miércoles, 27 de enero de 2016

Un Rostro Del Alma Mía Al Desnudo


De todo lo viviente, el hombre es el único que sabe su finitud.
Karl Jaspers


Desnudar el alma es un atrevimiento que me inunda de incertidumbres y temores, quizá por los miedos que me arropan al desconocer cómo se comprendan mis confesiones. No es común la confesión de un cristiano protestante, pero resulta necesario, a veces, para hacer liviana la vida y con esta confidencia, la de otros también.

El rostro de mi alma a desnudar en estos humildes párrafos, es una dificultad para perdonarme. Sinceramente, el sujeto quien más precisa de mis perdones, ¡vaya sorpresa! soy yo. Que yo sepa, no me odio; pero sí me culpo con intensidad cada que hago consciente -reconozco- mis errores, mis pecados. No sé cómo aprendí a pretender con vulgar y vergonzosa presunción que es posible llegar a ser infalible. No sé cómo llegué a mal interpretar y mal creer que ser perdonado por Dios es sinónimo de “obligado a ser perfecto”.

No sé si le pasa a usted, pero yo pido perdón hasta una semana por el mismo pecado que el lunes a primera hora ya Dios perdonó. Cada que pido perdón, mi alma es sorprendida una y otra vez al recibir tan anhelado milagro. Mis padres, mis hijos, mi esposa, mi iglesia, mis amigos, ¡hasta mis enemigos! Y cómo no, Dios; todos ellos, y otros, perdieron la cuenta de las muchas veces que me bendijeron la existencia con el perdón, pero marchito una parte de la maravilla al negarme a mí mismo ese privilegio. Me cuesta aceptar la gratuidad del perdón divino y del humano. Consciente de esta sospecha: que mis torpes intentos por perdonar, a veces suelen crear más problemas de lo que puedo resolver.[1] Sé que sólo Dios perdona. Sólo Dios da la aptitud de perdonarnos. Es decir, el perdón de Dios nos alivia la vida y nos capacita la vida.

En el mundo de las psicologías, el perdón a uno mismo es “novedoso”,[2]  y se exploran las posibles razones por la cual a algunos nos cuesta regalarnos perdón: falta de autoestima, quebrantos de salud mental, mal-estar psicológico, insatisfacción con la vida; por mencionar algunos. Entre éstas, sugiero lo que además en mí encuentro, “aquí entre nos”: quienes nos negamos el auto-perdón, lo hacemos por ausencias de fe, esperanza y amor.

En el auto-perdón precisamos de fe para creer profundamente en lo que Dios hizo y dijo por medio de su Hijo Cristo. Una victoria día a día sobre las dudas, nos abren día a día las hermosas puertas al auto-perdón.

En el auto-perdón necesitamos de esperanza. Porque con ella vemos al pasado, al presente y a los mañanas con la cruz de Dios. Si miramos con la lupa de la cruz, nuestros pasados son perdonados, nuestro presente privilegiado y nuestros mañanas asegurados. Cuando comprendo la mirada de la cruz, el perdón es una realidad como lluvia sobre tierras áridas.

En el auto-perdón urgimos de amor. El auto-amor es otra de las grandes necesidades del hoy. No sé cómo aprendidos a des-amarnos. Y perdone Ud. que sea tan incluyente en esta afirmación; las evidencias del des-amor en nuestra humanidad son innegables.
“Amar no es nuestro deber; es nuestro destino”.[3] Vamos hacia el amor, amando. Amar, es una decisión liberadora para perdonar.

Ud. que ha leído mi confesión, por favor, ¡es confidencial! No lo olvide.
Me dejo ver un poco el alma con el fin de encontrar compañeros para el camino, que juntos demos pasos de perdón. Puede ser uno a la vez.
Me dejo ver un poco el alma, por si acaso, alguno se identifica con estas lidias del corazón y se anime a perdonarse. Se anime, al no saberse solo por por este sendero hermoso, aunque estrecho.
Me dejo ver un poco el alma, porque es universal -supongo- la aspiración de vivir en paz consigo mismo. Y esta paz no es utópica, es plausible en Dios.
Me dejo ver un poco el alma porque en la vulnerabilidad Dios se glorifica. Hablar de las debilidades es grandeza. Atreverse a una confesión es un triunfo sobre la duda y ocasión de encuentro con el amor divino.
Me dejo ver un poco el alma, porque estoy en el peregrinaje del perdón. Paso a paso voy por estos senderos donde construyo paz conmigo mismo, con el otro y encuentro la paz de - y con- Dios.

