martes, 30 de mayo de 2017

Jesús de Nazaret, ¿era cristiano?




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, buscaba algo especial para prestarle atención reflexiva en mi mente, luego, quizá, en mis líneas. De repente una pregunta apareció revoloteando entre mis pensamientos, no sé si exagero al decir que aturdiendo mis adentros: Jesús de Nazaret, ¿era cristiano?

No es la primera vez que escucho esta pregunta, pero sí es la primera vez que la hago con tono muy serio, como exigiéndome innegociablemente alguna respuesta.
La primera contestación que obtuve de mí mismo fue un silencio mental acompañado de una risa involuntaria, como si me juzgara de ser tontamente atrevido.
Pasaron algunos segundos…
…reaccioné: me dije en un tono autoritario, como si la risa me hubiese molestado: -¡es muy en serio!-
Dejé de reírme.

Supongamos que sí (recuerda que ya no me estoy riendo); sería ¿metodista? ¿Católico-romano? ¿Pentecostal? ¿Bautista? ¿Cuadrangular? ¿Luterano? ¿Reformado? ¿Wesleyano? ¿Ortodoxo? ¿Presbiteriano? ¿Copto? ¿Independiente?...

Pienso en ello y estoy seguro de dos cosas: la primera, que ninguna de esas denominaciones soportaría a Jesús de Nazaret: lo imagino volcando mesas, sillas, púlpitos y cantando “cuántos pares son tres moscas” en algunas de ellas; “irreverente”, para nada tradicional, para nada “prudente” al atreverse a abrazar prostitutas, sentarse a la mesa con corruptos para invitarlos al reino de Dios, de vez en cuando bailando en las plazas, abrazando leprosos, sentando en primera fila del templo a los andrajosos, bendiciendo niños; dándole bienvenidas a los pródigos, perdonando lo imperdonable.
Imagina el resto.
Siendo cierto que cada denominación hace brillar algún aspecto, atributo, verdad de Dios; también es muy cierto que eclipsa otro aspecto –u otros- de su gloria. Ninguna denominación es perfectamente cristiana, así lo presuma, ¿será por eso que se nos pide a todos los cristianos unidad? Es que unidos sí lograríamos mostrar al mundo un fiel reflejo de Jesús, el Hijo de Dios.

Segunda, Jesús no soportaría ser “matriculado” a la exclusividad de alguna denominación; él sueña con redimir totalmente la creación, alcanzarla con el evangelio; no con patrocinar “pequeñas” industrias de la fe o en su defecto comunidades cristianas aisladas de las demás.

Jesús de Nazaret fue un judío (descendiente de Judá) criado en los valores y fe de su pueblo; instruido en el respeto al Dios Jehová. Su Biblia fue la Torá y el resto del Antiguo Testamento su fascinación, su identidad. Cuando un niño, un joven leía las Escrituras (Antiguo Testamento) deleitaba su alma en las historias, las oraciones, los milagros de Dios… en fin; en cambio Jesús cuando leía las Escrituras se veía en ellas. En cada sección de las Escrituras -Torá, Profetas, Escritos- se encontraba así mismo, comprendiéndose ontológicamente en ellas.
Religiosamente hablando, Jesús fue más que un judío: fue –y es- Dios.

¿Fue entonces cristiano? En principio, Jesús hizo discípulos; a ellos les encargó la tarea de ir por todo el mundo para hacer más discípulos. ¡Y la hicieron!
La unidad de esos nuevos discípulos forman la Iglesia. La unidad que los convoca a cantar la historia de Dios, a reflexionar las Escrituras en clave de cruz, a celebrar el acontecimiento divino: Jesús; desde Belén hasta la ascensión. La unidad que los hace privilegiadamente pueblo de Dios, comisionado para ser sal y luz al mundo. Y casi que infinitamente, mucho más.

La Iglesia es un fenómeno extraordinario que provoca el Espíritu Santo en el Pentecostés. A partir de entonces Dios mismo origina la Iglesia, una comunidad de personas de todos los pueblos, razas, culturas y color que integran el nuevo pueblo de Dios.
Me encanta cómo comprende Kevin Vanhoozer la Iglesia de Cristo. Dice él: “Una obra de arte es una pieza notable de habilidad y trabajo, la mejor obra de alguien. La Iglesia es la mejor obra de tres personas: Padre, Hijo y Espíritu. Es una obra de arte trinitaria, una pieza notable de habilidad creativa: En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús en orden a las buenas obras (Ef. 2, 10).”

