La falta de madurez es el mal de nuestra época, y
la incapacidad de madurar la enfermedad de nuestro tiempo.
(K. Durckheim).
Mirando yo por entre la celosía de la
ventana de mi casa vi la iglesia Peter Pan. Francamente no estuve contemplando
otra denominación emergente que surge a la par de muchas otras en el extenso
abanico del evangelicalismo latinoamericano; vi más bien un conjunto de
trastornos espirituales en la iglesia evangélica, la verdad, preocupantes. Una
lectura amorosamente franca a dichos trastornos me permite advertir que dentro
de la Iglesia venimos padeciendo “El complejo de Peter Pan”.
Por favor, no generalizo, sencillamente
advierto que dentro de la Iglesia se padece este complejo.
En el año 1904 apareció en el escenario
de la literatura una novela que llegó a ser extraordinariamente exitosa: Peter
Pan, escrita por James Mathew Barrie. Estudios Universal, Columbia Pictures y
otras industrias del cine “nos hicieron el favor” de llevarla a la pantalla
gigante. El el año 1983 el Dr. Dan Kiley, psicologo clínico, escribió otro
éxito, no una novela sino un análisis del personaje novelesco y algunas
conductas reales, además coincidentes en ciertas personas. Su obra titula “El
complejo de Peter Pan”. El subtítulo de este libro es: las personas que nunca crecieron.[1]
El complejo de Peter Pan básicamente
consiste en el conjunto de trastornos que padece una persona no sabiendo o no
queriendo aceptar las responsabilidades propias de la vida adulta; envejeciendo
con mentalidad adolescente. Inmaduros. Egoístas. Narcisistas. Dependiendo todo
el tiempo de otros, regularmente de la mamá. Incapaces de compromiso.
Moralmente irresponsables, por mencionar algunos síntomas.
De entre lo dicho para describir e
identificar los síntomas del “complejo de Peter Pan” tomo tres para esta
reflexión, los cuales, tristemente he venido evidenciando en la iglesia
evangélica como una de las actuales tragedias que vivimos eclesialmente:
inmadurez, egoísmo y desamor.
Inmadurez
“Peter Pan es el símbolo de un fenómeno
que no ha dejado de crecer en los últimos cien años: la obstinada voluntad de
seguir siendo niño.”[2]
Esta obstinada voluntad ha permeado la iglesia del Señor, pues la inmadurez
baila en nuestras narices en tanto nos olvidamos de la responsabilidad de
crecer comunitariamente.
“Peter Pan ha sido el arquetipo del
infantilismo que inunda el mundo moderno”[3], lamentablemente también la iglesia moderna.
Las divisiones internas, la
idolatrización de los pastores farándula, la mala interpretación de los textos
bíblicos que hablan de los dones espirituales y el abuso de los mismos, la
insistencia en prácticas de inmoralidad sexual, las contenciones doctrinales,
la sustitución de las Escrituras por las “revelaciones” subjetivas de muchos,
el olvido de la adoración y el abrazo al espectáculo, la ausencia del amor al
estilo de Jesús nos delata como inmaduros en la fe. Somos -una parte
significativa- iglesia Peter Pan.
S. Pablo pastoreó una iglesia inmadura
(Peter Pan), a ellos les dijo:
Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a
espirituales, sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche
porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son
inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros?
(1 Corintios 3.1-3 NVI).
La
recomendación para superar esta tragedia es ¡madure! A la misma iglesia Peter
Pan en Corinto, S. Pablo exhorta con estas dulces palabras: Hermanos, no sean niños en su modo de pensar
(1 Cor. 14.20). En palabras
nuestras: ¡madure por Dios bendito!
Una persona madura es aquella que tiene
cuatro éxitos: 1. Disfruta de una relación positiva consigo mismo, 2. Conserva
y cultiva una relación positiva con los demás, 3. Trabaja y promueve una
relación positiva con la creación de Dios y 4. Se identifica con Cristo y en
esa identidad se proyecta en la vida.
¡Maduremos!