Jamás olvide: Dios nos ha perdonado y nos perdona; también nos da la capacidad de perdonar.

©2016 Ed. Ramírez Suaza




[1] Brennan Manning. El Evangelio de los Andrajosos, p.189
[2] María Prieto-Ursúa e Ignacio Echegoyen en su artículo ¿Perdón a uno mismo, autoaceptación o restauración intrapersonal? Papeles del Psicólogo, 2015. Vol. 36(3), pp. 230-237
[3] N.T. Wright. Sorprendidos por la esperanza, p. 367

miércoles, 13 de enero de 2016

El Amor Que Nunca Hicimos


El amor no tiene cura, pero es la única medicina para todos los males.
Leonard Norman Cohen


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi al amor que poco hacemos.
¡Claro que no! No me estoy refiriendo al sexo; me refiero a discapacidades escogidas y preferidas por nosotros mismos que nos hace indolentes frente a quien sufre, al que necesita. Como por ejemplo, el hecho de no compartir una prenda de vestir con el desnudo, dar un poco de pan a quien tiene hambre, algo de beber a quien tiene sed, una visita al preso, hacer presencia en las salas de un sanatorio para llevar consolación, evangelización, entre otras.

Nos hemos discapacitado para amar. Por favor, no me refiero al amor como afectos sino al amor como actitud de benevolencia, empatía y compasión.
En este sentido olvidamos amar. 
El amor como actitud de bondad nos es una responsabilidad inexorable. 
Una decisión en espera. 
Un mandato divino por obedecer. 
Una mano por extender.

Cuando hablamos de amor, abusamos del término, inclusive cada quien le da el significado que le parezca. Esta es una de las pobrezas con las que lidiamos actualmente: el desastre de relativizar lo absoluto. Para nuestros infortunios, relativizamos al amor. 
El amor ya es. 
El amor ya está definido. 
Nuestra tarea no es re-definirlo a subjetivos caprichos; es re-descubrirlo, comprenderlo, disfrutarlo y vivirlo.

¿Qué es amor entonces?
Amor es la decisión irrevocable de ser paciente, bondadoso con los demás. Es despojarse de envidias, presunciones, orgullos, altanerías, egoísmos, enojos y rencores. Es no alegrarse de injusticias; más bien, celebrar la verdad. Amar es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo. El amor jamás se agota (1 Corintios 13. 4-8).

Estoy intuyendo que son muchas las gentes que sufren miedo a este amor (agapofobia): evadimos el privilegio de ocuparnos de otros, prefiriendo la exageración de ocuparnos de nosotros mismos. Nuestros egos nos han derrotado la generosidad. Nuestros orgullos nos han enceguecido. Nuestras avaricias nos paralizaron el corazón. Nuestros embelesos nos robaron la maravilla de la intercesión. Y a la hora de intentar tomar conciencia, hacemos relucir nuestra destreza de culpar a otros, excepto responsabilizarnos a nosotros mismos. 
¡Agapofóbicos!

La necesidad primera de nuestro mundo es el amor. Aunque todos hablamos de amor, pocos hacemos el amor. 
Y, ¿cómo se hace éste amor? 
Contemple estas hermosas palabras de Jesús: “...Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me recibieron; estuve desnudo, y me cubrieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a visitarme” (Mateo 25.35-36).

Cuando los discípulos de Jesús escucharon estas palabras del Maestro, preguntaron: -¿cuándo te vimos así?- La respuesta del Carpintero de Nazaret fue sorprendente: -cuando proceden con amor ante quien lo precisa, lo hacen a Dios. 
¡Asombroso! 
Dios se deja ver en las necesidades humanas. 
¿Lo puedes ver?

Muchas personas preguntan, ¿qué hace Dios por las gentes más sufridas? Yo les respondo, Él hace y ha hecho mucho, como por ejemplo: te hizo a ti.
Ya Dios ha hecho más que suficiente. 
Ahora es nuestro turno de hacer, por lo menos, lo suficiente.

©2016 Ed. Ramírez Suaza

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...