Jesús de Nazaret no hace parte de los miembros de esta hermosa obra de arte; él es el Artista. Él es el Señor de la Iglesia. Él es Dios, el Dios de los cristianos.

Él no es cristiano. Él es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

©2017 Ed. Ramírez Suaza


jueves, 4 de mayo de 2017

PAÑUELOS EN EL CIELO



Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Jesús de Nazaret



Pañuelos en el Cielo
cuando Dios mismo seque toda lágrima

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un joven venezolano quien desnudo con una biblia en la mano rogaba - ¡No más! - a las autoridades militares de su país. La prostituida policía en lugar de cumplir su papel -proteger la ciudadanía- lo agreden. Alcanzo a ver su llanto impotente;[1] sólo quiere que cese la tragedia en su amada Venezuela.

En el rostro de ese joven quedan expuestos los miles de rostros que lloran las tragedias sociopolíticas de sus pueblos, las injusticias, los abusos del poder, la muerte, la violencia…
Lloran porque no saben qué más hacer. Lloran porque se saben impotentes frente al monstruo corrupto, dictatorial de sus “gobernantes”. Llantos por el hambre. Llantos por la calamidad. Llantos por los desastres.

A veces me pregunto, ¿se han derramado más lágrimas que sangre en el mundo?
Todos los seres humanos lloramos, pero no todos los llantos son a causa del sufrimiento; aunque no es descabellado intuir que las aflicciones de la vida sean la causa principal. Vea usted, el dolor no hace acepción de personas: visita al pobre y al rico. Sorprende al fuerte y al débil. Abraza al grande y al pequeño. En diferentes medidas, desde diferentes frentes existenciales, sufrir es inevitable.

Tan inevitable y real que hasta Dios mismo sufrió. El profeta Isaías en su oráculo del siervo sufriente con mágica poesía así lo describe: “…el hombre más sufrido, el más experimentado en sufrimiento” (Is. 53.3). Jesús en la cruz; siervo sufriente de Dios.
Maravilla mi alma el retrato paradójico plasmado por Juan de Patmos en el libro de Apocalipsis de éste mismo siervo sufriente: un Cordero degollado, al mismo tiempo majestuoso.  Uno que sufrió nuestras tragedias, experimentó nuestro dolor, peregrinó a nuestro lado y, a diferencia de nosotros, ¡venció! 
Lo fascinante aquí es que su victoria nos da esperanza.

¡Esperanza!
¿Esperanza?

Mira la manera tan bella en que Jürgen Moltmann la define: “mirada y orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y transformación del presente.”
El siervo sufriente anunciado por Isaías, plasmado por Juan de Patmos como el Cordero degollado y majestuoso nos da esta esperanza.

¡Quién creyera! 
El Apocalipsis bíblico lo escribió Juan de Patmos para dar esperanza, entre otras, a una comunidad sufriente a finales de siglo I de nuestra era. En medio de muchos llantos a causa de diversas tragedias, la esperanza brilla entre las páginas del Apocalipsis bíblico para que su lector y oyentes orienten la mirada hacia el futuro que Dios aproxima a ellos y consecuentemente disfruten la apertura y transformación del presente.

La inmensidad del futuro glorioso que Dios acerca al encuentro de nuestro presente es asombrosa. Para estas líneas, me siento como sacando con jeringa agua del océano Atlántico, al mencionar con certera ilusión esta esperanza:
no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos (Ap. 7.16-17).
“Ellos”, quienes en medio de los sufrires decidieron seguir y amar a Cristo sin volver atrás.
Sé que muchas son las aflicciones aquí. Sé que muchas son las lágrimas aquí. Sé que el dolor es grande aquí. Pero todo esto lo soportamos con esperanza, mirando al mañana que se nos avecina: ¡el mañana de Dios!

Por la ventana de mi casa no sólo alcanzo a ver al joven desnudo con su biblia en la mano gritando - ¡No más! - Veo a Dios saliendo al encuentro de las naciones con pañuelos en su mano para sanarlas (Ap. 22.2), secando las lágrimas de sus ojos, gritando también: ¡No más! ¡No más llantos! ¡No más muerte! ¡No más dolor! Porque Él hará nuevas todas las cosas.

¡Estas palabras son fieles y verdaderas! (Ap. 21.5).
Tan ciertas como el agua sacia mi sed.
Tan puras como el beso de mis hijos en cada amanecer.
Tan veraces como mi Dios.

©2017 Ed. Ramírez Suaza 




[1] https://www.youtube.com/watch?v=15Vgm5mAAqc

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...