jueves, 29 de diciembre de 2016

Carta abierta a mí mismo

Hablo mucho de mí, porque soy el hombre que tengo más a mano.
Miguel de Unamuno


Apreciado Yo,
Reciba un cordial y afectuoso saludo.

Por estos días me he estado preguntando: -si pudiera decir algo a mí mismo en público, ¿qué me diría?

Respuesta.
Amigo, valga la pena aceptar que nada ha resultado fácil durante los últimos 12 meses, ¡afortunadamente! Bailar el vals de la vida entre el compás amalgamado por pequeños triunfos e inmensas derrotas resulta fascinante; qué monótona sería la existencia con todos los días del mismo color. En este caso, no olvide estas palabras: “Cuando te vaya bien, disfruta ese bienestar; pero cuando te vaya mal, ponte a pensar que lo uno y lo otro son cosa de Dios, y que el hombre nunca sabe lo que ha de traerle el futuro.[1]

Hermano, acepta con humildad el fruto de sus acciones y palabras. De todo lo dicho y de todo lo hecho, la vida siempre nos pasa factura. Ud. mismo -y otros- gozamos de habilidad para ver la mancha pequeña en el blanco telón. Bueno, no nos engañemos, las manchas sobre el blanco telón. En tanto aprenda nuevas habilidades, le sugiero pasar por la única puerta de salida a esta desdicha: el perdón. Empiece por perdonarse a sí mismo. Esto es complejo, pues ofensor y víctima son la misma persona, además, aunque parezca que tienes “el derecho al resentimiento y a no perdonar... aun así decide hacerlo y supera el resentimiento.”[2]

Amigo, “Ser capaz de perdonar es un regalo para uno mismo. No solo beneficia a la persona perdonada sino también a la que perdona.”[3] En este caso, serás doblemente beneficiado. Ten cuidado de no proceder con falso perdón, “aquel en el que el sujeto excusa su conducta incorrecta, es ciego a la necesidad de cambio y se absuelve sin necesidad de reparación o castigo”.[4] Procede como aprendes de Cristo día a día. Entre otras, esto es definitivamente amar. Mantén presente las palabras de S. Agustín: “Ama, luego haz lo que quieras”.

Si tienes la necesidad de perdonar a alguien, hazlo sin reparos. Si tienes necesidad de pedir perdón -pues de esto sí estoy muy seguro- no aplaces más el privilegio de hacerlo.

Querido Yo, recupera la maravilla perdida frente a las pequeñas cosas que dignifican, engrandecen la vida. Por suerte, o mejor dicho: por diosidad, no todo le ha quedado mal hecho ni mal dicho. Toma una copa de vino, de ese dulce como te gusta. Siéntese en aquel nuevo lugar favorito mientras sonríe en complicidad con el Creador. Pues por pequeños momentos así es que la vida sigue siendo vida. Haga como hizo el admirado S. Pablo: “olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante.[5]

Entiendo que últimamente vienes comprendiendo la vida como un misterio de gracia divina, donde el placer es una meta honrosa. Piensas que todos deberían vivir en dirección a él. Intuyo que para Ud. placer es, como dice Daniel Yankelovitch, la búsqueda de la autosatisfacción en un mundo al revés.[6] Pues las nuevas tendencias humanas, por lo menos en occidente, se rehusan negarse cualquier deseo, no por un apetito desmesurado sino por un extraño principio moralista: “Tengo un deber para conmigo mismo.”[7] Ya que esta es una carta abierta, aclaremos que no es un deber egoísta; es humano. Aclaremos también que todo placer humano parte de la razón principal por la que fuimos creados: conocer a Dios y disfrutar de él por siempre;[8]  no de la auto-gratificación que le hace esclavo de sus impulsos pecaminosos; deshumanizante además.[9]
La vida es placentera cuando el deleite existencial se basa en la felicidad de Dios.

