Ojo por ojo y el mundo acabará ciego.
Gandhi
Mirando yo por entre la celosía de la
ventana de mi casa, vi al senador liberal de la república colombiana Horacio
Serpa respondiendo a unos ciudadanos que lo increparon en medio de una protesta
con estas palabras: -¡Me vuelven a gritar, vengo y nos damos en la jeta!-[1]
Bravuconadas como esta, y otras peores,
son pan de cada día en la hermosa
Colombia. Las agresiones en todas sus capacidades, manifestaciones y
expresiones conviven entre -y en- nosotros. Quizá, porque traemos en la sangre
una maldita predisposición a la violencia, a desajustar la armonía social,
familiar, laboral, en fin; con agresiones físicas y/o verbales. Muchos
aprendimos a solucionar diferencias, reclamos, injusticias y demás “dándonos en
la jeta”.
Y es que, ¿a quién no le han llegado a
dar en la jeta?
O, ¿quién no le ha dado a otro en la
jeta?
Pocos, en verdad muy pocos, podrían decir
que no le han dado en la jeta o no le ha dado en la jeta a alguien en toda su
vida. ¡Ah! O coscorrones, como recién gobernó un vicepresidente de este mismo
país.[2]
Nuestra existencia parece saturarse de
violencia: violencia familiar. Violencia de género. Violencia sicológica.
Violencia religiosa. Violencia política. Violencia lingüística. Violencia
juvenil. Violencia del terrorismo. Violencia del estado. Violencia infantil.
Violencia de la comunicación. Violencia nihilista. Violencia escolar. Violencia
laboral. Violencia doméstica. Violencia histórica. Violencia de la injusticia.
Violencia del poder. Violencia económica… ¡Qué versátil es ahora nuestra violencia!
Inevitablemente irrumpe la pregunta: ¿de
dónde surge tanta violencia?
El Carpintero de Nazaret, Jesucristo, dio
respuesta cierta a esta pregunta. Dijo él: -Porque del corazón salen los malos deseos, los homicidios,
los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las
blasfemias- (Mateo 15.19).
Mejor
dicho, el corazón humano es una máquina de violencia.
Afortunadamente,
el corazón humano es rehabilitable.
En
lugar de responder con violencia a cualquier experiencia hostil, el ser humano
puede aprender a proceder jesusmente:
… ¡amen a sus enemigos! Hagan bien a quienes los odian.
Bendigan a quienes los maldicen. Oren por aquellos que los lastiman. Si alguien
te da una bofetada en una mejilla, ofrécele también la otra mejilla. Si alguien
te exige el abrigo, ofrécele también la camisa (Lucas 6.27- 29 NTV).
Bueno,
tenemos dos opciones: 1. nos “damos en la jeta” al estilo Serpa; 2. Amamos a
los enemigos. Ponemos la otra mejilla, al estilo de Jesús.
Pienso,
tal vez atrevidamente, que ha llegado la hora del hastío por la violencia. A
las trompadas hemos logrado ríos de sangre, miles de noches en luto, centenares
de huérfanos y viudas, apetitos de venganzas, dolor, tragedia, desgracia,
ruinas, miedos, odios, tristezas, lágrimas negras…
La
propuesta de Jesús ofrece una justicia trascendente, va más allá de lo
esperado: el amor. Es que el amor tiene una metodología sublime: vence con bien
al mal.
Esa
preferencia por “darnos en la jeta” sin jeta nos va a dejar. Pero si abrazamos
el amor que propone Jesús, lograremos vestir de esperanza y paz nuestra tierra.
©2018 Ed. Ramírez Suaza