lunes, 9 de abril de 2012

AVATARES III

Avatares III
pecado como cualquier otro

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una pregunta saltando como grillo nocturno de una mente a otra: ¿es la homosexualidad un pecado? Vi también respuestas. Unas vagas, otras irresponsables, algunas desacertadas, unas cuantas ciertas pero carentes de amor, un reguero de legalistas y homofóbicas, muchas ignorantes; innegablemente también vi muchas en el punto exacto.

Cuando esa pregunta tocó el cristal de mi ventana, entonces irrumpió otra pregunta inevitablemente antecediendo la primera: ¿qué es el pecado? La palabra pecado resulta chocante en los oídos de esta segunda modernidad, incómoda además. Para muchos, esa es una palabra que debe desaparecer de entre nuestros glosarios humanos. A pesar del abanico de reacciones que provoca esta palabra, debemos ver el pecado no como un concepto sino como una realidad. Pecado es no dar en el blanco, no dar la medida;[1] por otro lado también se puede entender como delito, es decir, un paso en falso que incluye cruzar un límite conocido o desviarse del camino correcto.[2]

En cada creación humana el Creador nos ha confiado una identidad sexual y una sexualidad, además trazó una meta delante de nosotros para vivir la identidad como la práctica de esa sexualidad. Desviarse, cruzar el límite, dar pasos en falso o no dar en el blanco fracasando en la identidad o en la práctica se está pecando. La homosexualidad no da la medida. En “Avatar II” mencioné algunos rechazos con los que vive un “avatar”, pero de todos ellos el más cruel es el propio, el no aceptarse como lo que es. Por consiguiente, las prácticas, las conductas “no dan en el blanco”; no fueron creados sexualmente para “redundar” en una genitalidad del mismo sexo sino para complementarse en la diferencia.

La homosexualidad también es el cruce de un límite. Dios es el creador del sexo, él como diseñador sabe cuál es la manera correcta de darle uso y ha puesto límites. Los límites no son cosa de religión, son expresiones de amor que nos definen y protegen. La Biblia dice, ‘No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Eso es una abominación’ (Levítico 18.22). Luego Pablo describiendo a humanos que se hicieron vanos en sus razonamientos y de corazones necios, entenebrecidos dice, ‘Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros’ (Romanos 1.26, 27). También la homosexualidad es condenada por las Sagradas Escrituras: ‘¿O acaso no saben que los que hacen el mal no van a tener parte en el reino de Dios? No se engañen a ustedes mismos. En el reino de Dios no tendrán parte los que practiquen pecado sexual, ni los adoradores de ídolos, ni los que cometen adulterio, ni los hombres que se dejan usar para tener sexo con otros hombres, ni los hombres que tienen sexo con ellos. Tampoco los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los tramposos, ni los que maltratan a los demás con palabras’ (1 Corintios 6.9).

Lamentablemente vemos unos pecados peores que otros, pero tantos los maridos infieles como el homosexual, como el borracho y el ladrón están en el mismo grupo de pecadores sentenciados a no heredar el reino de Dios. Las religiones ponen más zoom a unos pecados que a otros, pero a la final todos los pecados son prácticas que provocan la ira de Dios, ninguno más que otro.

Hay buenas noticias: Dios abrió una puerta del perdón y triunfo desde la cruz de Cristo y encargó el ministerio de esa cruz, el ministerio de la reconciliación, a la Iglesia. Jesús no vino a condenar al mundo[3] ni estableció una Iglesia para que lo hiciera, él vino a reconciliarnos con el Padre, y trazó nuestro propósito: reconciliar los hombres con Dios por el Evangelio. La Iglesia de Cristo debe dejar sus homofobias y clasificación de pecados. Si somos pacientes con el avaro, el adúltero y el ladrón, ¿por qué no también ser paciente con quien lucha con conductas homosexuales? No digo que seamos tolerantes, digo que acompañemos en el caminar de la fe a todos, y por la Palabra ser transformados hasta llegar a la medida, la estatura de Cristo.

¡Dios no es homofóbico! Dios es amor. Él ama sin condiciones, sin reservas, sin acepción de personas. Lo mejor que puede hacer un@ que practique la homosexualidad es arrojarse a los brazos de Jesús como lo hemos hecho cientos de pecadores para ser perdonados, transformados y moldeados poco a poco hasta ser un fiel reflejo del Dios único y verdadero revelado en Jesucristo.


[1] Gr. Hamartia en John Stott. La Nueva Humanidad, p. 70
[2] Gr. Paraptoma. Ibid
[3] Juan 3.17

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...