De todo lo viviente, el hombre es el único que sabe su finitud.
Karl Jaspers
Desnudar el alma es un atrevimiento que me inunda
de incertidumbres y temores, quizá por los miedos que me arropan al desconocer
cómo se comprendan mis confesiones. No es común la confesión de un cristiano
protestante, pero resulta necesario, a veces, para hacer liviana la vida y con
esta confidencia, la de otros también.
El rostro de mi alma a desnudar en estos humildes
párrafos, es una dificultad para perdonarme. Sinceramente, el sujeto quien más
precisa de mis perdones, ¡vaya sorpresa! soy yo. Que yo sepa, no me odio; pero
sí me culpo con intensidad cada que hago consciente -reconozco- mis errores,
mis pecados. No sé cómo aprendí a pretender con vulgar y vergonzosa presunción
que es posible llegar a ser infalible. No sé cómo llegué a mal interpretar y mal
creer que ser perdonado por Dios es sinónimo de “obligado a ser perfecto”.
No sé si le pasa a usted, pero yo pido perdón
hasta una semana por el mismo pecado que el lunes a primera hora ya Dios
perdonó. Cada que pido perdón, mi alma es sorprendida una y otra vez al recibir
tan anhelado milagro. Mis padres, mis hijos, mi esposa, mi iglesia, mis amigos,
¡hasta mis enemigos! Y cómo no, Dios; todos ellos, y otros, perdieron la cuenta
de las muchas veces que me bendijeron la existencia con el perdón, pero marchito
una parte de la maravilla al negarme a mí mismo ese privilegio. Me cuesta
aceptar la gratuidad del perdón divino y del humano. Consciente de esta
sospecha: que mis torpes intentos por perdonar, a veces suelen crear más
problemas de lo que puedo resolver.[1]
Sé que sólo Dios perdona. Sólo Dios da la aptitud de perdonarnos. Es decir, el
perdón de Dios nos alivia la vida y nos capacita la vida.
En el mundo de las psicologías, el perdón a uno
mismo es “novedoso”,[2] y se exploran las posibles razones por la
cual a algunos nos cuesta regalarnos perdón: falta de autoestima, quebrantos de
salud mental, mal-estar psicológico, insatisfacción con la vida; por mencionar
algunos. Entre éstas, sugiero lo que además en mí encuentro, “aquí entre nos”:
quienes nos negamos el auto-perdón, lo hacemos por ausencias de fe, esperanza y
amor.
En el auto-perdón precisamos de fe para creer profundamente en lo que Dios hizo y dijo por medio de su Hijo Cristo. Una victoria día a día sobre las dudas, nos abren día a día las hermosas puertas al auto-perdón.
En el auto-perdón necesitamos de esperanza.
Porque con ella vemos al pasado, al presente y a los mañanas con la cruz de
Dios. Si miramos con la lupa de la cruz, nuestros pasados son perdonados, nuestro presente privilegiado y nuestros mañanas asegurados. Cuando comprendo la mirada de
la cruz, el perdón es una realidad como lluvia sobre tierras áridas.
En el auto-perdón urgimos de amor. El auto-amor
es otra de las grandes necesidades del hoy. No sé cómo aprendidos a
des-amarnos. Y perdone Ud. que sea tan incluyente en esta afirmación; las
evidencias del des-amor en nuestra humanidad son innegables.
“Amar no es nuestro deber; es nuestro destino”.[3]
Vamos hacia el amor, amando. Amar, es una decisión liberadora para perdonar.
Ud. que ha leído mi confesión, por favor, ¡es
confidencial! No lo olvide.
Me dejo ver un poco el alma con el fin de
encontrar compañeros para el camino, que juntos demos pasos de perdón. Puede
ser uno a la vez.
Me dejo ver un poco el alma, por si acaso, alguno
se identifica con estas lidias del corazón y se anime a perdonarse. Se anime,
al no saberse solo por por este sendero hermoso, aunque estrecho.
Me dejo ver un poco el alma, porque es universal
-supongo- la aspiración de vivir en paz consigo mismo. Y esta paz no es utópica,
es plausible en Dios.
Me dejo ver un poco el alma porque en la
vulnerabilidad Dios se glorifica. Hablar de las debilidades es grandeza.
Atreverse a una confesión es un triunfo sobre la duda y ocasión de encuentro
con el amor divino.
Me dejo ver un poco el alma, porque estoy en el
peregrinaje del perdón. Paso a paso voy por estos senderos donde construyo paz
conmigo mismo, con el otro y encuentro la paz de - y con- Dios.
Jamás
olvide: Dios nos ha perdonado y nos perdona; también nos da la capacidad de
perdonar.
©2016 Ed. Ramírez Suaza