Otras muchas cosas las diré cuando estemos “cara a cara”, si se arriesga a nuevamente mirarse en el espejo. Pero atiende estas últimas palabras: no deje de esforzarse y sé valiente. Puedo comprender las muchas veces que caes en el pozo del sin sentido. Cuando la pregunta inevitable aparece, ¿qué gana la gente con tanto esfuerzo y preocupación en esta vida?[10] Pues mucho. Con esfuerzos es que aprendemos, crecemos, maduramos, logramos, equivocamos, nos humanizamos… y por fin, nos alegramos.
¡Esfuérzate y sé valiente!

Ser cobarde también es un motivo de orgullo para ti -a veces-, pero aprende a discernir cuándo no serlo. Sé que muchas batallas se ganan huyendo (pequeñas cobardías); pero en muchas otras hay que dar la pelea. También sé que no sabes pelear, pero es un arte por aprender. Pues, “Se pelea cuando se dice la verdad… Se pelea cuando se atrae los ánimos hostiles por la demostración de la unidad donde sospechan el desorden, de la cordura donde sospechan la impaciencia, de la cordialidad donde sospechan la enemistad, de la virtud donde se propalaba que no había más que vicio y crimen”.[11] Espero que aprendas y puedas decir en algunos días: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.[12]

Faltando tanto por decir,
Edison Ramírez Suaza




[1] Eclesiastés 7.14 (DHH)
[2] María Prieto-Ursúa y Ignacio Echegoyen. ¿PERDÓN A UNO MISMO, AUTOACEPTACIÓN O RESTAURACIÓN INTRAPERSONAL? CUESTIONES ABIERTAS EN PSICOLOGÍA DEL PERDÓN.
Papeles del Psicólogo, vol. 36, núm. 3, septiembre-diciembre, 2015, pp. 230-237
[3] Isabel S. Larraburu. Perdonar, Un Regalo Para Uno Mismo.
http://www.isabel-larraburu.com/articulos/inteligencia-emocional/198-perdonar-nunca-olvidar-2.html?lang=
[4] Ibid
[5] Filipenses 3.13 (NTV)
[6] Daniel Yankelovitch. New rules: searching for self-fulfillment in a world turned upside down.
[7] Yankelovitch, en John Piper. Deseando a Dios.
http://www.iglesiareformada.com/Piper.pdf
[8] Catecismo menor Westminster
https://reformadoreformandome.files.wordpress.com/2009/02/catesismo-menor-de-westminster.pdf
[9] Yankelovitch, en John Piper. Deseando a Dios.
http://www.iglesiareformada.com/Piper.pdf
[10] Eclesiastés 2.22
[11] José Martí. El Arte de Pelear.
http://www.escribirte.com/textos/583/el-arte-de-pelear.htm
[12] 2 Timoteo 4.7 (RVC)

viernes, 2 de septiembre de 2016

Monólogos De La Iglesia III

Los hombres inteligentes quieren aprender; 
los demás, enseñar.
Antón Pavlovich Chejov


Señor, enséñanos a orar


“Parando oreja” yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, escuché una solicitud sincera, apremiante, maravillosa: -Señor, enséñanos a orar…-
Esta humilde frase ya es en sí misma una de las mejores oraciones que podamos expresar. Es una petición naciente de sinceridades extraordinarias que, albergadas en algún apetito genuino del corazón por lo divino, recibe respuesta satisfactoria. Sólo portadores de la gratuidad inmerecida del Santo Espíritu de Dios pueden decir algo así, tan pertinente como celestial.

Todo peregrino por la vida cristiana se debe ver, a sí mismo -también-, como un permanente aprendiz.
El día que este viajero se niegue la fascinación de aprender renuncia a la cristiandad, a la experiencia continua de Dios y a la meta puesta delante de sus ojos: conocer a Dios y disfrutar de él por siempre.

El creyente jamás puede caer en la tentación presuntuosa de verse como quien lo sabe todo, especialmente orar. Siempre debe preguntarse, ¿sé orar? Al reflexionar con sinceridad en ello doblará sus rodillas y con anhelo profundo gritará: -Señor, ¡enséñame a orar!-

¡Qué maravilla! 
El único que nos puede enseñar a orar, es Aquel a quien oramos.
Y sí, con dulce encanto nos enseña a orar:
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
No nos metas en tentación, sino líbranos del mal.”
[Porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.]

