lunes, 23 de abril de 2012

La Bella y el Bestia


La Bella y el Bestia[1]
amores prohibidos

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi un joven de grata apariencia, de buena virtud cristiana. Entre los caminos de la vida y atajos de amores, él sintió suspirar toda su piel cuando bella dama cualquiera le hechizó la mirada. Ella bella sí, hasta religiosa, mas no en la misma tónica de virtud en él. En la encrucijada de sus amores, por uno que muere y otro mata, pretendió caminar en la fe al mismo tiempo en amores desiguales.

Estos caminos simultáneos para recorrer con sólo dos pies son peligrosos, además es un juego de ruleta rusa: mortal. Amar es complacencia. Quien ama, complace. ¿Cómo es posible complacer al Dios de la luz y al mismo tiempo complacer una bella en tinieblas? Aunque por experiencia milenaria hij@s de luz han tejido lazos de amor con hij@s de las tinieblas; jamás la luz y las tinieblas han logrado cohabitar. Esa soberbia pretensión de complacer a ambos es imposible. Uno de los dos, la Bella o el Bestia, tiene que renunciar a su condición. Por lo regular es el creyente quien renuncia a los estándares de santidad. El sólo aceptar una relación en yugo desigual ya da el primer paso hacia la oscuridad, está renunciando a la luz de Cristo. No sólo es un paso hacia la oscuridad, es también un desafío al señorío de Cristo, es rebeldía, un acto de soberbia, es pecado.

“Zapatero a su zapato”. Este es un refrán que encierra muchas verdades en ciertos contextos. Algunos famosos entregan su vida a Cristo, lo cual llena de alegría mi corazón como todas las conversiones sinceras, y al poco tiempo están predicando o conferenciando el evangelio, y los vuelven en las iglesias referencias de vida cristiana. Mencionando “el milagro pero no el santo”, un famoso colombiano convertido dijo en un congreso juvenil que una joven cristiana con un joven cristiano, solteros los dos, pueden ser yugo desigual. Aquí es donde se aplica perfectamente “zapatero a su zapato”. La Biblia no aprueba tal afirmación: No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? (2 Corintios 6.14). Note Ud., el problema está en que el otr@ es incrédul@. Que uno es de la luz y el otro de las tinieblas. Es imposible que dos de luz sean yugo desigual. Si entre Dios y Belial no hay armonía, tampoco la hay entre un creyente y un incrédulo (2 Cor. 6.15). Además, somos templos. Unos templos son de ídolos, otros son de Dios. No hay armonía entre tales.
Quienes hayan escuchado decir que dos creyentes (hombre y mujer), solteros, pueden estar en yugo desigual no es cierto.

Pablo tiene claro qué debe hacer un@ que está en yugo desigual: Queridos hermanos, nosotros tenemos esas promesas de Dios. Entonces purifiquémonos alejándonos de cualquier cosa que contamine nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Dediquemos nuestra vida por completo a Dios, mostrando el respeto que le tenemos (2 Cor. 7.1).

Fácil: termine esa relación. Pablo ve las relaciones de yugo desigual como amores que contaminan. Entonces no más bestias por más bellas que hayan: descontaminémonos.



[1] Hace años escuché un sermon televisivo de Dante Gebel a jóvenes bajo esta premisa, que en esta oportunidad recojo para esta reflexión.

lunes, 9 de abril de 2012

AVATARES III

Avatares III
pecado como cualquier otro

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una pregunta saltando como grillo nocturno de una mente a otra: ¿es la homosexualidad un pecado? Vi también respuestas. Unas vagas, otras irresponsables, algunas desacertadas, unas cuantas ciertas pero carentes de amor, un reguero de legalistas y homofóbicas, muchas ignorantes; innegablemente también vi muchas en el punto exacto.

