dos metáforas muy bellas: 1. la copa, 2. la herencia.
¿Fue Dios su copa? ¿Fue Dios su heredad? ¿Qué quiso decir el poeta con estas metáforas?
Decía S. Agustín: “Beban otros los placeres de otras fuentes. Yo bebo en la copa del Señor.”
El Salmista presentó a Dios como fuente incesante de satisfacción: “Yo bebo en la copa del Señor.”

Además de “copa”, expresó que el Señor fue su “herencia”. El orante presentó a Dios como “el que se autodona”. Dios mismo se nos concede como dádiva. La herencia dada por Dios al salmista fue Dios mismo. Cito otra vez a S. Agustín: “Todo lo que tú podrías darme si no fueras Tú, sería para mí una nadería.” He aquí la voz de otro hombre a quien sólo Dios basta.

Cuando somos de Dios, Dios se hace nuestro.

Los dioses paganos son nada. Nadie. En cambio, el Dios de este salmista aconseja, reprende y acompaña. Experiencias propias de la liturgia del entonces. En la exposición comunitaria de la Torá, el salmista fue aconsejado, reprendido y asistido.
El culto verdadero nos salva de la nadería y nos garantiza la experiencia de Dios necesaria para continuar la vida satisfecha en él.
La esperanza hace germinar en el ser del creyente mayores satisfacciones en Dios, porque él “¡no dejará que sufra corrupción quien le es fiel.”
A este poeta no le dio miedo la muerte, por el contrario, tuvo la fortuna de estar convencido de que ni siquiera la muerte le podía separar del amor de Dios y de los planes perfectos del Altísimo.
El orante -por la fuerza del Espíritu- intuyó lo sublime: tiene que haber eternidad para los justos.
Esto no era claro antes de la manifestación humana de Dios en Cristo. Era muy confuso. Aun así, el poeta se atrevió a dar un atisbo de la eternidad con esta oración: -¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida.-

Jesús encarnó a plenitud el salmo 16. Fue su libreto existencial. Cada sílaba de esta oración la llevó en su ADN. De manera más especial, la parte final del poema: su resurrección hizo realidad la parte que dice: -¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida.-
Que Cristo haya hecho vida este salmo, nos garantiza que lo hará vida en nosotros también.
Yo también -en Cristo- puedo decir: -¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida.-

©2019 Ed. Ramírez Suaza 

lunes, 15 de julio de 2019

CIELO ROTO: FRAGMENTO APOCALÍPTICO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un Cielo Roto vestido de harapos, unos concedidos por pequeños chacales: políticos-religiosos delirantes de poder y riquezas.
Ambiciones bestiales.
Avaricias babilónicas.

Sobre la gran montaña oriental del Cielo Roto vi una ramera sentada, vestida de púrpura con cintos blancos sobre la cintura y el cuello. “...la Prostituta empuñaba toda clase de cheques y de bonos y de acciones y de documentos comerciales...”[1] En el pecho un inmenso número cincuenta  en letra romana [aquí hay sabiduría]; bebiendo la vida, la tierra en copas de barro, mientras daba la espalda al Valle Partío en dos por el río que nace en las alturas de San Miguel.

En el Valle Partío había, aproximadamente, siete millares de anónimos. Entre ellos, opositores, inmigrantes, desplazados, marginados, pobres, viudas, huérfanos, enfermos, peregrinos de la fe.
Algunos de ellos portaban en sus frentes la marca de la ramera, el número cincuenta en letra romana.
Otros cargaban marcas de otras rameras como el número cien en escritura romana [aquí también hay sabiduría], número de color blanco sobre un hipócrita dulce azul.
Otra marca de ramera, que aún no se ha sentado en la gran montaña, quien apetece vorazmente la cima y la copa de barro, es la de una mano de dragón infernal acariciando con mentirosa ternura el corazón sobreviviente de un pecho patria agonizante.
Mas no todos portaban marca alguna de las diferentes rameras, las desesperadas por ocupar la cima de la gran montaña oriental del Cielo Roto; había muchos otros portando en sus existencias las marcas de la Cruz.

