jueves, 12 de diciembre de 2013

El Milagro de Navidad

El Milagro de Navidad
la humanización de lo divino y humano

Erase una vez muchas veces que el mundo estuvo caótico, la naturaleza harta de maldad, la esperanza en oscuridad, la vida con “una pata” en el borde abismal de la muerte, el corazón humano gangrenado por el pecado, provocando que, lo llamado por Dios bueno en gran manera al principio, girara 180º al desastre existencial; y aparentemente para esa realidad no había remedio.

De repente, irrumpe desde el cielo la magnificencia de una promesa divina en la que devolvería a la creación universal su propósito, su encanto y sentido de ser. Esa promesa divina (Is. 9.2, 6-7) se tradujo a cumplimiento aquella inolvidable noche de navidad. Noche para nosotros muy mágica, fantasiosa, de película; pero ella fue fría, solitaria, ignorada, desapercibida por los terrestres. Tan cierto como que brilla el sol: en todo Belén no hubo lugar para ella, sus protagonistas se vieron obligados ir a un pesebre y allí una joven, que acaba de superar su acné de adolescente, da a luz la Luz (Lc. 2.7). Y así comienza la etapa más importante de la historia de salvación.

La realidad caótica de una humanidad des-humanizada por el pecado comienza a experimentar su fin. Aquel bebé, aunque nadie lo creyera, y aunque muchos persisten en esa duda; pondría cada aspecto del ser humano en su lugar, a fin de devolvernos lo que fuimos al principio: imagen y semejanza de Dios. Y vaya osadía: Dios se hizo semejante a nosotros para salir a nuestro encuentro. En Belén se halla el punto de partida cuando Dios humanizado empieza a gritar  nuestros nombres por los escombros de esta existencia, trepa en descenso hasta nuestra bajeza para llevarnos de vuelta a sí mismo. Cometió las ocurrencias más impredecibles: nació como cualquier bebé. Usó pañales, y realmente los necesitó. Se atrevió a vivir en Nazaret con una familia pobre. Y este fue apenas el principio de una bendita “demencia divina” (1 Cor. 1.18). A decir verdad, esa ocurrencia del pesebre no es para congelar ahí la historia. Jesús no se quedó “divino niño”. Su meta es clara: ir a la cruz.

La teología de la navidad es esta: El verbo que estaba en Dios, y era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria (K. Rahner.2002, p.42). ¿Qué gloria? “Que él nos acoge en la existencia de Jesucristo: en su libertad, no quiere estar en contra del ser humano, sino a su favor -de hecho, quiere ser interlocutor compasivo y salvador todopoderoso del ser humano-.” (K. Barth. 2001, p.34).

Dios se hizo bebé y fue a la cruz por una divina razón: no consciente un segundo en la eternidad futura sin ti. Esto delata el profundo e inmenso amor de Dios por los humanos. Y no pierda de vista esto: Estos días de navidad han de volverse para nosotros los mejores pretextos para celebrar que Dios se hizo humano y así de nuevo humanizarnos.


¡Feliz navidad! Ah no, ¡feliz humanización!


©2013 Ed. Ramírez Suaza





miércoles, 4 de diciembre de 2013

Diciembre Huele Mal

Diciembre Huele Mal
cuando gastamos el dinero en lo que no es pan

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes gastando su dinero en lo que no alimenta y su sueldo en lo que no sacia (Isaías 55.2). Lo más lamentable: en su mayoría de escasos recursos.

El libro del profeta Isaías se organiza en tres secciones principales: 1). 1-39, donde el profeta marca la exigencia de justicia y lealtad al Señor, “el santo de Israel”. 2). 40-55, La teología del profeta es más profunda  y relata los oráculos con más recursos poéticos. Concibe su obra como un segundo éxodo, como una experiencia divina de liberación. Y 3). 56-66, es un pasaje donde irrumpen paradojas proféticas: la preocupación del presente y la esperanza futura. La denuncia de pecado y las profecías de aliento. El desencanto presente y la expectación escatológica. La apertura a los extranjeros y la condena sin matices.[1] Es un libro fascinante.

Isaías 55.2 se ubica al final de la segunda sección, donde la justicia brillaba por su ausencia dentro del pueblo de Dios, las lealtades a él se evaporan en la realidad. Israel empieza a experimentar, luego de un exilio doloroso en Babilonia, un retorno a casa, a su tierra, a su fe, a sus costumbres, al hogar. Pero persisten algunas incoherencias, entre ellas, la de gastar el dinero en lo que no es pan y el salario en lo que no sacia. Peor aún, son personas que no tienen, y cuando tienen carecen de inteligencia financiera. Así dice Isaías 55.1: «¡Vengan a comprar y a comer  los que no tengan dinero!» La invitación a comprar gratis es para quienes no tienen ni un centavo, y a ellos mismos les reclama en el verso 2 «¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no satisface?»

Esa pregunta profética tiene resonancia hoy: ¿Por qué derrochan sus finanzas? Los colombianos somos testigos de los dinerales que se despilfarran en nuestros pueblos en la rumba, licor, drogas, festejos extravagantes e inmorales por encima de las necesidades básicas de la vida humana: alimento, salud, vestido, vivienda, recreación, en fin.

La pregunta de Isaías nos sacude fuerte cuando las gentes se desembocan en compras compulsivas, donde el adquirir satisface el ego vacío de una identidad ficticia o simplemente consigue “bienes-pantalla”, meras fachadas que lo descalifican para relacionarse humanamente.[2] La insensatez brilla cuando a esto ajustamos que es a crédito: llévelo hoy, pague mañana. Al terminar de pagar, el producto ya es obsoleto, y el descontento en el corazón se hace más profundo.

Otra cara de la misma realidad la tienen muchos que sobreviven con el injusto salario mínimo o quizá con menos, al darle prioridad en sus finanzas a “rumbiarse” hasta la caída de un traste, ¡lo cual es más injusto! ¿Y qué de la vida?

No pretendo trasquilar felicidad de la existencia, ¡de ninguna manera!  La Biblia dice: «no hay nada mejor que comer y beber y gozar, cada día de nuestra vida, del fruto del trabajo con que nos agobiamos bajo el sol. Ésa es la herencia que de Dios hemos recibido» (Eclesiastés 5.18). Disfrutar la vida con el fruto honesto de nuestro trabajo es un regalo divino (Ecl. 5.19b), manteniendo presente la abismal diferencia que hay entre disfrutar y malgastar. No es lo mismo.

La necedad se delata en el derroche, en darle prioridad a la banalidad y vanidad; la sabiduría en el disfrute de la vida como regalo divino.

Que estas fiestas de fin de año se nos vuelvan el pretexto perfecto para salir al encuentro de Dios hecho humano (Isaías 55.6); y no en la perversa justificación para el derroche y festejos vacíos de Dios y mundanales.

¡Felices fiestas!

©2013 Ed. Ramírez Suaza





[1] Luis Alonso Shökel. Biblia del Peregrino. Tomo II.
[2] Massimo Desiato Rugai. Más Allá del Consumismo. 2001, p.153

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...