Cuando esa pregunta tocó el cristal de mi ventana, entonces irrumpió otra pregunta inevitablemente antecediendo la primera: ¿qué es el pecado? La palabra pecado resulta chocante en los oídos de esta segunda modernidad, incómoda además. Para muchos, esa es una palabra que debe desaparecer de entre nuestros glosarios humanos. A pesar del abanico de reacciones que provoca esta palabra, debemos ver el pecado no como un concepto sino como una realidad. Pecado es no dar en el blanco, no dar la medida;[1] por otro lado también se puede entender como delito, es decir, un paso en falso que incluye cruzar un límite conocido o desviarse del camino correcto.[2]

En cada creación humana el Creador nos ha confiado una identidad sexual y una sexualidad, además trazó una meta delante de nosotros para vivir la identidad como la práctica de esa sexualidad. Desviarse, cruzar el límite, dar pasos en falso o no dar en el blanco fracasando en la identidad o en la práctica se está pecando. La homosexualidad no da la medida. En “Avatar II” mencioné algunos rechazos con los que vive un “avatar”, pero de todos ellos el más cruel es el propio, el no aceptarse como lo que es. Por consiguiente, las prácticas, las conductas “no dan en el blanco”; no fueron creados sexualmente para “redundar” en una genitalidad del mismo sexo sino para complementarse en la diferencia.

La homosexualidad también es el cruce de un límite. Dios es el creador del sexo, él como diseñador sabe cuál es la manera correcta de darle uso y ha puesto límites. Los límites no son cosa de religión, son expresiones de amor que nos definen y protegen. La Biblia dice, ‘No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Eso es una abominación’ (Levítico 18.22). Luego Pablo describiendo a humanos que se hicieron vanos en sus razonamientos y de corazones necios, entenebrecidos dice, ‘Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros’ (Romanos 1.26, 27). También la homosexualidad es condenada por las Sagradas Escrituras: ‘¿O acaso no saben que los que hacen el mal no van a tener parte en el reino de Dios? No se engañen a ustedes mismos. En el reino de Dios no tendrán parte los que practiquen pecado sexual, ni los adoradores de ídolos, ni los que cometen adulterio, ni los hombres que se dejan usar para tener sexo con otros hombres, ni los hombres que tienen sexo con ellos. Tampoco los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los tramposos, ni los que maltratan a los demás con palabras’ (1 Corintios 6.9).

Lamentablemente vemos unos pecados peores que otros, pero tantos los maridos infieles como el homosexual, como el borracho y el ladrón están en el mismo grupo de pecadores sentenciados a no heredar el reino de Dios. Las religiones ponen más zoom a unos pecados que a otros, pero a la final todos los pecados son prácticas que provocan la ira de Dios, ninguno más que otro.

Hay buenas noticias: Dios abrió una puerta del perdón y triunfo desde la cruz de Cristo y encargó el ministerio de esa cruz, el ministerio de la reconciliación, a la Iglesia. Jesús no vino a condenar al mundo[3] ni estableció una Iglesia para que lo hiciera, él vino a reconciliarnos con el Padre, y trazó nuestro propósito: reconciliar los hombres con Dios por el Evangelio. La Iglesia de Cristo debe dejar sus homofobias y clasificación de pecados. Si somos pacientes con el avaro, el adúltero y el ladrón, ¿por qué no también ser paciente con quien lucha con conductas homosexuales? No digo que seamos tolerantes, digo que acompañemos en el caminar de la fe a todos, y por la Palabra ser transformados hasta llegar a la medida, la estatura de Cristo.

¡Dios no es homofóbico! Dios es amor. Él ama sin condiciones, sin reservas, sin acepción de personas. Lo mejor que puede hacer un@ que practique la homosexualidad es arrojarse a los brazos de Jesús como lo hemos hecho cientos de pecadores para ser perdonados, transformados y moldeados poco a poco hasta ser un fiel reflejo del Dios único y verdadero revelado en Jesucristo.


[1] Gr. Hamartia en John Stott. La Nueva Humanidad, p. 70
[2] Gr. Paraptoma. Ibid
[3] Juan 3.17

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...