Millares anónimos.
Peregrinos sobre rodillas, porque de rodillas les tocó nacer.
Vi que clamaban a grandes voces, como el estruendo de los truenos de su Cielo Roto diciendo:
¡Basta ya ramera de tus hurtos e injusticias!
!Que cese ya la hemorragia de nuestras tierras!
¡Que se silencien las espadas y los disparos!
¡Que se apaguen sus cigarros!
¡No más muerte blanca en las narices de nuestros hijos!
¡No más hechicerías!
Esa maldita Babilonia se traga por la boca de su sombrero los recursos de la salud, infraestructura, deportes, educación, vivienda, del campo. ¡Nuestro bendito campo!
Pero la ramera de vestido rojo se burlaba de ellos sin dejar de darles la espalda.

Conmovido por lo que apreciaron mis ojos clamé al Dios del Cielo con estas palabras:
-¿Hasta cuándo Señor?
¿Cuándo vendrá a nosotros tu Reino?-

Vi entonces siete iglesias en diferentes lugares del Valle Partío por el río.
Detrás de mí oí una voz, una como el estruendo de muchas aguas que decía: -Escribe a los siete ángeles de las siete iglesias del Valle Partío y diles:
Yo conozco tus obras y tus trabajos.
Conozco tu corazón con todas sus profundidades.
Sé de tu esmero y deseo de ver el reino de Dios a plenitud en la tierra.
Pero tengo contra ti que has dejado el amor.
Tengo contra ti el repudio que profesas a unirte con las demás iglesias.
Arrepiéntete pues. Si no, vendré a ti y quitaré tu candelero de su lugar.
Al que venciere le daré ríos de agua viva para que broten desde su interior.
El que tenga oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a la Iglesia.

Después de esto, un ángel me llevó a un pequeño monte y desde allí pude ver un río limpio.
A sus orillas habían plantados siete árboles frondosos. Frescos. Florecientes. Fascinantes.
De cada uno de ellos caían hojas al río.
El río en su trayecto transportaba las hojas por todo el Valle Partío, éstas llevaban sanidad a donde llegasen.
Giré a ver al ángel para preguntarle, -¿esto qué significa?-
Me dijo: -el río que has visto, brota del trono de Dios y de su Hijo Cristo. Es Vida divina.
Los siete árboles plantados a sus orillas son las siete iglesias del Valle Partío.
Las hojas son aquellas personas de las iglesias que recorren el Valle anunciando el Evangelio.-

Los siete árboles son resistencia a la corrupción, gestores y promotores de esperanza.
Son ejército de lucha y justicia contra la ramera babilónica.
Ellos no esperan subir la cima del poder, escalan a la cima del servicio.

Las rameras que beben la vida, la tierra del Valle Partío no saben que sus días están contados.
Se acerca el día del Señor, día de sumo esplendor. Día en el que Dios pondrá cada cosa de nuevo en su lugar. Aquel día, los árboles del campo aplaudirán. Las cabras montés brincarán de alegrías. Los humildes cantarán:
Grandes y maravillosas son tus obras
Señor, Dios Todopoderoso.
Pues eres tú quien hace nuevas todas las cosas.
Y das galardón a cada hombre.
Recompensas la obra de cada mujer.
Pesas las almas en balanzas.
Y das tu favor a los salvados por el sacrificio de tu amado Hijo.

Luego escuché como a un coro sinfónico, oí al cielo, a la tierra, al mar y todo cuanto en ellos hay decir:
¡Venga a nosotros tu reino. Hágase siempre entre nosotros tu voluntad!

Amén.
¡Ven, Señor Jesús!
Que la gracia del Señor Jesucristo sea con todos. Amén.




©2019 Ed. Ramírez Suaza 




[1] Iván Carrasco M.  “Notas sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana.” Revista Chilena de Literatura; Núm. 18 (1981): Noviembre. Universidad de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. pp.141

viernes, 28 de junio de 2019

EL SÍNDROME DE PINOCHO: padeciendo mentiras


Cada vez que mentimos a alguien, le hacemos el cumplido de reconocer su superioridad.
Samuel Butler


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi seres humanos aferrados a muchas mentiras pareciendo náufragos asidos a salvavidas de papel, hundiendo más pronto que tarde; aun así, se aferran a ellas, cualesquiera sean.