Hay dos tradiciones evangélicas de la oración, la primera en Mateo 6.9-13 y la segunda en Lucas 11.2-4. Son dos momentos diferentes en los que Jesús enseñó a orar. 
Uno lo plasma Mateo el otro Lucas. 
Lo que deseo resaltar son las dos posibilidades abiertas que nos ofrecen los evangelios para orar el Padre Nuestro. Mientras Mateo dice, “...ustedes pues, orad así…”; Lucas dice, “...Cuando oren, digan…”. Esto me resulta hermoso y fundamental.
John Stott hizo un aporte de comprensión precioso a estas tradiciones evangélicas: mientras en Mateo la oración se nos presenta como un modelo para copiar -orad así-; en Lucas, como una forma para usar -cuando oren, digan-.[1] Es decir, a la luz de Mateo debemos orar el Padre Nuestro tal cual lo enseñó Jesús. A la luz de Lucas, podemos usar el Padre Nuestro para modelar nuestra propia oración.[2]

Orar el Padre Nuestro tal cual lo enseñó el Maestro, no es una vana repetición como lo intuyen algunos sectores cristianos. ¿Cómo va a ser posible que esta oración sea una vana repetición? 
¡Jamás! 
No dude cuando ore como Jesús nos enseñó. 
Ore el Padre Nuestro porque es necesario, vital durante este privilegio de existir.

Esta oración no sólo la repetimos tal cual está con sincera devoción y fe; además hacemos de cada frase del Padre Nuestro nuestra propia oración. 
Para mí es absolutamente esencial que todas mis oraciones sean guiadas por la Oración del Señor. 
Si no oramos como Jesús nos enseñó a orar, ¿estaremos orando realmente?
Reflexiona.

Orar el Padre Nuestro me ha significado un rescate del sinsentido, de las vanas repeticiones, de la pobreza espiritual para presentarme delante de mi Creador. 
Orar como enseñó Jesús, me ha salvado de negligencias y perezas. Me anima a estar seguro que Dios escucha y puedo abrirme al diálogo con él, aferrándome con fe a cada frase de la Oración del Señor y así disfrutar dulcemente de Su presencia.

Termino con unas palabras de quien desconozco su autoría:
Si no tienes tiempo para orar, vas a perder el tiempo en todo lo demás.


©2016 Ed. Ramírez Suaza



[1] John Stott. El Sermón Del Monte, p. 167
[2] Ibid

viernes, 12 de agosto de 2016

Monólogos De La Iglesia II

atrevidas abominaciones

Cuando hablamos con Él y como Él, oramos.
Karl Rahner


Por entre la celosía de la ventana de mi casa escuché un abanico de oraciones que me hicieron erizar la piel terriblemente a causa de su contenido irreverente, prepotente, autoritario, arrogante. También me hicieron la “piel de gallina” la actitud con la que arrojan al cielo sus palabras, de quienes no sé decir si ignorantes o presumidos o ambos.
Intuí esas oraciones como abominables.

Entender la oración desde la revelación bíblica siempre exige transportar las altitudes del corazón hasta la cruz. Demanda doblar los orgullos hasta postrarlos a los pies de Cristo. Requiere desvestirse de toda presunción, arrogancia a fin de prosternarse ante el Creador. 
Las palabras que elegimos para dirigirnos a Aquel que invocamos como Padre Nuestro… deben irrumpir de las profundidades de un alma que se comprende necesitada, amada e invitada por Dios a dialogar con él.

En la actualidad muchos orantes de diversas comunidades cristianas vienen prescindiendo de las humildades precisas de la oración, para con ignorante arrogancia “exigir”, “reclamar”, “decretar”, “ordenar”, “declarar”, “autorizar” entre otros atrevimientos abominables.

A la luz de la Biblia, no hay una sola instrucción a la vida y práctica de la oración que incluya semejante grosería. 
¿Desde cuándo orar es exigirle a Dios? 
¿Quién dijo que orar es reclamarle al Señor? 
¿Cómo se nos ocurrió decretar -a Dios o a quien sea- esperando que se nos haga caso inmediatamente?  
¿Cuándo aprendimos a declarar? 
¿Acaso así nos enseñó Jesús? 
¿Existe un ejemplo de esta naturaleza en las Sagradas Escrituras? 
¿Habrá algún testimonio de oración tan descortés por parte de los profetas o apóstoles en el Antiguo o Nuevo Testamento?