Egoísmo
Las iglesias que padecen el complejo de
Peter Pan tienen “un grandioso sentido de su autoimportancia (por ejemplo,
exagera sus logros y capacidades, espera ser reconocido como superior sin causa
alguna). Están preocupadas por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez,
belleza o amor imaginarios. Exigen admiración excesiva. Explotan sus relaciones
interpersonales, sacando provecho de los demás...”[4]
Son presumidas: se aprecian como “la coca-cola del desierto”.
El pastor S. Pablo queriendo prevenir
este síntoma propio de las iglesias Peter Pan, les dijo a los hermanos en
Filipos:
No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con
humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada
uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los
intereses de los demás (Filipenses 2.3-4).
En la mente de Jesús es inconcebible una
iglesia egoísta. Dio la vida en la cruz para hacer posible y real un pueblo
santo, sencillo, humilde, lleno de misericordia, bondad, compasión y justicia.
Las plataformas de presunción y poder las aborreció con toda el alma, siempre
nos mostró un camino más excelente: -el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor...-
(Mateo 20.26).
Que dentro de nuestras iglesias se
evidencie el egoísmo, es un fracaso vergonzoso de nuestra parte, pues Cristo y egoísmo
son incompatibles.
Desamor
La incapacidad de amar es un síntoma más
del complejo Peter Pan. La no expresión adecuada y oportuna de afectos delata
sus ausencias. Es decir, no expresa amor porque no tiene. Las personas que
padecen el complejo de Peter Pan no quieren al otro, “sencillamente, aprendieron a servirse del otro, a
cautivarlo y manipularlo en favor de su
satisfacción y autoexaltación personal.”[5]
La iglesia cristiana es la comunidad del
amor. Lo es porque ha recibido y recibe a diario el extraordinario amor de
Dios, también porque del amor recibido da a los demás. Pareciera ser que el
fluir del amor en la Iglesia se estanca en el milagro de recibirlo a diario, de
allí el amor no transita al siguiente paso, apenas lógico: compartirlo a otros.
Peter Pan quiere ser amado, pero no quiere amar. Un síndrome muy evidente
dentro de la iglesia actual.
El apóstol S. Juan nos regaló
exhortaciones muy oportunas, además de contundentes, para salir del laberinto
oscuro al que conduce el desamor. Una de ellas:
En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por
nosotros. Así también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos…
Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1
Juan 3.16, 18).
Decía
S. Agustín: “La verdadera medida del amor es amar sin medida”. Una insignia
real de lo que significa ser iglesia.
La
iglesia cristiana es una obra en construcción, a pesar de los muchos años de
historia aún no ha sido realizada a plena satisfacción; Dios tiene trabajo por
hacer en ella y a través de ella. El hecho de que hoy no sea perfecta no le da
derecho a nadie de juzgarla, descalificarla, desacreditarla, desvirtuarla,
condenarla… en fin. Lo que sí podemos hacer es orar intensamente a su favor.
Debemos involucrarnos comprometidamente con sus procesos de crecimiento y
madurez. Empujar con empeño incesante en abrir y mover los brazos eclesiásticos
al ritmo del amor cristiano. Lo que sí podemos hacer es dejar de pensar y
actuar como niños -Peter Pan-, para empezar a pensar y actuar como Jesús.
©2018 Ed. Ramírez Suaza
[1] Polaino-Lorente, Aquilino. El complejo de
Peter Pan y el problema del infantilismo, en Aranguren, Javier (ed.). La
libertad sentimental. Cuadernos de Anuario Filosófico. Serie Universitaria, nº
73, p. 111-138 (1999)
Torres Vilar, Natalia. 2011. "El miedo a crecer: El síndrome de
Peter Pan a través del cine". Persona
(14): 187-199
[2] Francesco M. Cataluccio. El drama de la inmadurez. CLIJ:
Cuadernos de literatura infantil y juvenil, ISSN 0214-4123, Año nº 17, Nº 176, 2004 (Ejemplar dedicado a: J.M. Barrie), págs. 30-35