La oferta y demanda de mentiras en esta plaza global alcanza niveles de alerta roja: las dadas y recibidas en redes sociales; vendidas y compradas en centros comerciales. Las divertidas y apetecidas de la televisión y del cine. Las concedidas y aceptadas gratuitamente en relaciones interpersonales, sin omitir la conciencia de todas aquellas aprendidas y acostumbradas en familia.
Para asombro de muchos, “...se estima que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras.”[1]
Sin mencionar todas las dichas y/o escritas por nosotros mismos.
Mentiras van. Mentiras vienen.

Miente la religión.
Miente el estado.
Miente la educación.
Miente la prensa.
Miente el internet.
Miente la política.
Miente la literatura.
Mienten algunas canciones.
Miente mi vecino, mi pariente, mi amigo y mi hermano. Como si fuera poco, ¡miento yo!
Inclusive, muchos preguntan: ¿Qué sería del mundo si no existieran las mentiras?

Esta sociedad evidencia una pérdida aberrante de incomodidad por la producción y el consumo de mentiras. En algunas ocasiones nos molesta ser engañados, pero no nos molesta mentir. Peor aún, “Tenemos la capacidad de mentir, no sólo a los demás sino también a nosotros mismos.”[2]

¿Qué es la mentira?
La mentira no se ciñe simplemente al hecho de decir cosas que no son verdad. También mentimos al ocultar información, o al decir algo que es verdad de manera tal que el interlocutor crea que es falso. Yendo más allá, podemos mentir sin utilizar las palabras, a través de una sonrisa falsa, al andar o adquirir posturas que aparentan confianza en uno mismo, mediante el uso de cosméticos que disfrazan nuestra apariencia real... Cualquier pequeño engaño intencionado puede considerarse una mentira.[3]

Mentir es un acto de infidelidad, menosprecio al otro y a uno mismo.
Mentir es un descaro, uno con el que aprendimos a vivir de maneras cómodas. Además, con el mismo desparpajo inducimos a las generaciones siguientes a toda una cultura y “arte” de mentira. Sin embargo, tiene que ser denunciada como una práctica diabólica, deshumanizante de la conciencia, las relaciones, los amores, la dignidad… Jesucristo dijo: -El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira- (S. Juan 8.44).

A veces me pregunto, ¿desde cuándo y por qué llegamos a ser productores y receptores de tanta mentira? La Biblia responde a estas preguntas de maneras asombrosas, maravillantes para mi gusto. Creados el hombre y la mujer a imagen de Dios, les fue concedida la gracia de administrar este santuario llamado Tierra con un valor moral agregado: ¡la fruta prohibida!
A diferencia de todos los seres vivos, la relación perfecta y establecida por Dios mismo para con el ser humano fue moral. La humanidad tiene que obedecerlo (Génesis 2.16-17).

Según el libro sagrado del Génesis, alrededor de la fruta prohibida se tejió un diálogo peligroso entre la mujer de Adán y una Serpiente -metáfora del Satán[4]- y fue en ese instante cuando el ser humano empezó a mentir, a consumir mentiras (Génesis 3). En tanto conversaron, la mujer puso en boca de Dios palabras muy ajenas a Él: -No coman del fruto del árbol que está en medio del huerto, ni lo toquen. De lo contrario, morirán- (Génesis 3.3). Realmente estas fueron las palabras de Dios: -Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás- (Génesis 2.16).

Mientras conversaban, la serpiente mintió al describir un carácter falso del Dios verdadero. La Serpiente presentó un dios egoísta, uno no de fiar. Ella comunicó, con su discurso, una difamación en este sentido: las “intenciones de Dios -con la fruta prohibida- fueron impedir la realización del hombre, frustrarlo, mantenerlo bajo su poder, impidiéndole conseguir algo que puede obtener: ser como Dios.[5]
La mujer consumió todo este engaño y pecó.
Desde entonces, según la historia bíblica, el ser humano es mentiroso y consumidor de mentiras.