El fondo del ser humano es una fábrica de orgullos, quienes -a veces- se toman el timón de nuestras oraciones. 
Un orante que se atreva a “exigir”, “reclamar”, “decretar”, “ordenar”, “declarar”, “autorizar”; es esclavo de un corazón desorientado en sí mismo, perdido en terribles fantasmas de su ego, quienes asoman como idolatrías en sus prácticas devocionales sin ser consciente de ello. 
Quien orando “exige”, “decreta”, “reclama”, “declara”, en fin… es porque desconoce las Escrituras, al Dios revelado en ellas.

Dios es el soberano. Él está sentado en un trono alto y sublime. 
A él nadie le ordena. 
Nadie le reclama. 
Nadie  le exige. 
Nadie le declara para degradarlo a un sirviente de nuestras estúpidas ocurrencias espirituales. 

Quien conoce las Escrituras comprende que su responsabilidad es humillarse ante el Señor, reconocerlo como la perfecta majestad; acercarse con la más expresa y sincera reverencia es su cristiandad, porque sabe que Él es Dios y nosotros criaturas de polvo que ha decido amar, tener misericordia y bondad.

El orante cristiano no decreta; pide. 
No reclama; ruega. 
No declara; suplica. 
No exige; se humilla. 
No da órdenes; obedece. 
No autoriza; cree. 
Y lo hace en el nombre de Jesús. 

Orar en el nombre de Jesús no es decir al final de la oración -en el nombre de Jesús: ¡amén!-. Orar en el nombre de Jesús “sólo tiene sentido verdadero y eficacia cuando nos identificamos con Cristo de modo tal que su voluntad viene a ser nuestra voluntad; cuando nuestros supremos intereses son los intereses de su Reino; cuando vemos todo cuanto concierne a nuestra vida, a nuestras circunstancias y a nuestras necesidades en la perspectiva de los propósitos del Padre a la luz de Su Palabra… Dicho de otro modo, y para resumir, no podemos sellar con el nombre de Jesús oraciones que él jamás habría hecho.”[1]

Nosotros no sabemos orar. El fallecido pastor suizo Karl Barth, con dulzura contundente expresó esta verdad: -¿Hay algún ser humano que pueda afirmar que sabe orar? Me temo que la persona que lo afirmara no sabría, precisamente, orar de verdad.- 
La Biblia dice, -...Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras- (Romanos 8.26). 

Seamos sinceros: ¡no sabemos orar!

Karl Rahner comentó las palabras de S. Pablo en Romanos 8.26 con mucha belleza y contundencia: -Nosotros no sabemos orar convenientemente, el Espíritu lo sabe, y eso basta.-

Estoy seguro que esas maneras groseras de orar (declarar, reclamar, decretar, etc) reflejan, no sólo arrogancias propias de las profundidades del corazón caído, también  ignorancias de ese corazón. Mas cuando oramos a Dios con la asistencia de su Espíritu, Él “No oirá al auscultar el latido de nuestro corazón, la infinita palabrería vana que se derrocha en el mercado de nuestro corazón, ni los desazonantes crujidos de titanes encadenados en los profundos calabozos. Oirá los inenarrables gemidos de su propio Espíritu, que intercede ante Él por sus Santos. Y lo oirá como si fuera nuestro gemido, como acento que se desprende de las caóticas disonancias de nuestra vida, en polifónica sinfonía a honra del Altísimo”.[2]

Cuando ores, no seas como los atrevidos ignorantes que “exigen”, “reclaman”, “decretan”, “ordenan”, “declaran”, “autorizan”. Ora como Jesús: humilde, sumiso a la voluntad del Padre, pidiendo con reverencia, confiando como un niño, en dependencia de Su Santo Espíritu y serás -no sólo escuchado- maravillosamente recompensado.


