El Milagro de Navidad
la humanización de lo divino y humano
Erase una vez muchas veces que
el mundo estuvo caótico, la naturaleza harta de maldad, la esperanza en
oscuridad, la vida con “una pata” en el borde abismal de la muerte, el corazón
humano gangrenado por el pecado, provocando que, lo llamado por Dios bueno
en gran manera al principio, girara 180º al desastre existencial; y
aparentemente para esa realidad no había remedio.
De repente, irrumpe desde el
cielo la magnificencia de una promesa divina en la que devolvería a la creación
universal su propósito, su encanto y sentido de ser. Esa promesa divina (Is.
9.2, 6-7) se tradujo a cumplimiento aquella inolvidable noche de navidad. Noche
para nosotros muy mágica, fantasiosa, de película; pero ella fue fría,
solitaria, ignorada, desapercibida por los terrestres. Tan cierto como que
brilla el sol: en todo Belén no hubo lugar para ella, sus protagonistas se vieron obligados
ir a un pesebre y allí una joven, que acaba de superar su acné de adolescente,
da a luz la Luz (Lc. 2.7). Y así comienza la etapa más importante de la
historia de salvación.
La realidad caótica de una
humanidad des-humanizada por el pecado comienza a experimentar su fin. Aquel
bebé, aunque nadie lo creyera, y aunque muchos persisten en esa duda; pondría
cada aspecto del ser humano en su lugar, a fin de devolvernos lo que fuimos al
principio: imagen y semejanza de Dios. Y vaya osadía: Dios se hizo semejante a
nosotros para salir a nuestro encuentro. En Belén se halla el punto de partida
cuando Dios humanizado empieza a gritar nuestros nombres por los
escombros de esta existencia, trepa en descenso hasta nuestra bajeza para
llevarnos de vuelta a sí mismo. Cometió las ocurrencias más impredecibles:
nació como cualquier bebé. Usó pañales, y realmente los necesitó. Se atrevió a
vivir en Nazaret con una familia pobre. Y este fue apenas el principio de
una bendita “demencia divina” (1 Cor. 1.18). A decir verdad, esa ocurrencia del
pesebre no es para congelar ahí la historia. Jesús no se quedó “divino niño”.
Su meta es clara: ir a la cruz.
La teología de la navidad es
esta: El verbo que estaba en Dios, y era Dios, se hizo carne y habitó entre
nosotros y vimos su gloria (K. Rahner.2002, p.42). ¿Qué gloria? “Que él nos acoge en la existencia de
Jesucristo: en su libertad, no quiere estar en contra del ser humano, sino a su
favor -de hecho, quiere ser interlocutor compasivo y salvador todopoderoso del
ser humano-.” (K. Barth. 2001, p.34).
Dios se hizo bebé y fue a la cruz por una divina razón: no consciente un segundo en la eternidad futura sin ti. Esto delata el profundo e inmenso amor de Dios por los humanos. Y no pierda de vista esto: Estos días de navidad han de volverse para
nosotros los mejores pretextos para celebrar que Dios se hizo humano y así de
nuevo humanizarnos.
¡Feliz navidad! Ah no, ¡feliz humanización!
¡Feliz navidad! Ah no, ¡feliz humanización!
©2013 Ed. Ramírez Suaza