¿Por qué mentimos?
Cierto es que mentimos porque sí y porque no.
Mentimos porque nos viene en gana.
Mentimos por ventajosos y por cobardes.
Mentimos por conveniencias y por apariencias.
Mentimos por capricho y por vicio.
Mentimos por mentirosos.

El afamado escritor mexicano, Octavio Paz, dijo: “Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos… La mentira es un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser.”[6]
Al parecer, “Todos tenemos una irresistible fascinación por la mentira y el engaño.”[7]

Con la mentira apareció también la prohibición y el reproche. Paradójicamente, el ser humano no acepta la mentira: “culturas antiguas como la Inca, instalada en el Perú, proscribieron la mentira explícitamente y consignaron tres principios morales como normas de convivencia social en la comunidad: “no seas perezoso” (Ama quella), “no seas mentiroso” (Ama llulla) y “no seas ladrón” (Ama sua).”[8]

La religión mosaica también levantó bandera contra la mentira, pero llama la atención que en los diez mandamientos concedidos a los israelitas por medio de Moisés, no se menciona una prohibición directa contra la mentira. Se prohibió el falso testimonio contra el prójimo, pero no mentir (Éxodo 20).
Para un judío devoto, los diez mandamientos no agotan la ley divina; para ellos toda la Torá es norma de vida piadosa. Dice la Torá en el libro Levítico 19.11: -No hurtes. No engañes. No se mientan el uno al otro.-

A la luz de la comprensión cristiana del misterio de Dios, la mentira tampoco tiene cabida en el ser humano restaurado. El libro de Apocalipsis 22.15 sentencia contra los mentirosos así de contundente: -Pero fuera (condenación eterna) se quedarán los pervertidos, los que practican la brujería, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los que adoran ídolos y todos los que aman y practican la mentira.-

Dios nos invita a su verdad, pues ha creado al ser humano capaz de ella, ha puesto en su corazón el apetito por lo que es cierto y en sus esperanzas el  anhelo utópico por una verdad libre y liberadora.
Mentir no es de quienes andan en luz, en la iluminación que procede del Padre de las luces, en quien no hay sombras de variación; la verdad prevalece en sus mentes, en sus labios, en sus acciones así les cueste la vida, como lo hizo Jesús, encarnación absoluta de la verdad, quien es para nosotros, la Iglesia cristiana, Camino, Verdad y Vida.

©2019 Ed. Ramírez Suaza




[1] América Valenzuela. “¿Por qué decimos mentiras?” En línea: http://www.rtve.es/noticias/20120622/decimos-mentiras/539043.shtml
[2] Dan Ariely. Por qué mentimos… en especial a nosotros mismos. libro en línea: https://www.academia.edu/35860568/Por_que_mentimos_._en_especial_-_Dan_Ariely, p. 250
[3] América Valenzuela entrevista a David Livingstone S. En línea: https://www.elmundo.es/elmundosalud/2005/10/21/neurociencia/1129916821.html
[4] Sobre la base de las referencias del Nuevo Testamento, la serpiente se identifica fácilmente como Satanás (Rom. 16:20; Ap. 12: 9; 20: 2).
[5]Santiago Guijarro & Miguel Salvador (ed.) Comentario al Antiguo Testamento I. Zaragoza: Verbo Divino (1997): 50
[6] Octavio Paz. “Máscaras mexicanas”. En línea: https://www.unive.it/media/allegato/download/Lingue/Materiale_didattico_Regazzoni/Lingue_lett_ispano_americane1/Octavio_Paz.pdf
[7] Gustavo A. Schwartz. “El poder transformador de la mentira”. en línea: https://cfm.ehu.es/schwartz/resources/Ensayos/El-poder-transformador-de-la-mentira.pdf
[8] Yáñez Canal, Humberto, y Fernando Robert Ferrel Ortega, y Andrea Liliana Ortiz González, y Gabriel Yáñez Canal. 2017. "Efectos de la mentira en las relaciones de pareja entre jóvenes universitarios heterosexuales". Psicología desde el Caribe 34 (1): 42-58

LA SOCIEDAD DE LOS CRUELES II

Está llegando la época en que la honorabilidad es la excepción y la traición es la norma. Mario Vargas Llosa Mirando yo por entre la celosía...