©2016 Ed. Ramírez Suaza




[1] José y Pablo Martínez. Teología y Psicología de la Oración, p. 39
[2] Karl Rahner. De La Necesidad y Don De La Oración, p. 37, 38

domingo, 31 de julio de 2016

Monólogos De La Iglesia


En la oración es mejor tener un corazón sin palabras 
que tener palabras sin un corazón.
John Bunyan.



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un muy extenso abanico de soliloquios que emergen de corazones muy bien intencionados, muy sinceros también; quienes intentando dialogar con Dios terminan haciendo un monólogo para Él. Su mayor desgracia es ignorar la diferencia.

Las Sagradas Escrituras no tratan mucho acerca de la oración, en lugar de esto contiene oraciones. El hecho de que contenga oraciones en lugar de tratados sobre la oración resulta muy diciente para nosotros: es más importante orar que hablar acerca de la oración. 
Sin embargo, las disciplinas espirituales han de ser comprendidas en la virtud de su totalidad bíblica por sus practicantes, a fin de disfrutar a Dios genuinamente.

Si nos preguntamos ¿qué es orar?, pues regularmente respondemos más o menos así: -orar es hablar con Dios-. 
Pensándolo bien, ¿no será a la inversa? 
-Dios hablando con nosotros-.

En un esfuerzo por sugerir una intuición más profunda al respecto, podríamos afirmar que la oración es el misterio por medio del cual Dios se aproxima al ser humano como Padre, para dialogar coherentemente con él sobre un tapete de afectos, lealtades, sinceridades, familiaridades, entre otras, con la intención de saciar a plenitud el alma del orante. Inmerso en este misterio, quien ora puede abrir su corazón delante de Dios a fin de expresarle todo su existir -como el de otros- y recibir del Señor manifestaciones sorprendentes de su gracia y bondad.

En la práctica de tradición evangélica, es común ver que la oración resulta siendo un monólogo, es decir, un discurso improvisado en dirección a Dios, que al agotarse se cierra con el broche de oro tradicional: "en el nombre de Jesús ¡amén!"
En este monólogo, además de ser improvisado, el orante así no se permite un silencio, un esfuerzo al corazón para estar atento a lo hermoso: el privilegio de discernir la voz divina en la vida y práctica de la oración.
Cuando en esta tradición se ora, Dios es condenado al silencio.

¿Por qué hacemos esto? 
-Bueno, no todos- 
Creo que quienes así “oramos”, obedece a la consideración del poder persuasivo del discurso. Es decir, suponemos que entre más hablemos al orar crece la posibilidad de ser escuchados por el Señor. Con este comportamiento olvidamos las palabras de Jesús: “...cuando ustedes oren no sean repetitivos, como los paganos, que piensan que por hablar mucho serán escuchados…” (Mateo 6.7).
Considere estas palabras por favor:
No se precisan largas oraciones, porque Dios sabe lo que los hombres necesitan antes de que se lo pidan. No se trata simplemente de evitar las manipulaciones, ni de que Dios lo sabe todo y por eso la oración no es, en rigor, necesaria, sino de que Dios, en su amor, asiste al hombre antes de que éste se lo pida, y le libra así de la necesidad de la larga oración.[1]

Las palabras de Jesús, coloquialmente hablando, quedarían más o menos así: “Dios no come carreta”. 
La oración se hace abominable cuando la verborrea suplanta la sinceridad, la humildad, la fe, la obediencia… entre otras. 
Las pocas palabras con la actitud correcta resultan más eficaces, bien lo dijo el predicador:
No permitas que tu boca ni tu corazón se apresuren a decir nada delante de Dios, porque Dios está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto, habla lo menos que puedas... (Eclesiastés 5.2).

Por eso tú cuando ores, despójate de cualquier intento de persuadir a Dios hablando mucho; mejor permítase el milagro de la oración que con prudencia en los labios, con humildad de corazón disfruta -en dirección a plenitud- el hecho de que Dios se aproxima a nosotros, dejándose intuir en el silencio humano, en la contemplación de las Escrituras para hablarnos al corazón y luego, escucharlo.

Menos monólogos; más oración.


©2016 Ed. Ramírez Suaza





[1] Ulrich Luz. El evangelio Según S. Mateo. Tomo I, p.463

martes, 5 de abril de 2016

¿Es Pecado Masturbarme?


