El amor no tiene cura, pero es la única medicina para todos los males.
Leonard Norman Cohen
Mirando yo por entre la celosía de la ventana de
mi casa, vi al amor que poco hacemos.
¡Claro que no! No me estoy refiriendo al sexo; me
refiero a discapacidades escogidas y preferidas por nosotros mismos que nos
hace indolentes frente a quien sufre, al que necesita. Como por ejemplo, el
hecho de no compartir una prenda de vestir con el desnudo, dar un poco de pan a
quien tiene hambre, algo de beber a quien tiene sed, una visita al preso, hacer
presencia en las salas de un sanatorio para llevar consolación, evangelización,
entre otras.
Nos hemos discapacitado para amar. Por favor, no
me refiero al amor como afectos sino al amor como actitud de benevolencia,
empatía y compasión.
En este sentido olvidamos amar.
El amor como
actitud de bondad nos es una responsabilidad inexorable.
Una decisión en
espera.
Un mandato divino por obedecer.
Una mano por extender.
Cuando hablamos de amor, abusamos
del término, inclusive cada quien le da el significado que le parezca. Esta es
una de las pobrezas con las que lidiamos actualmente: el desastre de
relativizar lo absoluto. Para nuestros infortunios, relativizamos al amor.
El
amor ya es.
El amor ya está definido.
Nuestra tarea no es re-definirlo a
subjetivos caprichos; es re-descubrirlo, comprenderlo, disfrutarlo y vivirlo.
¿Qué es amor entonces?
Amor es la decisión irrevocable de ser paciente,
bondadoso con los demás. Es despojarse de envidias, presunciones, orgullos,
altanerías, egoísmos, enojos y rencores. Es no alegrarse de injusticias; más
bien, celebrar la verdad. Amar es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo,
soportarlo todo. El amor jamás se agota (1 Corintios 13. 4-8).
Estoy intuyendo que son muchas las gentes que
sufren miedo a este amor (agapofobia):
evadimos el privilegio de ocuparnos de otros, prefiriendo la exageración de
ocuparnos de nosotros mismos. Nuestros egos nos han derrotado la generosidad.
Nuestros orgullos nos han enceguecido. Nuestras avaricias nos paralizaron el
corazón. Nuestros embelesos nos robaron la maravilla de la intercesión. Y a la
hora de intentar tomar conciencia, hacemos relucir nuestra destreza de culpar a
otros, excepto responsabilizarnos a nosotros mismos.
¡Agapofóbicos!
La necesidad primera de nuestro mundo es
el amor. Aunque todos hablamos de amor, pocos hacemos el amor.
Y, ¿cómo se
hace éste amor?
Contemple estas hermosas palabras de Jesús: “...Porque tuve
hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui
forastero, y me recibieron; estuve desnudo, y me cubrieron; estuve enfermo, y
me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a visitarme” (Mateo 25.35-36).
Cuando los discípulos de Jesús escucharon
estas palabras del Maestro, preguntaron: -¿cuándo te vimos así?- La respuesta
del Carpintero de Nazaret fue sorprendente: -cuando proceden con amor ante
quien lo precisa, lo hacen a Dios.
¡Asombroso!
Dios se deja ver en las
necesidades humanas.
¿Lo puedes ver?
Muchas personas preguntan, ¿qué hace Dios
por las gentes más sufridas? Yo les respondo, Él hace y ha hecho mucho, como
por ejemplo: te hizo a ti.
Ya Dios ha hecho más que suficiente.
Ahora es nuestro turno de hacer, por lo menos, lo suficiente.
©2016 Ed. Ramírez Suaza