El no y el sí son breves de decir, pero piden pensar mucho.
Baltasar Gracián


“Parando oreja” yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, escuché la pregunta silenciosa que quisieran hacer algunas personas, sobre todo jóvenes, a su pastor y que a veces no se atreven: -¿es pecado masturbarme?-

Entre los pasillos del alma algunas personas hacen preguntas que por vergüenza, temor y/o culpa no se arriesgan a verbalizar con su líder espiritual. No ignoremos que en la construcción de una moral religiosa, suplantadora muchas veces de la santidad bíblica, se nos domesticó a silenciarnos muchas cosas hermosas del placer sexual a casados y más aún a solteros.

La moral, a muchos, se les enseñó como doctrinas anti-hedonistas y luego éstos así enseñaron a otros. El punto pareció ser este: todo lo que sea placentero es pecado. Cuando a decir verdad, los verdaderos placeres provistos por Dios son aquellos que evidencian, en el disfrute, que en realidad somos santos.

La sexualidad cristiana no es un privilegio exclusivo de las personas unidas en sagrado matrimonio; es también un don divino a quienes están solteros. El soltero no es un ser asexual ni está privado de vivir una sexualidad que honre a Dios. Y por favor, no confundamos sexualidad con adulterios o fornicaciones, que estas últimas sí son pecado. En esto nos queda pendiente mucha tela pa’ cortar.

Empecemos por recordar lo que es pecado. Hasta ahora sé de cuatro términos griegos que el Nuevo Testamento en español traduce como “pecado”. El primero de ellos es, agnóema que significa delito cometido por ignorancia. Es decir, aplica cuando se quebranta una ley por desconocimiento (Hebreos 9.7). La segunda palabra griega que el NT traduce al español como pecado es (j)amártema - (j)amartía. Este término se ha de entender como, no dar en el blanco, no alcanzar la medida, fracaso (1 Corintios 6.18, Santiago 4.17). Tercero, anomía. Es un término que describe una vida en desacuerdo con la norma. Alguien que vive como si no hubiese legislación (Mateo 7.23, Hebreos 1.9). Finalmente, el término paráptoma: dar un paso en falso, conocer la norma y adrede transgredirla, delito (Romanos 4.25).

Sobre este tapete de comprensión respecto a lo que es pecado en las Escrituras, consideremos lo que es masturbación. “El término masturbación tiene una etimología latina, aunque no hay un acuerdo entre los filólogos si procede de manus stuprare (violar con la mano) o manus turbare (excitar con la mano)... En esta oportunidad, entendamos masturbación como manus turbare, que se refiere a la estimulación de los órganos genitales con el objeto de obtener placer sexual y usualmente está dirigida a desencadenar el orgasmo. Puede implicar también la estimulación de otras áreas erógenas para aumentar la excitación. Se trata de una práctica sexual hacia uno mismo.”[1]

Aunque la Biblia guarda silencio absoluto respecto a esta práctica, en los primeros amaneceres de la Iglesia cristiana fue condenada por algunos pensadores sin fundamento bíblico, o en su defecto, usando textos escriturales que no tienen relación directa con la masturbación.[2] Finalizando el siglo XVIII, la masturbación fue condenada con mayor contundencia, además se le acusó de causar enfermedades somáticas, emocionales,[3] y otras. Inclusive, en el siglo XX fue asociada con demonización.

La culpa, vergüenza, entre otros sentimientos negativos en las personas que practican el autoplacer sexual,[4] les jorobó el alma, les hizo dudar de su amor por el Señor y del Señor, les des-ajustó la fe e incitó, a otros, a la hipocresía de una “pureza sexual” casi utópica. Esa hipocresía, diría yo, les hizo ser crueles con quienes fueron sinceros en confesar sus masturbaciones como pecados, ataduras, demonizaciones o qué sé yo.

Actualmente, algunos sectores cristianos son más comprensivos con el tema, sin dejar de señalar que es pecado. Es más, se está considerando que la masturbación puede brindar alivio a la tensión sexual, ayudando a no caer en adulterios o fornicaciones. 
Entre otros hermanos en la fe, la masturbación sigue siendo un pecado funesto.

Tres observaciones personales:
1.      La Palabra de Dios (Biblia) guarda silencio, por lo tanto, yo también: no la condeno, tampoco la apruebo.
2.     Resulta un poco extraño hoy, que ninguno de los profetas ni los apóstoles hicieran mención alguna contra la masturbación. Confieso que en el corto abanico de mis lecturas, no he encontrado en grandes teólogos interpretar algún término bíblico que insinúa algún vínculo con la masturbación. Lo único que podemos decir es que, si la práctica de auto-placer sexual es la desembocadura de un corazón lujurioso, entonces sí es pecado. Tampoco me atrevo atribuirle una posesión demoníaca a una persona que practique el autoplacer sexual.
3.     La vida cristiana es para vivirla con libertad, sin la culpa -o falsa culpa- que a veces nos provoca el pecado o lo que nosotros creemos que es pecado. Hay personas que viven en las sombras de la vergüenza, el temor, la condenación, en fin, y precisan de un manto de gracia que les envuelva en la pureza e integridad que provee la cruz de Cristo. La auto-condenación no es saludable ni aprobada por Dios, Él es quien nos juzga, no nosotros a nosotros mismos.
Hay que vivir en la gracia del Señor Jesús. No como “licencia” para pecar; más bien con la fortaleza para continuar en la fe sabiéndonos perdonados.

Ud. mismo debe elaborar un criterio al respecto, y para ello le invito a considerar las palabras del Dr. Neil Anderson:

       ¿Está cometiendo el adulterio mental que Jesús condena mientras se masturba?
       ¿Está metiendo imágenes pornográficas en su mente mientras se auto-complace?
      ¿Está reemplazando la intimidad sexual dentro del matrimonio por la masturbación?
     ¿Puede dejar de masturbarse? (Si no puede ha perdido el dominio propio. La falta de dominio propio sí es pecado ((j)amártema - (j)amartía). Nota mía).
       ¿Siente la convicción del Espíritu Santo al masturbarse?[5]


Faltando todo por decir,

©2016 Ed. Ramírez Suaza




[1] José Moral de la Rubia. Revista Interamericana de Psicología/Interamerican Journal of Psychology - 2011, Vol. 45, Num. 1, pp. 77-86
[2] Iglesias-Benavides, José Luis. 2009. "Onanismo. El funesto placer solitario." Medicina Universitaria 11, no. 42: 74-83.
[3] José Moral de la Rubia. Predicción de los afectos asociados con la masturbación en estudiantes universitarios.Revista Intercontinental de Psicología y Educación.  vol. 13, núm. 2, julio-diciembre, 2011, pp. 31-50. Universidad Intercontinental México.
[4] Un criterio para considerar: En las encuestas sexuales, las mujeres mienten reduciendo su frecuencia autoerótica y los hombres mienten aumentándola.
Jesús Antonio Ramos Brieva (Psiquiatra Español), 2005.  Mujeres a Solas. edición electrónica: Ediciones PROPSIQUIS - c/ Lorca,6 - 28230 Las Rozas de Madrid (Madrid)
[5] ANDERSON , Neil. Libertad en un mundo obsesionado por el sexo. Unilit, p. 34

miércoles, 27 de enero de 2016

Un Rostro Del Alma Mía Al Desnudo


De todo lo viviente, el hombre es el único que sabe su finitud.
Karl Jaspers


Desnudar el alma es un atrevimiento que me inunda de incertidumbres y temores, quizá por los miedos que me arropan al desconocer cómo se comprendan mis confesiones. No es común la confesión de un cristiano protestante, pero resulta necesario, a veces, para hacer liviana la vida y con esta confidencia, la de otros también.

El rostro de mi alma a desnudar en estos humildes párrafos, es una dificultad para perdonarme. Sinceramente, el sujeto quien más precisa de mis perdones, ¡vaya sorpresa! soy yo. Que yo sepa, no me odio; pero sí me culpo con intensidad cada que hago consciente -reconozco- mis errores, mis pecados. No sé cómo aprendí a pretender con vulgar y vergonzosa presunción que es posible llegar a ser infalible. No sé cómo llegué a mal interpretar y mal creer que ser perdonado por Dios es sinónimo de “obligado a ser perfecto”.

No sé si le pasa a usted, pero yo pido perdón hasta una semana por el mismo pecado que el lunes a primera hora ya Dios perdonó. Cada que pido perdón, mi alma es sorprendida una y otra vez al recibir tan anhelado milagro. Mis padres, mis hijos, mi esposa, mi iglesia, mis amigos, ¡hasta mis enemigos! Y cómo no, Dios; todos ellos, y otros, perdieron la cuenta de las muchas veces que me bendijeron la existencia con el perdón, pero marchito una parte de la maravilla al negarme a mí mismo ese privilegio. Me cuesta aceptar la gratuidad del perdón divino y del humano. Consciente de esta sospecha: que mis torpes intentos por perdonar, a veces suelen crear más problemas de lo que puedo resolver.[1] Sé que sólo Dios perdona. Sólo Dios da la aptitud de perdonarnos. Es decir, el perdón de Dios nos alivia la vida y nos capacita la vida.

En el mundo de las psicologías, el perdón a uno mismo es “novedoso”,[2]  y se exploran las posibles razones por la cual a algunos nos cuesta regalarnos perdón: falta de autoestima, quebrantos de salud mental, mal-estar psicológico, insatisfacción con la vida; por mencionar algunos. Entre éstas, sugiero lo que además en mí encuentro, “aquí entre nos”: quienes nos negamos el auto-perdón, lo hacemos por ausencias de fe, esperanza y amor.

En el auto-perdón precisamos de fe para creer profundamente en lo que Dios hizo y dijo por medio de su Hijo Cristo. Una victoria día a día sobre las dudas, nos abren día a día las hermosas puertas al auto-perdón.

En el auto-perdón necesitamos de esperanza. Porque con ella vemos al pasado, al presente y a los mañanas con la cruz de Dios. Si miramos con la lupa de la cruz, nuestros pasados son perdonados, nuestro presente privilegiado y nuestros mañanas asegurados. Cuando comprendo la mirada de la cruz, el perdón es una realidad como lluvia sobre tierras áridas.

En el auto-perdón urgimos de amor. El auto-amor es otra de las grandes necesidades del hoy. No sé cómo aprendidos a des-amarnos. Y perdone Ud. que sea tan incluyente en esta afirmación; las evidencias del des-amor en nuestra humanidad son innegables.
“Amar no es nuestro deber; es nuestro destino”.[3] Vamos hacia el amor, amando. Amar, es una decisión liberadora para perdonar.

Ud. que ha leído mi confesión, por favor, ¡es confidencial! No lo olvide.
Me dejo ver un poco el alma con el fin de encontrar compañeros para el camino, que juntos demos pasos de perdón. Puede ser uno a la vez.
Me dejo ver un poco el alma, por si acaso, alguno se identifica con estas lidias del corazón y se anime a perdonarse. Se anime, al no saberse solo por por este sendero hermoso, aunque estrecho.
Me dejo ver un poco el alma, porque es universal -supongo- la aspiración de vivir en paz consigo mismo. Y esta paz no es utópica, es plausible en Dios.
Me dejo ver un poco el alma porque en la vulnerabilidad Dios se glorifica. Hablar de las debilidades es grandeza. Atreverse a una confesión es un triunfo sobre la duda y ocasión de encuentro con el amor divino.
Me dejo ver un poco el alma, porque estoy en el peregrinaje del perdón. Paso a paso voy por estos senderos donde construyo paz conmigo mismo, con el otro y encuentro la paz de - y con- Dios.

Jamás olvide: Dios nos ha perdonado y nos perdona; también nos da la capacidad de perdonar.

©2016 Ed. Ramírez Suaza




[1] Brennan Manning. El Evangelio de los Andrajosos, p.189
[2] María Prieto-Ursúa e Ignacio Echegoyen en su artículo ¿Perdón a uno mismo, autoaceptación o restauración intrapersonal? Papeles del Psicólogo, 2015. Vol. 36(3), pp. 230-237
[3] N.T. Wright. Sorprendidos por la esperanza, p. 367

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...